lunes, 27 de noviembre de 2023

De repente, chuta que extraño las lecturas de poesía, extraño a la gente leyendo y aplaudiéndose entre sí, extraño el copete barato y las conversaciones intensas, edulcoradas por el ego y la pasión, pero ese tiempo se derramó cual vaso de vino sobre una mesa de un local extinto. Cerraron los locales que nos vieron leer a altas horas, cerraron también los rostros que nos vieron amar o ensayar siquiera un intento de romance malogrado. Alguien tendrá que escribir, en algún condenado tiempo, la historia secreta de la poesía porteña. Ese día al puerto encallarán los silencios penitentes, las ausencias rencorosas.
Y si el nuevo intento de Nueva Constitución vuelve a ser rechazado, ¿irá a parar nuevamente a la feria de las pulgas o al comercio ambulante de libros viejos, rematados a precio huevo para regocijo de sus decepcionados lectores? Si contra todo pronóstico fracasa una vez más la intentona constitucional, nos quedará al menos, en calidad de ciudadanos, su registro devenido artefacto literario, la crónica absoluta de un fracaso político.
A días de votar por una Nueva Constitución, encontré en la calle el borrador de la Nueva Constitución 2022 a precio huevo. Estaba entre Crónicas de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez y Los buscadores de tesoros de Washington Irving. -¿A cuánto lo tiene?-, le pregunté al vendedor, sin ánimo de comprarlo, como que no quiere la cosa. -A tres lucas-, respondió el vendedor, -está botado, porque ya tuvo su boom-, remató, sin más. Asentí y luego seguí mi camino. En efecto, el antiguo borrador se había vuelto uno de esos libros de viejo que pesan más por su carácter excéntrico que por su real valor comercial. Después de todo, el entrañable artefacto siempre tuvo su muerte anunciada, y ahora sobrevive cual reliquia de piratería, a cuyo cuidado "solo puede permanecer el diablo". Más de alguno encontrará inspiración en aquellas páginas rocambolescas, en aquel palimpsesto constitucional, aunque sea para convencerse que otro Chile estuvo a punto de ser posible, y que puede o no puede haber escenario peor.

Roni Bandini, el inventor de las máquinas literarias

"Imagínese que sale a caminar con un señor que en cada esquina, en cada volquete, deja de prestarle atención y se pierde revolviendo enchufes, motores, partes de muñecos: ahí donde otras personas ven chatarra, él ve tesoros. Ese señor existe y se llama Roni Bandini. Es escritor —publicó El sueño Colbert, La gran Monterrey, Macadam, etc.—, traductor, actor, trabaja en Sistemas y, aunque él no se sienta cómodo con la palabra, también es inventor.

“Juntas dos cosas que no se habían juntado antes y el mundo cambia”, decía Julian Barnes en la novela Niveles de vida. En un punto, eso es lo que Bandini hace: junta cosas, junta tecnología, informática, literatura, sueños, y el mundo cambia. “Un inventor encuentra lo que no hay, o lo que no se ve”, dice. “En mi caso, que trabajo con máquinas, estoy atento a esos vacíos”.

¿Qué tipos de máquinas hace? Algunas pueden ser muy útiles, pero las más lindas son las máquinas que parecen invenciones de un artesano. O de un artista: “La máquina de pensar en Gladys”, que nace de un cuento de Mario Levrero; “Rayuelomatic”, una máquina para leer Rayuela, de Cortázar; “Borgy”, que es un muñequito Furby —un robotito famoso de los años 90— intervenido para que hable como Borges. Cualquiera de todos estos inventos provoca una sensación de asombro y fascinación."