viernes, 9 de septiembre de 2016

Apocalipsis pedagógico

El profesor de matemáticas hoy en la oficina, a propósito de nada, comenzó a hablar sobre el fin de los tiempos. Estaba convencido de que existen pruebas rigurosas, inclusive científicas, de que las profecías al respecto no fallan. Se refiere por ejemplo a la asunción de Obama como el "papa negro". Y luego de eso, su responsabilidad directa sobre la llamada Tercera Guerra Mundial. Cosa que, a su juicio, no ha sido declarada, al menos no oficialmente. Se refería también a las profecías de Nostradamus respecto a la situación insostenible del planeta y de la humanidad. Uno de los síntomas que advertía dentro de su charla era la futura miseria global que esa guerra provocaría, y que haría que los gobiernos mundiales se vieran obligados a subir los impuestos, lo que provocaría un colapso en la bolsa y una especie de catársis colectiva. "Es más difícil escapar de los impuestos que de la muerte", dijo entre sí como parafraseando a Benjamin Franklin. De pronto toda la oficina del instituto se volvía una especie de Salfaterama. Sin embargo, no dejaba de sonar inaudita la convicción con la que el profesor hablaba sobre el tema apocalíptico. Aclaró de antemano que no tenía nada que ver con la postura evangélica. Defendía su postura científica, matemática a ultranza. "Este es un tema serio", replicaba a cada rato. Uno mismo y las secretarias nos encontramos absortos en ese discurrir, mientras se dejaba sonar el timbre de forma misteriosa. El timbre para volver a clases. Algo parecido a la trompeta del apocalipsis. El juicio final en menor escala es lo que se vive con los cabros día a día. Tratando de forzar el curriculum a sus necesidades. Instaurando disciplina donde nunca la hubo. Un caos incontrolable a ratos, pero hermoso, al fin y al cabo. Es la única trinchera del profesor, pensé. Aunque acabe el mundo, una ética inexplicable le impide dejar la clase botada. Algo le impide dejar a sus estudiantes a la deriva, aunque el cielo mismo se estuviese cayendo a pedazos, aunque la bolsa de china desequilibre toda la economía, aunque los propios estudiantes se volviesen locos de remate. Tienen su propio apocalipsis pedagógico, día a día, dentro de su conciencia. Esa es su forma de desafiar la historia.

Ximena Rivera, póstuma

Ximena Rivera ayer en el documental durante la presentación de su obra póstuma: “La poesía, como cualquier acto de lo humano, es un acto de fe. A veces, un gran pensamiento también es un acto de fe". Por supuesto, no se trata de la fe en sentido religioso, sino que en el sentido de arrojo, apuesta, posibilidad. Sin embargo, sus dichos son la única forma en la que concibo, a estas alturas de la vida, tener fe.