sábado, 8 de septiembre de 2018

Olor a fritanga y a pito en el centro de valpo city. Huele a yerba quemada, huele a carne quemada, huele a patria (quemada).
El gobierno había anunciado un "plan de retorno" para los inmigrantes haitianos. Muchos manifiestan no estar en el paraíso que le pintaron, ya que no cuentan siquiera con el dinero para subsistir y menos para volver. La crítica en las redes sociales no se hizo esperar, y un gran número apunta los dardos al gobierno de Bachelet que propició tan grande inmigración en paupérrimas condiciones solo para ganarse, según ellos, el puestito en la ONU. La mayoría abomina con odio declarado y subliminal contra los haitianos. Chile no era la copia feliz del Edén multicultural, después de todo, ni tampoco el chivo expiatorio de la solidaridad institucionalizada. 

Por otro lado, en Alemania se alzó un nuevo grupo derechista en contra de unos inmigrantes de nacionalidad siria e iraquí, por ser sospechosos de haber asesinado a un ciudadano alemán en circunstancias extrañísimas, durante una supuesta "disputa racial". Ante el alzamiento de los primeros, se organizó luego una contramanifestación de izquierdas, protestando contra la xenofobia que, según ellos, se valió de ese hecho de sangre para justificarse a sí misma con más violencia. Cabe señalar que el alzamiento derechista se concentró al lado de un busto de Karl Marx en la ciudad de Chemnitz. Paradójico es poco. Y todo apunta, según gritan en las redes sociales, casi a una suerte de revival nazista. 

Ya no hay espacio para el otro en un mundo que se divide y se vence a sí mismo. "La vida es un país extranjero" decía Jack Kerouac, y la vida, hoy por hoy, está en otra parte, no aquí.