miércoles, 16 de enero de 2019

Medio siglo del Rey Carmesí

Verano 2005, recuerdo que vi un vinilo de King Crimson, padres del prog rock, al deambular por la Feria de las Pulgas de Valpo. Era una edición oscura, recuerdo. Extrañamente en este no aparecía aquel hombre esquizoide de la portada. Se trataba de una edición del álbum en vivo, Earthbound. Mi viejo a mi lado sabía que era de las tantas bandas que se escuchaba en la casa de Quilpué en los setenta. Pero ¿qué era el prog rock? por ese entonces, lo más progresivo que había escuchado era Tool o A perfect circle (incluso en mi ignorancia llegué a pensar que el progresivo era una variante del metal, con Dream Theater o Queensryche como sus referentes inmediatos). No fue hasta que descargué el In the court of Crimson King desde Ares, casi un año después, que caché que el estilo se remontaba casi a la época de la psicodelia, y me vi armando una colección entera de la banda. El himno que arrancaba el disco, el 21 century schizoid man, con aquella guitarra frenética y la potente voz de Greg Lake, sirvió de batatazo para romper de manera implacable con mi esquema musical anterior. El progresivo sería, a partir de eso, un universo de posibilidades, una cuestión ineludible por conjugar virtuosismo e imaginación. En aquel entonces, todas las descargas por internet las hacía en un cyber café de Pedro Montt, por lo que armar la discografía de King Crimson con tan limitados recursos se transformaba en una verdadera proeza. Partí por el disco debut, luego con algo del Discipline, y después con un en vivo regalado por un primo. El disco en vivo en cuestión pertenecía tal vez a la época Thrak por el nivel de experimentación que evocaba a aquellos pasajes de densidad sonora con Brian Eno. Lo ponía en el equipo de la pieza en Cerro Monjas con el volumen a todo lo que da, tratando de digerir esa mescolanza noise con reminiscencias de la música de vanguardia. Por esa misma época, 2006, había un compadre que se ponía en la esquina entre Pedro Montt y Carrera, vendiendo cds piratas. El compadre era fan del progresivo. Por él supe también de Emerson Lake and Palmer. Su negocio y su pará eran lo más cercano a traficar alguna suerte de droga dura que provocara una melomanía obsesiva. En una ocasión, tarde noche, le compré la discografía completa del Rey Carmesí. (Lo bueno era que el loco grababa los cds en mp3 con casi todos los álbumes). Quería iniciarme en este "nuevo sonido". La discografía, en todo caso, no era exhaustiva, pero al menos guardaba los discos más medulares. En ese tiempo me vacilé el Larks Tongues in Aspic, el Starless and Bible Black, el Red, casi toda la época hard rockera y proto metalera de King con el gran John Wetton, el Thrak, el Discipline y el The power to believe, más otro en vivo incluido en la colección, el live in japan del 95. Gracias a esto me fui interiorizando en la naturaleza musical de la banda, digamos, en su estructura sui generis, en su cualidad proteica. El eje de todo siempre era el entrañable Robert Fripp, mente maestra, compositor y guitarrista principal, aquel hombre siempre compuesto, sentado a un costado de la platea, inspirando una cierta serenidad pero desatando con las cuerdas un pandemonio de riffs asesinos, melodías de otro planeta, armonías sublimes, secuencias aleatorias. 

La condición intelectual de la banda, y de la que deriva la concepción propia del prog rock en general, era esa, su faceta ecléctica, unida a un trasfondo y una política de lo underground que han sabido mantener con estoicismo e inteligencia durante largos cincuenta años. Sin embargo, esa trayectoria no ha estado carente de reveses, lapsos indeterminados de receso e incertidumbre. Así mismo lo dejaba entrever Robert Fripp en una entrevista del año 74 que revisé, luego del primer y casi definitivo fin de la banda: el Rock and roll, para Fripp y compañía, no era una música particularmente intelectual; tampoco era, esencialmente, muy espiritual. Había cosas asociadas al prog rock, como el jazz, la experimentación y la música sinfónica que, para el oído incansable de Fripp, funcionaban mejor expresándose con “sus propios vocabularios”. Pero todos los seguidores del Rey Carmesí sabemos que esa era solo una etapa, un intersticio en medio de una carrera de luces y sombras. Después de todo, la orgánica del grupo viene dada por la evocación del sello de su nombre, el Rey Carmesí, un nombre para Belcebú, el príncipe de los demonios, idea del letrista Peter Sinfield, que en árabe (B'il Sabab) se puede traducir como “el hombre que ambiciona”. King Crimson representa, a su manera, una “manera de hacer las cosas”, una ambición, y, también, se ve impulsado por una conciencia, una conciencia daemónica. Esta idea es posible graficarla a lo largo de su carrera, debutando con una piedra angular para luego ir derivando en una proyección de culto, nunca orientada a las grandes masas, acaso apostando al lado b del progresivo, y es que King Crimson, pese a ser el iniciador del género, nunca ha sido una banda de estadios. Nunca se ha inclinado por la grandilocuencia de un Genesis, por ejemplo. Quizá su popularidad se deba más a su indiscutible calidad y longevidad, pero su propia estética, su propia política entronca con un perfil subterráneo, dirigido a los melómanos más acérrimos, siempre en pos de cierta libertad musical como leitmotiv, “la música como el vino que llena la copa del silencio", y en declarada batalla contra la industria discográfica, batalla que han sabido librar siendo consecuentes hasta el fin con su espíritu y su competencia. 

Hasta antes del 2014, la tónica de King Crimson había sido siempre disolver una encarnación para darse un tiempo de silencio hasta volver a reintegrarse con una formación fresca, aunque conservando a ciertos integrantes y perseverando en ciertos patrones. Así por ejemplo, luego de la época ochentera con influencias del new wave, el Rey Carmesí no volvió hasta los 90 con la era Thrak y The construction of the light. De ahí, en el nuevo siglo, el Rey mutó en un cuarteto con Belew, Gunn y Mastelotto, este último, baterista que se quedó en la banda luego del retiro del ya mítico Bill Bruford. En lo que parecía el receso definitivo del grupo, posterior a la época del The power to believe, King Crimson continúa con los ProjeKct y con una serie de presentaciones en vivo a las que se sumaría el actual vocalista, Jakko Jakszyk. Ya en el período 2018, y cuando todos creían que el Rey Carmesí estaría a punto de separarse indefinidamente, se anuncia una gira en conmemoración por su medio siglo. 2019 y la actual formación consta con más de ocho integrantes, resultando así en una de las formaciones más ambiciosas hasta el momento, llevando además a un nuevo nivel la tónica de las encarnaciones, de modo que esta podría considerarse su “agrupación total”. 

Todo indica que King Crimson se niega a morir, y lo que creemos su muerte, es solo otro aspecto de su forma de hacer las cosas, otra cabeza de la gran Hidra que han ido creando. El secreto para lograr tal nivel de perseverancia y de vigencia no es gratuito, y Fripp lo resumía de esta forma en una de las tantas entrevistas que escasamente suele dar: poner mucho más énfasis en preparar al músico que en enseñarle a tocar, según la tradición de la música de oriente, así este es capaz de manejar toda esa energía. La energía de la música habría matado a Charlie Parker, a Jimi Hendrix, a John Coltrane, porque como individuos no eran lo suficiente prácticos para poder manejar esa energía. King Crimson resuma entonces una energía y a la vez un temple y un control, conjugando una cualidad que suele estar carente en la definición por antonomasia del rock: la disciplina. La disciplina unida a la inquietud artística. En propias palabras de Fripp, torcer el vocabulario de lo que, a falta de un término mejor, llamamos ‘’rock’’. Expandir sus posibilidades de expresión e introducir una dinámica emocional más sofisticada. De ese modo es como Fripp, muy a pesar suyo, define lo que él entiende como su proyecto, y de paso, esboza más o menos el concepto sustancial de la llamada “música progresiva”. Hablar del Rey Carmesí sería prácticamente hablar de lo progresivo y, a la vez, hablar de su superación, porque en el fondo, el verdadero conocedor de la banda sabrá que las etiquetas no son más que un artilugio periodístico, como mucho, un primer gesto, un intento de contener bajo una sola idea un magma de ideas y de sensaciones. 

Rey Carmesí hay para rato. Su reciente agenda así lo evidencia. Y puede que su debut en Chile haga temblar las redes. De cualquier forma, los crimsonianos, cual simpatizantes de un culto secreto, estarán aguardando la ceremonia.