domingo, 24 de abril de 2022

Y para prolongar el insomnio de domingo, un fragmento de otro proyecto de libro en curso de "relatos oníricos", work in progress:

“La realidad es un sueño de la mente”. Mircea Cartarescu

Todo comenzó corriendo a esconderme en un hotel de formas irregulares. Había que esconderse porque alguien me seguía, porque alguien se atribuyó el hecho de ordenar mi persecución. El hotel al cual acudí tenía bar. Me escondí a un costado de una escalera de acceso en forma de caracol. Pronto comenzaba una fiesta al fondo de un salón. Su entrada era elegante pero su interior escondía ese mismo magnetismo de aquella disco porteña, llena de máscaras y tabúes. Mucha penumbra, y una luz algo verde. No se veían sus siluetas, pero estaban ahí. Seguía escondido. Pero la única cosa que advertía mi presencia en ese lugar ruidoso, era la emanación culposa venida desde el inconsciente.

Al rato que busqué esconder aquella emanación para sobrevivir a la realidad del sueño, comenzó otra escena en otro plano. En esta se aprecia la preparación de una realización cinematográfica, con escenas piloto sobre personajes de una serie a punto de estrenarse. El estudio apenas se vislumbraba entre la niebla que ahí reinaba. El estudio comenzaba a desplazarse conforme se fundía en el sueño y se avanzaba hacia otro espacio dentro de aquella dimensión. Fuera de ese lugar, en otra escena, buscaban a algunos sujetos en el cerro que parecía ser el de la infancia. No se sabe con qué fin aquellos perseguidores lo hacían verdaderamente. Llegó un momento en que pude salir del escondite eterno en el que me hallaba, para ir en busca de aquellos que habían osado buscarme, arrogándose un poder temerario. A medida que bajé por ese cerro de la infancia para enfrentar a los perseguidores, volvía lentamente a la escena del principio y bajaba nuevamente las escaleras de caracol de aquel bar. La fiesta estaba terminando.

Fuera del hotel disco, emanaba un gas espeso parecido al de las lacrimógenas arrojadas por los zorrillos en las calles. No causaba su efecto, pero permitía que los perseguidores salidos desde la bruma hicieran su sucio trabajo y prosiguieran en su búsqueda frenética. En tanto una sombra que me acompañaba al exterior se desvanecía (la sombra de una mujer que siempre vestía de negro), la gente que provenía de la fiesta se hacía cada vez más indistinguible la una de la otra, hasta formar una sola masa negra andante, informe, que se volcaba lentamente hacia afuera para confundirse con la toxicidad del ambiente. Apenas se produjo la fusión de la masa con lo negro de la noche, justo fuera del hotel los perseguidores se devolvieron, y regresé a un plano indeterminado del sueño, del cual no guardo otro recuerdo que esta reelaboración.

Posteriormente, al volver a otra escena con la luz verde en mitad de aquella fiesta (apagándose junto con los ojos penetrantes de aquella muchacha de negro), regresé a la nada de mi ensoñación, pero, conforme cerraba los ojos, supe que los personajes buscados por los perseguidores provenían de latitudes diferentes. La idea de perseguir a estos personajes con un fin punitivo, o bien, para reclutarlos como personajes de una macabra serie onírica ¿Implicaba necesariamente que fueran a perseguirse entre sí? ¿O implicaba que entre ellos también hubiese perseguidores y perseguidos? ¿Y todo lo referente a la serie o a aquella tétrica fiesta no fuera otra cosa que una proyección sobre la imagen de los otros? El sueño iba agonizando a medida que esta interrogante adquiría mayor fuerza. Desperté con la idea fija de sacudirme la paranoia con agua fría en el baño, estirando mi lánguida cara frente al espejo. Esa expresión era la de la máscara, la de la mirada de luces verdes, símbolos de la desintegración.