domingo, 26 de septiembre de 2021

No quiero sonar autorreferente, pero mi tesis de pregrado fue visionaria: América es un pandemonio y, en particular, Chile lo es. Es cosa de ver el auge del populismo, la intolerancia política y ahora, el pandemonio sobre la inmigración en Iquique. Puro separatismo oligofrénico, funcional a la idiocia y al poder. "La" unidad latinoamericana no es tal dada su fragmentación. "La" identidad se diluye en su malabar deconstructivo. Lo propio se vuelve ajeno. Lo ajeno se vuelve propio. Divide et impera.

Reseña de Nevermind en el suplemento La Escalera, de La Tercera, en 1992.

 


Sobre los sucesos ocurridos en Iquique, pienso que se ha hecho patente el doble estándar escandaloso de un sector importante de la izquierda. Soy ajeno a pulsiones patrioteras y xenófobas, por lo mismo, condeno la piromanía de ciertos manifestantes del Norte, pero "fascistizar" o "nazificar" la legítima indignación popular (que esa misma izquierda romantiza cuando conviene a sus fines), bueno, eso es, por lo bajo, injusto. ¿No se suponía que la regla era "Vox populi, Vox Dei"? Pues no; parece que depende. Es indignante la xenofobia; sí. Pero también es indignante que la izquierda trate al pueblo iquiqueño de “reaccionario", sólo por decir ¡BASTA! Ojo, que muchos de los migrantes (venezolanos) huyen del mismo régimen que el Partido Comunista defiende y, si cabe, busca imitar (lo dicen ellos, no yo). En suma, una mirada obtusa que solo considera legítimas ciertas banderas y denuncia las causas que no entroncan con su narrativa.

Aquí el problema de fondo, creo yo (y el cual casi nadie discute) radica en la ley de migración descontrolada pactada con la ONU y suscrita, respectivamente, por los gobiernos de Bachelet y Piñera, todo lo cual provocó una ola de migraciones masivas, avaladas por la burocracia internacional y luego por la propia política nacional, sin el protocolo necesario, redundando al final en un destino que acabó por romper los sueños y expectativas de muchos de los migrantes, trabajando en condiciones de precarización, bajo el yugo de empleadores abusivos, sin la “América” que les habían prometido. Sueño americano “a la chilena”.

Por otro lado, al permitir que ingresen todos, absolutamente todos, bajo el amparo de un derecho en el papel, se ha abierto la ventana para el pandemonio vivido hoy por hoy: delincuencia, trata de personas, pobreza extrema, incomunicación y violencia. Y, a su vez, esto ha provocado la inevitable y nefasta radicalización política que ya tiene al cuerpo social sumido en la enfermedad y al pensamiento en la parálisis. Lo más lamentable de todo, es que ya no cabe espacio para los matices ni para las identidades individuales en este asunto tan colectivo: o estás con nosotros, o estás con ellos. Separatismo oligofrénico, funcional a la idiocia y al elitismo. El migrante, más que sujeto de derecho, se volvió un objeto político al uso, sin distinguir su voluntad y su particularidad, más allá de la masa vociferante o del interés global del poder.