miércoles, 14 de septiembre de 2016

Deserción

Hoy falté a clases. Lo raro es que en calidad de profesor. Aviso previo. Por motivos que no expondré por acá. Se siente extraño faltar a clases siendo profesor. Pero la sensación de regocijo persiste. El ocio aflora espontáneamente. Diecisiete años de educación no pueden combatirlo. Sin embargo, por esas cosas de la vida, me encuentro con dos estudiantes en la calle. Primero, con una ex alumna del colegio pasado. Me pregunta qué hacía por esos lados. Le digo, a modo de broma, que hice la cimarra. Ríe. Vive cerca de donde andaba. Fue inaudito encontrarla ahí, precisamente un día sin clases, en circunstancias de que, la última vez que supe de ella. andaba fuera del país. Luego, en la otra esquina, un par de minutos después, me encuentro con un alumno del segundo ciclo del instituto. No sabía que había faltado a clases, puesto que él también faltó. Me preguntó, al igual que la otra chica, qué hacía por esos lados. Esta vez cambié la versión y le dije "trámites". Seguimos caminando hasta llegar al paradero. Preguntó qué se haría el viernes. Le dije que no habrá clases, sino que actividades. Su sonrisa corta de pronto se abrió. La mía, al pronunciar la palabra actividad, también. En la esquina contigua al paradero toma otro rumbo y se despide. En resumidas cuentas, ninguno de los dos alumnos supo sobre mi falta. La sincronicidad del ocio tiene su misterio. Si hubiese ido a clases no hubiese hecho ese recorrido, no me habría encontrado con esos alumnos, y mucho menos hubiese escrito la anécdota. Cada paso, por falso que sea, tiene su secreto. Escribo esto en el fondo como una prueba de que, en un día en apariencia desocupado, la sombra de la actividad te continúa siguiendo. Los estudiantes, a su modo, también debieron sentirse sorprendidos de encontrarme fuera de clases. Debieron preguntarse cómo alguien como el profesor puede hallarse en esas circunstancias. Recuerdo que el alumno al oír la excusa de la inasistencia, dijo sin más: "Lo entiendo. Suele pasar". No hay forma de que la rutina salga invicta. Siempre se acaba escapando o, en su defecto, resistiendo. La deserción tiene su propia narrativa fugitiva.
El maestro en el departamento le echa una mano de pintura blanca al techo. "Podrán volver a mirar el cielo cuando se seque", dice. El poeta. El albañil.