domingo, 9 de junio de 2024

He notado que el afán de notoriedad, el impacto mediático y el afán de figuración mueven harto las agendas personales. Supongo que está bien. Hay quienes tienen ese talento para las relaciones públicas. Lo llevan en la sangre y en la crianza. Han construido su vida entera en torno al roce y al contacto oportuno. Han hecho de su máscara social su mina de oro. En cambio, hay quienes, como yo, que sencillamente no cuentan con ese temperamento, con ese impulso. Con el tiempo, uno evita los grandes círculos, las grandes reuniones, los grandes espacios y encuentra razonable y hasta deseable la idea del "insilio", neologismo que nos remite a la idea de estar pero no estar. Se crea una imagen, una cierta "figura", a punta de ensayo error, porque se pretende persistir en un oficio que, obsesión mediante, ha conllevado grandes aciertos y muchísimos placeres, aunque, sobre todo, incontables sinsabores. Como algunas circunstancias adquieren ribetes dramáticos, y llegan a presentar verdaderos "giros" argumentales, inexplicables, inexorables, se debe aprender -incluso a la fuerza- a amar al proceso y desapegarse del resultado. A punta de estoicismo, se sobrelleva el desastre de la expectativa. Aunque el momento de la catársis, posterior a la catástrofe, es liberador. Derrumbada la antigua imagen, derrumbada aquella figura, su necesidad imperiosa, entonces es cuando puedes abocarte por entero a un derrotero alternativo, palabra por palabra, a un relieve discursivo, narrativo y poético propio, pese a la ignomnia gravitante.
Nueva mini crónica urbana en el estilo de antaño, para quienes aún siguen atentamente a este servidor. Retomando el pulso. Lea y juzgue, carísimo lector:

Un carro tirado por un caballo surcó la avenida en la tarde noche, rumbo a la Iglesia Corazón de María. Llovía mucho. En el carro, iba una pareja de jóvenes casados. Le seguían numerosos vehículos que tocaban la bocina de forma estruendosa. El ruido se confundía con el sonido de la lluvia en el asfalto y el techo de las casas. Pasaron rápido, ante la presencia de quienes por ahí caminaban, algunos indiferentes; otros, estupefactos. Sin duda, la ceremonia de un matrimonio siempre será un acontecimiento, sobre todo si a la salida, luego de la consagración eclesiástica, se deja caer una lluvia torrencial, dotando al “matricidio” de características épicas.

Tan pronto la pareja de casados cruzó la avenida, con ayuda del “carro de sangre”, el gentío se dispersó. La calle volvió a su pasividad paradójica bajo el aguacero. Había quienes se quedaban mirando el “carro del amor”, y otros, sencillamente, corrían para resguardarse de la lluvia que no paraba de caer. La gente había visto en la lluvia repentina un milagro anunciado, pese a que, horas más tardes, algunos rincones de la ciudad se anegarían. Así mismo, la gente vio en la pareja a caballo un milagro andante, un sueño lúcido tirado a sangre, pese a que el amor puede, tarde o temprano, desatar una tormenta y anegar el corazón. Esa misma escena bajo la lluvia podía simbolizar, al mismo tiempo, el derroche de un matrimonio otoñal, consagrado a la precipitación, o bien su pronóstico anticipado, uno en el que los implicados corren el riesgo de inundarse, si no sortean los charcos, los socavones y el vendaval.

Con la suficiente esperanza de vida, se puede escribir hasta el féretro, o bien, retomar textos del pasado, asediados por la odiosa procrastinación y las disyuntivas vitales. Tiempo hay, tiempo falta, pero tiempo al tiempo.

Edgar Morín pública novela de su juventud a los ciento dos años.

Exégetas del caos

"El caos es un orden por descifrar". José Saramago.

“Cuando todo vuelva a retirarse a la matriz del tiempo, reinará el caos de nuevo, y el caos es la partitura en la que está escrita la realidad.” Henry Miller

"El caos es rechazar todo lo que has aprendido. El caos es ser tú mismo". Emil Cioran
Ser conocido aún como cronista, "navegante en hechos y palabras", como "agudo observador del entorno", "inmortalizando crónicas de tiempos idos", por dos grandes poetas porteños y por un amigo escritor de Santiago, basta y sobra, a estas alturas, en cuanto a reconocimiento, y confirma que el oficio, por difícil e incomprendido que parezca, deja una huella mínima. Frente al embate del tiempo y los avatares humanos, las extrañísimas circunstancias vividas, de un tiempo a esta parte, me regocijo en la idea de que algo de nombre queda en la palabra, cincelada con rigor y no con menos pasión.