viernes, 31 de marzo de 2017

Ignacia

Después del segundo recreo, el segundo ciclo B debía volver a la sala a Matemáticas. Me encontraba en ese momento en la sala de profesores. Hora de permanencia. En eso llegaba una alumna, Ignacia. Venía acompañada por la secretaria. Decía que le dolía el estómago y que por eso no podría ir a Mate. Que, sin embargo, se quedaría esperando a una amiga suya del primero. Entró a la sala de profes. La secretaria, amablemente, le sirvió un agua de hierba. Entonces sonaba el teléfono de la oficina y la secre debía volver rápidamente. Quedaban en la sala Ignacia, y yo, revisando una guía que me había encargado otra alumna. Se sentó a un lado, y empezó a hablar sobre su curso. Que a un mes de empezar las clases ya lo encontraba insoportable. En particular, un grupo de compañeras que, de acuerdo a su versión, creaban un grupo cerrado. Decía ella que intentaba integrarse a ese grupo pero le era imposible. Se trataba de un factor de desunión. Y no solo eso. Ignacia además explicó que ese grupito de chicas revoltosas trataban de ser las que tenían onda, las que la llevaban dentro del curso, hablando en demasía durante las clases, pelando sin discreción, interactuando con el resto prácticamente por una cuestión de tincada. A Ignacia se le veía preocupada por eso. Comentaba con completo desenfado, pero además con cierta ternura. Lo hacía como protagonista principal de la exclusión comandada por aquellas chicas indeseables.

Intentaba seguirle el hilo mientras encontraba la guía, hasta que el notebook se apagó abruptamente. Entonces, notando el hecho, Ignacia se acomodó para contar algo todavía más personal. Decía que, a diferencia de muchas chicas, ella la vio difícil. La verdadera razón de por qué estaba en un dos por uno no era precisamente el rendimiento ni la deserción. Aclaraba que fue debido a un viaje que tuvo que realizar. Un viaje a España que le tomó todo un año y que, según ella, le cambió completamente el switch. Una dura estadía en la madre patria. Dijo que incluso, algunas veces, su ansiedad era tal que se rasgaba y se comía su propio pelo. Pude en ese instante descreer el añadido bizarro de su anécdota, pero, aunque no hubiese sido verdad, no le restaba fuerza narrativa. Al contrario, ese detalle del pelo era el condimento extravagante, el condimento especial para la historia que ella, la alumna aplicada pero excluida, estaba armando en la sala de profes.

En una parte, Ignacia intuía que quizá estaba exagerando, que a lo mejor yo me daba cuenta de su dramatismo, pero, sin embargo, continuó, segura de hallar en el profesor un cómplice digno de su trama. Dijo que aquellos años en España, donde su familia paterna, lejos de la casa de su madre, fueron una “caída”, en cierto modo, enorme pero, a la vez, fantástica. Agregó que algo en aquel patetismo la llevó a ordenar sus prioridades en la vida. Ella resumía, de ese modo, que aquel mítico viaje fue su gran motivo. Por eso estaba ahora enfocada en sacar la escuela, algo alejada de las preocupaciones propias de su edad, de aquellas “pendejadas” que ella misma veía reflejada en sus compañeras de curso. Me señalaba que además estaba en un Preu Militar. Que a futuro pensaba meterse a estudiar algo en la Armada, puesto que, en un principio, tenía pensado estudiar Sociología en una U tradicional, sin embargo, creía que no le convenía debido a la cantidad de años y al grado de endeudamiento para luego salir al mundo laboral sin ninguna garantía de pega y, sobre todo, recibiendo una pensión miserable, luego de cuarenta años de servicio, cosa que trabajando en la Armada, según ella, no sucedería. “Ya sé, mister, debe pensar que soy una vieja chica, como me dicen todos, pero es que así soy. Así me trató la vida. Así me volví con el tiempo”. Esa última confesión me conmovió sinceramente, no tanto por servir de conclusión a todo su relato íntimo, que viene a esbozar las razones personales de su desencanto general con el curso, sino que por su existencialismo espontáneo y honesto, salido de sus labios más vivamente que leído de un viejo libro filosófico sobre la vida. Después de excusarse, le expliqué que lo que ella había dicho graficaba una realidad país. Que sin duda la opción de meterse a la Armada, ante ese panorama esbozado por ella, era la opción más razonable. Y que, muy a pesar de mis convicciones, no le recomendaría seguir una carrera humanista por fuera. Le hice saber además que, en el fondo, ella la tenía clara, incluso más que yo mismo a su edad. Ignacia, de ese modo, soltó una risa leve, como queriendo decir que ella andaba más viva que nunca.

Una vez que terminó su agua de hierba, al parecer mágicamente recobró el ánimo. Su dolor de estómago desapareció. Al incorporarse se despidió de un beso y dijo: “Chao mister, ahora hablaré también con el director. Piense en lo que hablamos. Cuídese”. Quizá, con eso quiso decir que lo suyo no fue solo un minuto de confianza. Que detrás de esa confianza también ella buscaba dar a entender algo a sus profesores, algo que ocurría secretamente con su curso y, en particular, con aquellas chicas que han constituido el elemento hostil de su historia. El desahogo con el profesor de lenguaje le sirvió, después de todo, de catarsis. Si se quiere, un acto reflejo. Salí de la sala de profesores, y mientras voy a la puerta de salida, de pronto, desde la oficina del director, la única voz que se escuchaba en todo el recinto era la suya. Aquella voz entre dulce e histriónica. De pronto, toda la pasión por su historia opacó la voz misma de la institución.


jueves, 30 de marzo de 2017

John Lyndon, Johnny Rotten, de los Sex Pistols, dice defender a Donald Trump. ¿Discurso excéntrico o definitivamente una vuelta de chaqueta? Rotten, al parecer, siempre fue lo que fue, el ídolo "más alumbrado" de los Sex, (es cosa de ver sus egocéntricas actuaciones en Public Image Ltd); a diferencia de Sid Vicious, quien, drogadicto, reventado, completamente nihilista, murió en su justa ley. De hecho, los Pistols, en general, resultaron ser de esas bandas que se adjudicaron la etiqueta punk de forma descarada, siendo que el punk surgió, como sonido, muchísimo antes. Basta mencionar a The Ramones, The Stooges, Mc5, Iggy Pop, y, sin ir más lejos, los propios Velvet Underground. Incluso, los Saicos, los auténticos punkis desde el Perú. A propósito, qué pensará Rotten de los Saicos. De seguro, los mandaría a la mierda en calidad de inmigrantes.
No he deseado (ni he querido) hijos en parte por una razón similar a por qué no he deseado ni querido mascotas. Prefiero que no dependan de mí y que no me pertenezcan. Eso no quiere decir que los deteste, muy por el contrario. Digamos que si encuentro a un perro en la calle jugaré con él si se muestra amistoso. Incluso demostrará cariño, pero tarde o temprano, tomará otro rumbo. Lo mismo con los niños. Confío más bien en otro tipo de lazo, uno más circunstancial, no en uno de posesión ni de dependencia. Uno más libre, pero también, a su vez, si se quiere, más solitario.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Desde chico siempre pensé en los grandes libros como LPs, discos de larga duración. Y en las plaquettes y fotocopias como una especie de demos, o de EPs. Creo que me metí a escribir en parte impulsado por el afán de hacer música. El sueño de tener una discografía personal. Es inevitable pero la melomanía pega fuerte.
Con un cabro de Villamonte, hoy, se trabajó una nivelación de Literatura. La lectura de un fragmento de A través del tiempo de Brian Weiss. En él se hablaba de una regresión en trance. El personaje decía experimentar vidas pasadas, en particular, recuerdos traumáticos, el dolor de una espada que lo atravesaba siendo un soldado, que luego se relacionaba, al despertar, con un dolor suyo, muy propio, personal. El cabro preguntaba si acaso la mención a una vida pasada servía como ejemplo de flashback. Le dije que sí, siempre y cuando fuese una narración breve, digresiva, dentro de la diegesis de la obra. Enseguida el cabro dio un ejemplo con los sueños. Decía que solía soñar con cosas similares a la del personaje del cuento. En específico, habló de una persecución en primera persona, similar a la de un “shooter”, como él mismo confesó. Siguiéndole la onda, le mencioné que de repente soñaba con una caída abrupta, de la cual despertaba una vez tocaba fondo. El cabro dijo enseguida, con una elocuencia inusual, que aquello tenía una explicación. Que de hecho pasaba como una forma de mantener activo el cerebro durante el sueño profundo, en el cual el cuerpo experimentaba algo muy parecido a la muerte: la desconexión. Una vez que el cabro acabó su intervención, se concluyó que el límite que separaba una realidad de la otra en el cuento no quedaba claro. Que ese flashback, que ese recuerdo de una vida pasada era un recurso estético tanto del lenguaje del narrador como de la mente del personaje. El cabro decía, después del ejercicio, entender el concepto de la analepsis, gracias al ejemplo que dio con el sueño. Pero de pronto, ya acabada la clase, comentó con total desenfado: “No sé, profe, me tinca que la literatura es algo de wnes pitiaos. Pero igual entretenido”. No pude evitar asentir. Quizá el cabro, sin tanto concepto, sin tanta lectura, intuyó algo esencial. Cierta manía en darle una y mil vueltas a cosas que se creen sobreentendidas, inamovibles. Cierta extravagancia, sobretodo, de aquellos que lo hacen. El mundillo de la literatura, intuido por el cabro, como un nicho de fenómenos. Un capricho, una vanidad.

lunes, 27 de marzo de 2017

Los tiempos de Messenger y de los celulares Nokia. Una época previa al auge de facebook y del whatsapp. De eso hablamos la otra vez al voleo con un amigo. Sobre aquel tiempo en que, si bien la comunicación no era todavía tan expedita como hoy, (a pesar de que ya existía internet), se requería para eso mayor contacto en directo, no tanta interacción virtual y en ausencia. A pesar de que ese fenómeno ya se había estado gestando hace años, para nosotros pareciera que hubiese llegado tarde, como casi todo en Chile. En Valparaíso, por ejemplo, los cybercafé recién se popularizaron de los años 2000 en adelante, y con ellos, el aumento de las citas en páginas web. Además, los clásicos "ladrillos" no contaban, al menos en nuestra generación, con tantas aplicaciones, menos con una conexión a internet tan instantánea como ahora. En resumidas cuentas, decía aquel amigo, auto convencido: "había que jugársela más. Si querías quedar con una mina, prácticamente había que ir a la fe, creyendo en la palabra empeñada. Se podía estar hasta tarde creyendo en que la mina llegara, y no quedaba otra que esperarla". Agregaba que ahora, con la multitud de dispositivos de comunicación en línea, como ustedes sabrán, el inbox messenger y el whatsapp, se podía estar todo el tiempo conectado, incluso vigilar la última conexión de aquella con la cual quedaste, pero eso también se podía frustrar o rechazar con mayor facilidad y de manera casi cronométrica. O sea, la variedad de oportunidades de cita aumenta, pero también aumenta la facilidad de cancelar el compromiso. Antes, cuando no se contaba con la tecnología necesaria, se estaba obligado a llamar o a dirigirse al cyber más cercano para rastrear el paradero de la persona citada en cuestión. Existía cierto misticismo en esa precariedad, cierta expectativa por el encuentro físico que las nuevas aplicaciones quizá han eliminado, con su constante seguimiento y vigilancia digital.

El amigo señalaba que: "ahora, al toque, incluso cinco minutos antes de la hora de una cita, te pueden mandar un inbox o un whatsapp y cortarte. En cambio, cuando con suerte existía messenger, no quedaba otra que juntarse, ante la falta de medios para arrugar". Había un cierto manto social que obligaba a la interacción cara a cara. Hoy en cambio, incluso el texto virtual puede obviar el contacto real cuando no se le desea ni se le necesita. El que no está en línea con el otro simplemente puede ser descartado entre un abánico de otros posibles pretendientes, sin mediar ninguna clase de respuesta. El elemento fático y kinésico de la comunicación, el elemento sensible, el más importante, al menos para nosotros en términos de cita, puede descartarse con una velocidad asombrosa, pese a que los recursos para llegar a esa instancia se han vuelto virales, masivos hasta la redundancia. Acotaba el amigo que una vez que su aplicación de Tinder ya registraba una cierta cantidad de matches más o menos exitosos, la aplicación iba progresivamente repitiendo a las mismas chicas, y el espacio para la réplica se iba diluyendo. ¿Obsolescencia programada? ¿Del amor en línea? ¿Falta de astucia o necesariamente falta de programación?. Luego de eso, el compadre se preguntó cómo lo hacían para enganchar nuestros padres. "¿Acaso se carteaban? Si con suerte tenían teléfono fijo ¿Habrán ido a la casa del otro para buscarse? Pero la hacían, y sin internet". Le decía que quizá la cuestión no pasaba solo por el canal de comunicación, sino que por el contexto. Que la generación anterior la hacía de todos modos porque respondía, adecuadamente, a su propio círculo interpersonal. De esa forma, todo se resumía en saber desenvolverse dentro de un determinado círculo, y saber propiciar la coincidencia, la coincidencia que permite romper el hielo eterno de la extranjería. La magia de todo esto, repetía el compadre, era que, al fin y al cabo, no existe una fórmula definitiva. Que hay que usar los medios que estén a la mano para concretar un encuentro. Inclusive, el puro arrojo sin otro medio que la palabra. Porque, después de todo, sea cual sea la naturaleza de ese latente encuentro, lo cierto es que, más allá de la oportunidad, no existen garantías. Solo resta jugársela.


domingo, 26 de marzo de 2017

Silence, de Martin Scorsese

La Silence de Scorsese, con ese tono reflexivo, esos caracteres inestables, esos paisajes oscuros, salvajes, me recuerda a ratos al Bergman más existencialista. Reinaugura de una forma sarcástica, insoportablemente lúcida, la problemática sobre el silencio de Dios ante el por qué del sufrimiento. La fe debería bastar, se cuestionaba Bergman, pero nunca será suficiente. Lo que hacía Bergman en su antigua trilogía sobre el Silencio de Dios era constatar que el decir humano era lo primero. El decir que luego colmaría el vacío espiritual ante la duda. Por su parte, Scorsese nos parece mostrar en Silence que la creencia depende de las circunstancias. Que, para los japoneses conversos al cristianismo, el Chinmoku (Silencio) era de una naturaleza distinta al mutismo divino que experimentaban los padres jesuitas. Posiblemente, para los japoneses conversos, el auténtico silencio venía del interior del espíritu. En cambio, para los padres jesuitas, el silencio venía desde una región metafísica. Desde la región de un dios que ni siquiera se manifiesta en el plano material, ante la incertidumbre y sacrificio de sus feligreses. En ese sentido, Scorsese refleja las luces y las sombras del escepticismo religioso. Lo torna un debate enteramente humano, una cuestión de sincretismo, no una mera disputa teológica. En eso acierta en grande.

sábado, 25 de marzo de 2017

Cadáveres incas en Valparaíso

En Plaza O Higgins, durante el trabajo de construcción de estacionamientos, hallaron cuerpos y cerámicas bajo tierra pertenecientes a la cultura incaica. La noticia me ha sorprendido gratamente. Valparaíso no deja de ser un misterio, una fosa abierta, material novelesco.

A lo lejos en el Arturo Edwards se escucha un sonido de marcha escolar. Recuerdo que de chico hacía todo lo posible por rehuir los ensayos. Fingía enfermedad o derechamente faltaba sin otra razón. En general, era tanta la deserción en el colegio que hasta se optaba por regalar sietes a los que asistieran a marchar en Mayo. Como alumno, francamente, nunca entendí ese idiota orgullo castrense. Tampoco ahora.

viernes, 24 de marzo de 2017

Pedagogía y principio de incertidumbre

Con el director profesor de física hablamos, luego de clases, sobre una prueba que debía rendir el primer ciclo, una prueba de matemáticas, que a la profesora del ramo se le había olvidado encargar. El director empezó a divagar luego sobre la no existencia de los números imaginarios. Que eran números que no pasaban en la escuela. Que solo aplicaban para ciertas mallas matemáticas. Que de hecho a la profesora se le habría extraviado esa prueba por tratarse sobre números imaginarios. "¿Como era ese poema de Parra que hablaba sobre lo imaginario?", preguntó el director. Le dije que era El hombre imaginario. Que ese concepto podría perfectamente aplicarse a la educación. Una educación imaginaria. El director asentía la talla, y sacó enseguida el tema de la ciencia, cuestión que parecía, a todas luces, apasionarle. Hablaba sobre la teoría de la incertidumbre, sobre la posibilidad de que la observación altere el estado de aquello que se observa, no pudiendo conocer así su estado natural. Le hice saber que la teoría de Heisenberg aplicaría también para los alumnos en clase. Nunca se sabe con qué cresta irán a salir a cada momento. Risas. Le mencioné además acerca de la teoría de la relatividad. Decía que aún no ha podido establecerse una conciliación entre aquel estudio de lo macro (física relativista) y el estudio de lo micro (mecánica cuántica). Agregó el director que aquella luminaria que pudiese conciliar ambas visiones en un todo de seguro se forra. "Pero estos cabros son un verdadero desafío a las leyes de la física", señaló luego, refiriéndose a los alumnos que habían salido del instituto antes de haberlo notado. Fuimos a ver si no quedaba nadie en la sala. Efectivamente todos se habían escabullido minutos antes del timbre. El instituto se transformó de repente en la metáfora del principio de incertidumbre. A lo lejos, en la esquina con una compañera, uno de los cabros envía un saludo especial. "Heisenberg" le dije finalmente al director. Él movió la cabeza hacia ambos lados. Volvió a la oficina, mientras los cabros de la esquina esperaban a un compañero que repentinamente apareció de la nada, desde el pasillo. Los alumnos, más vivos, sujetos a su propia ley imprevisible, auténticas partículas en movimiento, siempre más rápidas que la mirada observadora de la pedagogía.

jueves, 23 de marzo de 2017

Cuenta uno de los colegas, más en serio que en broma, que no por ser profesor en Chile uno va a tener que hacer necesariamente voto de pobreza. Eso mismo decía un compadre, que ahora por supuesto se dedica a vender libros y a vivir de los ahorros que ha ido acumulando de sus oficios de comerciante. Otro decía algo parecido, pero acusaba a ciertos profesores de un ínfimo sentido de pertenencia, de un iluso orgullo profesional, a cambio de trabajar por unas bolitas de dulce. Ese mismo loco ahora choferea. Por mi parte, continúo con pundonor en la rueda pedagógica, tratando de sumar unas cuantas horas a la semana, mientras los domingos retomo el oficio de guardia que, según lo que cuenta el amigo, no sé si en broma o en serio, fue de lo que realmente me titulé, por lo menos en lo que consiga la tan anhelada estabilidad, cuestión que a estas alturas solo aplica a nuestras deudas, y a nuestro invencible desparpajo.

La palabra cacha

"¿Cómo fue que la palabra cacha pasó a significar encuentro sexual o coito en chileno?" fue una de las preguntas que nos hacíamos con un amigo. ¿Por qué cacha? Le decía que en la RAE no había antecedente de esa palabra con el significado que tiene para nosotros. "A lo mejor proviene de cacho", dijo el loco. Sugerí que no era relevante conocer el origen gramatical de la palabra sino que su uso concreto. Risas. Ante eso, el amigo dio algunos ejemplos. Se refería a la frase "touch and go", cuando se tiene sexo sin compromiso y sin pasarse rollos. Decía, de forma jocosa, que esa frase podría aplicar perfectamente también para cuando el sexo se paga. Se llamaría "cash and go". O sea, en chileno, cash como sinónimo de efectivo. Luego, el loco fue aún más lejos. Explicó que esa frase de cash and go podría incluso convertirse en el chilenísimo "cacha and go", como homologación fonética, que vendría a ser la versión flaite de aquella frase en inglés del sexo libre. Esa vendría siendo, hasta el momento, la única forma de interpretar la palabra cacha. Con algún ejemplo más o menos ilustrativo, acorde a la situación. "Quizá por ahí vaya la cosa, pero no cacho", concluía el amigo. Después de esa bizantina discusión callejera, decía que mejor usar la palabra que analizarla gramaticalmente. De esa forma, la palabra cacha sobrevive, se resiste a la regla. La seguiremos usando sin saber realmente su raíz, sino que su sentido pragmático, que es, al fin y al cabo, lo único que importa. "El verdadero desafío es aplicarla wn. Me refiero a la palabra", sentenció finalmente el loco, mientras miraba al horizonte de la calle, de forma aguda, profunda. Ambos sabíamos hacia dónde se dirigía aquella mirada.

martes, 21 de marzo de 2017

Dolor del alma

Una de las alumnas del primer ciclo, en medio de la actividad de hoy, me llama: "Míster, acérquese". En un principio, nada del otro mundo. La clásica chica aplicada o que, en su defecto, quiere resolver una duda para salir del paso. Cuando acudo con ella, me dice que escuche lo que tiene que decir. Y confiesa: "Sabe, lo que pasa que hoy ando rara. No sé. Como que me duele el alma". Sorprendido ante la inesperada confesión, le pregunto que cómo y por qué, que quería decir con ese "dolor del alma". Ella dijo que simplemente eso. Que no sabía cómo explicarlo, Que, sin embargo, no lo demostraba. Que seguía alegre, incluso entusiasta con la idea de ir a clases. Luego de eso, dejó a un lado el tema y realizó una consulta sobre la materia, igual de entusiasta, como si no hubiese dicho nada, como si su revelación solo hubiese sido un secreto ficticio, un capricho psicológico. ¿Qué clase de curriculum puede con eso? Ninguno. Ningún curriculum actual abarca esos pequeños ribetes existenciales. Lo que media entre el curriculum abstracto y la realidad de cada clase es la disyuntiva vital. ¿Qué clase de pedagogía puede acaso interpretar ese dolor, acaso inexistente, acaso de verdad, pero latente en cuanto la chica lo hace manifiesto? Quizá una pedagogía de lo indecible, de lo invisible al programa. Lo inútil, lo enteramente personal.

lunes, 20 de marzo de 2017

Con la nueva pega me ha tocado ir a los sectores más desposeídos de Viña, prácticamente a hacer patria. Campamento Bachelet, Felipe Camiroaga. Hay un punto en la población Puerto Montt donde solo se aprecia un gran páramo negro donde antes había bosques. Vestigios del reciente incendio. Para llegar a las más de veinte sedes vecinales, caminos de tierra laberínticos, pasajes que conectan como arterias todo el cerro, había que tomar una suerte de locomoción comunitaria, vehículos que los propios locatarios conducían para arrimar a la gente aledaña. Hay códigos que parecen vetados incluso a la propia "gente del centro". Una solidaridad invisible que sin embargo no se distingue de la espontánea amabilidad de los residentes. Debajo de esa capa es muy probable que permanezca latente una historia de miseria y de violencia, que en el fondo no hace distinción social. Que mucho más allá de velos mediáticos late dentro de cualquiera, sea este del centro o del cerro. Lo que sí impacta es la abrupta brecha material entre los pobladores y los transeuntes de la viña central. Hay ahí como un límite demasiado categórico, casi como si existiesen dos Viñas: la de la maqueta inmobiliaria turística bordeando la costa, y la de la toma de terrenos bordeando el límite del cielo.

En Valpo, en cambio, que yo recuerde, estaba también internalizado el concepto de barrio, pero la diferencia con el centro no era tal que fuese a crear un horizonte material excluyente, como sí sucedía en Viña. De hecho en el llamado plan de la ciudad persiste cierta lógica barrial. Aunque demasiado sometida al vaivén de los oportunistas. El plan y los cerros conformando un verdadero mosaico humano, a ratos desorganizado, algunas veces persistente de una vida secreta, otras sometido a merced de la venia privada. Un mosaico algo disímil, donde en un puro recorrido se está ante la impresión de un mapa apócrifo del corazón social. Vendedores ambulantes, viejos jugadores de carioca, vendedores de libros, jóvenes músicos de calle, improvisando sonidos, comerciantes de sustancias, y, por otro lado, antiguos bodegueros, guías turísticos, agentes de viejos emprendimientos, tratando de sobrevivir a toda costa, emulando los últimos suspiros de una actividad minada por la erosión del tiempo, el mar y la indolencia. En Valpo la vida de ciudad y de cerro sobreviviendo a duras penas a su propia deconstrucción, a su propia exhalación a ratos intensa, a ratos opaca, sobreponiéndose día a día a su propia idea fantasmagórica.


sábado, 18 de marzo de 2017

Chuck Berry

Bob Dylan llamó a Chuck Berry en su momento "el Shakespeare del rock and roll". Leonard Cohen declaró también: "Todos somos notas al pie de las palabras de Chuck Berry". Eso lo dijeron en el contexto de una premiación en el 2012, cuando Chuck había recibido un premio de parte de una organización de escritores de Nueva Inglaterra, un premio extrañamente no por su música sino que por el sentido narrativo de sus letras. Con un amigo señalamos, a propósito de su partida, que Chuck era en realidad el "padre de todo". Que el arquetipo de las futuras agrupaciones de rock le debía mucho a su estilo y su puesta en escena. Que la historia que contaba Chuck a lo largo de sus canciones no era otra cosa que la historia ferviente de la América de los barrios bajos, de los autos descapotables y de las sinfonolas musicales sonando de noche. Quizá Elvis era el Rey, el gran catalizador de la explosión rocanrolera. Quizá Los Beatles fueron la primera "gran" banda fenómeno, pero Chuck fue el mito originario. Un mito, sin embargo, demasiado controvertido para su tiempo. La sociedad americana no le perdonó sus problemas con la ley. Tampoco sus raíces negras. La sociedad no podía perdonarle que su genio proviniese de la ascendencia de la esclavitud. Aceptar el éxito de Chuck era enrostrarle a Norteamérica su propia moralidad solapada. Era aceptar que Norteamérica se estaba volviendo rocanrolera muy a pesar de su moralidad. Se podría decir entonces con justicia que todo partió desde St Louis al mundo. En su manifiesto sobre el Rock and Roll, Chuck acababa declarando, como en una intuición rítmica del futuro: "La gente bailando estaba temblando de la emoción".


Rock and Roll Music

viernes, 17 de marzo de 2017

En la clase sobre publicidad, la introducción consistía en estudiar cómo "les venden la pomá" a la gente mediante ciertos mecanismos para lograr ciertos fines. En eso, durante el ejercicio, se le entregó diarios a los cabros para que trabajaran. Tenían que elegir un anuncio o un aviso publicitario para analizarlo en grupo. De repente, uno de los chicos, con el Mercurio de Valpo en la mano, grita desde el fondo: "Mire profe, salió en el diario, se hizo famoso". Todos, curiosos, le siguieron la onda y se rieron. Una cabra agregaba: "Mish, toda una estrella, Mister". Otro compañero suyo dijo también: "Justo hablábamos de la prensa, y apareció usted". Ante la sorpresa del curso, no me quedó otra que explicarles que eso era parte del ejercicio (pura improvisación), que mi aparición imprevista pero oportuna en el diario era también una forma de vender una imagen, una imagen socialité, a la manera porteña. Existe entonces, para la prensa, un profesor antes de esa foto en el diario, anónimo, y uno después de ella, simpatizante de cierto "jet set" poético. Sin embargo, para los cabros, sigue siendo el mismo, el que planifica a deshora, el que enseña a destiempo, el joven viejo de Lenguaje, que pretende tener una vida más allá de las aulas.

jueves, 16 de marzo de 2017

Mañana, el ramo exclusivo de Dos por Uno: Consumo y calidad de vida. Primera vez que lo dicto. Nunca antes había tenido una maldita idea sobre él. La UTP no me dio ninguna luz al respecto. Solo colocó el ramo ahí y lo asignó al primer profesor sin previo aviso. Busqué en google entonces un par de planificaciones y actividades. Me entero que el ramo comienza con la unidad de publicidad. De ese modo, me iluminé y busqué dos citas idóneas con las cuales comenzar la clase: 

"La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados." Tyler Durden en El club de la pelea. 

“Soy publicista: eso es, contamino el universo. Soy el tipo que te vende mierda. Que te hace soñar con esas cosas que nunca tendrás. En mi profesión, nadie desea tu felicidad, porque la gente feliz no consume. Tu sufrimiento estimula el comercio. Para crear necesidades resulta imprescindible fomentar la envidia, el dolor, la insaciabilidad: éstas son nuestras armas… Y tú eres mi blanco.” Frederic Beigbeder. 

La actividad introductoria consistirá en señalar si están o no de acuerdo con Durden y Beigbeder y por qué. Dependiendo de sus respuestas se delineará el destino del ramo.

martes, 14 de marzo de 2017

Un cabro antiguo del Segundo Ciclo dijo, respecto a la clase de hoy: "Profesor, los temas del aborto y la legalización de la marihuana son como "la vieja confiable" del texto argumentativo". La mayoría de los grupos se casó con los temas de moda: la droga, el feminismo, la educación gratuita. Solo uno de ellos, el que intervino al principio, trabajó algo diferente. Eligió un dilema cósmico. En su tesis se preguntaba ¿Será el espacio exterior un lugar humanizable? Quizá qué irá a salir de eso.

Día de PI

A propósito del Día de PI, la primera película de Daren Aronofsky, "PI": "No habrá orden, solo Caos".


lunes, 13 de marzo de 2017

Jugando a ser real

Viernes. Viaje hacia el campamento Bachelet. Fui a hacerle una breve clase a un cabro, en el contexto de un proyecto de reescolarización. Abría la madre la puerta de la casa al verme perdido por esos parajes, luego de llegar en un Uber, en el límite de los colectivos. La madre entraba después a su pieza y quedaba el chico en la mesa. Estaba jugando al GTA, play 2. Le expliqué que la clase consistiría más que nada en una conversación. Una breve nivelación de contenidos. Sobre qué contenidos de sexto manejaba. Entonces, con respecto a Lenguaje, leímos un breve cuento llamado Jugando a ser real. El chico lo leía con toda calma, aunque con cierta aprensión. Trataba de un niño que vivía en una realidad virtual, que se veía representada por una playa con un mar interminable, y que, al sacarse las gafas, se daba cuenta que se hallaba perdido en el metro de noche. La primera pregunta iba enfocada a qué podía interpretar. Cuál sería su lectura del cuento. Qué quería decir. El chico respondió que el niño del cuento deseaba vivir libre. Luego, la segunda pregunta era por qué al niño le provocaba tristeza sacarse los lentes. El chico respondió que fue porque se le acababa la entretención. Para concluir, el propio chico decía que el niño del cuento se sentía triste porque en su realidad no podía hacer lo que él quería. No era libre como en su realidad virtual.

El siguiente ejercicio consistía en una breve narración de su vida. El chico preguntó de inmediato a qué se refería eso. Se le explicó que nada del otro mundo. Que lo primero era que no sintiera el escribir como una obligación. Que solo empezara escribiendo sobre lo que él hacía en el día. Un poco pillado por este ejercicio, el chico sin más comenzó a transcribir lo que hizo ese mismo día. Me lo hacía saber de forma hablada, y esa habla suya era literaria a su manera. Decía que su jornada acababa con sus amigos en la cancha de tierra en el límite de Puerto Montt, para así llegada la tarde regar el pequeño jardín de la casa. Ante su intervención, le dije que eso mismo no era muy distinto al cuento que acabó de leer. Que ambos hablaban del deseo de hacer lo que se quiere. Que la literatura del mundo, por más compleja, por más trama y vocabulario que tuviese, en verdad trataba siempre de más o menos lo mismo. De la pugna entre la vida y la realidad. El chico quedó un tanto extrañado por esa lectura, aunque intuyendo que trataba de algo importante. Que esa pelota cerro arriba y ese riego jardín abajo eran también material literario. Imágenes de una vida demasiado latente. Demasiado real.

Después de la clase, conversábamos con el chico sobre su afición a los videojuegos. Dijo que estaba pegado con el GTA, pero que lo suyo eran los juegos de rol. Tipo Chrono Cross. Para rematar, le señalé que ni siquiera los videojuegos son algo distinto de la literatura. Que ambos ponen en tensión la experiencia de lo real. En eso llegaba la mamá. Requería que el chico fuera a comprar pan. Se le dijo que ya era suficiente por hoy. Que la próxima clase sería más intensiva. La madre preguntó si acaso era posible nivelarle dos cursos en un año. Le dije que sí era posible. Que dependía de él no más. (Y muy honestamente, que dependía también de la estabilidad del proyecto, y del compromiso de la propia familia). La madre quedó de llamar. Antes de la despedida, le pregunté al chico qué haría durante el resto del día. Respondía finalmente: “Jugar creo. Lo mejor que sé hacer, profe. Jugar”. Pensaba en eso mismo una vez bajando hacia la solitaria cancha de tierra.

domingo, 12 de marzo de 2017

Ronnie Romero

En la tienda Rock and Roll de Viña, uno de los amigos del dueño hablaba sobre Ronnie Romero, cantante chileno. Dice que resultó tan virtuoso que hasta el propio Ritchie Blackmore lo llamó para que fuera el vocalista oficial de Rainbow, luego de la muerte de Dio. En eso, el dueño del local colocó un playlist. Sonaba Black Night y luego Stargazer, con la voz de Romero de fondo. El compadre decía "nada que envidiarle a Ian Gillan". Después de eso, conversaba con el dueño sobre la suerte de los cantantes chilenos. "Casi todos se van y hacen carrera afuera", sentenció un poco preocupado. Luego el propio loco agregaba: "Es un tema país". Una vez que el dueño atendía a un cliente, el amigo suyo le ayudaba con otro tema. Se dejaba escuchar de fondo una canción de Journey. El loco, decidido, se acercó al equipo y concluyó, en el momento que sonaba "Separate ways": "Romero, el chileno, también vendría siendo como el vocalista filipino de Journey. Incluso mejor que el original, solo que con otro destino.

La nueva Einstein.



Sabrina Gonzalez, la nueva Einstein, rompiendo el estereotipo del genio científico. Si pudiese encontrarla la invitaría a unos pitos para que se fuese en la volada hablando sobre viajes espaciales. 

En lugar de la nueva Einstein, llámenla, de ahora en adelante, "la nueva musa de la astrofísica".

sábado, 11 de marzo de 2017

Cristales de tiempo

Un artículo reciente habla sobre la confirmación de los llamados "cristales de tiempo", aparecida en una revista científica de la Universidad de Maryland. Estos cristales de tiempo abrirían un campo hasta ahora desconocido de la materia, en el cual es posible que los átomos se repitan siguiendo un patrón temporal y no espacial, cosa en primera instancia imposible desde la física tradicional, puesto que, para que haya un movimiento en el espacio, debe existir un mínimo de energía, y se supone que estos nuevos cristales generan una oscilación de sus átomos sin necesidad alguna de energía, moviéndose en el vacío solo de acuerdo a un misterioso agente: el tiempo. Cómo lo hacen, qué los compone, cómo surgieron, parecen ser las preguntas de cabecera de sus investigadores. Sin embargo, Andrew Potter, uno de los responsables del artículo, habla sobre un concepto, el concepto del desequilibrio. De acuerdo a esto, los cristales de tiempo serían la evidencia fidedigna de que la materia nunca está del todo equilibrada. Que no existiría algo así como el equilibrio completo en el universo. De repente fantaseo, a raíz del artículo, con las posibilidades científicas y existenciales de este descubrimiento. Un mundo dividido entre los científicos optimistas, que planearan el uso de los cristales de tiempo para el desarrollo de superordenadores cuánticos, que superaran la esclavitud de la materia y funcionaran más allá de la energía, a niveles que la actual ciencia todavía no puede procesar; Y entre los filósofos del tiempo que, siguiendo los postulados heideggerianos, ahondaran aún más en su dasein ontológico, haciendo una apología del desequilibrio temporal, entregándose de una vez por todas a los secretos del infinito. De ser así, lo realmente inaudito sería que estos dos grandes bloques, correspondientes a la élite, se disputaran sus preciados cristales futuristas, mientras que el resto de los mortales continuara debatiéndose en la búsqueda incesante de tiempo perdido. El asunto, de esa forma, no sería solo un asunto científico, sino que sería también un asunto político. Tendría que existir un Ministerio del Tiempo. El Aleph, posible solo en la cuentística, se haría realidad. Por fin la sociedad se dividiría, definitivamente, entre los que tienen y no tienen tiempo.

viernes, 10 de marzo de 2017

Los pequeños placeres inútiles, los pequeños placebos sin otro sentido que si mismos, como el del clímax después de una película memorable, como el de la emoción de descubrir música nueva, o como el de la satisfacción de darse vuelta un juego difícil, ahondan en nuestras fantasías de contrabando, y también, si se quiere, en nuestras perversiones, alimentan nuestro carácter, nuestra imaginación fuera de la rutina, fuera de la máquina, despiertan aquella sensación de la cual hablaba el ex convicto en The Sunset Limited: la sensación de volverse de pronto un "yonqui de la cultura".

Orientación religiosa

Hoy comenzó el ramo de Orientación religiosa en el Dos por Uno. Ramo que pusieron en lugar del de Convivencia Social que yo dicté el año pasado. Por qué lo hicieron, ni la menor idea. La directora del año pasado llegó en la mañana. Iba con su hijo en brazos. Preguntó si acaso había llegado el "caballero de la congregación". Le pregunté de vuelta a la secretaria de quién estaba hablando. Ella no alcanzó a responder. El nuevo director explicó que se trataba de la persona a cargo del mentado ramo de Orientación. Nadie dijo nada más.

Al terminar el primer recreo, escuché los comentarios de algunos cabros y cabras. Uno de ellos se preguntó el por qué de ese ramo. El director, en ese momento, también se hallaba presente. Le explicó al cabro que se trataba fundamentalmente de cuestiones relacionadas con la ética y el respeto. Que no los iban a evangelizar ni mucho menos. Ni tampoco a darles la lata sobre Dios ni sobre la Virgen. Ante la respuesta un tanto ambigua del director, el cabro insistía y agregaba: "¿Pero no hubiera sido mejor llamarlo orientación valórica?". El director, ante la nueva pregunta del cabro, continuó insistiendo en que el nombre del ramo no implicaba necesariamente religión. El cabro, por su parte, continuaba firme en su cuestionamiento, en una dialéctica sin solución. Nadie se ponía de acuerdo. Nadie le creía al otro. Sin embargo, la hora de regresar al ramo se aproximaba.

Ya llegada la hora de almuerzo, volvió la antigua directora, esta vez sin su hijo. Habló con el director a propósito del polémico ramo religioso. Le comentó que algunos chicos y chicas en la primera hora ya habían alegado, diciendo que, pese al supuesto enfoque valórico del ramo, el caballero de la congregación había empezado la clase con la frase: "Y Jesús dijo....". La mención a Cristo había provocado ronchas en el alumnado, algunos hasta declarándose abiertamente ateos en medio de la clase. Otros se habían llamado talibanes solo por el ánimo de joder. En calidad de profe, al igual que ellos, pero desde otra parada, también me cuestiono cuál sería la necesidad de un ramo religioso en un instituto dos por uno. Pensé dentro de mí, a propósito de la contingencia, que, siendo ese el caso, hubiese sido mejor entonces agregar un ramo de filosofía. Incluso el propio director, en un instante de cavilación, dijo: "No creo que haya sido buena idea lo del ramo. Veremos cómo se las arregla el caballero y cómo se comportan estos malotillas". Ante eso, la antigua directora señaló que sería mejor conversar el asunto sin falta el día lunes. Le pregunté luego al director de quien fue la idea de colocar el ramo de orientación religiosa. Extrañamente, apuntó con el dedo hacia el cielo en el patio, y dijo: "Obra de los de arriba. Los mandamases".

Justo en el momento en que comenzaría la segunda patita del famoso ramo religioso, o, mejor dicho, del ramo ético, valórico, llegaba una alumna con un cable de data. La antigua directora se había marchado hace rato. El director, por su parte, se había resguardado en su oficina. Me explicó que el caballero no pudo en la mañana proyectar una presentación que le tenía reservada a sus pequeños "feligreses". La alumna, intrigada, agregó: "O la cuestión se echó a perder, o alguien se la pitió. Dígale al director, mister". La alumna, en ese instante, me entregaba el cable de data delicadamente, como en un irónico acto de fe, como la única evidencia de que, después de la intervención religiosa, el curso entero volvería a su realidad, a su realidad sin dioses ni profesores.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Mansplaining

El mansplaining, polémico concepto. Se dice que es un acrónimo de las palabras inglesas "hombre" y "explicando". Es decir, “man” y “explaining”. Luego, se define como "la explicación que se le da sobre algo a alguien, generalmente un hombre a una mujer, de manera condescendiente o paternalista". En ese proceso, generalmente se presenta una subestimación del entendimiento del interlocutor, en este caso, femenino. Lo anecdótico es que este concepto, después de todo, tiene un origen literario. Según cuenta Rebecca Solnit, escritora norteamericana, en su libro de 2014, "Men Explain Things To Me", ella estaba en una cena con un hombre. Este hombre trataba de explicarle repetidamente sobre un determinado asunto, interrumpiendo sin permiso. La explicación venía dada de acuerdo a un libro importante. Libro que la propia Rebecca había escrito, y del cual el hombre no tenía idea sobre su autoría. De ese modo, lo deja en evidencia en su afán por tener la última palabra, aun cuando este no tuviera la razón. Resulta entonces que el neologismo usado por Rebecca tiene una base empírica. Encarna una interpretación que busca ofrecer una respuesta a casos más o menos constantes, que siguen un patrón similar, en los que el dialogo hombre a mujer presenta un evidente desequilibrio de poder. Pareciera que, de esa forma, la escritora nos dice lo siguiente: tomarse la palabra significa para la sociedad tomarse la posibilidad de decir la verdad, o de ocultarla. El famoso mansplaining sería así la expresión concreta de esa pugna. La tensión histórica entre el decir y el callar.

domingo, 5 de marzo de 2017

Soñé que estaba con Mon Laferte compartiendo unas cervezas en un bar x en el período previo a su viaje a Francia. Cómo conseguí invitarla, no tenía importancia. En ese sueño extrañamente todo lo referente a su presentación en el festival no era mencionado. Pertenecía al terreno de la imaginación. De lo que más hablábamos, sin embargo, era de música. Decía que tenía planeado un nuevo proyecto, pero que no sabía todavía cómo expresarlo: "Tengo algo aquí atrapado en la garganta que quiere salir, pero no sé cómo llamarlo". Le decía que tomara más para que no se atorara. Reía. Continuaba con su inquietud musical. Solo atinaba a escucharla y asentir sus reflexiones, estupefacto por su encanto. Recordé luego una colección de mp3 que tenía guardada en una de esas carpetas para discos, una colección de música vanguardista latinoamericana. Me armé de valor entonces. Con un motivo inspirador para dirigirle la palabra, bebí un sorbo largo de cerveza y le expliqué: "Mon, tú ya has incursionado en el pop bailable, en la balada bolero, en el ska, en el rock de garage, incluso hasta en el metal ¿no te parece que la próxima etapa sea incursionar en el progresivo y en la vanguardia? Lo harías de maravilla con un disco conceptual onda Los Jaivas o Congreso". Hubo un silencio algo perturbador al inicio. Algo angustiado por mi osadía, pero no sin cierta emoción, traté de adivinar su reacción. Mon bebía otro poco. Después, con total resolución sonrió, se acercó otro tanto, y dijo: "Ya he pensado en eso, querido. Es de hecho lo que tengo en mente. Pero no se lo digas a nadie, por favor. Será solo nuestro secreto ¿trato?". Estiró la mano para estrechársela. Se la di confiado, aunque completamente asombrado por su declaración.Con un disco progresivo la rompería definitivamente. Sería como el punto de eclosión de su carrera. Le dije entonces, recordando mi sagrada colección: "¿Supongo que has escuchado a Chac Mool? Son algo así como los padres del rock progresivo mexicano". Mon respondió: "Sí, los cacho. Un disco de esa onda sería cool. Pero me van más los Cabezas de cera ¿los has escuchado?". Le dije que sí, aunque solo tenga de ellos un par de discos. Era lo más parecido al jazz fusion que había escuchado venido de México. Mon luego se explayaba contando su afición secreta por la música de vanguardia, revelando algunos detalles sobre cómo surgió esa afición. Qué discos y hechos de su vida fueron esenciales en ese surgimiento. Detalles que francamente, a estas alturas, resultan inenarrables. Solo reproducibles mediante una exploración sonora de nuestro inconciente.

Las cervezas se acababan. Era hora de despedirse. Llegó la cuenta, la cual pagué misteriosamente, sin recordar si contaba o no con el dinero suficiente para la invitación. Mon lo agradeció gentilmente. Se acercó y nos abrazamos. Antes de irse por la puerta de aquel onírico bar, me dijo en voz baja: "Recuerda nuestro secreto". Al ver cómo iba desapareciendo y confundiéndose con el centro de aquella Viña del Mar imaginaria, la luz del bar se fue levemente bajando. En eso, la poca gente que quedaba se dio vuelta para ver a unos mariachis que pasarían puesto por puesto cantando su serenata de medianoche. El efectivo, lamentablemente, se me había acabado. A pesar de eso, bebí un último vaso, como brindando por un adiós inconcluso.

viernes, 3 de marzo de 2017

Cannabis escolar

Reglamento sobre la marihuana en el trabajo: fumar fuera del instituto y solo una vez acabadas las clases. El director, colega del año pasado, lo repite cínicamente como si nunca hubiese fumado. El año pasado uno de los cabros hacía las veces de dealer. Fumaban pa callao entre los recreos. Nadie les decía nada. Ahora ya no podrán hacerla. Recuerdo en octavo básico. En el colegio del cerro, un compañero fue pillado solo con una hoja de marihuana entremedio de un cuaderno. Llegaron hasta los ratis al establecimiento. Quizá haya tenido otros antecedentes. No lo sé. Pero es increíble cómo ha cambiado el panorama. Antes había una suerte de satanización de la hierba. Los "patos malos" eran los que la movían, de acuerdo a la jerga escolar. Ahora incluso algunos apoderados han promovido el uso del indoor, para evitar que los cabros caigan en malas andanzas, afuera en la calle, donde se mezclan buenos y malos, donde nada es completamente bueno ni malo. El propio profesor tiene tejado de vidrio en ese sentido. El profesor, trabajando sobrio pero planificando volado, rememorando sus locuras de estudiante, añorando en el fondo una voladera infinita, por lo menos en lo que dure el año lectivo.
Hoy en la reunión de profesores se armó una discusión como de quince minutos a raíz del color del lápiz que debía usarse para llenar el libro de clases. El nuevo director decía que debía ser el azul de manera irrenunciable. Le pregunté si acaso las notas rojas también debían colocarse azules entonces. Dijo sí de manera tajante. Cosa que resulta extraña, de acuerdo a una colega. Toda la vida las notas rojas debían ser escritas con lápiz rojo, alegaba ella. Otro colega le replicaba que de ahora en adelante sería el azul porque, según él, era "menos invasivo a la vista". Pero el rojo determina realmente las notas repitentes de las notas suficientes, insistía la colega nueva. Se armó de pronto una disputa entre los partidarios del rojo, simpatizantes de la tradición, y los partidarios del azul, simpatizantes de la novedad, y a su vez, de la autoridad. La reunión pronto evolucionó de una cosa curricular a una cosa estético-tipográfica. Por mi parte, no pienso en renunciar al placer de escribir una nota roja con el color que le corresponde.

Mon Laferte, una canción




Pienso en las palabras para intentar escribirte algo. ¿La dedicatoria a una musa de carne y hueso? ¿Una lectura íntima sobre una voz y sobre un ritmo? A veces simplemente la música no da abasto a las palabras. A veces se sufre a solas un recogimiento, un recogimiento por saber que la persona a la cual le escribes es tan solo una idea, pero una idea hermosa, y a la vez una figura, una figura real que guarda en si la posibilidad de la aparición. Detrás de ese gran telón que es Chile en su totalidad, se escondía un dulce secreto. Sobre ese escenario oscuro, a ratos redundante, se manifestaba solapadamente la imagen de un pasado soñado, quizá vivido. Es tarde, de fondo suena el video completo de tu presentación el sábado pasado. En medio del sueño de la noche aparece el tema “Yo sin tu amor”. Año 2006. En aquella época casi con lo único que contaba era con amores platónicos. Con una que otra compañera sobre la cual escribir algunas cuantas líneas enérgicas e ingenuas. En aquel entonces eras todavía “la chica de rojo”. A pesar de que sea una etapa para ti superada, es la única forma con la que consigo, a estas alturas del partido, armar tu gloriosa paradoja. La evocación con la cual logro conectar aquel romanticismo inocente de tus años rojos con tu actual melodrama feroz, con tu sensibilidad de fuga a flor de piel. 

Y así fue como te fuiste. No quisiste mirar atrás temiendo convertirte en una figura de sal, en una figura más de las tantas de la televisión. Apostaste todo por un sueño. El sueño de la voz propia. La voz que aún latía irónica en aquellos tiempos de luces y espectáculo. Estuviste desesperada. Tenías miedo. Pero también tenías fuerza. Quizá sin proponértelo, elegiste el camino que desvía a la esfinge. Chile para ti era como aquella fotografía en sepia que transmitía una que otra melodía. Y preferiste el abandono de saberte tú misma. De saberte prófuga allende tus horizontes musicales. México era como aquel mundo del que hablaba Bolaño, el mundo de las promesas rotas, de los abismos, pero también el mundo de las imposibilidades posibles. Era la hora de hacer un milagro, te decías a ti misma, muy en el fondo. Llorabas porque no bastaba con querer. Ni con la falta de querer. Era la ocasión para hacer arder las viejas historias. La ocasión para perderte en los desiertos de tu desnudez, pero también para reencontrarte en los relieves de una nueva piel. 

Las calles de aquel México a ratos me evocan las de Rulfo y las de Bolaño, otro chileno mexicano. O mexicano chileno. Siempre la visión de México, muy a su pesar, literaria, ha sido un tanto lúgubre. Un símbolo desértico. Un límite con el gran norte. Al sur con unas tierras que dejan ir a sus hijas como si se tratase de fugitivas. Te imagino en aquellas calles, debatiéndote, internándote en los bares, solo con tu voz como garantía de dignidad. Te imagino luego, alimentando un espíritu hambriento de júbilo. Un júbilo más profundo que cualquier tristeza, por mística que parezca. Fue de ese modo que te armaste de valor. Al parecer tu espíritu en algún momento se emparentó con el de Sor Juana Inés de la Cruz. Fuiste sin quererlo, la mejor de todas. Sobre ti no recaía otro juicio que el de una admiración ciega. La admiración del país que te ama como quien ama a su amor platónico. Pero que luego, viéndote volver, cae rendido. Como le sucedía también a la Mistral. El país en el cual te forjaste, en el cual floreciste, México, en cambio, guarda en su colorido y en su opacidad lo más granado de tu soledad, y lo más virtuoso de tu sencillez. 

Las horas pasan, y tu video se repite en un playlist tema por tema. Un poco como tu trayectoria. Suena nuevamente, como un mantra, aquel homenaje a Valparaíso junto con el loco de Los Tetas en una de tus canciones. El puerto miraba aquella noche, de cara a la televisión internacional, pero yo también lo hacía de cara a la ventana, mientras en la noche profunda del barrio buscaba la respuesta a ese dolor tan melodioso. A esa cosa tuya, versátil, con la cual de repente te sumerges en la desilusión para luego explotar en un éxtasis de cara al Monstruo. El único monstruo que enfrentaste esa noche era, después de todo, el monstruo del silencio. Seguido de cerca por otro monstruo aún mayor, el monstruo del éxito. Te comiste el silencio, lo hiciste parte de tus pausas, de tu vida, pero ahí viene el éxito que has conseguido acariciar, acurrucar, sin que por eso se desate una conspiración de cámaras y de rumores. Ahora suena El Diablo, en el cual con ímpetu gritas “creo que te amo pero yo te inventé”. Esas palabras tuyas, cantadas con ese pulso y con ese ritmo, son tu profecía autocumplida. Porque en eso se resume tu historia. En la reinvención de ti misma. En el exilio del hogar, en el viaje turbulento, y luego, en la conquista de tu propio fiesta.

Hace solo un día escuchaba a un joven músico porteño llamado Paisano. Hablaba de escuchar la canción que cada uno guardaba dentro de sí. A medida que se escuchaba, decía el joven, la canción del artista pasaba a ser solo el fondo para esa canción tuya, personal. Al llegar al clímax de tu presentación, resulta que la gente consiguió despertar algo así como su canción interior. Quizá se trate de una analogía ambiciosa, incluso antojadiza, si se quiere. Pero tu corona de rosas sobre tu pelo negro lo demuestra. Ese contraste entre melancolía y desenfado. Son a su modo parte de tu propia banda sonora. De tu propia canción. Chile a su modo también tiene algo de ti. Ese contraste del que te hablo. Chile mirado desde esta ventana, de noche, sería mucho más triste de lo que es si no tuviera ese contraste. 

El Monstruo te despide nuevamente, tu antiguo animador te cuenta algo al oído. Quizá un mensaje de despedida. Quizá una muestra de admiración. Entonces la emoción te vuelve a embargar. Bajas del escenario, despiertas del sueño para volver a tu realidad. El telón que es Chile se cierra. Vuelves al secreto. Unos dicen que partes, otros que te quedas. Nada de eso será necesario. Porque ahora tú misma te has vuelto un sueño. Un sueño demasiado real. Una canción devenida mujer. Un país entero devenido ilusión.

jueves, 2 de marzo de 2017

Se dice que Fernando Pessoa tenía más de 72 heterónimos. Cada uno de los cuales tenía vidas distintas, obra propia. Tanto así que su personalidad original pasaba a ser uno de los tantos heterónimos existentes. Con una amiga ayer, entre chelas, conversábamos en parte sobre eso. Que la supuesta autenticidad de nuestro yo era, por supuesto, imaginaria. Que todos y cada uno éramos en el fondo unos personajes. Que la cuestión pasaba por creerse ese personaje y, de paso, creerse el cuento. Que cada cual, si se lo propusiera, podría perfectamente imaginar que está viviendo más de una vida. Las redes sociales serían, de esa forma, algo así como una relectura de Pessoa. A falta de heterónimos, cada quien construye su propio personaje. Ninguno completamente falso. Ninguno completamente real. Todos, a su manera, dentro de su círculo, dentro de sus límites, queriendo "llevarla".

Proyecto Incita Aulas

Proyecto de reescolarización para niños desertores en Santa Julia. (Incita Aulas). En la entrevista el psicólogo me dijo que no se trataban de preguntas para saber si estaba o no dentro de mis cabales, (poniéndose el parche antes de la herida), sino que para determinar si cumplía o no con el perfil delimitado por el grupo. Una colega recién llegada, en la misma situación de interrogación, bromeó diciendo que tampoco se refería al "perfil de facebook". Reía sola. Le seguía la talla de cerca. En una parte, el psicólogo me pidió que contara a grandes rasgos desde el por qué estudié pedagogía hasta el último trabajo. Larga historia que no precisaba de desarrollo. El psicólogo interrumpió en un momento para preguntar sobre la tesis de grado que trabajé. De la cual recuerdo poco o casi nada. Para rematar, preguntó cuál sería en realidad mi aporte al equipo. Qué sería aquello que haría la diferencia trabajando con ellos. Le dije, sin más, que mi aporte sería reflexivo. Que mi aporte sería nada más y nada menos que pensar, pensar, pensar. El psicólogo, extrañado, señaló si acaso el aporte sería entonces netamente teórico. Un rotundo sí. Agregué que es casi un vicio de mi parte darle vueltas y vueltas a las cosas. Breve silencio. Soltó una sonrisa. El psicólogo intuyó que no estaba hablando enteramente en serio. Que eso no significaba necesariamente que estaría todo el día reflexionando, en un rincón, sin poner un pie en las poblaciones. De esa forma, dio por concluida la entrevista. Solicitó que le enviara el curriculum lo antes posible para armar el perfil completo. Y ponerse manos a la obra. "No te aseguro nada", agregó. Luego, dio una palmada en el hombro, con su protocolar sentido del humor.

Antes de terminar, me volvió a preguntar sobre la tesis. Le dije que era algo literario, sin importancia. Auto broma. Auto ficción. Señalé que era algo sobre una relectura del descubrimiento de América, a partir de una novela. El psicólogo mencionó que también había estudiado licenciatura en filosofía. "Sé de lo que hablas". Preguntó por Todorov. Asentí. Una vez terminada la digresión, recogió unos papeles y abrió la puerta de la oficina. "Así que pensar, eh?" me dijo, mientras se arreglaba y se iba.

En eso llamó una cabra a la reja de la institución. Preguntó por unos documentos para validar estudios. Mencionó que en su casa su mamá nunca tenía tiempo. Que hacía todo lo posible por venir pero no contaba con que siempre debía cuidar al hermano chico. Que siempre algo fortuito o circunstancial le obligaba a recular. "Entienda que ando terrible quemada", agregó. Quedé de avisarle a la coordinadora. Se fue rápido prometiendo que volvería más tarde. Que cualquier cosa ella tenía su número. Vuelvo a repasar, a partir de la niña, el hecho de inducir al estudio, y, en última instancia, sobre el hecho de incitar a pensar. ¿Qué realidad, qué pedazos de vida caben en ese propósito? Porque para la niña, en el fondo, estudiar era un trámite. Pero no uno cualquiera. Uno completamente atípico. Para la niña estudiar no era precisamente digerir materia, ni tampoco regodearse en reflexiones, sino que sencillamente poder zafar de casa. Estudiar era para ella poder manejarse en cada rincón de su barrio, sin temor a represalias. Poder regresar o no regresar, sin importar el futuro. Vestir el vestido de su inconformismo sin que por eso la madre la debiese castigar.