lunes, 24 de julio de 2023

“Una parte de mí quiere derrocar el capitalismo en nuestro país”, dijo Boric ¿Cuál parte, presidente? ¿La de Jekyll o Mr Hyde? ¿Y la otra, seguirá reconociendo los 30 años?

“Debería existir el partido de los que no están seguros de tener razón. Sería el mío”, declaró Albert Camus. El año 2017, el propio Boric lo citó. Al parecer, la cita continúa vigente.
Advertencia genial de un alumno en el taller de literatura para Cuarto Medio: "Este texto fue creado íntegramente sin Inteligencia Artificial."

Oppenheimer y la secreta relación entre la bomba atómica y la poesía

Algo fascinante de la película Oppenheimer es que reanuda una unión que se cree imposible: la de entre poesía y ciencia. En la película, basada en el libro Prometeo americano, queda de manifiesto. El profesor Paul Dirac le preguntó a su alumno Robert Oppenheimer cómo a él, un hombre de ciencia, podía gustarle la poesía. El físico respondió que, en el fondo, poesía y ciencia son la misma cosa puesta al revés, porque ambos buscan expresar el lenguaje del universo, solo que uno se valdría de las palabras y el otro de las fórmulas y los números. Oppenheimer llevaría pronto a la práctica esta impensada unión. La primera prueba nuclear de la historia fue bautizada por el físico como “Trinity”, Trinidad, en referencia a un verso del poeta inglés John Donne: “Abate mi corazón, oh trino Dios; Pues tú, aún me llamas, alientas y corriges; Para levantarme me abates, doblegas, quemas y rehaces.” Este poema metafísico tiene, a su vez, un profundo sentido religioso. En efecto, el debut de la bomba atómica fue nombrado a partir de un poema que, a su vez, conjuraba el nombre de Dios. Acto de poiesis, en todo el sentido de la palabra. La propia explosión –aunque parezca paradójico- podría haber representado simbólicamente el acto de la creación poética y el acto de la creación divina.

Creación y destrucción serían, de esta forma, indivisibles, al punto que el aspecto destructivo de la bomba atómica también provocó, en los poetas del Japón de la época, el surgimiento de una corriente literaria llamada 'genbaku bungaku' (Literatura de la bomba atómica), la cual nació como respuesta a la inusitada violencia de la guerra y a sus efectos en las mentes creadoras. A los sobrevivientes que decidieron contar sus experiencias mediante la palabra se les llamó 'hibakusha'. Ellos fueron los que sublimaron la tragedia a través del ejercicio de la poesía y la literatura. Hay muchos exponentes de esta literatura, pero Tsutomu Yamaguchi puede que sea uno de los más icónicos. Fue, de hecho, el último sobreviviente oficial y el único que vivió ambos ataques, primero en Hiroshima y tres días después en Nagasaki, su ciudad natal. Escribió sobre la misma calamidad en dos ocasiones y en dos contextos. «He muerto dos veces y nací dos veces en esta vida, tengo que contar ese hecho de la historia antes de morirme», repitió Yamaguchi, de manera íntima, haciendo de la escritura su rito secreto de reintegración y de recreación a partir de las ruinas de su vida y de su historia, la de su patria. La poesía le colocó un nombre a la bomba, y la destrucción que dejó a su paso también despertó, entre sus víctimas, un sentido poético.

50 años del “Golpe”: Monstruos del pasado y fantasmas del presente

El Golpe sigue dividiendo. Eso es un hecho. La división se anuncia con mayor estridencia en el aniversario número cincuenta. Ya se están escribiendo suficientes páginas y se está produciendo suficiente contenido para mantener viva la memoria, cual rito inscrito en el inconsciente colectivo. La mitad de un siglo y los viejos relatos permanecen, porque sus intérpretes y protagonistas todavía recuerdan, retrotraen la memoria sobre esos acontecimientos según de qué lado de la historia estaban. Es un ejercicio mnemónico y, al mismo tiempo, de profunda sublimación. Sin embargo, detrás de ese ejercicio se destapa, una vez más, el hervidero de los conflictos irresolutos, remanentes de un contexto geopolítico del que Chile fue el blanco privilegiado, en el fuego cruzado de las potencias hegemónicas de la Guerra Fría.

De cierta forma, es comprensible. No es fácil abstraerse. Es más, sería contraintuitivo hacerlo, cuando has sido testigo directo de los hechos que involucraron el 11 de septiembre del 73 en nuestro país. Muchas personas, según su filiación política, guardan celosamente su postura sobre el Golpe, porque les toca la fibra sensible y pareciera que, por más que se busque un punto intermedio o un matiz en esa narrativa, ellos persistirán, por una cosa ética, humana, en su militancia. Se trata de un compromiso con su propia historia respecto a la historia vivida en Chile. Cosa respetable. Aun así, ha habido voces que últimamente se han pronunciado sobre aquella paradigmática fecha, aunque con un ánimo beligerante, demostrando, con ello, que una presunta reconciliación nacional resulta, no solo inviable, sino que indeseable, y está, en el fondo, lejos del horizonte de expectativas tanto de la izquierda como de la derecha, y yo diría que incluso tanto del gobierno como de su oposición.

Así, por ejemplo, el hijo de Manuel Contreras, (sí, el hijo del “Mamo” Contreras) había posteado en su twitter que “combatiría a los comunistas y marxistas de mierda hasta que nuestra Patria y Chile sea libre, tal como en el juramento a la bandera un 9 de julio de 1979”. La reacción de gran parte de la izquierda no se hizo esperar. Y no es para menos, cuando se azuza la bandera de los viejos odios con total desenfado. En este punto, habría que preguntarse ¿a qué comunistas y marxistas dice combatir? ¿Cuáles? ¿Acaso se referirá al gobierno de Boric y sus secuaces? Si fuera así, Contreras estaría confundido en los términos, porque el gobierno de Boric no es ni por asomo un gobierno comunista ni marxista. Es más, en estricto rigor, Boric está siguiendo la misma línea “continuista” del modelo neoliberal que ya trazó anteriormente la Nueva Mayoría y la Concertación, muy alejado de las premisas revolucionarias del marxismo, incluso del PCCH clásico.

Ahora, ciertos sectores de la “nueva derecha”, han salido a defender de manera indirecta al “Mamo”, aludiendo a un “marxismo cultural”. Eso también es sesgado y falto de rigor. El progresismo internacional solo es posible en sociedades con democracias liberales y no en regímenes socialistas y comunistas. Es cosa de analizar brevemente el escenario sociopolítico de Canadá y de Corea del Norte para desmentir, de inmediato, que el marxismo tenga siquiera algo que ver con el progresismo impulsado desde Occidente. Por lo tanto, es posible afirmar que el hijo de Manuel Contreras, movido por un “monstruo” que solo ruge su bajo su cama, está combatiendo marxistas fantasmas, que ya no existen en Chile y, muy probablemente, tampoco en el mundo occidental. Al menos no con la contundencia ni con el poder que pretenden achacarle.

A todas luces, muchos de los que atacan a Boric lo hacen llevados por sus propias distorsiones cognitivas y prejuicios erróneos. No saben identificar siquiera al enemigo real de Chile. Apuntan a un monstruo para, en el fondo, confirmar su propia ideología. Otro tanto pasa con el bloque izquierdista. Por ejemplo, Cristián Warnken, hace unos días, envió una carta al presidente, en el que hizo un llamado a la izquierda a “cerrar el duelo”, con motivo del aniversario del Golpe. De paso, se refirió a la salida de Patricio Fernández como coordinador de las actividades en la conmemoración, llamándolo “la primera víctima de la hoguera inquisitorial de los dueños de la verdad”. La reacción de ciertos izquierdistas pro gobierno e izquierdistas a la contra fue contundente. Repudio absoluto a los dichos de Warnken, quien se ha vuelto, de un tiempo a esta parte, un auténtico “Judas” sobre el cual cada tanto algunos vuelcan toda su miseria y su falta de templanza. Puede que la intentona de Warnken en vías de una reconciliación sea torpe por ingenua, por no comprender aún el espíritu político radicalizado que posee a gran parte de sus compatriotas, pero eso no lo hace, ni por mucho, un “cómplice de la dictadura ni de los milicos” como algunos maniqueos intentan señalar. En esta verdadera cruzada por la justicia y por la verdad, cierta parte de la izquierda, en su carencia de autocrítica respecto a la historia chilena, ha velado, en cambio, por el ajusticiamiento y la búsqueda ciega de chivos expiatorios. Es francamente patético.

El asunto es que los monstruos del pasado siguen latentes, a tal punto, que han llevado a gran parte de los actores políticos a combatir a verdaderos fantasmas en el presente. Por una parte, cierta izquierda sigue empecinada en derrocar “el legado de Pinochet” que desemboca en el neoliberalismo de los Chicago Boys. Por otra, cierta derecha continúa en su paranoia anticomunista, en ocasión de que el comunismo ya no existe como tal, al menos no como amenaza real. Hemos visto cómo la propia indumentaria del presidente Boric emula la de Salvador Allende, en una recreación o pantomima kitsch del viejo líder de la izquierda socialista de los setenta. Así mismo, ciertos derechistas han pretendido, últimamente, reflotar a Pinochet, jugando con la idea de un nuevo Golpe de Estado y aludiendo a una idealización de su figura. Allende y Pinochet se han vuelto dos figuras arquetípicas de la fractura nacional. Ángel y demonio, según el color político. Lo cierto es que no habrá jamás un nuevo Allende ni un nuevo Pinochet. Hoy, el auténtico monstruo tiene muchas cabezas y muchos rostros. Tampoco habrá ningún salvador mesiánico.

Es toda esta confusión e ignorancia la que, a mi juicio, le impide a Chile entrever otra posibilidad de hacer historia, porque está empantanado en los mismos conflictos divisorios muy bien propiciados por las frondas aristocráticas que imperan sobre la patria y las elites globalistas que los secundan. Divide et impera. Parece un mantra del siglo XXI. Mientras el primer mundo enfrenta un escenario de polaridades y multilateralismos, Chile sigue atrapado en un bucle de derrotas y venganzas del que no se avizora una solución diplomática. Las fuerzas políticas del presente siguen sin entender que solo una posible unidad de la nación podría hacerle frente a ese enemigo internacional y globalista que ya está empezando a vislumbrarse en sectores antisistema de lado y lado. Bajo el tutelaje de los poderosos, la población sigue enfrentada entre sí misma, en una lucha fraticida, asestándole a sus propios fantasmas, inspirados en los monstruos del pasado. Una nación en constante guerra interna está imposibilitada para combatir a un enemigo global, por lo que achacar “todos los males de Chile y el mundo” solo a una parte de esta Hidra, solo a un polo del poder, redunda en una enorme falta de comprensión sobre el verdadero conflicto planetario que vivimos hoy. Urge cohesión y comprensión. Sobre todo, cohesión y comprensión patriótica.

Walter Benjamin escribió sobre el tiempo y la historia a partir de un cuadro de Paul Klee, el “Ángelus Novus”, que representaba al “ángel de la Historia”. Según él, su rostro miraba hacia el pasado, pero sus pies acumulaban las ruinas de una catástrofe: “El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas… Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro”. El tiempo histórico vuelve, y con él, sus cadáveres, sus ángeles y sus demonios. La idea misma de futuro carga con el sedimento de lo recurrente, pese a su concepción lineal, sobre todo cuando trae consigo heridas, traumas y estigmas que, lejos de cicatrizar, supuran en el devenir y en la contingencia. Nada parece superado cuando todavía se carga con muchas cuentas pendientes y muchos muertos a cuestas. Se ve lo que se podría llegar a ver y se mira, al mismo tiempo, lo que fue y lo que pudo ser. Esa misma mirada persiste, todavía, en la memoria y la consciencia de los chilenos a 50 años del golpe. Mientras permanezca, el “ángel de la historia” en Chile continuará en un espejismo, incapaz de invocar un nuevo horizonte.


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