sábado, 6 de julio de 2024

"Cabalgando el trueno metálico": Cuarenta años de "Ride the lightning" (1984) de Metallica.

Cuando escuché por primera vez el Ride The Lightning de Metallica, sabía que había allí algo muy distinto, mucho más profundo y oscuro que los discos posteriores de la banda californiana. Hasta ese entonces, no tenía noción de la "época de oro" de Metallica y, por extensión, de la época de oro del thrash metal y el heavy metal en general. Me perdía un universo subterráneo de virtuosismo, intensidad y misticismo. Me perdía la propia época de los ochenta.

El primer álbum que escuché fue el "Justicia para todos". Me voló la cabeza su velocidad, su potencia y el tecnicismo de sus canciones. Fue ese el cassette que me condujo luego a los tres primeros álbumes, los más clásicos. Así fue que descubrí el segundo disco, el de la "silla eléctrica" como le decían algunos, a mi juicio, el mejor disco de los legendarios Metallica.

Aquel disco era el "Ride the lightning" que, en español, se podría traducir como "Montando el rayo". Sin duda, un mazazo de potencia sonora que desplegaba una atmósfera densa y, al mismo tiempo, un apartado lírico repleto de referencias literarias. Y es aquí en donde quiero detenerme.

¿Qué era lo que hacía tan bueno al álbum, más allá de su aspecto técnico y su poderosa propuesta musical? Era, a mi juicio, el imaginario de sus canciones. Es sabido, para los conocedores de la historia de la banda y para los amantes del metal, que Cliff Burton era un acérrimo lector y un confeso fanático del universo de H.P Lovecraft, el maestro del horror cósmico materialista.

No hay suficiente consenso al respecto, pero todo apunta a que fue el propio Burton el que introdujo al resto de la banda, especialmente a James Hetfield y a Kirk Hammett, a la literatura gótica y a la literatura de terror. El propio Hammett recordaba a Burton como un lector voraz, en una entrevista para Paul Rees, de Classic Rock:

“Estábamos en la quinta planta del edificio. Tenía un trozo de espuma en el suelo a modo de colchón, con mi saco de dormir tendido encima y mi chaqueta de cuero como almohada. Me instalé justo al lado de Cliff y él estaba leyendo un libro de 'Dungeons and Dragons', 'The Call Of Cthulhu'”.

Las declaraciones de Hammett dejan en evidencia la afición lectora de su fallecido amigo Burton. Sin embargo, no hay claridad con respecto al libro que leyó en aquella ocasión. De todas formas, queda patente la inspiración lovecraftiana, en el propio tema instrumental que cierra el disco, llamado "The Call of Ktulu". El tema, de hecho, iba a llamarse When Hell freezes over, pero, por petición del propio Burton, fue renombrado con aquel título, dotando a la obra de una mayor épica y entidad.

Ahora, se preguntarán ¿por qué Ktulu, y no Cthulhu, como el nombre original del Dios primigenio? Porque los propios integrantes, tan imbuidos por el horror cósmico, pensaban que podrían invocarlo si describían correctamente su nombre. Se trata, en todo caso, más de una leyenda que de un hecho, aunque, de ser verdad, sería una interesante anécdota que prueba el grado de influencia que tuvo Lovecraft en el arte de la banda.

En aquel tiempo, no era Cliff Burton el único amante de la literatura. Era el más cercano al genio de Providence, pero el resto de la banda también aportó al imaginario lírico. El propio concepto del disco, "Ride the lightning" fue pensado y concebido por Kirk Hammett, luego de leer una novela de Stephen King.

Dicha novela se llamaba The Stand, de 1978, y estaba ambientada en un mundo post apocalíptico azotado por una devastadora plaga mundial ¿profecía o coincidencia con el reciente covid 19? La cuestión es que Kirk Hammett, en entrevista con Rolling Stone en el año 2014, reveló una anécdota que explica cómo se inspiró para pensar en el nombre del disco:

“Había un pasaje en el libro en el que estaba un hombre en el corredor de la muerte y se encontraba esperando a “controlar el relámpago” [Ride The Lighting]. Recuerdo haber pensado, WOW que buen título para una canción. Se lo comenté a James y terminó siendo el título de la canción y del disco”.

En definitiva, el nombre del álbum se inspiró en Stephen King y el tema final del disco en HP Lovecraft. Una proeza metalera en homenaje a la literatura de terror. A mi parecer, hubiera sido mejor nombrar al disco con una referencia directa a Lovecraft. Sin embargo, creo que el concepto inspirado en King calzó mejor con el concepto general del disco. En este caso, el imaginario de ambos autores cobró relevancia en la idea fuerza, en esta evocación de lo misterioso y lo desconocido y, además, en esta cuestión de la guerra como representación del lado oscuro del ser humano.

He aquí donde viene a cuento una canción clave dentro del disco. Si de guerra hablamos, la historia detrás del clásico indiscutido “For whom the bell tolls” resulta fundamental para comprender la inspiración de la banda y el trasfondo general del álbum. El título del tema proviene directamente de la novela homónima de Ernest Hemingway, publicada en 1940. Recordemos que la novela representaba las vivencias que tuvo el propio Hemingway como corresponsal durante la Guerra Civil Española, dándole el toque literario a los terribles hechos ocurridos en Sierra de Guadarrame en Madrid.

El nombre de la novela de Hemingway provino, a su vez, de unos versos del clérigo y poeta inglés John Donne. En su obra “Devotios upon emergent occasions” (Devociones sobre ocasiones emergentes), Donne escribió las siguientes líneas: “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”. Las campanas siguieron sonando durante siglos, para servir de inspiración a Hemingway y, luego, a Metallica. Una profunda red de influencias nos habla de una conexión íntima con la literatura bélica del siglo XX y con la poesía metafísica del siglo XVII.

“Ride the lightning” reúne, en un mismo asalto sonoro, en un mismo relámpago metálico, a cuatro grandes autores de la literatura norteamericana e inglesa: John Donne, H.P Lovecraft, Ernest Hemingway y Stephen King. El resultado es tan estrepitoso como elevado, tan avasallante como solemne. Hay una metafísica, un imaginario e incluso una poética en el disco que, de alguna forma, consolidó una manera de pensar el metal, más allá de los tópicos manidos de cierto “satanismo” y cierta obsesión con lo maligno. Por todo eso, se le recuerda como una obra magna del thrash metal de los ochenta, que expandió sus límites y posibilidades.

Los creadores, los verdaderos seguirán “montando el rayo”, el rayo divino de la inspiración o el rayo de la muerte, para trascender su propia condición mortal, su propia obsolescencia frente a lo inmenso.