viernes, 31 de julio de 2015



Ojala se pudiesen atesorar los estados de ánimo como quien pesca una helada después de haberse despojado de la ropa húmeda, pero son solo algo que va y viene de paso, una lluvia que apenas deja una que otra gota....


En torno a la sentencia dictada por la Corte Suprema contra Manuel Contreras, la cual suma casi mil años por concepto de violación a los Derechos Humanos, le faltarían vidas para cumplir esa condena. A eso se refería Kafka: la complejidad innecesaria, inexplicable e incluso siniestra de los procesos legales. Es porque la famosa justicia tropieza con el dilema ético de la vida humana que, a pesar de tanto derramamiento de sangre, desde una perspectiva cristiana, resulta que tiene posibilidad de redimirse, bajo la infinita misericordia de no se sabe qué agente divino o judicial. En eso pensaba quizá Dante con los círculos del infierno: un orden establecido de tal manera que todo parezca el pasillo de alguna corte. Dante debió haber dedicado un espacio especial del infierno a la burocracia.... A esas oficinas y trámites inútiles que propician la desesperación colectiva. Y todo porque la muerte ya no habla por sí sola.

martes, 28 de julio de 2015



Ahora que vuelvo a la rueda laboral, recuerdo que mi madre me decía. "Trabaja, que habrá suficiente tiempo para descansar en el otro mundo". Ese mundo considerado como un domingo eterno. Este otro como un Lunes que siempre vuelve. A tanto ha llegado la fe en el trabajo que incluso dios puede ser concebido como una especie de jefe que contrata y despide a su antojo...

domingo, 26 de julio de 2015

Almas negras


Ayer con mi padre viendo una película nueva sobre mafiosos italianos llamada Almas negras (2014), provenientes de Calabria, algo así como un espacio rural y sombrío de Italia muy diferente a la Sicilia exótica de los mafiosos clásicos. En una hora y media desmitifica la vida de los capos, a través de un drama familiar en el que están todos los componentes de ese estilo de vida mafioso: droga, putas, contrabando, crimenes, pero dispuestos de tal forma que todo aparece como un retrato demasiado intimista de los códigos de este grupo de calabreses narcotraficantes. Lo asocia directamente con la trilogía del Padrino, donde se lleva a cabo el proceso inverso: una suerte de reivindicación de la figura del mafioso, como alguien capaz de humanidad y además como un agente de poder visto desde una perspectiva incluso anti heroica si se le compara con los verdaderos "mafiosos" representados por los políticos de turno. La magia de Almas negras estaba precisamente en desacralizar esa figura, pero no con ánimo moralista, sino presentando la desintegración familiar del grupo calabres corroído por un estilo de vida que juega en todo momento con la muerte y una vendetta infinita. Así como Hitchcock haciendo la analogía del suspenso con una bomba que solo el público sabe que existe pero no sabe cuándo explotará, tal era la tensión que se vivía entre los integrantes del grupo calabrés. En una zona clandestina de la Italia profunda, algo así como un bajo mundo italiano, Calabria se convierte en otro personaje más, la influencia primitiva de una tradición criminal que amenaza con todo. La tragedia de este grupo de calabreses fue solo el reflejo de esa influencia. En el fondo, desde el prisma del cine europeo, con la mirada del cómplice que vive de cerca lo que está contando, que lo proyecta todo desde las mismas entrañas de la bestia, no encontrarán acción, ni camaradería predecible, ni tampoco el romanticismo de la visión hollywoodense. Si se le ve de cerca, no muy lejana a la vida de los mafiosos latinos. Despojada del típico ideal de contrabando, simplemente vuelven a la sangre que les pertenece. Es el retrato crudo de las costumbres humanas llevadas al límite, la psicología como una bomba de tiempo que no se sabe cómo explotará, la verdad como el único crimen, el crimen como la única verdad.

sábado, 25 de julio de 2015



¿A quién dan de comer las conquistas interiores? decía el escritor Robert Walser. En una sociedad donde lo exterior es la regla, donde los éxitos se miden en cantidad, en una realidad práctica: qué es lo que tienes, qué es lo que has ganado, qué es lo que ofreces, qué es lo que te propones; la pregunta, sin embargo, sigue imperturbable. Es algo que solo cada uno debe responder a su manera. Esas conquistas interiores quizá sean algo inexpresable, incluso irrealizable, pero por lo mismo, algo demasiado personal, algo auténticamente único.

viernes, 24 de julio de 2015

Paseo inmoral (segunda parte)

IV 

A medida que caminamos de regreso a esa galería repleta de curvas como una premonición de lo que nos encontraríamos más al fondo, saboreamos en el ambiente ese olor a encierro, a sudor, a trago, la pura alquimia para los rezagados de la ciudad, para los caminantes que van siguiendo rastros de mujeres como perros olfateando alguna evidencia criminal. De pronto, entre jadeos, B señala al techo diciendo ¡Eureka! Encontramos allí el negocio del siglo. Soñamos con instalar nuestro propio café con piernas. Nos volveríamos emprendedores de golpe para olvidar años de miseria pedagógica. Un emprendimiento como ningún otro, uno a flor de piel y en edad de merecer. En broma, nuestro café con piernas se llamaría Pollita´s Bar. A pesar de ser ese sueño una digresión producto de la alta hora y los grados etílicos, no deja de sonar una cuestión materialmente posible, con el suficiente pituto y las lucas para levantar los cimientos de esta salvaje empresa. Incluso nuestro impulso de índole hormonal podría evolucionar hacia una clase de arrojo capitalista. Pese a que resulta una idea tentadora, sería, en todo caso, renegar de esa especie de ética clandestina y sin vergüenza que nos hemos forjado entre curva y curva, doblando las esquinas sin otro móvil que el hecho de ligar. Ese paseo inmoral, a simple vista, banal, se ha vuelto nuestra venganza personal contra las circunstancias de la vida. Para B, se trata de desquitarse de la sombra del trabajo y la del amor habitual. M, en el fondo, solo va a saciar su hambre más impetuosa, producto de su fobia social. Yo me encuentro justo al medio: es la revancha contra el mundo y, a la vez, la satisfacción de una cuestión tan urgente como elemental. 

Seguimos caminando dentro de la galería, junto con B y M, hasta llegar al café Afrodita. Afuera de la puerta se asoman un par de chicas que nos esperan para entrar. Extrañamente, ninguna de ellas parece sacada de un mito. Se ven tan parecidas a las minas de los cerros porteños que parecemos entrar a uno de esos callejones imposibles por intrincados y escondidos. 

B nos comenta al paso, luego de saludar a las chicas de la entrada. 

-¿Saben compadres? Estas minas son entera chanas. Podrían descender de la tribu de las chanas, cachaí?-. 

-Jajaja, ¿pero cómo así?-, le pregunta M. 

-Una tribu pos, una tribu como la de las amazonas, de esas minas guerreras, pero “warriors”-. 

-Ah ya, te sigo la onda, o sea, guerreras del sexo-, dice M. 

-Jajaja algo así, guerreras, chanas-. 

Nos ponemos a un costado de la barra del Afrodita. No hay ninguna chica al medio, solo las de la entrada, las “chanas” que ya saludamos. 

-¿Que no hay nadie en la barra?-, se pregunta M. 

-Tranquilo, ya nos van a atender-, le respondo, con tal de que el piloto se relaje. 

En eso, se abre una puerta a nuestro lado izquierdo. Sale una chica muy joven, despampanante, una verdadera ninfa que despunta por no tener esa apariencia chana, sino que más bien una fachada de mujer fina y delicada. Una belleza algo frágil en un ambiente que puede exacerbar el mal gusto. La ninfa camina hacia la barra y, al vernos solos ahí esperando, se acerca a nosotros para dirigirnos la palabra: 

-Hola, ¿qué tal?-, apertura de protocolo de la chica que, al escucharla, suena demasiado tierna. Nos miramos con los otros pilotos, en señal de aprobación. 

-¿Cómo se llaman?-, vuelve a preguntar la ninfa. 

-Hola, yo soy B. Él es M, y el otro de allá es S-, responde B. 

-Un gusto, chicos. Yo me llamo Scarlett- 

Ella nos saluda de mano a los tres, con un ademán bastante suave. 

-¿Qué van a querer?-, pregunta ella. 

Nos volvemos a mirar con B y M. 

-Una chela de a litro, Heineken-, dice M. 

-Yo una Cristal sin alcohol-, dice B. 

-Pediré lo mismo que mi amigo-, le digo a Scarlet. 

-¿La sin alcohol? ¿La Heineken?-, pregunta ella. 

-No, jaja, la Heineken, también de litro, por fa-, le respondo. 

-El único que desentona aquí es mi amigo-, le digo a B, mientras observo a Scarlett. 

Ella ríe, y camina hasta el refrigerador para sacar las chelas. 

-No tenías que decir eso-, me susurra B muy cerca. 

-Una broma no más jaja-, le digo a B, buscando relajarme. 

M, en tanto, revisa unas cosas que lleva en su mochila. Scarlett viene con las cervezas para cada uno. Nos sirve a los tres, y se acerca a nosotros. 

-¿Les gusta el lugar?-, pregunta la Scarlett. 

-Yo no había venido acá. No frecuento mucho estos lados-, respondió B. 

-Sale pal lao-, le dice M al instante. Scarlett sonríe. 

-¿Por qué? ¿Quiere decir que ya han ido a otros cafés?-, vuelve a preguntar ella. 

-Sí, hemos ido, lo que pasa es que mi amigo dice que no al Afrodita-, le contesto a Scarlett. 

-Ah ya, entiendo. Bueno, como pueden ver, no es muy distinto a los lados donde han ido, pero tiene su toque ¿no les parece?-. 

-Sí, ahora que lo pienso, tiene algo único. Por ejemplo, ahí hay una rockola para colocer música-, dice M. 

-Así es, y tiene de toda música, no solo lo que escuchan en otros lados-. 

-¿Como por ejemplo?-, le pregunto a Scarlett. 

-Como esto-, dice ella. Saca dos monedas de cien, va hacia la rockola y las coloca ahí para elegir un tema. Coloca I put a spell on you de Creedence en el tocadiscos. Un temazo que acaba de una vez con todo el ambiente chabacano que rodea el contexto del café. Al sonar, la melodía dota al Afrodita de una onda mística. Scarlett se acerca nuevamente a nosotros, y nos dice, levantando las manos. 

-¿Vieron? Aquí se toca rock clásico también- 

En ese momento la veo, totalmente embobado. M hace un gesto con las manos como de tocar batería. B no pesca mucho y sigue bebiendo, aunque no perdiendo de vista al mujerón que tenemos enfrente. 

-¿Y a ustedes qué música les gusta? Ya caché que ustedes son rockeros, porque reaccionaron al toque. No sé si el amigo de al lado le guste-, dice Scarlett, refiriéndose a B, que no es muy asiduo al rock pero que sí vacila mucho la música cuando tiene a una hembra a su lado. 

-Pues, definitivamente somos rockeros-, le respondo a Scarlett, escuchándonos con atención. 

-Y también metaleros-, agrega M, haciéndole honor a nuestros gustos extremos de Enseñanza Media. 

-Pero qué buena, chiquillos. Yo vacilo todo eso, el rock, el metal, he estado en tocatas, recitales. Cuando era más pendeja me encantaba Lacrimosa, por ejemplo. Era más gótica. Ahora he estado escuchando otros estilos, más rocker, cachai?-. 

Así se expresa la Scarlett, nuestra ninfa rockera del Afrodita. Un verdadero encanto. Nick Hornby tenía razón en este punto. Tras la lectura melómana de una figura deseada, se puede adivinar la química y el carácter en común. Pero había que recordar también la máxima de Tom el fracasado y no pretender que por escuchar la misma música fuésemos a ser almas gemelas. Como dice B, no enamorarse, sin antes haber presionado play y algo más. 

Seguimos bebiendo las Heineken con M, mientras conversamos con Scarlett. B ya se terminó su Cristal cero. 

-¿Quieres otra?-, le pregunta Scarlett a B. 

-Sí, por fa, guachita, otra Cero-, le responde este. 

M revisa sus apuntes del Instituto. Parece muy ocupado, considerando que estamos en un café donde se supone venimos a relajarnos. 

-¿Qué buscai tanto?-, le pregunta B a M. 

-Nada, solo unas guías que están fondeadas-, responde este. 

-Deja un rato esa wea, loco, y olvídate-, le dice B. 

-Ya, calmao-. 

En eso, Scarlett vuelve a la barra. Le pasa la Cero a B. Se pone a hablar con otro tipo que llegó hace poco, aunque sin despegarse demasiado de nuestro lado. De repente, comienza a mirarme, cuando el tipo se pone a conversar con un amigo. Ella se acerca a mí y dice: 

-Te he visto. Estoy segura-. 

-Disculpa, ¿dónde, cuándo me viste?-, le pregunto. 

-En la casa ¿recuerdas?-. 

Efectivamente, Scarlett había llegado a la casa un día, invitada por un vecino inquilino venido de Colombia. Aquella vez la saludé casi por cortesía, sin llegar a intuir que era el mismo bombón que ahora deslumbra de entre las guerreras con una belleza refinada, un toque de griega, algo de Afrodita, pero también de latina. Scarlett me vio en la casa aquella vez. La idea de llevarla a la cama aflora de inmediato. Uno se puede consagrar con esas posibilidades, porque no se dan siempre. Según dice B, prácticamente menos de la mitad de los hombres de nuestra edad puede acometer esa hazaña sin dinero. Pero lo primero, antes de ese deseo, era prolongar esta tensión tan exquisita. Esta complicidad entre decibeles. 

-Ah ya, claro, te vi por el pasillo-, le digo a Scarlett. 

-Ajá, me había invitado un amigo tuyo, uno colombiano-. 

-Ah claro, lo ubico de la casa, es inquilino, buena onda él-. 

-Sip, muy amoroso él-. 

-Demás-. 

Sonrío, y la mira fijamente, intuyendo, con eso, que ella fue a la casa a tirar con el inquilino. Ella también lo sabe y me responde con una sonrisa de vuelta. 

-Oye, a propósito. Sabes que ando buscando casa-. 

-¿En serio?-. 

-Sí, así que si sabes de algo donde arrendar te estaría muy agradecida-. 

-Ok, no hay problema. En cuanto sepa de algo te aviso-. 

Scarlett guiñe el ojo. Ante la búsqueda de casa, se presenta en mi mente la posibilidad de invitarla a la mía. M sigue bebiendo y mira fijamente a la pantalla sobre el nivel de la barra, con videoclips de música bachatera. B sigue bebiendo su Cero y, aprovechando el silencio, le pide a Scarlett que se acerque y le dice algo al oído. Desconozco qué fue lo que le dijo, pero prefiero no preguntarle, respetando la jugada del piloto. Scarlett deja de escuchar a B, y se dirige a nosotros nuevamente. 

-Ya, chicos ¿qué vamos a escuchar ahora?-. 

M es el primero en pronunciarse. La llama para decirle qué puede colocar de música. De ese modo, van juntos a la rockola para elegir el próximo tema. B los mira, y luego voltea la mirada para hablar conmigo. Me dice: 

-Oye, buena onda la flaca. Cacha que se ha quedado harto rato con nosotros. Y eso que no la hemos invitado-. 

-Igual considera que hay re pocas minas, y ella es como la única a esta hora de la noche-. 

-Demás que sí-. 

-Oye ¿y qué le dijiste wn?-. 

-Nada, qlo metido-. 

-Suéltala, no seai maricón-. 

-Jajaja nada importante-. 

-Sale pa allá, algo le dijiste, por eso lo tienes oculto-. 

-Tranquilo papá-. 

M regresa con nosotros, y Scarlett vuelve a acompañarnos junto a la barra. Ella se ha mostrado más apañadora que todo el resto de cafeteras hasta el momento. 

-¿Qué colocaron?-, le pregunto a M. 

-Puse Motley Crue. Kickstart my heart-, responde él. 

-Pulento, medio gusto de la mina-. 

-Sí, en realidad, gusto de ambos-. 

Se mete Scarlett a la conversación, animosa. 

-¿Les gusta chiquillos?-, pregunta ella 

-Puro rock and roll-, le respondo, haciendo el gesto del cornudo. 

-Y también algo de metal-, agrega M, bebiéndose el último sorbo de chela. 

Cuando empiezan a sonar las guitarras y la batería del temón, se arma una verdadera fiesta rocanrolera dentro del Afrodita. 

-Yeeeeah!-, exclama Scarlett, moviéndose al son de Motley Crue, con movimientos de cadera y de brazos que emulan a aquellas groupies jóvenes de los años ochenta. Con B y M miramos a Scarlett moverse, extasiados, aplaudiendo y siguiéndole el ritmo. 

Al acabar el tema, Scarlett se apega a la barra, y vuelve a hablarnos. 

-Guau, eso estuvo bien movido-, nos dice. 

-Y elegimos el mejor tema-, le comenta M. 

-Sí-, agrega Scarlett, algo agitada. -Oigan, ¿y a ustedes les gusta bailar?-. 

B responde de inmediato: 

-Pues claro, cariño. Vamos a la disco a ponerle bueno, ¿o no, amigos?-. 

M niega con la cabeza. Yo, en cambio, le asiento tímidamente, y digo: 

-De vez en cuando, su vacile en la disco no es malo-. 

-Pucha que son bacanes-, comenta Scarlett, muy en buena onda: -sí pos, si uno puede perfectamente ir a la disco y al otro día vacilar en una tocata, o no? Al menos eso es lo que hago cuando tengo libre. La wea es pasarla chancho-. 

-Tú lo has dicho, preciosa. Pasarlo chancho, como ahora-, afirma B, y levanta su Cristal Cero. 

-Esa, mi amigo-, le dice Scarlett, chocando su propio vaso de cerveza con la botella de B. 

Esa es la flexibilidad que entra a tono con su cuerpo y simpatía, y también el reflejo de una lectura musical más profunda, en sintonía con el espíritu que habíamos estado templando desde tiempos escolares. 

Aprovecho de pedirle a Scarlett otra chela para pasar el rato. Vuelve con una Heineken. Me la sirve y, entrando en confianza, comenzamos a hablar sobre su visita a la casa. 

-Oye, Scarlett ¿y qué onda mi inquilino el colombiano? ¿Has hablado con él?-. 

-No, desde la última vez que tiramos en su casa. Después de eso, me llamaba a cada rato. Se me anduvo enamorando, y por eso lo mandé a la mierda-. 

-Jaja, pero ¿cómo?-. 

-Eso pos, que no lo pesqué más, porque se pasó rollos, aunque igual pasamos una noche a toda raja-. 

-Me imagino jaja-. 

-Cobro bueno, y lo disfruto-. 

-Hay que gozar no más-. 

-Como dice el dicho: al que le gusta celeste, que le cueste-. 

Quizá eso sea lo que buscamos, no la ilusión del alma gemela ni el modelo de chica dispuesta para amar y construir juntos el sueño americano de clase media, sino que esa belleza fugaz, frágil pero fogosa, con algo de guerrera, pero también de ninfa, una cuestión feroz pero también tierna, que espera la consagración en carne para dibujar en el tiempo otra noche de leyenda. 

M y B, pese al entusiasmo mostrado hace un rato, se ven algo cansados. Al parecer, ya han cumplido la cuota. Lo puedo intuir por su actitud, y su premura al beber sus respectivas chelas. B se acerca a mí, y me dice: 

-Perro, yo cacho que es hora de partir-. 

-¿Tan luego wn?-, le pregunto. 

-Sí, ando con toda la carga. Pa la otra invitamos sí o sí-, afirma B. 

-Ya wn oh. Igual déjame despedirme-. 

-Andai entusiasmado parece-. 

M, por su parte, al ver que me entusiasmaba más de la cuenta con Scarlett, me señala entre líneas que se va. 

-Ya, compa, yo me voy-, señala M. 

-¿Voh también?-, le pregunto. 

-Sí loco, tengo que llegar a revisar unas weas de la U-. 

-Calmao, deja despedirme de Scarlett, que se ha portado tan bien hoy, y nos vamos wn-. 

Scarlett escucha esto y dice: 

-Pucha, qué lata que se vayan chiquillos. Aún es temprano. En todo caso, pa la próxima me pillan y yo los apaño-. 

-Por supuesto, guachita linda-, comenta B, y le da un beso en la mano. 

-Ya, nos vemos-, se despide M, y se apresura en irse junto con B. 

-Te esperamos entonces-, grita B, cerca de la salida. 

-Sí oh, ya voy, vayan caminando no más-, le digo, fuerte. Todos alrededor escuchan por un momento nuestra conversación a distancia, pese al ruido de la música. Le pido a la Scarlett que se acerque otro poco. Tengo pensado en invitarla a la casa, pero, por un instante, me arrepiento y le digo otra cosa. 

-Scarlett, ¿cuándo vuelves?-. 

-Mira, no sé, pero si te das una vuelta los findes, puede que me encuentres-. 

-Ya, queda pendiente una invitación-. 

-¿Y por qué no ahora?-. 

-Pucha, no lo creo. Me encantaría pero debo irme-. 

-Está bien, pero para la otra me invitas-. 

-Trato hecho-. 

Le estrecho la mano a la Scarlett y le paso una propina extra por la atención. Me despido de ella con un beso en la mejilla, y me encamino rumbo a la salida para reencontrarme con los amigos afuera de la galería de caracol. Scarlett, en cierto sentido, nos había abierto la puerta, y esta continúa abierta para nosotros. La puerta de mi casa, en tanto, permanece cerrada, pero, en cualquier momento, volverá a abrirse para ella. Es que eso tan único que tiene es todavía más melancólico por su singular simpatía. No es solamente por el negocio, el sucio dinero de siempre, es por esa transparencia de la carne, que alcanza a reflejar en ella una cuota de virtud. Quizá sea porque he visto demasiadas veces Taxi Driver, pero eso es lo que esa chica venida del Afrodita me inspira. Una cuota de virtud en medio de la inmundicia. Musa perdida. Solitaria. 



El próximo local que visitamos es el Rito en calle Eleuterio Ramírez, a una cuadra de la galería caracol. Esta vez fuimos con B durante la noche. Se trata de un lugar bastante estrecho, con una barra a un costado izquierdo de la entrada y unas escaleras que son el acceso a los privados. Este simple detalle implica que, invitando a una de las chicas, uno se eleva, tal como ocurre con los privados del Konducta, y contrariamente a lo que ocurre en el Angra, donde los privados se realizan en la parte inferior, cual descenso a un averno de erotismo. 

Apenas llegamos, pedimos a la mesera del lugar un par de Becker. Nos sentamos a la barra, y B dice: 

-Veremos qué nos depara la noche-. 

Le digo: -Nada más-. 

-Venimos re poco para acá igual-. 

-Sí wn, lo que pasa es que nos queda lejos. Pero igual está piolita-. 

Vuelve la mesera del lugar, y nos pilla conversando. Al notar que no hay ningún otro cliente alrededor, se acerca a nosotros, y dice: 

-¿Qué tal? ¿Cómo se sienten?-. 

-Bien, bien, nos gusta el lugar-, le respondo. 

-Aunque hemos venido poco, pero nos agrada-, agrega B. 

-Mal pos, deben venir más seguido, miren que la cosa ha andado media lenta-, dice la mesera, preocupada, pero conservando la soltura. 

-Me imagino, hay días y días-, le digo a la mesera. 

-Lamentablemente, más que días, semanas en que la cosa no se mueve mucho. Yo antes trabajaba en otros cafés de acá de la cuadra ¿no sé si cachan?-, dice la mesera. Nos miramos con B ante sus dichos. -Por ejemplo, en el Kábala. Allí eran un poco pesados con nosotras pero no faltaba la clientela. Debe ser yo cacho por un tema estratégico. Además estamos muy mal ubicados, creo yo ¿qué dicen?-. 

B le responde a la mesera: -Puede ser, pero piensa lo siguiente... si hacen algo para que el local surja a pesar de los contratiempos, demás que repuntan. Es cosa de ponerle algo único, hacer algo que no se haga en otros lados. Así se correría la voz y vendría gente-. 

La mesera comenta: -Buena idea, y gracias por eso, aunque para todo hay que tener lucas. Habría que hablar con el jefe para que se ponga, y así darle un empujoncito extra al café. Además consideren que frente a nosotros está el Pan de Azúcar. O sea, es harta la competencia-. 

Le digo a la mesera: -Sí, fuerte competencia, pero con mayor razón. Ahí está el incentivo-. 

B agrega: -Ahora que estamos en esta, podríamos ser del equipo de gestión, dando ideas para el negocio, bueno, además de ser clientes jaja-. 

La mesera ríe, y dice: -Pucha que me caen bien. Es posible ¿por qué no?... Ya, los dejo beber tranquilos. Siéntanse como en casa. Ya vienen las chicas, por si acaso-. 

B termina diciendo: -Vale, amiga, aquí nos quedamos jaja-. 

La mesera regresa a la sala de acceso restringido. Pasan unos cuantos minutos, y baja desde las escaleras una chica, acompañada de un viejo que la invitó a un privado. El viejo se va a una mesa a un costado derecho de la entrada. La chica, mientras tanto, camina rumbo hacia la barra, y pasa al lado nuestro. 

-A esta ya la he cachado-, me dice B al oído. 

-¿La dura? ¿Cómo se llama?-, le pregunto. 

-Kathy, parece. Sí, Kathy-, responde B. 

-¿Ya la invitaste?-. 

-O sea, sí, pero en otro local. Es que esta mina trabaja en varios lados-. 

-Mish, empeñosa la loca-. 

-¿Y la invitarás de nuevo?-. 

-No sé, jaja, ahí vemos-. 

Seguimos bebiendo las Becker. La música no para de sonar. Un remix de videos de bachata, reggaetón y electrónica en la pantalla proyectada sobre la barra. En cuestión de minutos, sale de la zona restringida la Kathy, con ese largo y radiante pelo rojo y la piel trigueña, vistiendo un traje de baño platinado. Se acerca a nosotros, y nos saluda de beso. Nos dice: 

-¿Están preparados, chicos?- 

-¿Para qué sería?-, pregunta B, con mirada coqueta. 

-Para una sorpresa que les tendremos a todos aquí-, responde la Kathy. 

-Ah mierda, cómo me gustan las sorpresas-, le digo. 

-Sí, así que tienen que puro quedarse-. 

Ella, junto a la mesera que la acompaña, vuelven un rato a la zona restringida, y salen a los minutos. Kathy nos propone algo: 

-Chicos, como les dije, habrá sorpresas, pero para eso necesitamos de su ayuda. Estamos juntando platita para un show en vivo, que se viene re bueno, así que si les gusta la idea, tienen que puro cooperar-. 

B me mira por unos momentos, en señal de complicidad, y le pregunta a Kathy: 

-¿Cuánto necesitan?-. 

-Cinco luquitas, entre los dos, por el show. No es nada, y les juro que no se arrepentirán-, responde la Kathy, muy segura de su propuesta. 

-Ya, vamos a pensarlo aquí con mi amigo, y les decimos ¿ya?-, le replica B. 

Él se acerca a mí para ponernos de acuerdo respecto a la propuesta. Al final decidimos pagar medio a medio el monto solicitado, y se lo pasamos a la mesera. 

-Excelente, chiquillos. Así que esperen, que la Kathy va a preparase para el show-, dice ella. 

-Demás, esperamos que nos sorprenda-, dice B, ansioso por disfrutar el número de la única chica del Rito a esta hora de la madrugada. La espera y la expectativa tenían que valer la pena. 

Al rato, paran la música envasada y apaguen momentáneamente las luces. El show está pronto a comenzar. Se vuelven a encender las luces, y suena You can leave your hat on de Joe Cocker. Dejamos de beber y miramos directamente hacia la Kathy, vestida con chaqueta formal, camisa, vestido corto y unos tacos, acercándose con pasos sensuales hacia un espacio amplio con un caño al medio. A medida que transcurre el tema de Cocker, Kathy se va desvistiendo de manera progresiva, mientras hace todo tipo de movimientos sugerentes y de bailes alrededor del caño. La miramos con asombro y lascivia. 

La Kathy estaba demostrando in situ una faceta que habíamos subestimado: la del voyerismo, la de la contemplación estética de la musa en la tarima, meneando su fisonomía al ritmo de nuestra calentura. Porque en esa contemplación hay también algo apolíneo, una manía por observar una figura femenina que se mueva únicamente en función del deseo ajeno y también del propio, sabiendo disimularlo. Es ese supremo arte de la provocación con el que nuestros ojos tienen su fiesta particular. Ese capricho exótico se vuelve un premio y, a la vez, un desafío. 

Acaba el tema y el show termina con la Kathy desvestida completamente, usando solo el bikini platinado. Su última pose la realiza encaramada arriba del caño y ladeando su bello cuerpo hacia atrás, haciendo un movimiento ondular con el brazo izquierdo. Se vuelve a poner la camisa y se acerca a la barra para preguntarnos respecto al show, como si fuéramos el control de calidad o la clientela jugando a ser jurado. 

-¿Y? ¿Cómo estuvo esa sorpresa?-. 

-Ufff, sor-pren-den-te-, dice B. 

-Quedé loco-, le digo a la Kathy. 

-Alucinante-, repite B 

-Guapísima, aparte de ágil-, termino diciendo. 

-Gracias, chicos, se pasaron. Y me alegro que hayan quedado contentos. Todo gracias a ustedes-, nos dice Kathy, satisfecha de nuestra evaluación. Y es que en verdad quedamos bastante impresionados por ese derroche de sensualidad y de ligereza. Pero la Kathy quería más. Nos vuelve a proponer algo: 

-Chicos, como veo que se entusiasmaron, les voy a proponer otra cosa. Por tres lucas más, les hago otro show un poco más osado ¿les parece? Es una oferta que no pueden rechazar-. 

Bebemos otro poco de cerveza, nos miramos, hacemos un gesto de afirmación con la boca, y decimos casi al unísono: 

-¡Claro! Por qué no-. 

Le pagamos las tres lucas directamente a la Kathy, a vista y paciencia de la mesera que allí está mirando cual testigo de la situación. 

La Kathy exclama: -¡Esa! Ahora, relájense, estén tranquis, que se viene bueno-. 

Entonces, vuelve a sonar otra pista, un tema de reggaetón, el cual augura que la nueva intervención de nuestra musa será un poco más calentona. Con tres lucas, la Kathy desafía nuestras expectativas. Agarra una botella vacía de Becker que estaba encima de la barra, juega con ella, le besa la boca y la chupa lentamente, para luego hacer una garganta profunda. Quedamos estupefactos. Un compadre se acerca también a la barra. Es el viejo que la había invitado a un privado hace un rato. Se queda a contemplar el show de la Kathy. Ella sigue chupando, luego se contornea, se mueve lentamente, y agarra la botella para colocársela en su entrepierna, de manera tan explícita que todo parece una muy creíble escena de masturbación. Continúa en el acto durante varios minutos, simulando que se corre con la boca de la botella. Recuerdo por un momento a Kubrick, cuando decía que si puede ser imaginado, en este caso, fantaseado, puede ser filmado. Y nosotros estábamos teniendo nuestro propio visionado perverso, el suficiente material en la memoria para otra madrugada de auto placer. El bikini platinado que lleva la Kathy resplandece en la oscuridad. Se vuelve una musa de celuloide, porque nosotros fuimos los espectadores de su brillante desfachatez. Todos, de una forma u otra, usamos una máscara. Es la máscara de un misterio que solo pudimos observar y no tocar. Algo con nombre de noche y de carne. Algo inenarrable. 

Tras el show, la Kathy amablemente nos da su número, como una forma de decir que ganamos algo, además del imaginario porno que ella nos imprimió cual hebilla de fuego para siempre caliente. Éramos una jauría, pero también, a su manera, fuimos su rebaño. 

miércoles, 22 de julio de 2015

El silencio es un templo que no necesita dios


Según Piglia, Joyce domina el lenguaje, mientras que Kafka es dominado por el lenguaje. En la universidad nos enseñaban que los linguistas contemporáneos entendían el lenguaje como alguna clase de facultad desconocida que debe analizarse en relación con la mente y la sociedad. Había una máxima no recuerdo de qué teórico que decía algo así como que "es imposible no comunicar(se)". Sin embargo, le delegaba al silencio -cuestión elemental- un rol demasiado apegado a esa ley antojadiza de la comunicación material. Se sentía una cierta obligación por volvernos expertos del lenguaje, burócratas y señores de la significación para echar a andar la rueda de la investigación linguística y de la normativa gramatical en los colegios e institutos de siempre. Recuerdo que Walter Benjamin hablaba algo en relación al mito sobre el origen místico de la palabra, que poco a poco se fue desapegando de las cosas, su relación directa, carnal, con las cosas, para pasar a fragmentarse en lengua y significado. El problema en cuestión, a mi entender, en cuanto cómplices del lenguaje, no es nuevamente la naturaleza ni el origen, si viene de Dios, de una extravagancia evolutiva o si es un órgano o una facultad que se construye como andamios. Es el por qué. En esa eterna pregunta guardan los mercenarios de la poesía, siempre derrotados, nunca señores, su nicho. Es algo así como el templo sin divinidad al cual ofrendan sus experiencias cada vez más mundanas. Porque el silencio es aquello inexpresable que sirve de origen y de destino. No se adivina demasiado el sentido del silencio en esas academias que hacen gala de la retórica y de la correcta expresión. Sin embargo, se siente. No es solo la ausencia verbal. El silencio tiene relación con algo sagrado, algo incomprensible por esencial. Y es la premisa que Wittgenstein nos lega inspirado en esa filosofía del vacío. Su sentido no se reduce a comunicar, a operar en el mundo como un funcionario más. El lenguaje puede servirnos o bien acabar con nosotros y lo que más queremos. Las dos posturas al parecer antagónicas de Joyce y Kafka frente al lenguaje en realidad tienen como telón de fondo al silencio, protagonista real del siglo XX. El silencio es un templo que no necesita dios. El silencio terrible por sagrado. Lo que las palabras no alcanzan a expresar por incomprensión o quizá solo por una sensación de vergüenza o respeto. En el por qué se hace la diferencia, entre el que enseñorea su única visión del mundo (de la escuela de Joyce), y el que se ve avasallado por una visión que lo sobrepasa (de la escuela de Kafka) porque sabe que el silencio envuelve algo más sublime que cualquier palabra: la visión de las cosas que se acaban...



martes, 21 de julio de 2015



Decir ocio es lo mismo que decir escuela. Es lo que muchos profesores no entienden. Las vacaciones, en el fondo, no son un puro receso, un paréntesis, un lapsus dentro de una larga cadena infinita de trabajo. De hecho debieran ser el reino de la acción para lo verdaderamente importante: los asuntos inútiles que alimentan el espíritu, que no necesariamente producen. No comprendo otra forma de cambiar la vida (Rimbaud) o transformar el mundo (Marx) que teniendo el tiempo y el desenfado suficiente para concebirlo. Ahora, realizarlo, es harina de otro costal.

"El poeta pobre"


lunes, 20 de julio de 2015



Fechas que retumban en el espacio. Pienso en Brian May el guitarrista de Queen y la ayuda que prestó a la Nasa para conocer Plutón. Hoy también es el día del alunizaje del Apolo 11 en la Luna, que está vinculado según una teoría conspirativa con un supuesto montaje encargado a Stanley Kubrick en el marco de la Guerra Fría. No quisiera discutir la legitimidad o veracidad de sus acciones. Es solo el hecho sutil de cierto renacentismo que sobrevive. Ese rock que colabora con la travesía hacia el planeta más lejano, el cine que puede incluso convertir el viaje a la luna en un hecho de celuloide. En otras palabras: El arte al servicio de la audacia, la historia convertida en melodía, en imagen....

domingo, 19 de julio de 2015

Paseo inmoral (primera parte)



I

Una vez que el Boom se dilata lo suficiente para hacer de la noche una larga carretera hacia un desierto, y la ciudad entera se llena de almas ingenuas como nosotros, pero que parecen llevar mejor la onda del momento; en ese instante de derrota absoluta, cuando todo los planes de abrir un puente hacia las chicas, epítome de la gloria de la noche, se echan a perder, encontrándonos uno frente al otro con las manos en los bolsillos, con la misma cantidad de libido y de odio hacia uno mismo contenidas, desafiando, como dice B, las posibilidades en lo imprevisible del panorama, en su frescura salvaje, agotando hasta el último minuto y el último peso de la jornada, dilatando la racha hasta lo inimaginable con tal de propiciar alguna clase de milagroso encuentro, de alguna conocida que, por azares de la vida, nos acompañara de regreso a casa, como aquella compañera que consuela al perdedor de la clase luego de una golpiza o, por el contrario, como el héroe de alguna novela de culebrón que, luego de haber ido en busca de su destino, vuelve hecho pedazos y es conducido de regreso por alguna musa que también se haya extraviado en el camino; en ese instante de paroxismo, cuando todos en el centro de la ciudad parecen tener su historia húmeda escondida debajo de las ropas o bien calientita al llegar a la casa, para comenzar a escribirla y a desnudarla, y tu corazón ya comienza a perder la nota y tiene bronca de seguir palpitando por un sueño ridículo; en ese momento en que la propia vida, como dice B, te ofrece una oportunidad y luego se arruina para sacártela en cara, como diciendo que eres un maldito inepto por no tomarla, ya sea por tu inseguridad o tu confusa falta de adaptación; es ahí que aparece en el horizonte el desvío de la ruta, la nota discordante que hará toda la diferencia. 

El café con piernas de la esquina próxima al departamento de B resulta una especie de oasis en medio de todo un océano de hormonas y de complicidades. El lugar está instalado frente a la Plaza Victoria, donde desde hace décadas hay un carrusel infantil, y frente a la única biblioteca municipal de la ciudad. Parece la premonición irónica del rumbo que tomarán de ahora en adelante nuestras salidas nocturnas, esos paseos bautizados como inmorales hasta el punto de la diversión y la desesperación.

Konducta Cero. El nombre del lugar suena a una especie de paradoja. 

-¿En serio vamos a entrar wn? ¿No será muy tarde?-, le pregunto a B, quien estaba dispuesto a cerrar la noche con broche de oro. 

-Sí, wn, démosle no más, sin miedo-, contesta. 

Lo sigo a regañadientes, mientras miro al par de guardias afuera de la entrada. Con su sola mirada atenta y la música bailable sonando de fondo, intuimos que nuestra errática aventura se volverá salvaje. El negocio lleva ahí mucho tiempo, y es mirado con cierto desenfado por los flaites que pululan en los alrededores de la plaza. ¿Esclavitud? ¿Perversión? En esos instantes, la pasión se come nuestra moralidad aprendida. Una cosa es la lectura dura de la realidad; y otra, encontrar una solución práctica al final de la racha. 

Entramos al sitio con B. Nos parece sacado de una película de David Lynch. Para B, es precisamente la continuación lógica de nuestra mala noche. Es el consabido purgatorio porteño que, sin embargo, nos puede enviar, si así lo queremos, al paraíso sexual o al infierno de las emociones. Caminamos tranquilamente por el lugar y nos sentamos a un costado izquierdo del espacio donde atienden las chicas, separado por una larga barra. La primera chica que se nos acerca se llama Cata. Ese es su nombre artístico. Se trata de una escultural rubia, de baja estatura, usando un bikini negro, tacones altos y un piercing en la nariz. Nos saluda cariñosamente.

-Hola, guapos. ¿Los puedo ayudar?-. 

Nos miramos con B, y le digo: 

-Pues, depende-. 

B suelta la voz, y habla con la chica.

-¿Cuánto salen las cervezas?-. 

Cata responde: -La de litro sale 3500. Hay varias ahí-. 

Ella señala con el dedo hacia el cooler lleno de cervezas. Volvimos a mirarnos con B, y terminamos pidiendo una botella para los dos.

-Dame una Cristal-, le pide B a la Cata. Este le da un billete de cinco lucas.

-Ya vuelvo, cariño-, dice Cata, y se da vuelta para ir a buscar la chela, mientras no dejamos de admirar su hermoso trasero, muy bien tonificado, y rebosante bajo las luces tenues. 

-Ohhhhh-, digo a B, no alcanzando a pronunciar nada coherente, ante la mirada atónita de alguno que otro cliente, y con la música chabacana sonando de fondo.

-Tranqui, que es temprano. Se viene lo bueno-, comenta B, seguro de que aún nos queda noche por delante. 

Recuerdo que Emil Cioran hacía una apología de las prostitutas, comparándolas con heroínas que encarnan algo así como una filosofía a la intemperie, despojada de prejuicios y de principios. Para no desentonar con este pensamiento, entonces me dispongo a invitar a la Cata. 

-¿Estás seguro? Jajaja el wn caliente-, me pregunta B, sorprendido de mi rapidez al querer invitarle un privado a la chica. 

-Es ahora o nunca. Si no, me la calan ¿por qué crees que hay pocas en la barra? Están todas invitadas-, le digo a B, con la suficiente seguridad y aplomo. 

-Jajaja, dale campeón-, dice B, sorprendido por mi decisión.

Vuelve Cata con la Cristal. Nos sirve a ambos en unos vasos de plástico, le entrega el vuelto a B, y este le dice: 

-Oye, creo que mi amigo tiene que decirte algo-. 

-¿Ah sí?-

-Ajá-

-Bueno-. 

Se acerca la Cata a mi lado, sonriente, y B comienza a beber su vaso de chela. Yo también hago lo mío. Cata me pregunta.

-¿Qué era lo que tenías que decirme?-. 

Le respondo que se acerque. Ella agacha su cabeza lentamente para escucharme.

-Te invito un trago, ahora-. 

-Bueno, cariño. Tú ya sabes el precio-. 

-Sí-. 

-Ok, vamos-. 

La invito al trago de rigor. Voy con el vaso de chela en la mano. B me ve y hace un salud al aire con su vaso. 

-Aquí te espero, wn. Tómate tu tiempo-. 

Cata se sirve un trago al lado del sujeto que está en la caja, quien observa todo a través de unas cámaras. Este la mira y sonríe levemente. 

-Vamos, cariño-, me dice la Cata, con el trago ya servido. La sigo hasta las escaleras para ir al privado del segundo piso. A medida que sube, volteo a mirar a B, quien sonríe a lo lejos levantando nuevamente su vaso de chela en señal de brindis. 

Arriba la Cata me toma de la mano para que la acompañe hacia un lado más privado, sobre unos sillones. Salen de un cuarto un par de chicas para bajar al primer nivel. Saludan a la Cata y siguen su camino. Al acomodarnos sobre uno de los sillones, Ella coloca su trago sobre una pequeña mesita. Yo también dejo mi vaso de chela a un lado para arrimarme a su lado. 

-Ven, no seas tímido-, me dice la sensual mujer, mirándome fijo a los ojos y mordiéndose los labios. Así comenzamos a besarnos, y ella me toca la entrepierna. Luego, me empuja contra el respaldo del sillón, y comienza a bailar frente a mí. La veo contornearse, extasiado en sus movimientos de cintura y caderas. Aprovecho de quitarme la chaqueta, y ella se me sube encima con sus nalgas sobre el pantalón, para acabar meneándolas al son del ritmo tropical en el ambiente. Yo hago lo mío, jadeando y haciendo un movimiento pélvico que emula el acto sexual. Cata parece disfrutarlo y se echa para atrás, de modo que su cabeza reposa sobre mi hombro, a la vez que continúa meneándose completita para luego incorporarse y rematar con otro baile más lento que acaba con nosotros frente a frente, uno encima del otro, agarrándonos el cabello. 

Tras varios minutos, Cata y yo nos cansamos. Ella agarra su trago; yo, mi vaso de chela. Brindamos, algo agitados, y comenzamos a hablar. 

-¿Y? ¿Te gustó?-

-Uff qué quieres que te diga, te pasaste-. 

-No todas hacen lo mismo-. 

-Sí, si cacho-. 

-¿Has venido antes?-. 

-Sí, o sea, ya cacho que las chicas aquí tienen distintas formas de trabajar-. 

-Claro, lo que pasa es que generalmente nosotras hacemos un privado, pero cada una tiene su propia volá. Algunas, por ejemplo, no dan ni besos. Otras, como yo, somos un poco más lanzadas. Incluso hay chicas que se van con clientes a tirar. Allá ellas, pero encuentro que es muy arriesgado. Igual se gana plata, en todo caso-. 

-Demás, se hacen la América, y no es para menos. Hay mucho cliente entusiasta, y como dicen por ahí, la carne es débil-. 

-Jajaja, eso dicen-. 

-Oye, ¿y tú de dónde eres?-. 

-Playa Ancha, cerquita, ¿y tú?-. 

-De acá de Valpo-. 

-Ya, pero ¿de adónde?-. 

-Vivo muy cerca de acá, como a dos cuadras, en calle Colón-. 

-Ah mira, estás al ladito ¿y qué les dio por venir con tu amigo, tan tarde?-. 

-Queríamos rematar como Dios manda-. 

-Este es el lugar apropiado, cariño-. 

La Cata bebe otro sorbo del trago que ya está a la mitad, lo deja a un lado y se me acerca. Yo la rodeo con el brazo y le acaricio el hombro. 

-Y cuéntame, Cata ¿siempre te dedicaste a esto?-. 

-O sea, no siempre, pero ahora último sí. He estado en otros locales del centro. El Bora, no sé si lo conoces. Estuve trabajando por ahí, pero no sé, no me gustó-. 

-¿Por qué no?-. 

-Era buena la paga, pero iba re poca gente. Debe ser por los precios. Igual el jefe me tenía mala no sé por qué-. 

-Pucha, pero me imagino que aquí arrasas-. 

-Nah, ni tanto, ha estado media lenta la cosa. Hay que matarse pa ganarse sus moneas. Igual hay noche y noche. Se pasa bien en todo caso-. 

-Eso no lo dudo-. 

-Además, tengo dos cabros chicos que debo mantener-. 

-¿Viven contigo?-. 

-Por supuesto, con quién más-. 

-¿Y el padre?-. 

-Uf, mejor ni te cuento. Un saco wea que se mandó a cambiar. Se supone que trabaja, me manda sus lucas pa los cabros, pero ahora último aparece cuando le da la gana. Así que no queda otra que aperrar no más, aquí, a poto pelao, jajaja-. 

-Te admiro, Cata. Aparte de sensual, aperrada-. 

-No es para tanto.... a veces, no sé, siento que me gustaría irme lejos con mis niños, lejos, muy lejos, sin decirle a nadie dónde. Mandarme a cambiar, carepalo. Total, no le debo nada a nadie. Me las rasco solita, y todo sea por mis cabros-. 

-Qué duro, Cata. Bueno, trata de no pensar en eso, por ahora, y aprovechemos lo que queda de tiempo-. 

-¿Sabí que tení razón? Pa que hacerse tanto atao-. 

Volvemos a brindar y a beber lo último que nos queda de trago. En ese momento, sonaba de fondo un tema de Bon Jovi, Dead or alive. Cata comienza a relajarse, y se acurruca a mi lado, colocando su cabeza sobre mi hombro. Yo me relajo tanto que empiezo a pestañear solo. 

-Disculpa por ser tan latera, ¿ya?-

-Tranqui, está todo bien-.

-Ya se nos acaba el tiempo ¿te tinca invitarme otro traguito, para seguir conversando?-. 

Durante ese suspenso eléctrico, craneo mi respuesta. Finalmente, le agarro el gusto a la chica, y asiento.

-Dale, te invito otro traguito-.

-Ok, voy a buscarlo. De ahí me lo pagas-. 

Se levanta la Cata, lentamente, y va a buscar el otro trago para poder comprar su tiempo. Al volver, ella y yo volvemos a brindar, y conversamos.

-Sabí que he querido dar la PSU para poder estudiar algo. Salí hace rato del liceo, pero siento que puedo dar más, por ellos. Eso es lo que quiero-. 

-Qué oportuno, Cata. Y me parece genial que quieras seguir estudiando. Mira, yo soy profe, te podría ayudar-. 

-¿En serio? ¿Profe de qué?-. 

-De lengua-. 

-Ah ya, te gusta la lengua jaja-. 

-Jajaja, algo así. O sea, el lenguaje. Enseño a leer y a escribir y esas cosas-. 

-¿Así que he atendido a un profe? Qué loco. Ya pos, voy a necesitar su ayuda-. 

Cata toma de manera relajada la mención a mi profesión. Una táctica honesta, aunque sin el provecho inmediato, como reclamaría B en su descontrol por querer siempre ganar a toda costa. Son quizá esas movidas las que permiten sumar consistencia, para la próxima entrar con todavía menos prejuicio y echar, literalmente, toda la carne a la parrilla. La reflexión necesaria que se hace carne. 

-Oiga, profe, no vaya a pensar que soy así siempre. Soy una chica bien jaja-. 

-Tranquila, que soy discreto-. 

-Cuando sea su alumna me portaré bien-. 

-Tendrás que hacerlo jaja-. 

-Tendrá que ponerme buenas notas-. 

-Si te esfuerzas-. 

-Pero obvio, yo siempre me esfuerzo-. 

-Me consta-. 

La Cata sonríe. Pregunta.

-Oye ¿qué hora es?

-Tarde, tipo tres-. 

-Uf, ya van a cerrar, cariño-. 

-Demás-. 

-Mira, ya termino el trago. Lo pasamos super. Si quieres verme, estoy acá de jueves a sábado-. 

-¿Cómo qué hora más menos?-. 

-Tipo once llego, hasta la madrugada-. 

-Ok, Catita-. 

-Ya, cariño, tenemos que bajar, mira que después me retan-. 

Acompaño a Cata hasta el primer nivel. Ya abajo, nos separamos. B sigue ahí, a punto de acabar la botella de Cristal, y conversando con otra chica del ambiente, muy cerca de ella, del otro lado de la barra. Este me pregunta:

-Shh te demoraste, estuvo bueno parece-. 

-Uff genial, compadre. Bien movida la cosa-. 

-Yo aquí conversando con una amiga-. 

La chica de pelo negro y traje de baño rojo me saluda, sonriente.

-Ya, compadre, es tarde wn. Vamos yendo no más. Pa la próxima venimos más temprano. Ahora era para rematar el boom-. 

-Sí pues, pa compensar el fracaso-. 

-Pero no puedes negar que lo pasamos la raja-. 

-Literalmente, jajaja-. 

Nos encaminamos a la salida del café. El sujeto de la caja se despide de nosotros muy a la rápida. Las pocas chicas que quedan en la barra también lo hacen. Cata promete seguir allí, de jueves a sábado, como ya me había dicho, esperando que otros clientes satisfagan su hambre más auténtica, que otros descarados como nosotros puedan levantar todo un relato a partir de su tan empeñosa y, muchas veces, estoica faena. Quizá a eso se refería Cioran con su dicho sobre las mujeres de la noche: más que la carne, es la idea, la persona detrás de las chicas la que conecta con nosotros, aunque una cosa no quite la otra.



II

En otra ocasión, había ido con otros pilotos a unos cafés cercanos al Konducta. Habíamos entrado de manera iniciática, comenzando nuestro paseo inmoral, bautizado así gracias a M, el amigo misántropo, a raíz de un video musical de Gustavo Cerati, en el que actúa como un turista que frecuenta sitios clandestinos, con shows de caño en vivo y una orgía demoliendo el hotel entre luces de medianoche. 

El lugar que renueva ahora el paseo inmoral queda en la galería de calle Condell, en el ya legendario Angra. Allí conocimos a chicas que en estos momentos se han consagrado al estrellato como nuestras musas más queridas. En su momento fue la chica que bautizamos como la Mami. La llamamos así por su generoso servicio, y fue con la que completamos una suerte de trilogía del deseo, ya que los tres comensales implicados, B y M, incluyéndome, la invitamos al mismo privado haciendo gala de su baile desenfrenado, su alegría tan furiosa que incluso nos comía a los tres sin lugar a prejuicio y vergüenza. La diferencia estaba, quizá, como chica que la sabía por libro, en que ella disfrutaba lo que hacía, o así nos lo hacía saber en aquel privado subterráneo. Su pasión era parecida a la que sentía por los libros, aunque, digamos, algo distinto a la vieja relación entre libros y putas. No importaba si ella leía o cómo lo hacía, importaba en qué medida todos nos abríamos ante ella. 

Sin embargo, el recuerdo de la Carla melancólica sigue en cada apertura que la Mami desplegaba con sensualidad. ¿Será porque es difícil separar el romanticismo de la carne? B decía que no se enamora, que simplemente paga por algo y ya, pero que se joda, cada cafetera es una Vía Láctea. Se aprende, en ese gran riesgo, a abrirse completamente ante la próxima Mami como en un salto de fe, con ese dinero que se apuesta en lugar de comer, de comprar un libro o de jugársela por alguna conquista, con esa incertidumbre de no saber qué hará la chica en cuestión, a pesar de las reglas, porque nosotros somos cómplices de la noche, porque la noche lo envuelve todo a medida que ya va siendo hora de cerrar, como delirios de astronauta que no aspira a otras estrellas que a las de la esquina menos transitada.

Ingresamos al Angra con B. Eran alrededor de las diez. Ningún rastro de la Mami. Seguramente había faltado o simplemente se había cambiado de café. Seguimos nuestro camino a través del local. Allí nos saludan unas tres chicas apenas nos ven. B se acerca a una rubia y a una morena de acento venezolano. Las invita a sentarse a la barra de entrada, justo al lado del sujeto que hace de cajero. La chica con la cual agarro onda se llama Luci. Tiene la piel blanca, de baja estatura y esbelta figura, con unos ojos verde claro y un pelo largo, oscuro. Luego de pedir una Heineken que pagamos a medias con B, hablamos un rato y, sin pensarlo dos veces, la invito al privado que queda en un nivel inferior, bajando las escaleras. El piloto B, mientras tanto, se queda bebiendo y conversando en la barra de la entrada, con el par de chicas. 

El sitio para el privado era amplio, iluminado con una luz tenue, y había distintos pasillos con unas barras y unos asientos. Luci me guía hasta un pasillo donde hay un sillón, y ahí nos ponemos cómodos. Ella deja su trago en una mesita y yo también dejo ahí mi vaso de cerveza. 

-Te noto tenso, ¿quieres que te ayude a relajarte?-. 

-¿Tenso yo? Bueno, un poco, he tenido una mala semana. Me vendría bien su ayudita-. 

-Tranquilo, que a eso me dedico-

La Luci se monta encima mío, por unos momentos, y toma el control, poniendo su pierna entre las mías, para luego acercarse lentamente a recorrer con su lengua el camino del cuello a la boca. La Luci comienza a gemir:

-¿Te gusta así?- pregunta, al notar mi compenetración con el acto.

-Sí-, le digo, -sigue así, continúa, así, así-

De esa forma, pasaron largos minutos en que Luci me toca por debajo de la ropa y sigue posada encima mío, continuando con su faena de lengua y saliva. Unos besos locos y, acto seguido, un baile pegado al ritmo de un perreo. Nos cansamos y volvemos a sentarnos en el sillón, con tal de continuar bebiendo. Luci bebe un largo sorbo de su trago, y dice:

-Ahora te soltaste-. 

-Sí, claro que sí, andaba medio tenso lo asumo-. 

-Oye, y no me has dicho nada ¿tú a qué te dedicas?-. 

-Soy profe de lenguaje-. 

-Guau, un profe, mira qué bien. Me imagino que debe ser difícil tratar con los alumnos-. 

-Más o menos-. 

-Sobre todo con las chicas jaja-. 

-Jajaja demás, pero no importa, siempre profesional-. 

-Te creo-. 

-¿Y tú? ¿Solo te dedicas a esto?-. 

-Fíjate que no. Yo soy enfermera-. 

-Ah, así que una enfermera, pues hiciste muy bien en atenderme jaja-. 

-Como dices, siempre profesional-. 

-Jajaja, oye Luci, pero enfermera, enfermera, o estás estudiando aún-. 

-Enfermera “rial” pos-. 

-¿Y cómo lo haces, si también trabajas acá?-. 

-Es que acá tengo turno flexible, y vengo los finde. El resto de la semana lo trabajo en la CESFAM de Placeres, o haciendo atenciones particulares. Aunque de repente me llaman de urgencia los finde y tengo que ir-. 

-Dale, qué sacrificada-. 

-Sí, todo con tal de hacerse unas lucas, pero me he ido acostumbrado. Lo importante es que te guste lo que haces, y a mí me encanta-. 

-Claro, lo mismo puedo decir. ¿Pero te encantan ambas cosas?-.

-¿Cómo así?-. 

-Me refiero a esto y a la Enfermería-. 

-Pues claro, profesorcito. Me encanta ayudar a la gente. Fíjate que esto de ser cafetera es muy parecido a lo de enfermera...-. 

-¿Ah sí? ¿En qué sentido?-. 

-Que como enfermera atiendo a las personas que lo necesitan, igual que acá-. 

-¿Cómo? ¿Atiendes a los necesitados?-. 

-No jaja, me refiero a que como enfermera atiendo a los que están enfermos, y como cafetera me toca atender a hombres como tú-. 

-¿Hombres como yo?-. 

-Sí, aunque parece que te enredé jaja. En fin, me encanta mi pega porque siempre pienso en los otros-. 

-Yo también pienso en los demás, linda. Como profe también me toca ayudar a los más pequeños-. 

-Por eso nos llevamos bien altiro-.

-Oh qué tierna, mi enfermera del amor-. 

-Jajaja si tú lo dices-. 

Así el tiempo del privado se prolonga más allá de lo establecido. Está claro que con Luci no fue el clásico confesionario. Ella le puso cierto sabor prohibido a nuestra conversación íntima, porque, mal que mal, era una enfermera, una profesional en reparar los corazones y hacerlos exprimirse de placer. Solo así la auto ayuda parece algo apetecible, algo por lo que pago encantado. 




Al acabar su trago, y yo el mío, Luci vuelve a recorrerme el cuerpo pegado al suyo como evaluando alguna enfermedad imaginaria. Solo una mujer como ella da en el clavo, porque eso es lo que hacemos al venir: recrear la fantasía de un mal que solo ella puede remediar con sus dotes irresistibles. El tiempo se agota, suena un timbre de fondo. Es hora de regresar al primer nivel. 

-Vamos, ya se acabó. Arriba me pagas-, me dice Luci.

-Ya, ok guachita-. 

-Me agrada esa cara-. 

-¿Ah sí?-. 

-Estás como nuevo-. 

-Y todo gracias a ti-. 

-¿Ves? Por eso me dicen la enfermera-. 

-Ahora entiendo-. 

La Luci sonríe, y se me adelanta para subir rápidamente hasta la barra, luego de pasarse un poco del tiempo. Al regresar a la barra de entrada, le cancelo al sujeto del cajero la cuenta de Luci. Ella me ve, me sonríe y se despide a lo lejos, luego de ingresar a un cuarto habilitado a cambiarse. B está solo bebiendo lo último que le queda de la Heineken. 

-¿Y las chicas?-, le pregunto.

-Nada pos, ya las invité. Por ahí deben andar-.

-Invita abajo, se pasa mejor-. 

-Sí sé compadre, pa la próxima no más-. 

-Por supuesto, como voy a invitar yo no más-. 

-Es que vo eri comilón-. 

-Jajaja-. 

Al pagar la cuenta, salimos del Angra, y luego caminamos hacia la salida de la galería. En ese instante, otras chicas cafeteras se asoman desde otros locales a ver si logramos enganchar, pero seguimos nuestro camino, lo suficientemente satisfechos. Como ya es de noche, el acceso a la galería está custodiado por un guardia. Al vernos, abre la reja para dejarnos salir a calle Condell. B observa hacia todos lados, temiendo que alguien lo pille. 

-¿Quién te va a cachar a esta hora?-, le pregunto.

-Me pueden sapear a mi polola-, responde. 

-Andai perseguido. Mira la hora que es, nadie va a cacharte. Tranquilo-. 

Caminamos ambos pilotos, con ese sentimiento de paranoia infundada, hasta la esquina de Condell con Molina para luego separarnos. El paseo inmoral ha concluido por hoy. 


III

Transcurre una semana. Regresamos al Angra y llegamos un poco más temprano, para ver si están las mismas chicas de la otra vez, pero ellas ya se habían marchado irremediablemente. De hecho, al entrar solo está el cajero y las otras cafeteras se mantienen invitadas. Nos miramos con B, y abortamos misión, abandonando el local. De esa manera, el Angra se consagra como nuestro nicho más romántico, por la sencilla razón de que nos queda un dejo de nostalgia. Será porque las musas que de verdad importan son aquellas que ya han quedado atrás, no precisamente las que vendrán a continuación, todavía inciertas, impredecibles, aunque, por supuesto, deseables. Será porque nos hemos vuelto demasiado románticos en nuestra desvergüenza, señal de que las cosas comienzan a sonar de acuerdo a un ritmo completamente inaudito.