miércoles, 12 de diciembre de 2018

Cursos SENCE

Tocó ir a Quintero para unos cursos de capacitación laboral dirigidos por el SENCE y ejecutados por una OTEC. La primera reunión tenía en realidad un carácter logístico. Era para coordinar el desarrollo de los cursos con los alumnos y el colega del módulo técnico industrial. "Estamos lejos de la zona de sacrificio", mencionaba el encargado de la sede. A propósito de esto, explicó que algunos de los alumnos vienen desde las propias faenas costeras. Luego me preguntó de dónde venía. Le decía que del puerto. "Ah, parece que por allá también está la crema", volvía a mencionar el hombre, aludiendo el tema portuario, tema que seguramente serviría para contextualizar el fondo de todo el proceso. Ante la demora del colega y los alumnos, me hizo pasar a la sede a un costado del pasaje, pero resultó que estaba ocupada por otro profesor que dictaba clases para el FOSIS, unos programas de ayuda para el emprendimiento. En eso llegaba el gerente comercial de la OTEC con la secretaria. La hora de la reunión se acercaba pero aún no había rastro de ninguno de los citados. Se les esperó entonces afuera de la sede, confiando en que irían llegando conforme fuera avanzando el tiempo. No faltó mucho para que llegara el colega técnico. Al rato fueron llegando unos cuantos alumnos de localidades próximas. Y, de un momento a otro, se dio pie a una reunión improvisada en pleno pasaje, merced a la descoordinación con el FOSIS y a la premura por comenzar los cursos, que ya se habían atrasado más de un mes por culpa de plazos y trámites demasiado enrevesados para ser explicados aquí. 

La reunión consistía, de acuerdo al gerente de la OTEC, básicamente en presentarse, explicar a grandes rasgos los módulos, dudas consultas, y, acto seguido, entregar los datos restantes de inscripción. Un cabro de por ahí cerca decía estar interesado en el tema del diseño y el manejo industrial porque trabajó un tiempo en construcción, y necesitaba más experiencia, además de unos cuantos materiales, implementos necesarios para no “tener que zafarse”. Otra cabra con guagua, que venía llegando del cerro, aclaró que también estaba interesada particularmente en la oportunidad laboral del curso, porque, una vez que aprobaran, se supone que cada uno tendría una ficha del proyecto, con la cual podrían optar inmediatamente a una pega afín al área que están estudiando. De ese modo, la dinámica en la calle se dio de tal manera que gran parte de los cabros demostraron interés en la cuestión pragmática del asunto. Un par que venía de soslayo, conocidos del encargado de la sede, se declararon lo suficientemente honestos para decir que venían por el subsidio de locomoción y por la pega post proyecto, a lo que sus compañeros respondieron con completa hilaridad. Uno de ellos sabía que el tema de trabajo por esos lados, tan alejados de la zona centro, era escaso, y riesgoso, considerando el tema contaminación. Otra cabra que estaba por ahí conversando, aclaró, además, que el sector mismo era peligroso, en el sentido de la delincuencia; que, de hecho, hace poco la habían asaltado, a pleno día, a la salida de su turno de bombero. Según ella, se trataba de un pobre weón angustiado. Ante esto, el cabro del principio refirió que se trataba de weones que odian la pega. Así de simple. Que para ellos trabajar era “pa los weones”, y que el mundo del hampa era “pa los vivos”. Los cabros con esto daban a entender que el ingreso a los cursos SENCE suponía descuadrarse de esa lógica delictual, no solo buscar pega por tenerla y parar la olla y ser alguien en la vida, sino que buscar, por así decirlo, “ingresar al sistema”, apelando a sus propias experticias y habilidades de superación, y, de esa forma, no sucumbir ante el monstruo de la inclemencia. La alternativa políticamente correcta, burocráticamente funcional del SENCE, simbolizaba nada menos que un terreno eficiente, no menos peligroso, no menos cómplice de su miseria, pero, por lo menos, más seguro, dentro de unos parámetros establecidos como tales. La zona de sacrificio estaba en sus mentes y en sus alrededores. La zona de sacrificio era el camino que no estaban dispuestos a seguir. Su decisión era, ante todo, enteramente personal. Nosotros únicamente éramos los burócratas, los oportunos burócratas que les facilitarían el paso. 

Una vez que salieron los del FOSIS, la reunión de la calle pasó a rematarse en la sede. Allí los cabros tuvieron la oportunidad de conocer el lugar en donde estarían cinco meses tratando de sortear a su modo el radio contaminante de los “vivos”, el umbral a través del cual podrían tener al menos una imagen remota de lo que significaban conceptos tan arraigados en el ethos social como el apresto o el emprendimiento, conceptos que uno mismo, en virtud de una reflexión persistente y febril, nunca logra asimilar del todo sin sentirse un tanto engañado. El tema de la seguridad que ofrecía el SENCE seguía siendo el tema de punta de la reunión. Ahí fue cuando las preguntas de los cabros se hicieron cada vez más agujas: ¿Tendré garantía de trabajar a futuro? ¿Ganaré el puesto que me merezco? ¿Responderán ustedes por nosotros?, etc. Cada una de estas preguntas se veía venir, ante las cuales el gerente, en conjunto con la secretaria y el colega técnico, tuvieron que ponerse firmes. Aunque, de todos modos, se trataba de inquietudes previsibles, incluso hasta deseables. Ya finalizada la reunión, y acabando los cabros de irse, al gerente le invadió un gran cuestionamiento. Y ese tenía que ver con la mitad del curso faltante. No había seguridad de que este universo fantasma apareciese para estudiar, pero tampoco había seguridad con respecto a los propios chicos que asistieron, pese a su compromiso inicial. Con ese cuestionamiento nos fuimos todos en patota, rumbo al puerto. 

El colega, y siguiendo el tema de la seguridad, se cuestionó luego respecto al propio carácter de los cabros. Contaba que ya había pasado por algo así, que muchos de ellos, en cursos anteriores, estaban afiliados a un sindicato de alguna empresa x, y que, por ello, se daban la facultad para reclamar sobre cosas que a ellos les afectaban directamente y que se relacionaban con el SENCE como ente estatal. Estaban en todo su derecho, según explicaba el colega, pero el punto era que no había que hacer ni decir nada que provocara alguna suerte de conflicto más allá del objetivo de los módulos impartidos. “Hay que tratar de ser lo más diplomático posible y lo más neutro políticamente hablando” concluyó el colega, a modo de sentencia. “¿Cómo era eso posible?”, dije entre mí. “Ser condescendiente pero a la vez mantenerse imparcial”. Apelar a la diplomacia, pero a la vez abstenerse de hablar de política. El quid del asunto, repetía el gerente al volante, era velar nuevamente por la seguridad del módulo, y, en definitiva, por la seguridad de la propia dinámica de clases. Todo aquello que excediese eso, y generase algún conflicto, debía, en lo posible, derivarse hacia los responsables, los agentes orgánicos del SENCE, cuestión que parecía razonable y hasta lógica, pero que no podía obviarse en un contexto y en una contingencia tan álgida. Dicho esto, el gerente seguía hablando con la secretaria, su copiloto, mientras conducía, y el colega seguía discutiendo conmigo, aún preocupado por el punto anterior. De repente la interrogante sobre la seguridad se amplió hacia el propio medio. Más allá del tema Quintero, el colega técnico se cuestionaba en el camino, por ejemplo, respecto al peligro que supone construir edificios casi al borde de la costa, con la posibilidad de que la fuerza del mar hiciese pedazos cualquier atisbo de construcción. También se cuestionaba respecto a la escasa mantención de las carreteras al darse cuenta que el vehículo saltaba mucho y no precisamente por los lomos de toro sino que por los denominados “eventos”. “Eventos de toro” decía la secre, tratando de agregarle gracia a la reflexión cansina. Así el tema de la seguridad invadió de pronto las estrechas curvas del camino de regreso, hasta volver al entorno vulnerable explicado por una de las chicas del curso SENCE. El colega puntualizaba aquellos sectores que, de acuerdo al factor de riesgo, podían ser más hostiles para los cabros, hasta que la secretaria le señaló, como contrapunto, que prácticamente ningún sitio en la actualidad era cien por ciento seguro, fuera del lado que fuera. Sin ir más lejos, explicaba su propia situación como playanchina, próxima a Montedónico. Yo le salía al paso, agregando que al plan de Valpo, sobre todo por estas fechas, también podía llamársele zona de sacrificio, porque era el lugar habitual en donde los lanzas sacrificaban a los extranjeros, y en donde los del Congreso sacrificaban a Chile entero. El colega y la secre parecían estar de acuerdo con la aseveración, a juzgar por su prolongado silencio. Pero no fue hasta la siguiente declaración que el tema tomó otro ribete inesperado, cuando el colega señaló que ni en la propia casa uno podía estar seguro. Y tenía la razón. La secretaria entonces, aprovechando la deriva que estaba tomando la conversación, se apuntó para agregar que ni siquiera en la tumba misma nadie estaba seguro. Fue así que el tema pasó de ser estrictamente técnico y laboral a cobrar un cariz filosófico, inclusive metafísico. Los diferentes puntos, en todo caso, ya estaban planteados hace rato, y se deducían de todo lo anterior: para los cabros el SENCE representaba una especie de umbral de acceso al sistema, un escape más o menos viable a su infierno personal; el SENCE era un ente que garantizaba cierta inserción laboral pero que apelaba a una supuesta imparcialidad; y, por último, la seguridad constituía en sí misma un motivo irresoluto, un motivo abismal sobre el cual se cimentan todas las buenas intenciones, que no sirven para otra cosa que para echar a andar la máquina, y seguir ahí, capacitándose para un presente apremiante, para un futuro incierto.