martes, 15 de enero de 2019

El arquitecto y experto en jardines japoneses, Juan Manuel Gálvez, luego de cachar que la gente en la reinauguración del Jardín Japonés del Parque Metropolitano de Santiago se limitaba a sacar selfies, a usar los charcos de piscina y los patios de cancha: "por mucho que yo quisiera que el chileno se transformara en japonés, eso no va a suceder". Para el loco, la imagen más triste y fuerte fue la del jardinero en la mañana al día siguiente de la reinauguración. "Quiero que la gente se vaya. Nadie debería perturbar el silencio".
Fui a una entrevista en el Colegio Pan American de Viña. El que me atendió fue un psicólogo. Durante la entrevista, y luego de una serie de preguntas curriculares, metodológicas y personales, me pidió que dibujase una figura humana en una hoja de oficio. La forma de esta figura acabó siendo la de una especie de artista marcial con rasgos orientales. Al notar esto, el psicólogo me preguntó qué era lo que estaba haciendo el artista marcial. "Esperando algo", le dije. ¿Esperando qué? Volvió a preguntar. Miró por un instante el dibujo, con el ceño fruncido, y siguió escribiendo. Qué era lo que transmitía esa figura improvisada. Tal vez la proyección de un sentimiento de fuerza, encubriendo algo más profundo. Luego de ese primer dibujo, el psicólogo me pidió que dibujase al típico hombre debajo de la lluvia. "El clásico", le mencioné, en el momento que él iba haciendo una anotación evaluativa en su computador, seguramente describiendo una apreciación general en base a cada uno de mis dichos y de mis respuestas. Tenía en su momento la intuición de que debía dibujar al hombre debajo de la lluvia con paraguas. Recordando pruebas anteriores, esa había sido la tónica. El hombre, fuese como fuese, tenía que llevar paraguas. Pero esta vez, haciendo caso omiso de aquella intuición inicial, preferí dibujar al hombre debajo de la lluvia sin paraguas, solo protegido por un largo abrigo y una capucha negra que cubría toda su cabeza. A medida que dibujaba, no podía evitar los borrones y las tachaduras sobre la faz del rostro del hombre. Lo que permanecía menos acabado seguía siendo la lluvia y el contorno del ambiente que rodeaba al hombre en cuestión. El detalle completo terminó siendo una silueta algo oscurecida, con una expresión algo destemplada, pero igualmente guarecida, estática y mirando hacia el frente al medio de la hoja. Al acabar de dibujar aquel hombre se lo entregué rápido al psicólogo, obviando el hecho de que en el momento de la entrega, la inexistencia del paraguas iba a significar un elemento determinante en la evaluación. El psicólogo le daba unos últimos apuntes a su evaluación cuando recibió el dibujo y, acto seguido, afirmó que durante la tarde o a más tardar mañana me enviaría un correo para comunicarme el resultado final. En caso de ser positivo, tendría que asistir a una última instancia con la coordinadora del colegio, instancia que vendría siendo netamente administrativa y que ya aseguraría casi en un cien por ciento mi ingreso definitivo a la institución. Le doy otra vuelta al dibujo del hombre bajo la lluvia sin paraguas. Leo a posteriori que el paraguas funciona como defensa, como recurso frente a la adversidad. La inexistencia del paraguas en aquel dibujo y su reemplazo por la capucha seguramente le pondrá una cuota de incertidumbre a la cuestión. Aunque eso dependerá, finalmente, de la interpretación psicológica que le quieran dar a la escenita del dibujo en conjunto con la de la figura humana y la entrevista en su totalidad. Había estado buscando en mi cabeza al hombre bajo la lluvia definitivo, aquel que me aseguraría una plaza segura en la tempestad laboral, pero ese, ciertamente, no aparecía en el horizonte, así que me volqué por uno contraintuitivo. Mi arte, mi secreto y antiguo arte, como siempre, desafiando las expectativas, llegando al extremo de autosabotearse.