viernes, 22 de septiembre de 2017

"En el colegio me dieron a elegir entre Hija de la Fortuna y La casa de los espíritus. ¿Cuál me conviene, profe?", preguntaba una chica en medio de la clase del preu. Planes lectores inesperados. Cada vez que sale Isabel Allende al baile, me sale esa parada media Bolaño, solo que con un ánimo impulsivo, salvaje, ya no tanto con una mirada atenta, rigurosa. A duras penas había leído La casa de los espíritus, así que le recomendé esa. La chica insistía que era la mejor opción, porque según ella Hija de la Fortuna tenía "muchas aventuras, y a ella le complicaban demasiado la lectura de las aventuras". Así no volvió a decir nada más. Solo dio las gracias y siguió leyendo el cuadernillo en la materia del Modernismo.

La bomba

A una cuadra de llegar a casa, en toda la esquina de Independencia con Edwards, el camino cercado, unas cuantas patrullas, pacos en la acera y un montón de gente mirando algo. Esta vez, no se trataba ni de un choque, ni de un muerto ni de un robo. Le pregunté al paco que vigilaba el paso de la gente. No quiso responder nada. Solo llamó la atención cuando intentaba cruzar sin estar al tanto de lo que ocurría. Le pregunté luego a una señora más atrás. "Vigilan algo. No se sabe qué". "¿Acaso será una bomba?". La señora solo alcanzó a soltar un gesto de forzosa preocupación, al oír sobre la posibilidad de un explosivo en medio de la calle. Aunque parezca increíble, ni siquiera se inmutó demasiado. Sujetos más atrás, mientras tanto, hablaban de un supuesto paquete con algo potencialmente peligroso dentro. La cuestión no parecía avanzar. De repente todo era el perímetro de los pacos ejerciendo su procedimiento inenarrable en torno al paquete misterioso; y la gente detrás de la acera, sin poder pasar ni entender nada pero, sin embargo, expectantes, a lo mejor ya no tanto por el contenido del paquete en sí mismo, sino que por la bochornosa situación inaudita que se generaba a su alrededor. Había y no había una bomba dentro. Fuimos y no fuimos fiambre. Era el maldito Schrodinger alertando a medio valpo en el plan. Di media vuelta entonces de regreso a la casa, bordeando el perímetro de la supuesta bomba. Muchos también lo hicieron, aburridos ante lo que parecía más bien una falsa alarma o una performance vandálica de mal gusto. A lo lejos desde la ventana del tercer piso se reflejan todavía las balizas de las patrullas. No hubo ningún peligro, solo una especulación constante, una maniobra de prevención parca pero intrigante. No hubo peligro alguno pero la verdadera bomba de tiempo ya comenzó su conteo regresivo, instalada en la mente de los espectadores, dispuesta a explotar luego en forma de miedo o de resignación. Un tipo al paso, luego de sortear la zona de emergencia, decía con total seguridad: "Qué más da una bomba wn, si nos explotan todos los días. Bombazo más. Bombazo menos".