lunes, 19 de enero de 2015

La mirada y el honor

En la película de La insoportable levedad del ser recuerdo la escena en que a Tomás se le acusa de escribir un artículo contra los políticos en el contexto checo de finales de los sesenta concluyendo que como Edipo deberían sacarse los ojos ante la realidad que ellos mismos provocaron... El dilema que se plantea tiene que ver con la responsabilidad y la inocencia... Los políticos que asumen el poder de manera burocrática, ¿son completamente responsables por actos de corrupción que no necesariamente corresponden a su radio de influencias? ¿La falta de conocimiento implica una conciencia limpia? ¿Es la inocencia un dispositivo de inercia política?  En la novela se pone de manifiesto que si por ejemplo un líder político coacciona a un grupo de inocentes por influencia o mandato de alguna policía secreta o alguna inteligencia conspirativa, eso no lo invalida de la responsabilidad, su desconocimiento de la verdad, su "inocencia" no lo desata de las cadenas de esa causalidad, puesto que según Tomás ocurre lo mismo que en la tragedia de Edipo: Él no sabía que asesinó a su padre ni que se casó con su madre, y sin embargo, una vez revelado el secreto de su verdad por el oráculo, no se sintió inocente. No se trata del concepto de culpa, derivado del espìritu judeocristiano, esa penitencia individualista con la conciencia, es el cumplimiento del destino del noble, el develamiento de la verdad conlleva para Edipo el meollo de la tragedia, el comienzo de su catástrofe. Allí el reconocimiento de la ignorancia, es decir, la indeterminación, el vacío que el hombre posee en si mismo, constituye al mismo tiempo la manifestación de la tragedia y la gestación de la filosofía. En una cátedra sobre Sófocles recuerdo que escribí algo respecto al honor y el heroísmo: El areté (honor) era el articulador del mundo y de la vida pública. El hombre de poder que se supone "representa" a toda la polis, se inmolaba en la medida que perdía ese concepto, sucumbía ante el mandato divino por sus acciones en el mundo humano, y ese era al mismo tiempo su sello inmortal y su disolución. Edipo, pese a todo, fue inocente de aquello a lo cual estaba predestinado. Nada pudo ni podía hacer para revertir su destino, a pesar de que atentara contra su antiguo honor como rey moralmente virtuoso e intachable. Quizá la verdad revelada sobre el parricidio y el incesto solo haya sido un crimen en su condición pública. Sin embargo, al constituir un designio divino, Edipo en cuanto mortal no tenía otra opción que obrar de acuerdo a una voluntad que le permita estar moral y vitalmente a la altura de la tragedia.

Entonces, y tomando la premisa del sacrificio ante lo inexorable, ¿Deberìan los hombres de poder al ser revelada la ignominia que cometieron cegarse a si mismos para salvaguardar algùn remoto concepto de honor? De ser así prácticamente toda nuestra camadilla política andaría ciega y exiliada... No existe sacrificio porque el honor resulta retrógrado, porque los intereses mundanales están allí, la imagen de una polìtica hedonista sin dioses ni destino. Y sin embargo, es en cierto modo único el nihilismo de las autoridades que solo ven en las masas el reflejo de su voracidad. O la visión de esos ojos permanece abierta, regocijada en su paraíso artificial, en sus ideales de tres dimensiones, saturada ante el espectáculo demagógico, O prefieren la ceguera antes que la mirada cómplice de la crudeza. Como en la película de Carpenter, solo se ve allí lo que se cree ver. Nos enseña que la dirección del mundo depende muchas veces de un choque de miradas, ciegas o no. La mirada puede delatar o salvar. Solo ve a la pantalla: Eres tu propio cómplice.