domingo, 18 de diciembre de 2016

Obsolescencia programada. El que inventó ese término de seguro era un poeta sin saberlo. Qué metáfora más perfecta de la propia vida.

Sobre no ser padre

Una chica en un local ayer, me hizo una pregunta capciosa, una pregunta que ya me han hecho repetidas veces, otras chicas, en otros contextos, en diversas situaciones: ¿Tienes hijos?. Ante la negativa, luego arremetía con otra pregunta aún más profunda: "¿Por qué no tienes hijos?". Pude en su momento esgrimir una serie de posibles respuestas a esa pregunta tan inusual, como: No resulta económicamente rentable en nuestro país desigual, no está dentro de los planes, no se ha dado la ocasión. Incluso la respuesta que excede lo personal, y que asoma incluso un punto de vista ideológico. No tener hijos como un combate a la sobrepoblación. Como una forma de darle un respiro al planeta, restando el número de humanos. Cuestión aunque inverosímil, plausible. En la mujer todo eso suele parecer un contrasentido. Un atributo extravagante. Algo que no se entiende de buenas a primeras. Todavía está instalado el dilema, entre el tener hijos por deber, por una cuestión biológica, o sencillamente por amor. Este último motivo resulta aparentemente puro, pero siempre viene aparejado de otra clase de factores. Factores que, en su mayoría, van revelándose casi de manera simultánea a la propia gestación. Al no dar con una respuesta satisfactoria a la pregunta de la chica, por inexperiencia en la materia o sencillamente falta de ideas, no me quedó otra que decirle que "no me nacía ser padre". La chica miró con cierto aire comprensivo, pero se le veía algo estupefacta, sorprendida, por la expresión de la respuesta. El no me nace ser padre. Ahí ya no se trataba de algo deliberado, sino que apelaba a una suerte de voluntad íntima, a una paternidad latente en alguna parte que por ningún motivo se manifestaba. La chica, ante eso, recuerdo que aclaraba que ella tenía tres hijos. La pregunta era en el fondo una proyección de su propia realidad. Lo curioso de todo es que, a pesar de su afirmación, va creciendo el número de mujeres que reniega de la maternidad como un deber, por el discurso feminista vigente y también por un creciente individualismo que lleva a priorizar la aspiración personal por sobre el yugo de la familia. El contraste estaba hecho. La chica, a pesar de todo, entendía el punto. Decía que era algo que no logró dimensionar en su momento. Que simplemente se dio. Nuevamente la apelación a una voluntad inconciente, esta vez con el motivo opuesto. Y eso es lo más extraño de todo: que la mayoría de las veces en esa materia no hay algo verdaderamente definido. Siempre resta una suerte de sombra. El punto es que la idea de tener hijos resulta todavía lejana, o quizá solo difusa, inconsistente. En realidad, toda idea sobre el futuro resulta así. Se carga con demasiado peso. Demasiada responsabilidad. Lo más sensato sería desprenderse de todo. Pero resulta fácil decirlo. Llegado el momento, nuestros errores acaban convirtiéndose en nuestro mayor orgullo. Proyectarlos sobre otra criatura empieza siendo una bendición pero acaba siendo una tarea titánica. La chica, luego de aclarar aquel punto, y ya acabando el motivo de la conversación, siguió su camino. Eso sí, con una remota posibilidad de contacto. En otro espacio, o quizá en otra vida, todavía nonata, como nuestro propio futuro.