viernes, 13 de mayo de 2022

Ópera prima (cuento)

Era el día del lanzamiento de su primer libro. Se trataba de la culminación de casi una década de trabajo. Con esto daba por cerrada una primera etapa de incursión en la prosa, marcada por años de indecisiones vitales, aunque también de importantes disyuntivas e intensos períodos de hedonismo e irresponsabilidad. El libro había sido requerido por amigos y por conocidos. Esa lectura sirvió en cierta forma como un catalizador, tras años de incertidumbre en torno a la necesidad de publicar. ¿Era el móvil interno de autorrealización el que le llevó a ese lanzamiento o, sencillamente, el deseo encubierto de aprobación en un medio tan pequeño como endogámico? Fuese de la forma que fuese, el libro era una realidad y ahí estaban los ejemplares, al fondo del salón, sirviendo de vitrina para el mundo. Una cámara no dejaba de filmar la lectura, mientras comenzaba a introducir el libro, para luego leer algunas de aquellas memorables crónicas. El sujeto de la cámara era el mismo que había hecho todas las gestiones para conseguirle el espacio y poder concretar el lanzamiento. A él le debía la posibilidad de este evento. A él le debía estar agradecido por ver cumplido un sueño o, a lo sumo, un pequeño paso a través de un umbral, un oasis para aplacar la sed en medio de un desierto de infamia y anonimato.

Todo era satisfacción y tranquilidad durante esos instantes de plenitud. Se sintió totalmente ovacionado, a sus anchas, pese a lo modesto del espacio y de la convocatoria. Se sintió perdiendo alguna suerte de virginidad literaria, a pesar de sus años de circo. El sujeto encargado de presentar su libro en aquella ocasión era un amigo, un cuentista ingeniero. Él, por solicitud expresa de su parte, fue quien le escribió el prólogo y se dignó a leerlo frente a todos los invitados. Antes de que comenzara su intervención durante la lectura, se asomó por el pasillo la figura de una misteriosa mujer, a través de la ventana, a un costado derecho del salón. La mujer llegaba tarde al lanzamiento. Al entrar al salón, él la observó rápidamente, mientras buscaba algún asiento. Parecía compenetrada con la lectura. En algunas ocasiones, reía. En otras, permanecía seria. Acabada la lectura, sin embargo, todos aplaudieron, menos ella.

Durante el break, los invitados fueron a servirse un café. Él disfrutaba su minuto de fama, vendiendo ejemplares y realizando firmas. La mujer, mientras tanto, conversaba con los suyos. Había que esperar la última parte del show, una intervención mezcla de música y teatro. Sobre el mesón en el cual leyó el libro, había una juguera repleta de un líquido color sangre. El espectáculo montado fue experimental, intercalando música ambiental y trasfondo dramático. Durante el lapso del show, la mujer parecía imbuida en la obra, aunque totalmente abstraída. Por supuesto, se sentó lejos del escritor, evitando cualquier contacto que pudiera sugerir algo más.

Al terminar el show, bajaron todos los invitados y se propusieron ir a beber, en una suerte de carrete improvisado. El escritor iba con algunos amigos. La mujer iba por la suya. El amigo cuentista ingeniero, por su parte, había tomado otro rumbo. Eligieron el primer local a la bajada del cerro. Allí se instalaron y bebieron para brindar por el mágico evento. La mujer se había sentado a un costado de la mesa grande, vacilando la racha a su manera, procurando estar conectada con el panorama festivo, aunque tampoco demasiado cerca de la estrella de la noche. No quería insinuar nada. El escritor disfrutaba su momento, pero también hacía su parte, sin dejar de perder de vista a la mujer misteriosa, que bebía y fumaba con desenfreno.

No pudo recordar si fue a otro local o fueron a bailar, después de beber. Lo único que el escritor supo fue que pidieron un uber para ir a la casa de la mujer y rematar el carrete allá. Ya era de madrugada. Se habían ido junto a una amiga en común, otra poeta del medio. Al llegar a casa, bebieron más cerveza y siguieron conversando. La mujer se mostraba muy desenvuelta, a la vez que conversaba largo y tendido con la amiga. El escritor también estaba entusiasmado, hablando con ambas, pero pronto, ya avanzada la noche, se cansó de beber y le entró el sueño. A pesar de estar viviendo su mejor momento, y de tener a su lado a dos hermosas mujeres, había preferido, por fin, irse a dormir como los reyes después de la ovación del pueblo. Ya era suficiente. Ya había tenido mucho, porque, para él, a pesar de la bohemia, a pesar de la locura, también había un límite.

La mujer, muy atraída, no quería que el escritor se fuera tan temprano a dormir. Los años de circo le estaban pasando la cuenta, pero a ella parecía no importarle. De todas formas, fue a dormir solo. Entonces, la mujer y su amiga poeta se quedaron un rato conversando y bebiendo lo último que quedaba de copete. Al rato, el escritor, medio embotado, sintió que la amiga partió a la otra pieza y la mujer entraba en la cual estaba él, a punto de quedarse dormido. Fue lo último que sintió antes de caer definitivamente preso del cansancio. Pestañeó un par de veces, y a su lado había un bulto envuelto con el cubre camas. Pensó inmediatamente que se trataba de la mujer misteriosa con la cual había tenido, todo este tiempo, un romance fugaz a escondidas del medio literario. Cuando estaba a punto de abrazarla, golpearon a la puerta del dormitorio. El escritor se levantó para ver quién era y, para su sorpresa, se trataba de aquel hombre, aquel sujeto que lo había ayudado con el espacio para el lanzamiento de su ópera prima. Al ver que el escritor estaba ahí en la pieza junto a la mujer, se quedó paralizado, pero, a los segundos, se dio vuelta y los dejó solos. No dijo una sola palabra, y el escritor estaba demasiado embotado como para siquiera reaccionar. No lograba entender nada de lo que estaba pasando. Así que fue con la mujer para intentar despertarla y contarle lo sucedido. Miró repentinamente hacia el espacio de la ventana de la habitación que no cubría la cortina. Era el sujeto de nuevo, asomándose, invadiendo la privacidad de los amantes.

Al salir de la habitación para increparlo, el sujeto había desaparecido. El escritor retrocedió de vuelta a la cama con la misteriosa mujer, pero ella ya no se encontraba en su lugar. Asustado, fue a la habitación contigua donde supuestamente se encontraba la amiga durmiendo. Tampoco había nadie. Entonces, al escritor le empezó a dar una jaqueca infernal y le invadió, de pronto, una tremenda angustia. Tan fuerte era el dolor que sintió la pérdida del control sobre sus propios pensamientos. Volvió a la habitación en donde se había acostado con su amante y, al mirar al espacio de la ventana, apareció el sujeto. Estaba ahí, filmándolo con una cámara, al medio de un salón. El escritor no dejó de mirar, desesperado, mientras lo seguía filmando, sin decir una palabra. Miró hacia todos lados y se encontró otra vez en la presentación de su libro. Una vez comenzada la presentación de su ópera prima, entró de nuevo al salón la misteriosa mujer, tarde, apurada, buscando un puesto privilegiado. Sin embargo, esta vez, acabó sentándose mucho más atrás, cerca del sujeto de la cámara. Este seguía filmando todo. Extrañamente, no había más invitados. Tampoco estaban los libros. Solo era el escritor, el sujeto de la cámara y la mujer, muy al fondo del salón. Lo observaban con una mirada cada vez más inquisitiva, y él estaba demasiado confundido como para continuar, una vez más, con la lectura del libro que le habían encargado escribir. Después de seguir leyendo a tientas aquellas interminables páginas llenas de visceralidad y confusión, se dio cuenta que no podría terminar hasta lanzar, por fin, para capricho de los editores, la novela sobre el romance más tóxico de la poesía porteña.

Caja de Pandora (poema)

Han abierto la compuerta que nunca debió abrirse, querida
Pero la esperanza no quedó dentro de la caja
Tal vez siempre estuvo en otra parte
O, como dijo Franz Kafka, la hubo, infinita
Pero jamás para nosotros.