lunes, 8 de octubre de 2018

Duelo a muerte (relato onírico)

Soñó que estaba en un tiroteo y era perseguido. La persecución daba lugar en diversos escenarios, entremezclados con parajes de su infancia, como la subida el Batán, conocida por ser antro de narcos de poca monta. Los personajes en esa contienda tenían el rostro de algunos conocidos, uno que otro amigo, pero era tal el nivel de inmersión que él no alcanzaba a distinguir a uno de otro, solo primaba el sentimiento de frenesí, la idea expresa de salir corriendo para armar alguna estrategia de contraataque, escondido entre medio de aquellos escenarios, para luego enfrentar a los otros en una carrera onírica por la supervivencia.

En ese impensado juego del hambre, se encontró a una chica que permanecía escondida a los pies de una gran edificación en el escenario que daba lugar a la vieja y destartalada subida el Batán. Su faz le recordaba a la de alguna ex compañera del colegio, pero apenas conseguía reconocerla con la máscara y el uniforme de combate. Temía que arremetiese en su contra. Sin embargo, al divisarle cerca, le indicó que se alejara. La razón no era personal, era netamente estratégica. El hecho de acercarse a ella la delataría. Algún otro agente dentro del juego acabaría con ellos en ese paso en falso. Al avistar a esta secreta guerrillera, de pronto, se vio transportado cual avatar de rol a través de la estructura de la vieja edificación.

A medida que ascendía inexplicablemente en ese trance involuntario, la sensación de paranoia iba creciendo. Las corazonadas de adrenalina iban seguidas de recuerdos más o menos traumáticos, cuestiones irresolutas que apenas pudo describir, como, por ejemplo, su extravío en el Jardín Botánico cuando era pequeño, aquella vez que perdió una pelota al jugar en el Parque Italia, a altas horas de la noche o el avistamiento de varias escenas de violencia en la calle después de algunas fiestas en Errázuriz, de las cuales apenas era un invitado de cortesía. Las imágenes se sucedían al tiempo que perdía la gravedad e iba corriendo por aquella edificación, temiendo un despelote mayor, en el momento que los personajes de este tiroteo bizarro se armaban para enfrentarse en una última batalla. El sigilo de estos era tal, allá abajo en los distintos escenarios, que avizoraba un caos tremendo. Conforme subía, ya no distinguía si ese movimiento sobre la edificación le llevaría a alguna parte o si era en realidad su mente la que, creando una ilusión, le proyectaba lejos de la inexorable batalla que estaba a punto de desatarse entre todos los personajes.

Llegado el momento, había que hacerle frente a la confusa situación y ajusticiar a unos cuantos idiotas que por ahí andaban pululando. Era una forma de sublimar el odio acumulado hacia ciertos sujetos que, alguna vez, formaron parte de su vida, pero, en cuanto se dispuso a atravesar el escenario del cerro, tal vez el más hostil, la chica aquella se abrió fuego con una pila de flaites, al fondo de lo que parecía un barranco. Cuando no quedó ninguno, apareció de pronto un último contrincante, el más duro. Tenía la pinta de esos aparecidos arrogantes que, en todo momento, intentan arrastrar al resto hacia su influencia. Una mezcla entre el pesado del curso y el líder negativo. No recordó quién de su vida real se asemejaba a este oscuro personaje, pero lo único seguro fue que ocurrió una balacera a muerte entre este loco y la chica. Escondido detrás de una cerca, aún con la ensoñación y la paranoia recorriéndole por entero, se arrojó a la intensidad del momento, embargado por aquella experiencia extrema. Cuando el tipo duro consiguió divisarle, estando a punto de la ejecución, la chica aprovechó el descuido del sujeto para rematarlo en el acto con el fuego de su metralleta.

De repente, era solo él y ella. En el cerro no quedaba nadie excepto las mismas casas eternas de aquellos entonces, transformadas en trinchera de ajusticiamiento. Ella comenzó a apuntarle sin decir otra cosa. Lo hizo él también con una especie de revólver que había recogido de entre las tantas bajas humanas. La tensión crecía conforme ninguno de los dos se disponía a disparar. A medida que la expectación por el disparo aumentaba, el escenario se iba haciendo más difuso, hasta destruirse de tal forma que solo se apreciaba un prolongado barranco por donde caían cuerpos. Cuando ya era el instante decisivo, el instante de la ejecución, apareció, en medio de la tensión del silencio, la posibilidad de resolver el conflicto transando alguna palabra, algún mínimo diálogo diplomático que evitase el baño de sangre. En el fatídico instante que surgía esa posibilidad, la mirada de su contrincante acusó la suya, apretaron el gatillo al mismo tiempo, y el sueño acabó, en el momento que los disparos atravesaron la carne.
No sé, debe haber algún goce adrenalínico en el loquito que vitorea al wander en plena calle con una báltica en mano, y a un par de cuadras de la comisaría. Alguna gracia debe tener ese vitoreo escandaloso.