miércoles, 18 de abril de 2018

En medio del bullicio generalizado de la clase, una alumna me llamaba para resolver una duda sobre la unidad de la amistad. Eran unas preguntas preliminares que aparecían en el libro del lenguaje. Su duda tenía que ver con las dos primeras. "¿Cómo quiere que responda profesor, si yo no hablo con nadie?". Un silencio escondido en el bullicio, que seguía a una respuesta igual de dubitativa. "¿En serio no habla con nadie? ¿No tiene a alguien por fuera, alguien imaginario, por lo menos?". El rostro de la chica se descomponía levemente. Nerviosismo. Buscaba que se tomara el ejercicio con toda naturalidad, restándole seriedad a algo meramente formativo. Le explicaba que podía responder lo que a ella le naciera, que no era obligación ceñirse a la pregunta de manera tan literal. Si ella realmente no tenía amigos, resultaba una posibilidad social tan válida como cualquier otra. La pregunta con su respectiva respuesta solo tenía un interés pedagógico, mas no directivo. Al notar que podía expresar lo que ella quisiera y sintiera, el rostro de nuestra chica solitaria volvía a recuperar su forma. Reía sutilmente ante la tontería deslenguada de sus compañeros. Entonces, con suma confianza, replicó si acaso podía definir, en lugar de la amistad, (que ella decía no conocer) otro concepto más afín a su espíritu. Le decía que sí, siempre y cuando su respuesta fuese auténtica y fundada en su experiencia. De ese modo, nuestra chica solitaria se disponía a terminar su breve ejercicio en el insterticio de una clase dispersa, que tampoco entendía mucho la magnitud de la amistad, acaso solo el desenfrenado compañerismo de sus tallas y dichos impulsivos. ¿Habrá siquiera intuido o imaginado aquella chica que su profesor, aquel que incluso llegó a abstraerse de la clase para atender su caso particular, también a su edad pensaba más o menos parecido a ella? ¿Habrá siquiera pensado que su profesor, cuando era un alumno, tampoco conocía el significado de la amistad, y prefería sumergirse en maquinaciones y cavilaciones sin otra explicación que un ensimismamiento crónico? No lo intuyó, ni lo imaginó ni lo pensó, y eso fue, sin duda, lo más fantástico de todo, al tiempo que lo más inaudito.