martes, 29 de enero de 2019

Los libreros, entre ellos los de Metales pesados y Qué Leo, alegan contra la librería popular de Jadue por competencia desleal. La socia de Metales pesados sostiene que por qué mejor no refuerza las bibliotecas, y el de Qué Leo argumenta que las ofertas en los precios no deberían ser lo relevante sino que el catálogo más allá del precio general de los libros. En todo momento, el foco de atención está puesto en el libro en cuanto producto comercial. La discusión pasa por un asunto eminentemente financiero y, de soslayo, ideológico. El compañero Yuri en Valpo, por ejemplo, también se jacta de vender sus completos más baratos. Pero no hay ahí ningún otro vendedor de completos parándole el carro. Simplemente se instala, arma su negocio y ya. La cuestión es qué se gana rebajando el precio de los libros. Y, por otro lado, qué tiene que ofrecer el vendedor aparte de esa rebaja. Pienso tal vez en los locos que venden libros viejos en la O Higgins o en alguna que otra feria de antigüedades. De repente los compadres se exceden en los precios de los libros y a la larga no hay mucha diferencia entre comprar un best seller en la Antártica que en la misma calle, pero la gracia está en que en la calle hay más posibilidad de regatear y de encontrar variedad de literatura. Abundan en la calle los gruñones mercaderes de libros que venden los usados como si fuesen palta, pero también los aficionados que te hacen un precio pesando el valor "real" de tal o cual libro según su carácter de culto o su contenido particular. Es cosa de buscar con lupa y de sacar con pinzas.
Vuelve Houellebecq y su ácida ironía autoflagelante en Serotonina: "Los indeseables efectos secundarios producidos más habitualmente por el Captorix son la náusea, la pérdida de la líbido, la impotencia... Nunca antes había sufrido náuseas".

sábado, 26 de enero de 2019

La firma sueca SPT que participó en la búsqueda del niño Julen caído en un pozo en Málaga también habría sido la que ubicó a los 33 mineros chilenos. La diferencia es que el niño Julen fue encontrado muerto al fondo del pozo luego de extraviarse durante más de dos semanas. Por lo tanto, no hubo aquí espectacularización de la épica del rescate, sino que espectacularización del luto sobre el desastre. Lo que sí une este hecho a lo ocurrido con los mineros es el grado de chovinismo latente que sugieren los medios de prensa. “Toda España se suma a la tristeza infinita de la familia de Julen”, tuiteó el presidente de gobierno. Chile se unía "en un solo corazón" para celebrar el montaje de la heroicidad de sus mineros rescatados. En cambio, España se une en un solo corazón para lamentar con suma congoja el destino funesto de la inocencia. Bajo la mirada del desastre renacen los ánimos nacionalistas. Lo individual, al verse susceptible, se suma al sentimiento del desastre que reflota con tintes de identidad colectiva. "Te podría pasar a ti" parecen decir. "Todos somos los mineros", "todos somos Julen" rezan las consignas, enarbolando un efectista sentido de la conmiseración, con tal de remecer un poco las conciencias de los entes civiles, borrachos de catástrofe, adictos al color humano de la política. Lo espectacular recae tanto en el sobreviviente como en la víctima del abismo, pero el abismo les devuelve la mirada a todos por igual.
La otra vez se nos acercó un compadre en el Muelle Prat y nos preguntó si podía quitarnos un poco de tiempo para hablar sobre los orígenes de distintas ciudades de la Región, a cambio de un poco de plata para salvar el día. Se presentó como un profesor retirado y licenciado en Historia que hace años, por abc motivo, dejó de ejercer para abocarse a lo que él llamaba "investigación errante" (sarcástica presentación que de alguna manera interpelaba mi hipotético futuro). Él mismo nos dijo si acaso queríamos saber aquel conocimiento de primera fuente. El aporte, por cierto, lo dejaba a la conciencia de cada uno. Algunas de las cosas de las que hablaba este loco francamente ya las sabía, pese a insistir en que era información que el turismo oficial omitía sistemáticamente. Pero hubo cuestiones sobre las que no había reparado, como el verdadero origen del nombre Quilpué y por qué se le llamaba Ciudad del Sol, y también respecto a la explicación de por qué existieron asentamientos diaguitas en la costa de Valparaíso, a raíz del descubrimiento de los yacimientos debajo de la Plaza O Higgins durante el proyecto de construcción de los estacionamientos subterráneos. Al parecer, según lo que decía el compadre, el apelativo de Ciudad del Sol venía de un semanario de literatura de los años 30, del cual se extrajo la metáfora de una poeta desconocida. Y sobre lo de los diaguitas, estos habrían sido los primeros en ser descubiertos a la altura de la costa, por lo que el hallazgo habría barrido con todo lo que se sabía del sector en términos arqueológicos. El compadre se encargaba de remarcar que este último hallazgo es más importante de lo que se cree, ya que volvería a poner en la palestra algo que se creía olvidado en la ultratumba de la memoria. Nos confesaba que, de acuerdo a su apreciación personal, mucho del tabú que gira en torno a aquel descubrimiento de la Plaza O Higgins tiene alguna relación con fenómenos paranormales, influencia de las almas de los muertos que allí descansaban. Para los descendientes del pueblo diaguita que aún moran por ahí, la extracción de aquellos cuerpos implicaba una profanación sin precedentes. Como se sabe, los restos arqueológicos ahora son exhibidos en el Museo de Historia Natural de Valparaíso para conocimiento general de la ciudadanía. Lo que comentaba nuestro investigador errante después de todo, no era nada tan novedoso, pero la forma en que lo contaba nos hacía pensar que detrás de aquella paradigmática búsqueda podía intuirse un trasfondo de fuerzas ocultas aún no del todo comprensibles para el entendimiento. El rostro del compadre al relatarnos todo esto era el rostro del profesor resignado, del profesor que no dio más con el sistema y dio un paso a un lado de manera deliberada para dedicarse a una pasión mucho más grata: la revelación de misterios locales, o, mejor dicho, su clandestina hermenéutica. Su interpretación sobre estas cosas, marcada por el conflicto aunque también por el espíritu de la indagación, dejaba entrever un aire a John Silence porteño, un espíritu quizá extinto por estos días, decimonónico por lo enigmático, pero contingente en su sencillez y proximidad desprolija. Luego de entregarnos generosamente su visión sobre el tema de los diaguitas en valpo, le dimos unas cuantas chauchas que alcanzó a agradecer y a apretar fuerte entre la palma de su mano derecha, mientras que con el rostro miraba hacia Errázuriz, con cierto guiño incierto, para indicarnos que debía seguir caminando hacia paradero desconocido, con el fin de seguir en esta, su cruzada mistérica personal.

jueves, 24 de enero de 2019

Amante Eledín Parraguez, poeta y profesor, conocido como el “verdadero Machuca” por haber inspirado el personaje de la película del mismo nombre, se pronunció y dijo estar en contra tanto del proyecto de Admisión Justa del oficialismo como de la llamada Ley Machuca propuesta por la oposición. Por un lado, sostiene que la meritocracia “no es solo para quienes se sacan puras nota 7, también es para quien se saca un 5 o un 4, pero que es un buen artista o músico”. Por otro, argumenta que la idea de incluir alumnos de escasos recursos en colegios particulares resulta contraproducente, porque, según su propia experiencia al ingresar al colegio Saint George en la época de la Unidad Popular, el proceso de integración social se ve marcado mayormente por el sesgo y la discriminación. Parraguez cree que si todos los establecimientos fueran de buena calidad, en especial los de carácter público, no sería necesaria esa ley. La realidad es que la brecha no solo pasa por una cuestión de oportunidades, sino que por una cosa más profunda, digamos que una de carácter estructural. Por ejemplo, el alumno/a de la Pintana, por mucho que pretenda partir al Saint George, se verá impelido por el contexto y por las condiciones materiales. O, tomando el caso local, uno de Las Cañas que busque postular al Mackay. Si la supuesta inclusión se postula por ley, se sentirá desnaturalizada, porque hay lamentablemente un trasfondo de clase que no se puede soslayar con una pura medida política. Retomando el punto del real Machuca, la solución supuesta no pasaría por achacarle a los llamados colegios particulares la responsabilidad de incluir a los desposeídos, sino que por mejorar de alguna u otra forma la calidad de los establecimientos deficitarios. Como las propuestas del oficialismo y las de la oposición no convencen por partes iguales, salió al baile ese sector de la política llamado Evópoli a postular una “Ley Machuca liberal” que básicamente consistiría en acoger a los cabros vulnerables en colegios particulares pero con algún tipo de apoyo en la subvención escolar. Se plantean como alternativa al proyecto de la oposición pero corriendo en paralelo a los planteamientos del gobierno de turno. No comulgan con el progresismo pero tampoco se queman por un liberalismo a ultranzas. Un perfecto voladero de luces en medio de una batahola ideológica. Todo indica que la pugna entre derecho y mérito sigue siendo el conflicto de fondo de este gallito educacional en pos de la carrera eleccionaria. Entonces ¿Ofrecer la oportunidad de la inclusión por mandato legal? ¿Incentivar el mérito de las capacidades individuales como la flor de la libertad en un programa liberal? O ¿Tratar de impulsar, de una vez por todas, el maltrecho sueño de la educación pública? ¿A quién creerle? Saque usted sus propias conclusiones o mande a lavar a los mentirosos que hacen gárgaras con la palabra educación.

miércoles, 23 de enero de 2019

Cuando Maduro viajó al futuro y volvió, cambió esta línea de tiempo. Ahora quedó la cagá en el presente, con "dos Presidentes" y los yanquis metiendo la cola. La disrupción del orden temporal tiene sus consecuencias. Eso cualquier mandatario debería saberlo.
Después de conocer las irregularidades del municipio de Viña, en lo que sería llamado como “Cotygate”, un sujeto NN en la radio Ritoque opinó que la ciudad jardín se está “valparizando”, y aludió a un meme viral que está circulando en el que la Reginato aparece sacándose el maquillaje para luego ser sustituido su rostro por el del guatón Pinto, también criticado en su tiempo por algo similar, traducido en un importante déficit financiero con negocios y acciones truchas. En el fondo, y esto ninguno de los de allá quiere confesarlo, Viña siempre ha escondido detrás de su fachada la otra cara, la de la ignominia. Es cosa de subir a las tomas. Es cosa de cachar el desfalco. Valpo también tiene su lado b pero no pretende ocultarlo. He de ahí tal vez el calificativo “valparizar”. El despelote ya casi se ha vuelto santo y seña de la identidad porteña. En todo caso, su contraparte vendría siendo esa Viña que el Cotygate está comenzando a empañar. Valparaíso y Viña, unidos como por una insolencia del diseño urbano, costas insufribles en su contigüidad. Cada cual se cree el casero y ve en el otro el vecino incómodo. Un contrajuego de espejos. Una tensión entre hermanos gemelos unidos por una membrana geográfica, pero algo así como aquellos hermanos de la película de Cronenberg, Dead Ringers: una relación de encubrimiento y desvelamiento, acaso sin otra resolución que la vergüenza ajena.
El fallecimiento de la niña Paula Díaz sin la eutanasia que le imploró a los gobiernos de Bachelet y Piñera, representa la derrota de un laicismo prácticamente inexistente, y el triunfo de la hipocresía religiosa, a la vez que encarna la indolencia de una axiología que se jacta de la sacralidad de la vida, siempre y cuando el viviente (incluso agonizante) no la cuestione y no suplique por su legítima muerte. Tu vida, para el dogmático, no te pertenece, menos tu muerte. Debes respetar la Vida, ese cuerpo que tienes de paso, aun cuando sufras, porque cualquier atentado de tu parte en su contra se vuelve un acto antinatural, y entonces no habrá allí ley terrenal que pueda redimirte. En suma, nace, sal del vientre de tu madre, haz lo posible por vivir la vida, y ni se te ocurra matarte si no puedes vivirla, porque solo tu Creador estará en condiciones de llevarte para el patio de los callados y juzgarte en el más allá.

martes, 22 de enero de 2019

Voy en la página 164 del diario íntimo de Luis Oyarzún. Una cita suya me sirve de faro: "la experiencia no lo proporciona todo; tiene sus límites: Aquel que espera de la experiencia lo que ella no posee, va contra la razón". El ejercicio de escribir un diario supone de por sí una reinterpretación vicaria de la experiencia, impulsada por la urgencia vital del momento, la contingencia de un tiempo presente que se sabe subjetivado en el instante que pasa del nervio a la letra. El diario íntimo, un género concebido injustamente como menor, porque tal vez su pretensión no sea otra que la de escribir sobre la marcha, sin otra dirección que la anécdota de la cual puede construirse alguna clase de relato o derivarse una reflexión digresiva. La lista de autores conocidos que tuvieron su diario íntimo es larga: Iñaki Uriarte, Pizarnik, Julio Ramón Ribeyro, Levrero, etc. Los diarios que construyeron conforman un corpus limítrofe entre la anotación cronológica y la prosa marcadamente introspectiva. El propio diario de Oyarzún lo evidencia, con disquisiciones filosóficas de largo aliento que puede que surjan a raíz de un hecho significativo o un apunte consuetudinario, o a veces el diario se deja escribir mediante una larga y tendida sucesión de eventos, acciones u omisiones. Lo que me llamó gratamente la atención fue la libertad con que a veces Oyarzún, luego de varios días de lapsus existencial, dejaba de escribir, confesando después que ese tiempo sin escribir era parte de un proceso circunstancial que lo excedía, y que, pese a eso, no podía evitar sobrellevarlo. También había días en que esa especie de deuda con el diario no existía, y Oyarzún podía retomar lo escrito luego de un vasto tiempo sin ningún sentimiento de culpa o recriminación. Era la época en que no se entendía la lentitud ni la poca productividad como procrastinación, porque no había allí en el diario ningún deber hacer, ningún imperativo que lo conminase a inclinarse frente al verdugo del sentido y la continuidad. En un día de Enero de 1958, frente a la ausencia de la necesidad por seguir el diario, anotaba simplemente: Nada. ¿Y para qué subrayar la ausencia de alguna experiencia significativa digna de ser descrita en el diario? O, viéndolo desde otro ángulo, ¿por qué no simplemente omitir ese día y aceptar que no se puede o no se quiere volcar en él la transcripción literaria de la experiencia? Porque solo el diarista, adicto a lo inasible, obseso de lo fugaz, puede darse esas licencias y seguir estoico en un pulso únicamente fiel al devenir de sus días. Pero también la nada, situada entre tal o cual tiempo dentro de la totalidad del diario, ocupa un lugar específico en la secuencia. Se deduce que el diario íntimo puede abrazar esa nada, traducida en la omisión de ciertos sucesos o en su inscripción paradójica, y a la vez valerse de lo personalísimo para sacar de él uno que otro texto que reintegre o que recree con algún mínimo de estilo el conjunto de lo vivenciado. Gracias a Oyarzún, nuestro diarista de culto, tenemos que la escritura de anécdotas puede ser comprendida justamente como un work in progress, nada más que un proyecto en tensión, acaso siempre inconcluso, de la mano con los avatares de la vida; una promesa masturbatoria, un eterno tanteo, un atrás y un adelante, un quizás que se regodea en el ahora. La escritura crónica deviene así en forma de metástasis de la experiencia.

lunes, 21 de enero de 2019

Sacudo las alas que se acumulan en la ventana de la pieza, y no puedo dejar de pensar en las termitas que hace unos días atacaron el Congreso y fueron titular de prensa. La que creía una plaga insufrible pasó a adquirir inmediatamente un toque apocalíptico, hasta diría que heroico. Pero esta ingenua apreciación esconde una verdad todavía más profunda: que las termitas están ahí meramente para alimentarse, independiente de los huéspedes humanos que las rodean reclamando el espacio que ocupan como suyo. En todo caso, para las termitas, la plaga somos nosotros. Ellas carcomerán la madera sea esta la de mi miserable pieza o la del Congreso. Su voracidad es nihilista. No tienen nada que ver con leyes ni con conflictos de orden ideológico o sociopolítico. La madera será madera ya sea aquí o donde sobran los palos. En su banquete imparcial las termitas delinean, sin proponérselo, el territorio de la entropía. Para bien o para mal, bajo la filosofía de la termita, todo se reducirá a polvo, y lo que creemos como propiedad, para estos bichos solo se mide de acuerdo al tamaño del hambre, directamente proporcional a la intensidad del verano.
Recién caigo en la cuenta de que el cumpleaños de Poe es el mismo día que el de Arjona (19 de Enero). Claro que entre el Cuervo y el Taxista seduciendo a la vida no solo hay un abismo temporal cronológico sino que uno de orden estético retórico.

domingo, 20 de enero de 2019

Suspiria 2018


Lo primero que se piensa antes de ver Suspiria 2018 es por qué, por qué el remake de un clásico del terror europeo como lo es Suspiria de Darío Argento. Y es que resulta en un principio inconcebible el solo hecho de plantearse una adaptación contemporánea del original, aquella joya tétrica que deslumbraba por sus escenas de vívida violencia, su tratamiento de lo sobrenatural, su trasfondo claustrofóbico, sus tonos y colores fuertes, unidos a un manejo de la tensión y el drama que volvían la experiencia una vorágine de emociones y sensaciones. La inquietud se responde de manera bien simple: la mirada de Luca Guadagnino no se propone copiar al pie de la letra la obra de Argento, a pesar de que las comparaciones, en este punto, resultan inevitables. El ejercicio de Guadagnino pasa más por una relectura cinematográfica que por una traducción fiel de las ideas del director italiano. Lo único que conserva Guadagnino en esta nueva Suspiria, y que constituyen, de alguna forma, las bases de su estructura, son la situación histórica (años 70, período de Guerra Fría) y el argumento de fondo, que vendría siendo prácticamente el mismo: una aprendiz de bailarina que ingresa a una academia de baile y que pronto se ve influida por el hechizo de las brujas que allí habitan. Sobre esta estructura, Guadagnino realiza una reconstrucción del Suspiria original, expandiendo su universo desde una visión muy particular. De este modo, la película del 2018 ya no se limita a los sucesos que ocurren dentro de la academia de baile, sino que va desarrollando sub tramas que sirven de contrapunto de la trama central. Tenemos por ejemplo, la sub trama política que funciona como el escenario que rodea los hechos y que contribuye a formar una contingencia y a su vez un ambiente general de opresión. Este se puede evidenciar en los ánimos exaltados de un Berlín dividido por muros y por los actos de terrorismo de la RAF (Red Army Faction). La vinculación entre esta sub trama y la trama central la hace el personaje de Patricia, quien escapó de la academia de baile para poder unirse a las filas revolucionarias del grupo Baader-Meinhof. Ella mantiene dialogo con otro personaje importante, el terapista Dr. Klemperer (interpretado, aunque no lo crean, por la mismísima Tilda Swinton), el cual interpreta los dichos de Patricia como simples maquinaciones e ilusiones de su mente. Será a partir del extravío de su paciente que el Dr Klemperer se dará cuenta (marcado por una culpa traumática derivada del Holocausto judío), que la desesperación aún envuelve su mundo y luego, al conocer la academia de baile, será testigo del misterio mismo que esconde el aquelarre. Este viaje de descubrimiento que emprende el Dr Klemperer podría ser considerado como una segunda sub trama que se relaciona directamente con el conflicto bélico en Berlín y con la desaparición de Patricia asociada todo el tiempo con los extraños sucesos ocurridos en la academia Markos. 

Desde luego que en la trama de la academia de baile se vienen a sumar y entrecruzar otros elementos que en la cinta de Argento estaban sobreentendidos o derechamente ausentes, como lo es la explicación sobre la existencia de las Tres Madres, basada originalmente en el libro de Thomas De Quincey, Suspiria de Profundis. Aquellas Tres madres serían la madre de las lágrimas, la madre de los suspiros y la madre de las tinieblas. Mater Lachrymarum, Mater Suspiriorum, Mater Tenebrarum, respectivamente. La segunda madre, la de los suspiros, sería la que despierta y posee el cuerpo de una de las bailarinas para poder reencarnarse. Aparte de esto, podemos también hacer un cruce entre la presencia maligna que encarna el aquelarre y los libros del estudio del Dr Klemperer, asociados a las sectas y al poder de lo inconsciente desde la lectura de Jung. Si bien en la nueva película el presupuesto de la violencia y lo sobrenatural (que tanto marcó la Suspiria de Argento) se desarrollan de manera muy distinta, no por eso pierde su capacidad transgresora. De hecho, esta funciona a un nuevo nivel, con el conflicto de poder entre las bailarinas, Madame Blanc y Helena Markos. A partir de este conflicto podemos apreciar el talento camaleónico de Tilda Swinton, haciendo el doble papel de Madame Blanc y Helena, y la capacidad dramática de Dakota Johnson, interpretando a la joven bailarina protagonista, Suzy Bannion, que despunta por sus dones y que pronto descubre el misterio del aquelarre y se confronta con las brujas para así, en una de las secuencias más bizarras y perturbadoras, asumir el papel de la “nueva madre” y desplegar una suerte de ritual de sangre, horror y muerte. Dentro de la academia de baile, los roces de poder entre las partes, las jerarquías cohesionadas por la brujería, las fisuras en la autoridad de las maestras y en la fuerza demoníaca de la Madre, conforman un micro universo que perfectamente podría ser el reflejo simbólico del exterior, aquella Alemania y, por extensión, aquella Europa dividida por fuerzas dogmáticas y contrarrevolucionarias, en pugna con sus propias disyuntivas circunstanciales y, en cierto modo, existenciales. Y, si fuésemos más lejos, en este juego de contrastes, el mismo contexto convulso de la Guerra Fría podría ser una proyección de aquel pandemonio con la fachada de academia de baile, desatando, como en una caja de pandora, aquellos males primigenios que aquejan a la historia del siglo XX en su totalidad. 

En la Suspiria de Guadagnino lo mágico entra en consonancia con una interpretación psicológica y también con una resonancia histórico política, de modo que a la juguera del terror no solo se viene a sumar el factor visceral sino que otros elementos más sofisticados, que bien pueden considerarse una pretensión superflua para los más puristas o una recreación que no hace sino profundizar y complejizar en los aspectos ya evocados por la Suspiria original. Así, el terror de la Suspiria 2018 se plantea arriesgado en su propuesta para alejarse del efectismo del remake nostálgico y otorgarle una nueva dimensión al imaginario Argento. La creación de Guadagnino se propuso tan audaz en su ambición por expandir un cosmos aparentemente tan perfecto, tan completo en sí mismo, que dio pie para que el Mal cobrara otra faz, acaso una que va más allá de sus convenciones asociadas al terror genérico. En esta el Mal pareciera que se realiza desde diversas aristas, se fractaliza, interpelando al propio espectador, obligándolo a volver sobre el abismo para indagar en el infierno del devenir humano. El Holocausto, su recuerdo traumático, la psicología del inconsciente, la magia negra, el poder de las sectas, la división de la guerra serían solo aspectos de aquel Mal soberano, que pueden ser evocados todo el tiempo a raíz del aquelarre y la conspiración de Helena Markos, con el trasfondo de la nueva madre Suspiria que reencarna, dejando lugar a la incertidumbre de la interpretación abierta. 

Lo que descoloca finalmente de esta nueva versión de Suspiria es eso: su falta de conclusión lógica, pese al sustento teórico del psicoanálisis y la faramalla mística esotérica. Nunca se sabe a ciencia cierta qué es lo que ocurrió realmente adentro de la academia de baile, pero, en cierto modo, se intuye desde lo irracional, desde lo más primitivo que, a decir de Lovecraft, sería el sentimiento del miedo frente a lo desconocido, todo aquello que rebasa las coordenadas del entendimiento para erigirse como algo fantástico, algo que amenaza nuestro esquema preconcebido de la realidad. El espectador podrá deducir todas aquellas variables que Guadagnino pone en la palestra pero, el efecto colateral que causan, una vez articuladas, solo lo puede sospesar en su fuero íntimo, con todo el asco y la perplejidad posibles. La Suspiria 2018, en suma, se aborda desde una aparente intelectualización, pero, a la larga, se digiere desde las tripas, desde las entrañas mismas. No hay, como quieren hacer ver algunos críticos, una incongruencia entre este exceso de capas y símbolos, y el sentimiento primario, básico, del terror más crudo. Porque todo conduce a la impresión de que están violando tu mente y jugando con tus creencias. Y a eso apunta el espíritu de lo fantástico. Todo lleva a que el espectador se abstraiga por un rato de sí mismo y consiga, en algún punto, un mínimo estado de delirio, ya que el delirio es una mentira que dice la verdad.

viernes, 18 de enero de 2019

Maduro, el John Titor latinoamericano: “Tengan la seguridad. Se los digo con certeza. Ya yo fui al futuro y volví y vi que todo sale bien y que la unión cívico-militar le garantiza la paz y la felicidad a nuestro pueblo”

jueves, 17 de enero de 2019

“China cultiva algodón en el lado oscuro de la Luna”, reza un titular de diario. Qué bella metáfora para comenzar el día e ilustrar el advenimiento de una nueva potencia mundial.

miércoles, 16 de enero de 2019

Medio siglo del Rey Carmesí

Verano 2005, recuerdo que vi un vinilo de King Crimson, padres del prog rock, al deambular por la Feria de las Pulgas de Valpo. Era una edición oscura, recuerdo. Extrañamente en este no aparecía aquel hombre esquizoide de la portada. Se trataba de una edición del álbum en vivo, Earthbound. Mi viejo a mi lado sabía que era de las tantas bandas que se escuchaba en la casa de Quilpué en los setenta. Pero ¿qué era el prog rock? por ese entonces, lo más progresivo que había escuchado era Tool o A perfect circle (incluso en mi ignorancia llegué a pensar que el progresivo era una variante del metal, con Dream Theater o Queensryche como sus referentes inmediatos). No fue hasta que descargué el In the court of Crimson King desde Ares, casi un año después, que caché que el estilo se remontaba casi a la época de la psicodelia, y me vi armando una colección entera de la banda. El himno que arrancaba el disco, el 21 century schizoid man, con aquella guitarra frenética y la potente voz de Greg Lake, sirvió de batatazo para romper de manera implacable con mi esquema musical anterior. El progresivo sería, a partir de eso, un universo de posibilidades, una cuestión ineludible por conjugar virtuosismo e imaginación. En aquel entonces, todas las descargas por internet las hacía en un cyber café de Pedro Montt, por lo que armar la discografía de King Crimson con tan limitados recursos se transformaba en una verdadera proeza. Partí por el disco debut, luego con algo del Discipline, y después con un en vivo regalado por un primo. El disco en vivo en cuestión pertenecía tal vez a la época Thrak por el nivel de experimentación que evocaba a aquellos pasajes de densidad sonora con Brian Eno. Lo ponía en el equipo de la pieza en Cerro Monjas con el volumen a todo lo que da, tratando de digerir esa mescolanza noise con reminiscencias de la música de vanguardia. Por esa misma época, 2006, había un compadre que se ponía en la esquina entre Pedro Montt y Carrera, vendiendo cds piratas. El compadre era fan del progresivo. Por él supe también de Emerson Lake and Palmer. Su negocio y su pará eran lo más cercano a traficar alguna suerte de droga dura que provocara una melomanía obsesiva. En una ocasión, tarde noche, le compré la discografía completa del Rey Carmesí. (Lo bueno era que el loco grababa los cds en mp3 con casi todos los álbumes). Quería iniciarme en este "nuevo sonido". La discografía, en todo caso, no era exhaustiva, pero al menos guardaba los discos más medulares. En ese tiempo me vacilé el Larks Tongues in Aspic, el Starless and Bible Black, el Red, casi toda la época hard rockera y proto metalera de King con el gran John Wetton, el Thrak, el Discipline y el The power to believe, más otro en vivo incluido en la colección, el live in japan del 95. Gracias a esto me fui interiorizando en la naturaleza musical de la banda, digamos, en su estructura sui generis, en su cualidad proteica. El eje de todo siempre era el entrañable Robert Fripp, mente maestra, compositor y guitarrista principal, aquel hombre siempre compuesto, sentado a un costado de la platea, inspirando una cierta serenidad pero desatando con las cuerdas un pandemonio de riffs asesinos, melodías de otro planeta, armonías sublimes, secuencias aleatorias. 

La condición intelectual de la banda, y de la que deriva la concepción propia del prog rock en general, era esa, su faceta ecléctica, unida a un trasfondo y una política de lo underground que han sabido mantener con estoicismo e inteligencia durante largos cincuenta años. Sin embargo, esa trayectoria no ha estado carente de reveses, lapsos indeterminados de receso e incertidumbre. Así mismo lo dejaba entrever Robert Fripp en una entrevista del año 74 que revisé, luego del primer y casi definitivo fin de la banda: el Rock and roll, para Fripp y compañía, no era una música particularmente intelectual; tampoco era, esencialmente, muy espiritual. Había cosas asociadas al prog rock, como el jazz, la experimentación y la música sinfónica que, para el oído incansable de Fripp, funcionaban mejor expresándose con “sus propios vocabularios”. Pero todos los seguidores del Rey Carmesí sabemos que esa era solo una etapa, un intersticio en medio de una carrera de luces y sombras. Después de todo, la orgánica del grupo viene dada por la evocación del sello de su nombre, el Rey Carmesí, un nombre para Belcebú, el príncipe de los demonios, idea del letrista Peter Sinfield, que en árabe (B'il Sabab) se puede traducir como “el hombre que ambiciona”. King Crimson representa, a su manera, una “manera de hacer las cosas”, una ambición, y, también, se ve impulsado por una conciencia, una conciencia daemónica. Esta idea es posible graficarla a lo largo de su carrera, debutando con una piedra angular para luego ir derivando en una proyección de culto, nunca orientada a las grandes masas, acaso apostando al lado b del progresivo, y es que King Crimson, pese a ser el iniciador del género, nunca ha sido una banda de estadios. Nunca se ha inclinado por la grandilocuencia de un Genesis, por ejemplo. Quizá su popularidad se deba más a su indiscutible calidad y longevidad, pero su propia estética, su propia política entronca con un perfil subterráneo, dirigido a los melómanos más acérrimos, siempre en pos de cierta libertad musical como leitmotiv, “la música como el vino que llena la copa del silencio", y en declarada batalla contra la industria discográfica, batalla que han sabido librar siendo consecuentes hasta el fin con su espíritu y su competencia. 

Hasta antes del 2014, la tónica de King Crimson había sido siempre disolver una encarnación para darse un tiempo de silencio hasta volver a reintegrarse con una formación fresca, aunque conservando a ciertos integrantes y perseverando en ciertos patrones. Así por ejemplo, luego de la época ochentera con influencias del new wave, el Rey Carmesí no volvió hasta los 90 con la era Thrak y The construction of the light. De ahí, en el nuevo siglo, el Rey mutó en un cuarteto con Belew, Gunn y Mastelotto, este último, baterista que se quedó en la banda luego del retiro del ya mítico Bill Bruford. En lo que parecía el receso definitivo del grupo, posterior a la época del The power to believe, King Crimson continúa con los ProjeKct y con una serie de presentaciones en vivo a las que se sumaría el actual vocalista, Jakko Jakszyk. Ya en el período 2018, y cuando todos creían que el Rey Carmesí estaría a punto de separarse indefinidamente, se anuncia una gira en conmemoración por su medio siglo. 2019 y la actual formación consta con más de ocho integrantes, resultando así en una de las formaciones más ambiciosas hasta el momento, llevando además a un nuevo nivel la tónica de las encarnaciones, de modo que esta podría considerarse su “agrupación total”. 

Todo indica que King Crimson se niega a morir, y lo que creemos su muerte, es solo otro aspecto de su forma de hacer las cosas, otra cabeza de la gran Hidra que han ido creando. El secreto para lograr tal nivel de perseverancia y de vigencia no es gratuito, y Fripp lo resumía de esta forma en una de las tantas entrevistas que escasamente suele dar: poner mucho más énfasis en preparar al músico que en enseñarle a tocar, según la tradición de la música de oriente, así este es capaz de manejar toda esa energía. La energía de la música habría matado a Charlie Parker, a Jimi Hendrix, a John Coltrane, porque como individuos no eran lo suficiente prácticos para poder manejar esa energía. King Crimson resuma entonces una energía y a la vez un temple y un control, conjugando una cualidad que suele estar carente en la definición por antonomasia del rock: la disciplina. La disciplina unida a la inquietud artística. En propias palabras de Fripp, torcer el vocabulario de lo que, a falta de un término mejor, llamamos ‘’rock’’. Expandir sus posibilidades de expresión e introducir una dinámica emocional más sofisticada. De ese modo es como Fripp, muy a pesar suyo, define lo que él entiende como su proyecto, y de paso, esboza más o menos el concepto sustancial de la llamada “música progresiva”. Hablar del Rey Carmesí sería prácticamente hablar de lo progresivo y, a la vez, hablar de su superación, porque en el fondo, el verdadero conocedor de la banda sabrá que las etiquetas no son más que un artilugio periodístico, como mucho, un primer gesto, un intento de contener bajo una sola idea un magma de ideas y de sensaciones. 

Rey Carmesí hay para rato. Su reciente agenda así lo evidencia. Y puede que su debut en Chile haga temblar las redes. De cualquier forma, los crimsonianos, cual simpatizantes de un culto secreto, estarán aguardando la ceremonia. 


martes, 15 de enero de 2019

El arquitecto y experto en jardines japoneses, Juan Manuel Gálvez, luego de cachar que la gente en la reinauguración del Jardín Japonés del Parque Metropolitano de Santiago se limitaba a sacar selfies, a usar los charcos de piscina y los patios de cancha: "por mucho que yo quisiera que el chileno se transformara en japonés, eso no va a suceder". Para el loco, la imagen más triste y fuerte fue la del jardinero en la mañana al día siguiente de la reinauguración. "Quiero que la gente se vaya. Nadie debería perturbar el silencio".
Fui a una entrevista en el Colegio Pan American de Viña. El que me atendió fue un psicólogo. Durante la entrevista, y luego de una serie de preguntas curriculares, metodológicas y personales, me pidió que dibujase una figura humana en una hoja de oficio. La forma de esta figura acabó siendo la de una especie de artista marcial con rasgos orientales. Al notar esto, el psicólogo me preguntó qué era lo que estaba haciendo el artista marcial. "Esperando algo", le dije. ¿Esperando qué? Volvió a preguntar. Miró por un instante el dibujo, con el ceño fruncido, y siguió escribiendo. Qué era lo que transmitía esa figura improvisada. Tal vez la proyección de un sentimiento de fuerza, encubriendo algo más profundo. Luego de ese primer dibujo, el psicólogo me pidió que dibujase al típico hombre debajo de la lluvia. "El clásico", le mencioné, en el momento que él iba haciendo una anotación evaluativa en su computador, seguramente describiendo una apreciación general en base a cada uno de mis dichos y de mis respuestas. Tenía en su momento la intuición de que debía dibujar al hombre debajo de la lluvia con paraguas. Recordando pruebas anteriores, esa había sido la tónica. El hombre, fuese como fuese, tenía que llevar paraguas. Pero esta vez, haciendo caso omiso de aquella intuición inicial, preferí dibujar al hombre debajo de la lluvia sin paraguas, solo protegido por un largo abrigo y una capucha negra que cubría toda su cabeza. A medida que dibujaba, no podía evitar los borrones y las tachaduras sobre la faz del rostro del hombre. Lo que permanecía menos acabado seguía siendo la lluvia y el contorno del ambiente que rodeaba al hombre en cuestión. El detalle completo terminó siendo una silueta algo oscurecida, con una expresión algo destemplada, pero igualmente guarecida, estática y mirando hacia el frente al medio de la hoja. Al acabar de dibujar aquel hombre se lo entregué rápido al psicólogo, obviando el hecho de que en el momento de la entrega, la inexistencia del paraguas iba a significar un elemento determinante en la evaluación. El psicólogo le daba unos últimos apuntes a su evaluación cuando recibió el dibujo y, acto seguido, afirmó que durante la tarde o a más tardar mañana me enviaría un correo para comunicarme el resultado final. En caso de ser positivo, tendría que asistir a una última instancia con la coordinadora del colegio, instancia que vendría siendo netamente administrativa y que ya aseguraría casi en un cien por ciento mi ingreso definitivo a la institución. Le doy otra vuelta al dibujo del hombre bajo la lluvia sin paraguas. Leo a posteriori que el paraguas funciona como defensa, como recurso frente a la adversidad. La inexistencia del paraguas en aquel dibujo y su reemplazo por la capucha seguramente le pondrá una cuota de incertidumbre a la cuestión. Aunque eso dependerá, finalmente, de la interpretación psicológica que le quieran dar a la escenita del dibujo en conjunto con la de la figura humana y la entrevista en su totalidad. Había estado buscando en mi cabeza al hombre bajo la lluvia definitivo, aquel que me aseguraría una plaza segura en la tempestad laboral, pero ese, ciertamente, no aparecía en el horizonte, así que me volqué por uno contraintuitivo. Mi arte, mi secreto y antiguo arte, como siempre, desafiando las expectativas, llegando al extremo de autosabotearse.

domingo, 13 de enero de 2019

Marie Kondo, la llamada "gurú del orden", saltó a la palestra luego de afirmar que una casa no debería tener más de treinta libros. De inmediato, las críticas salieron a la vista. Sobre todo, de quienes se dicen amantes de los libros o lectores voraces. Que su método KonMari no aplica para obras literarias; que su fijación en un concepto minimalista del orden fomenta cierto utilitarismo; que su propuesta va enfocada más que nada en combatir cierto endémico mal de Diógenes (que, en todo caso, en su sentido original, aplica para ella misma: despojarse de todo lo innecesario). La cuestión que toca, de forma tangencial, es la siguiente: ¿Los libros sirven apilados? Una vez leídos ¿no sería mejor regalarlos, donarlos o venderlos en lugar de conservarlos mientras ocupan espacio valioso destinado para otras cosas de la casa? Reflexiono sobre esto al mirar el pequeño estante lleno de lecturas pendientes y, otras tantas, polvorientas, apolilladas, detrás de los libros más a la mano. ¿Los iré a leer alguna puta vez? ¿O acabarán ahí, únicamente armoniosos en su distribución aleatoria? Como sea, el juicio de Kondo aquí tiene un fin meramente pragmático. Equipara los libros con los objetos de estantería, independiente de su calculado valor personal. La suya es la política del orden del hogar. Una economía en estricto sentido. (Economía=ley del hogar). Su arte viene de la mano con este concepto de la economía. Los libros, en su copiosa abundancia, en su excedente puramente estético, subjetivo, vendrían siendo un bien suntuario, una cosa que rebasa el ámbito práctico de la economía pero que le imprime al espacio el ambiente de quien goza con la acumulación de los libros como si se tratase de reliquias, de joyas ficcionales. Cada quien conoce el orden de su propia obsesión. En materia de libros, en materia del deseo por los libros, no cabe otra economía que la de la lectura facinerosa o la del fetiche. Kondo seguramente lo sabe, pero su negocio es otro. Su negocio es el del orden minimalista. Un rechazo de lo prescindible, una búsqueda de lo esencial, que a los ojos de quien suscribe se limita a proyectar una estructura demasiado particular. El orden es felicidad, sostiene Kondo. Pues, el orden deviene caos, y el caos deviene orden. Cada quien conoce su propio (des)orden. Los libros son a su manera un caos, un cosmos. Y el que se lean o no se lean se vuelve a su vez un hábito destructivo, constructivo, en sí mismo.

Chimuelo S.A.

Tras la fama del video de la catita enterrada, un abogado de la firma CMS Carey y Allende solicitó al Instituto Nacional de Propiedad Industrial de Chile (Inapi) la inscripción, a su nombre, de la marca “Chimuelo”, todo con el fin de comercializar productos infantiles que utilicen la imagen del difunto pajarito. La inscripción, como muchos intuyeron, fue exitosa, y ahora el abogado tiene, por así decirlo, el poder sobre el nombre y la imagen del Chimuelo para su uso comercial. Lo que queda aún en discusión a raíz de esto, es que, de hecho, el apelativo de Chimuelo ni siquiera fue idea del cabro chico del video, sino que pertenece originalmente a la compañía DreamWorks, el estudio detrás del juego “Cómo entrenar a tu dragón”, en donde aparece una pequeña criatura alada con aquel nombre. Renato, el dueño de la catita muerta, le habría puesto ese nombre inspirado en la criatura del juego. Los llamados derechos de autor, como pueden ver, han resultado un verdadero lío. Y lo más cuático es que el protagonista del viral se halla ahora en el fuego cruzado de una batalla legal. La fama vuela para algunos, pero también tiene su precio. A Renato le costará la usurpación de la imagen de su célebre catita, y a Dreamworks le costará la apropiación del nombre de su criatura, que ya, a estas alturas, se le escapó de las manos, primero, con el éxito masivo del viral y, próximamente, con la creación de una nueva franquicia basada en el pájarito muerto del video. Si esto aún sirve como material de memes y provoca demasiada risa pero aún no guarda la suficiente cuota de pesadilla, solo esperen a que el fenómeno Chimuelo evolucione y alcance ribetes trágicos para todas las partes implicadas.

sábado, 12 de enero de 2019

Una señora limachina asegura haber perdido en el incendio una colección completa de artículos de Elvis. Confesaba que luego de una gran tristeza de su infancia escuchó Heartbreak hotel, canción que la marcó y que gatilló su fanatismo por el rey del rock. Después de ese episodio, alguien le regaló una cajita de fósforos con el rostro de Elvis, y de ahí comenzó a construir en su propia casa aquel mini museo que había ido armando durante más de tres décadas. Entre los tesoros se encontraban películas, vinilos, fotografías, posters, etc. Todo aquel culto a Elvis, lamentablemente, acabó consumido para siempre. (Es terrible el perderlo todo por el fuego. Yo lo sé de cerca, y también hubo cuestiones que hasta el día de hoy desearía haber rescatado). No hay día en que la señora olvide el episodio. Hasta ha soñado con que su héroe, el rey del rock and roll, se levanta de entre las cenizas a cantarle por última vez su tema favorito. ¿Será que aquella cajita de fósforos, el primer artículo de su colección, fue en realidad una premonición cruel, de que todo iba a acabar, tarde o temprano, encendido? ¿Será que representaba, en cierta manera, el destino del rock and roll en general? El destino de los ídolos del rock solía ser trágico, aunque no contaban con que su fuego también alcanzaría por igual a los devotos, estoicos en su melomanía. La figura de Elvis se sacude, una vez más, sobre las cenizas del tiempo. La fe en él cuesta la ruina, pero pocos perseveran en ella, atados indefinidamente a un movimiento desenfrenado, a una melodía. El rock and roll también puede ser a su manera una religión, una religión de santos incendiarios. Ahora la señora vive su propio luto, y seguramente, por las noches, seguirá escuchando aquellas líneas finales del Heartbreak Hotel, cuando todas las luces se hayan apagado, y solo se oigan a los lejos, los rumores de una época mejor, el hotel rompe corazones: Well, though it's always crowded/You still can find some room/For broken-hearted lovers/To cry there in the gloom/And they'll be so, they'll be so lonely, baby/They'll be so lonely, they could die.

viernes, 11 de enero de 2019

Tengo en mi poder el llavero de una desconocida. Me lo entregó ayer la señora del kiosquito. Lo hizo porque el arrendador le había dejado las llaves a ella para que se las entregara a una chica que supuestamente las iba a buscar para entrar al departamento. Como no llegaba y la señora tenía que irse, me terció justo pasando por fuera y me encargó el favor de guardar las llaves para eventualmente entregárselas a quien corresponde. Volví tarde al depa, aún con aquel llavero, creyendo que el arrendador me llamaría extrañando el destino de aquellas llaves. Nada. Nadie las reclama. El llavero de aquella desconocida aún permanece sobre el velador. Supongamos que la sujeto en cuestión haya tenido que entrar al departamento para reunirse con alguien. Puede ser que haya tenido que cancelar la cita, o bien, puede que simplemente haya olvidado cumplir con el compromiso. De la forma que sea, ella persiste en su ausencia. Sus llaves ahora me pertenecen, por lo menos, hasta que alguien se digne a reclamarlas. El solo hecho de tenerlas ahora proyecta una suerte de metáfora. Una visita hipotética que nunca llega a concretarse ni a manifestarse como tal, y el objeto físico que reposa en el interior de la pieza y que funciona como el amuleto de su desaparición.
Acabo de salir de la feria del libro de Viña. Cada año compro menos y sapeo más.

miércoles, 9 de enero de 2019

Multivac ya está aquí.

"Hasta ahora, hasta este momento en que es preciso iniciar la información anual, fueron vuestros padres los que proporcionaban los datos necesarios sobre todos vosotros. Pero repito que ha llegado el momento en el que os encargaréis vosotros mismos de hacerlo. Y esto constituye un gran honor, una gran responsabilidad. Vuestros padres nos han dicho lo que estudiabais, qué enfermedades habéis padecido y cuáles son vuestros hábitos; muchas cosas. Pero ahora vosotros debéis decirnos mucho más; vuestros pensamientos más íntimos, vuestros deseos más secretos.
"Esto al principio, será un poco duro de cumplir, e incluso os resultará violento, pero es preciso hacerlo. En cuanto lo hagáis, Multivac poseerá en sus archivos un completo análisis de todos vosotros. Multivac comprenderá vuestros actos y reacciones. Incluso podrá adivinar con bastante exactitud vuestras acciones y reacciones futuras". Isaac Asimov, Todos los males del mundo, 1958



Chimuelo

Estuve cachando el video del chimuelo. De inmediato, y a raíz de su viralización, saltaron los medios a indagar sobre el rústico pero llamativo entierro de la catita. Unos aseguran que el chico que la enterró tiene un vínculo con el fútbol. Otros confirman que el pájaro tenía una deformidad genética que le impedía volar, subrayando, además, que la "antagonista" del video, la perra que sacó de un mordisco a chimuelo de su tumba, era adoptada hacía poco y había vivido mucho tiempo en la calle. Bio Bio, por su parte, ha señalado que al chico le regalaron otra mascota en compensación por la sensible y célebre muerte del pájaro. Se trataba de un erizo. Le pondría exactamente el mismo nombre: Chimuelo, en honor al malogrado pero ya connotado animal.

Ante la fama del video, la publicidad no se ha hecho esperar. Así, por ejemplo, la Aerolínea Jetsmart ha ocupado la imagen del chimuelo para ofrecer descuentos en viajes con el lema "vuela alto". Y también, la marca de condones Durex ha hecho lo suyo con el pájaro, usándolo como referencia para crear su nuevo enganche: "si vas a enterrar el pajarito, protégelo".

Todo este simpático rollo podrá ilustrar la tónica usual: un video en línea logra registrar una cantidad exorbitante de visitas, acto seguido, las rrss lo hacen viral, se hacen una multitud de memes y así llama la atención de los medios publicitarios, luego la prensa, luego la tv, y suma y sigue. Pero resulta increíble ir cachando cómo opera la política de los medios; cómo, de un momento a otro, lo que parecía banal, al ser luego digitalizado y subido a la nube, genera un efecto dominó tal que puede quebrar sin más, en una efusiva pero compleja relación sistémica, la barrera entre lo privado y lo público de un paraguazo, o, si queremos ser más preciso, de un pantallazo sobre la vista del cadáver de un pájaro enterrado por un niño. El cadáver de la catita ha trascendido su condición para volverse un ícono virtual. Ahora vuela en la red, inmaterial pero eterno, en la boca y la vista de todos sus fanatizados internautas. El niño, por su parte, gozará de un minuto de fama inusitado, gracias a la espectacularización de un acto aparentemente tan inocente, remotamente tan cotidiano como arquetípico: el entierro, el rito del fin de la vida. El niño seguirá pensando en el cadáver del pajarito, mientras la boca de su perra le sirva de contrapunto cómico a la experiencia de su tragedia. Todo lo que empieza como comedia termina como tragedia, creo que decía alguien. O, en este caso, todo lo que difumina el límite entre lo trágico y lo cómico para volverse un hito espontáneo. El cadáver del pájaro vuelto ícono demuestra que la muerte misma, bajo el lente apropiado, por insignificante que parezca, puede volverse un espectáculo verosímil, y, por supuesto, rentable. Asimismo, la perra con el cadáver del pájaro en su hocico nos enseña que no hay nada como lo imprevisible para darle un toque de frescura al dramatismo de la historia. A veces solo hace falta indagar en lo baladí y darle un vuelco inesperado para acaparar la atención del mundo y hacer tendencia. Bien ahí, chimuelo.

lunes, 7 de enero de 2019

Hace un par de años atrás apareció un grupo autodenominado "Individualistas tendiendo a lo salvaje" que se adjudicó el ataque a Oscar Landerretche, ex presidente del directorio de Codelco. El viernes volvieron al ataque con un bombazo en diferentes sectores de Santiago, detonando explosivos en la intersección de las calles Vicuña Mackenna y Francisco Bilbao, de Providencia. Varias personas salieron heridas. En el comunicado de su página web, dejaron claro que sus intenciones eran precisamente arrasar, no importando quien fuese el afectado: "Anhelábamos la explosión sanguinaria y mortal para cualquier humano, nos da exactamente lo mismo quien fuera, si pobre o rico, mujer u hombre, niño o anciano". Y todo ese espectáculo de sangre sería para "vengar la devastación de la Tierra". Al parecer, estos supuestos eco terroristas tendrían por objetivo destruir todo aquello que representase la civilización y la tecnología, todo aquello que, según ellos, haya socavado la Naturaleza. Por eso el año 2017 arremetieron contra Landerretche, al estar a la cabeza de un "mega-proyecto devastador de todo lo hermoso de la Tierra". El destinatario de la bomba antes tenía el rostro del economista, pero ahora el grupo fue más lejos y, en un arranque nihilista, no discriminó a nadie y detonó bombas en plena vía pública, abogando por un caos vengativo en el que cualquiera que fuera perteneciente a la sociedad sería cómplice. Sus declaraciones son más o menos categóricas, y dejan entrever su condición especial, su diferenciación respecto a la masa, su insurrección iluminada por una moral contraria a la civilización: "No hemos vuelto, porque nunca nos fuimos y siempre hemos estado ahí, aparentando entre la masa de purulenta falsa moral, simulando esterotipos, pero conscientes de no ser parte de la plaga asquerosa que pulula por una ciudad que tiene sus días contados y que tarde o temprano se extinguirá junto a toda la especie humana". En suma, y según sus propias palabras, la sociedad entera es la enfermedad, el tumor, y ellos son la panacea, la cáustica panacea, el bisturí ideológico. Ellos, los individualistas tendiendo a lo salvaje. Ahora, en la era de la posverdad, ¿es posible que estos sean lo que dicen ser, unos fanáticos de Rousseau en la pasta y con cabeza de pólvora, o solo se trata de una célula que esconde detrás de toda esa faramalla anarco primitivista unos propósitos todavía infranqueables para la opinión pública? En el mejor de los casos, se trataría de otro montaje más, usado con oscuros fines políticos, o, en el peor, los idiotas tendiendo a lo salvaje realmente existen, y han venido para quedarse, hasta hacer volar tu cabeza y el horizonte de tu estructura.

viernes, 4 de enero de 2019

La sonda Chang'e 4 de China aterrizó en la superficie lunar hace unos días. Según informan sería un hito no solo para el proyecto espacial chino, sino que para "la exploración lunar del hombre". En el año 69, Estados Unidos ya había hecho lo suyo con el alunizaje del Apolo 11, pero con el del Chang'e 4, China habría alcanzado, por primera vez, la cara oculta de la luna. ¿Qué hay en esa cara? A raíz del alunizaje, las investigaciones inmediatamente descartan la idea popularizada por Pink Floyd. El lado oculto descubierto, no sería oscuro. La NASA insiste en la inaudita revelación científica, pero el célebre lado oscuro de la Luna pertenece a otro orden, no al astronómico, sino que al poético. La cara oculta explorada por los chinos, la "cara china de la Luna", contribuirá a expandir los límites del conocimiento humano respecto al satélite natural, pero la idea del lado oscuro permanece incólume. A ese lado oscuro no se puede llegar con una sonda, simplemente porque representa una dimensión del espíritu. El lado oscuro de la Luna no tiene otra connotación, no tiene otra música que la de la decadencia, que la de la contraparte que habita en todos, en forma de lo inconsciente. Si bien los chinos revelaron la parte oculta de la Luna, su ya mítico lado oscuro seguirá orbitando en el imaginario pop. No hay nada ahí que desmentir, excepto la destemplada certeza de un hallazgo astronómico.

jueves, 3 de enero de 2019

Un viejo medio roñoso, medio esquizo, en la panadería luego de pedir un café, hablaba solo y se preguntaba: "¿Por qué el color del café es oscuro como el del té, como el de la coca cola, como el del vino tinto?". Cavilé sobre su interrogante cuando compré un par de nescafés para la casa, y de repente me vino a la mente el cuestionamiento. ¿qué chucha me estoy tomando?

Bird box challenge

El Bird box challenge. Un montón de fanáticos de la película aceptan el desafío y realizan una serie de cuestiones con los ojos vendados. En el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, se hablaba de una epidemia de ceguera sin explicación que desintegraba el contrato social. En este, en cambio, los implicados se ciegan voluntariamente, y solo para marcar tendencia. Fue tanto que Netflix hizo un llamado a no realizar este desafío. No lo quieren aceptar, pero su capacidad de influencia lleva a los espectadores literalmente a taparse la vista. Lo interesante sería que luego de quitarse las vendas, comenzaran a haber casos de suicidio. Ahí sí que sería una locura.

miércoles, 2 de enero de 2019

Noticia del día: El término "ganarse" de "ubicarse o desplazarse a un lugar" es aprobado por la RAE. "Ganó el ganarse". Pero ojo, que fue reconocido por su uso chileno, pero no por eso pasó a formar parte del "uso correcto del español". La vieja disputa entre lo descriptivo y lo normativo. Mi bisabuela solía decirnos, a propósito de esto, "gánense pa acá", "gánense pa allá". Como buena señora de campo, expresaba fielmente lo de ganarse en el sentido de desplazarse hacia un lugar o de correrse hacia algún lado. Ganar acompañado de la inflexión "se". Uno no va, uno "se gana" hacia algún punto. Lo cuático, RAE aparte, es que el lenguaje en sí es pura música y metáfora. No nos colocamos en algún lugar, nos ganamos hacia él. El puro hecho de desplazarse, bajo este término, daría la sensación de realmente estar ganando algo. Me gano hacia acá, me gano hacia allá, luego existo.

2019, ¿el futuro llegó?

2019, el año de algunas predicciones de Asimov. Hay cuestiones en las que el viejo Isaac sí acertó. Otras que se limitaron a ser una proyección. Así, por ejemplo, para este año, Asimov consideraba que las computadoras serían indispensables hace rato, en materia de educación y en materia de empleo, cuestión que puede entenderse bajo un impulso optimista, pero que guarda dentro de sí la disyuntiva propia de la era de la automatización. Por otro lado, consideraba que el 2019 estaría marcado por los problemas ambientales, ante lo cual la URSS y Estados Unidos unirían esfuerzos para mejorar las condiciones de vida del planeta. En esto, sin duda, erró Asimov, sobre todo ahora que Donald Trump sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París. Otra cosa que había predicho sería un inminente retorno a la Luna a través de una "fuerza internacional" que no se limitaría a un viaje de reconocimiento, sino que asentaría las bases definitivas para trabajar sobre el suelo lunar, y fundar allí las estructuras de una posible central energética. También en esto el bueno de Asimov se habría equivocado, aunque no estaría tan lejos de la realidad, puesto que ya se sabe que existen proyectos para la exploración espacial y, entre ellos, el de Elon Musk, resulta uno de los más mediáticos, con la compañía Space X que no solo planea otro viaje alrededor de la órbita lunar, sino que hacia Marte, destino soñado de la ciencia ficción y de la elite humana. 2019 sería el año de la encrucijada espacial. A su vez, el año en el que se ambientaron Akira y Blade Runner, el año del Neo Tokyo y el año del distópico Los Ángeles. Bajo la perspectiva del anime y la película, el 2019 sería muy distinto al visualizado por la imaginación pletórica de Asimov, ya que estaría marcado, en general, por un mundo gris, hipertecnologizado, moralmente corrupto. En Akira, por ejemplo, Neo Tokyo poseía escuelas sobrepobladas, reinaba sobre los jóvenes la conciencia sobre la falta de futuro, los cuales se debatían en bares, nostálgicos con la temática vintage de los ochenta, expuestos a la sobreestimulación de las imágenes publicitarias o siendo parte de la delincuencia de las pandillas de motociclistas. Por su parte, en Blade Runner, se ve que Los Ángeles está completamente contaminado por una constante bruma y en permanente lluvia. Además, en este distópico L.A, los replicantes, esclavos biogenéticos, están a la orden del día, conformando un panorama oscuro en el que priman los negocios subrepticios en consonancia con la tecnología noir y los conflictos existenciales de seres sometidos a su indefinición ontológica, mediada por la autoconciencia de su propia limitación. Como puede verse, el escenario 2019 ya ha sido soñado, imaginado, concebido por la mente de Asimov y por el imaginario cyberpunk. Solo restará saber, al final, cuánto de verdad o de ficción sobrevive a los embates propios de la contingencia. Si acaso aún las viejas narrativas permanecen en el terreno de la especulación o definitivamente, como rezaba el Indio Solari, “el futuro llegó hace rato”.