lunes, 9 de octubre de 2017

Para Lester Bangs, 1973 fue el año en que murió el rock and roll. Casualmente en esa época fue también el golpe militar.

Artés, nuestro Capitán Nemo

El Capitán Nemo en Veinte mil leguas de viaje submarino. Un personaje romántico, obsesionado por un misterio encausado en la ciencia, explorando lo desconocido en su submarino Nautilus, también yendo en ayuda de los revolucionarios griegos de la época, y vengándose de todos los invasores ingleses por arrebatarle su antigua vida. A raíz del debate de los presidenciables, caímos en la cuenta con un amigo que el clásico personaje de Verne podría ser algo así como un arquetipo del idealista, similar a lo que fue la figura del Quijote en su tiempo. Artés, el más utópico de los presidenciables, sería, de ese modo, un auténtico "Capitán Nemo eleccionario", montando dentro de su propia ideología como dentro del Nautilus, su proyecto de sociedad temerario, sin lugar en una realidad funcionalista, atravesando un océano de tecnocracia y conformismo sin un programa inmediato, solo con la pura respiración de su espíritu. Se sabe destinado al fracaso, pero lo hace para apostar por un futuro remoto, algo tan literario como incierto. Su lema "Volver al futuro es volver al socialismo", sería el epítome de aquella propuesta. Una paradoja temporal, resuelta en la osadía de su sueño político. Porque al final, solo dejándose sabotear en el fondo del océano, diluyendo su influencia por completo, encuentra algo parecido a una meta. Sabe que su lugar estuvo siempre en las profundidades, jamás en la superficie.

Encuentro de Dos Mundos

En las efemérides del instituto aparecía mencionado el calificativo para estas fechas: Encuentro de dos mundos. ¿Desde cuándo habrán cambiado el clásico “Día de la Raza”? Resulta previsible el motivo del cambio, de acuerdo a la corrección política, en el cual el eufemismo cobra la forma de una nueva identidad semántica. Aún así, el nuevo calificativo continúa sonando vacío, meramente superficial. ¿A qué clase de encuentro se refieren? En el colegio me acordé que celebraban el famoso día y pedían imaginar cómo habría sido el arribo de Colón a suelos americanos. Uno de los compañeros me mostraba un dibujo que había hecho. Era un enfrentamiento caricaturesco entre españoles contra indígenas con metralletas y explosivos. Un dibujo pasado a videojuego. En su batalla ficticia, los indígenas parecían ir ganando por masacre, pero los españoles seguían aguardando mar adentro, planeando una venganza subrepticia. Años más tarde, escribo una tesis sobre la novela Los perros del paraíso de Abel Posse, en la cual el autor precisamente lo que hizo fue reinterpretar, en forma de parodia y versión carnavalesca, el hecho del “descubrimiento”, desde la nueva novela histórica. Así, América sería su propio pandemonio, al constituir el escenario en el cual la búsqueda colombina del paraíso terrenal fracasa, opacada por el contrato comercial y religioso de la Corona. La palabra encuentro entonces ya no es solo vacía, sino que además genera un ruido. El encuentro no fue neutral, ni mucho menos, sincrético. Ante la vacilación por esa palabra, es obvio que tampoco se puede volver a la antigua denominación por sonar demasiado racista para las mentes susceptibles. El problema en la interpretación de aquel evento persistirá, en el fondo, porque cualquier denominación que se proponga no será suficiente. Día de la Raza suena violento. Encuentro de dos mundos no, pero insiste en invisibilizar la naturaleza de aquel encuentro, merced a un progresismo sin el rigor ni la memoria necesaria. Otros países, en cambio, como Nicaragua o Venezuela hablan del Día de la resistencia indígena, tomando partido abiertamente por lo que ellos llaman las “víctimas de la colonización occidental”, inspirados tal vez por un espíritu de insurrección antiquísimo. De esa forma, se sigue en un limbo general de la significación, sin diálogo ni consenso posible. En lugar de revelar otra mirada se sigue escondiendo y encubriendo la verdad sobre aquel viejo y paradigmático 12 de Octubre. Resulta algo delicado, en suma, nominar un hecho como el del “descubrimiento” sin dejar de lado la sombra del concepto. El equilibrio en este punto resultaría igualmente cómplice. Por eso autores como Posse insistían en la ficción, porque la verdad de América simplemente constituye un abismo en la historia universal. Un abismo aún insondable, todavía demasiado hondo para indagar en sus secretos y recovecos. Tenía razón Edmundo O Gorman, en este punto, al señalar que América no fue realmente descubierta, sino que fue más bien inventada. Su invención habría inaugurado el conflicto, pero hay algo en ella que se resiste aún a ser nominado, pese al paso inexorable del tiempo. Esa resistencia no sería otra cosa que el infranqueable rostro del otro.