miércoles, 5 de octubre de 2016

Uno de los cabros pregunta hoy una excentricidad: "Profesor, ¿alguna idea sobre algún invento tecnológico nuevo?". Le consulto si acaso tiene que ser algo vanguardista. "Solo algo que utilice energía solar", replica él. La pregunta sin preverlo me deja pensando. Ante mi excesiva cavilación, el alumno bromea diciendo que la estoy craneando mucho. Para él, pensar resulta un trámite tramitoso. Una máquina que demora demasiado pero que arroja resultados imaginarios. Finalmente, le digo que un generador a luz solar podría ser una buena idea. El cabro la acepta de buena gana y luego se da vuelta. Aclara que se trata de una idea para un taller de inglés. Que no tiene nada que ver con algo que planea hacer. Una idea sin asidero en la realidad pero, de todos modos, atractiva. Sabe que un generador solar es posible pero poco probable. Que solo lo inventa como un recurso desesperado (pero no menos ingenioso) de aprobación. Que todo en el condenado mundo requiere de dinero y de recursos (de los cuales el común de los mortales carecemos a tientas). El pensamiento para el cabro, después de todo: una máquina abstracta que destila imaginación. Un placer inútil. El propósito del cabro era la aprobación, no exactamente la creación, pero guarda el sentido inútil de todo lo creativo. Se fuerza la inteligencia hasta forzar el sentido común. Se obliga a la realidad a ceder ante esa ley. Todo lo excéntrico nace de esa pugna, aunque termine en uno mismo.