jueves, 2 de marzo de 2023

"Así que la película dice así: los cárteles de la droga más grandes del mundo se juntan y compran a todos los medios y a todos los políticos y fuerzan a toda la gente en el mundo a quedarse encerrados en sus casas. (…) Y la gente solo puede salir si toma las drogas del cártel y las sigue tomando una y otra vez (…) ¿Quién iba a creer esa loca idea? ¿Obligado a consumir drogas? Hago eso voluntariamente todo el día", dijo un sarcástico Woody Harrelson al final de su monólogo en el Saturday Night Live, en directa referencia a las medidas sanitarias anti covid. De inmediato, fue tildado de conspiranoico. Era que no.

Poco antes que Harrelson, Nicolás Copano se había presentado en The late show con James Corden. En una parte de su rutina, dijo lo siguiente: “Le pregunté a los tíos de mi esposa ‘¿por qué no quieren la vacuna?’, a lo que uno de ellos respondió “no quiero la vacuna por la teoría de que Bill Gates trata de controlar mi mente con un microchip (…) Yo estaba como, ‘Si Bill Gates trata de controlar tu mente, deja que Bill Gates controle tu mente. Él es mucho más inteligente que tú, esta es una oportunidad para mejorar, buenas noticias para ti y tu familia”. Por supuesto, la participación de Copano en el show fue exitosa, aplaudida a raudales y sacándole risas tanto a gringos como a compatriotas.

¿Qué vemos aquí? Pues, el hecho de que el humor es transversal, que no discrimina banderas y se puede hacer reír tanto con un chiste contra las vacunas como con uno a favor de sus promotores. Además, se distingue el manifiesto anarquismo de Harrelson de la tendencia “progre” de Copano, panegírico a Bill Gates incluido. Entonces ¿qué rutina causa más gracia? Dependerá de la filiación política o del sentido del humor, si es que, siendo de ideas progresistas, encuentra altamente irónico el show de Harrelson; o si es que, siendo de ideas más libertarias, encuentra igual de irónico el show de Copano, y no se toma a pecho ninguno de los trasfondos de sus rutinas, pero convengamos en que el humor es, sobre todo una manera de pensar, de interpretar la realidad, una puesta en escena que significa y, a la vez, dice mucho de su actor y de su espacio vital. Por lo tanto, su capital humorístico puede inmunizarnos contra la gravedad del sentido, pero, a la vez, generar anticuerpos, desafiando nuestras propias defensas.