domingo, 19 de julio de 2015

Paseo inmoral (primera parte)



I

Una vez que el Boom se dilata lo suficiente para hacer de la noche una larga carretera hacia un desierto, y la ciudad entera se llena de almas ingenuas como nosotros, pero que parecen llevar mejor la onda del momento; en ese instante de derrota absoluta, cuando todo los planes de abrir un puente hacia las chicas, epítome de la gloria de la noche, se echan a perder, encontrándonos uno frente al otro con las manos en los bolsillos, con la misma cantidad de libido y de odio hacia uno mismo contenidas, desafiando, como dice B, las posibilidades en lo imprevisible del panorama, en su frescura salvaje, agotando hasta el último minuto y el último peso de la jornada, dilatando la racha hasta lo inimaginable con tal de propiciar alguna clase de milagroso encuentro, de alguna conocida que, por azares de la vida, nos acompañara de regreso a casa, como aquella compañera que consuela al perdedor de la clase luego de una golpiza o, por el contrario, como el héroe de alguna novela de culebrón que, luego de haber ido en busca de su destino, vuelve hecho pedazos y es conducido de regreso por alguna musa que también se haya extraviado en el camino; en ese instante de paroxismo, cuando todos en el centro de la ciudad parecen tener su historia húmeda escondida debajo de las ropas o bien calientita al llegar a la casa, para comenzar a escribirla y a desnudarla, y tu corazón ya comienza a perder la nota y tiene bronca de seguir palpitando por un sueño ridículo; en ese momento en que la propia vida, como dice B, te ofrece una oportunidad y luego se arruina para sacártela en cara, como diciendo que eres un maldito inepto por no tomarla, ya sea por tu inseguridad o tu confusa falta de adaptación; es ahí que aparece en el horizonte el desvío de la ruta, la nota discordante que hará toda la diferencia. 

El café con piernas de la esquina próxima al departamento de B resulta una especie de oasis en medio de todo un océano de hormonas y de complicidades. El lugar está instalado frente a la Plaza Victoria, donde desde hace décadas hay un carrusel infantil, y frente a la única biblioteca municipal de la ciudad. Parece la premonición irónica del rumbo que tomarán de ahora en adelante nuestras salidas nocturnas, esos paseos bautizados como inmorales hasta el punto de la diversión y la desesperación.

Konducta Cero. El nombre del lugar suena a una especie de paradoja. 

-¿En serio vamos a entrar wn? ¿No será muy tarde?-, le pregunto a B, quien estaba dispuesto a cerrar la noche con broche de oro. 

-Sí, wn, démosle no más, sin miedo-, contesta. 

Lo sigo a regañadientes, mientras miro al par de guardias afuera de la entrada. Con su sola mirada atenta y la música bailable sonando de fondo, intuimos que nuestra errática aventura se volverá salvaje. El negocio lleva ahí mucho tiempo, y es mirado con cierto desenfado por los flaites que pululan en los alrededores de la plaza. ¿Esclavitud? ¿Perversión? En esos instantes, la pasión se come nuestra moralidad aprendida. Una cosa es la lectura dura de la realidad; y otra, encontrar una solución práctica al final de la racha. 

Entramos al sitio con B. Nos parece sacado de una película de David Lynch. Para B, es precisamente la continuación lógica de nuestra mala noche. Es el consabido purgatorio porteño que, sin embargo, nos puede enviar, si así lo queremos, al paraíso sexual o al infierno de las emociones. Caminamos tranquilamente por el lugar y nos sentamos a un costado izquierdo del espacio donde atienden las chicas, separado por una larga barra. La primera chica que se nos acerca se llama Cata. Ese es su nombre artístico. Se trata de una escultural rubia, de baja estatura, usando un bikini negro, tacones altos y un piercing en la nariz. Nos saluda cariñosamente.

-Hola, guapos. ¿Los puedo ayudar?-. 

Nos miramos con B, y le digo: 

-Pues, depende-. 

B suelta la voz, y habla con la chica.

-¿Cuánto salen las cervezas?-. 

Cata responde: -La de litro sale 3500. Hay varias ahí-. 

Ella señala con el dedo hacia el cooler lleno de cervezas. Volvimos a mirarnos con B, y terminamos pidiendo una botella para los dos.

-Dame una Cristal-, le pide B a la Cata. Este le da un billete de cinco lucas.

-Ya vuelvo, cariño-, dice Cata, y se da vuelta para ir a buscar la chela, mientras no dejamos de admirar su hermoso trasero, muy bien tonificado, y rebosante bajo las luces tenues. 

-Ohhhhh-, digo a B, no alcanzando a pronunciar nada coherente, ante la mirada atónita de alguno que otro cliente, y con la música chabacana sonando de fondo.

-Tranqui, que es temprano. Se viene lo bueno-, comenta B, seguro de que aún nos queda noche por delante. 

Recuerdo que Emil Cioran hacía una apología de las prostitutas, comparándolas con heroínas que encarnan algo así como una filosofía a la intemperie, despojada de prejuicios y de principios. Para no desentonar con este pensamiento, entonces me dispongo a invitar a la Cata. 

-¿Estás seguro? Jajaja el wn caliente-, me pregunta B, sorprendido de mi rapidez al querer invitarle un privado a la chica. 

-Es ahora o nunca. Si no, me la calan ¿por qué crees que hay pocas en la barra? Están todas invitadas-, le digo a B, con la suficiente seguridad y aplomo. 

-Jajaja, dale campeón-, dice B, sorprendido por mi decisión.

Vuelve Cata con la Cristal. Nos sirve a ambos en unos vasos de plástico, le entrega el vuelto a B, y este le dice: 

-Oye, creo que mi amigo tiene que decirte algo-. 

-¿Ah sí?-

-Ajá-

-Bueno-. 

Se acerca la Cata a mi lado, sonriente, y B comienza a beber su vaso de chela. Yo también hago lo mío. Cata me pregunta.

-¿Qué era lo que tenías que decirme?-. 

Le respondo que se acerque. Ella agacha su cabeza lentamente para escucharme.

-Te invito un trago, ahora-. 

-Bueno, cariño. Tú ya sabes el precio-. 

-Sí-. 

-Ok, vamos-. 

La invito al trago de rigor. Voy con el vaso de chela en la mano. B me ve y hace un salud al aire con su vaso. 

-Aquí te espero, wn. Tómate tu tiempo-. 

Cata se sirve un trago al lado del sujeto que está en la caja, quien observa todo a través de unas cámaras. Este la mira y sonríe levemente. 

-Vamos, cariño-, me dice la Cata, con el trago ya servido. La sigo hasta las escaleras para ir al privado del segundo piso. A medida que sube, volteo a mirar a B, quien sonríe a lo lejos levantando nuevamente su vaso de chela en señal de brindis. 

Arriba la Cata me toma de la mano para que la acompañe hacia un lado más privado, sobre unos sillones. Salen de un cuarto un par de chicas para bajar al primer nivel. Saludan a la Cata y siguen su camino. Al acomodarnos sobre uno de los sillones, Ella coloca su trago sobre una pequeña mesita. Yo también dejo mi vaso de chela a un lado para arrimarme a su lado. 

-Ven, no seas tímido-, me dice la sensual mujer, mirándome fijo a los ojos y mordiéndose los labios. Así comenzamos a besarnos, y ella me toca la entrepierna. Luego, me empuja contra el respaldo del sillón, y comienza a bailar frente a mí. La veo contornearse, extasiado en sus movimientos de cintura y caderas. Aprovecho de quitarme la chaqueta, y ella se me sube encima con sus nalgas sobre el pantalón, para acabar meneándolas al son del ritmo tropical en el ambiente. Yo hago lo mío, jadeando y haciendo un movimiento pélvico que emula el acto sexual. Cata parece disfrutarlo y se echa para atrás, de modo que su cabeza reposa sobre mi hombro, a la vez que continúa meneándose completita para luego incorporarse y rematar con otro baile más lento que acaba con nosotros frente a frente, uno encima del otro, agarrándonos el cabello. 

Tras varios minutos, Cata y yo nos cansamos. Ella agarra su trago; yo, mi vaso de chela. Brindamos, algo agitados, y comenzamos a hablar. 

-¿Y? ¿Te gustó?-

-Uff qué quieres que te diga, te pasaste-. 

-No todas hacen lo mismo-. 

-Sí, si cacho-. 

-¿Has venido antes?-. 

-Sí, o sea, ya cacho que las chicas aquí tienen distintas formas de trabajar-. 

-Claro, lo que pasa es que generalmente nosotras hacemos un privado, pero cada una tiene su propia volá. Algunas, por ejemplo, no dan ni besos. Otras, como yo, somos un poco más lanzadas. Incluso hay chicas que se van con clientes a tirar. Allá ellas, pero encuentro que es muy arriesgado. Igual se gana plata, en todo caso-. 

-Demás, se hacen la América, y no es para menos. Hay mucho cliente entusiasta, y como dicen por ahí, la carne es débil-. 

-Jajaja, eso dicen-. 

-Oye, ¿y tú de dónde eres?-. 

-Playa Ancha, cerquita, ¿y tú?-. 

-De acá de Valpo-. 

-Ya, pero ¿de adónde?-. 

-Vivo muy cerca de acá, como a dos cuadras, en calle Colón-. 

-Ah mira, estás al ladito ¿y qué les dio por venir con tu amigo, tan tarde?-. 

-Queríamos rematar como Dios manda-. 

-Este es el lugar apropiado, cariño-. 

La Cata bebe otro sorbo del trago que ya está a la mitad, lo deja a un lado y se me acerca. Yo la rodeo con el brazo y le acaricio el hombro. 

-Y cuéntame, Cata ¿siempre te dedicaste a esto?-. 

-O sea, no siempre, pero ahora último sí. He estado en otros locales del centro. El Bora, no sé si lo conoces. Estuve trabajando por ahí, pero no sé, no me gustó-. 

-¿Por qué no?-. 

-Era buena la paga, pero iba re poca gente. Debe ser por los precios. Igual el jefe me tenía mala no sé por qué-. 

-Pucha, pero me imagino que aquí arrasas-. 

-Nah, ni tanto, ha estado media lenta la cosa. Hay que matarse pa ganarse sus moneas. Igual hay noche y noche. Se pasa bien en todo caso-. 

-Eso no lo dudo-. 

-Además, tengo dos cabros chicos que debo mantener-. 

-¿Viven contigo?-. 

-Por supuesto, con quién más-. 

-¿Y el padre?-. 

-Uf, mejor ni te cuento. Un saco wea que se mandó a cambiar. Se supone que trabaja, me manda sus lucas pa los cabros, pero ahora último aparece cuando le da la gana. Así que no queda otra que aperrar no más, aquí, a poto pelao, jajaja-. 

-Te admiro, Cata. Aparte de sensual, aperrada-. 

-No es para tanto.... a veces, no sé, siento que me gustaría irme lejos con mis niños, lejos, muy lejos, sin decirle a nadie dónde. Mandarme a cambiar, carepalo. Total, no le debo nada a nadie. Me las rasco solita, y todo sea por mis cabros-. 

-Qué duro, Cata. Bueno, trata de no pensar en eso, por ahora, y aprovechemos lo que queda de tiempo-. 

-¿Sabí que tení razón? Pa que hacerse tanto atao-. 

Volvemos a brindar y a beber lo último que nos queda de trago. En ese momento, sonaba de fondo un tema de Bon Jovi, Dead or alive. Cata comienza a relajarse, y se acurruca a mi lado, colocando su cabeza sobre mi hombro. Yo me relajo tanto que empiezo a pestañear solo. 

-Disculpa por ser tan latera, ¿ya?-

-Tranqui, está todo bien-.

-Ya se nos acaba el tiempo ¿te tinca invitarme otro traguito, para seguir conversando?-. 

Durante ese suspenso eléctrico, craneo mi respuesta. Finalmente, le agarro el gusto a la chica, y asiento.

-Dale, te invito otro traguito-.

-Ok, voy a buscarlo. De ahí me lo pagas-. 

Se levanta la Cata, lentamente, y va a buscar el otro trago para poder comprar su tiempo. Al volver, ella y yo volvemos a brindar, y conversamos.

-Sabí que he querido dar la PSU para poder estudiar algo. Salí hace rato del liceo, pero siento que puedo dar más, por ellos. Eso es lo que quiero-. 

-Qué oportuno, Cata. Y me parece genial que quieras seguir estudiando. Mira, yo soy profe, te podría ayudar-. 

-¿En serio? ¿Profe de qué?-. 

-De lengua-. 

-Ah ya, te gusta la lengua jaja-. 

-Jajaja, algo así. O sea, el lenguaje. Enseño a leer y a escribir y esas cosas-. 

-¿Así que he atendido a un profe? Qué loco. Ya pos, voy a necesitar su ayuda-. 

Cata toma de manera relajada la mención a mi profesión. Una táctica honesta, aunque sin el provecho inmediato, como reclamaría B en su descontrol por querer siempre ganar a toda costa. Son quizá esas movidas las que permiten sumar consistencia, para la próxima entrar con todavía menos prejuicio y echar, literalmente, toda la carne a la parrilla. La reflexión necesaria que se hace carne. 

-Oiga, profe, no vaya a pensar que soy así siempre. Soy una chica bien jaja-. 

-Tranquila, que soy discreto-. 

-Cuando sea su alumna me portaré bien-. 

-Tendrás que hacerlo jaja-. 

-Tendrá que ponerme buenas notas-. 

-Si te esfuerzas-. 

-Pero obvio, yo siempre me esfuerzo-. 

-Me consta-. 

La Cata sonríe. Pregunta.

-Oye ¿qué hora es?

-Tarde, tipo tres-. 

-Uf, ya van a cerrar, cariño-. 

-Demás-. 

-Mira, ya termino el trago. Lo pasamos super. Si quieres verme, estoy acá de jueves a sábado-. 

-¿Cómo qué hora más menos?-. 

-Tipo once llego, hasta la madrugada-. 

-Ok, Catita-. 

-Ya, cariño, tenemos que bajar, mira que después me retan-. 

Acompaño a Cata hasta el primer nivel. Ya abajo, nos separamos. B sigue ahí, a punto de acabar la botella de Cristal, y conversando con otra chica del ambiente, muy cerca de ella, del otro lado de la barra. Este me pregunta:

-Shh te demoraste, estuvo bueno parece-. 

-Uff genial, compadre. Bien movida la cosa-. 

-Yo aquí conversando con una amiga-. 

La chica de pelo negro y traje de baño rojo me saluda, sonriente.

-Ya, compadre, es tarde wn. Vamos yendo no más. Pa la próxima venimos más temprano. Ahora era para rematar el boom-. 

-Sí pues, pa compensar el fracaso-. 

-Pero no puedes negar que lo pasamos la raja-. 

-Literalmente, jajaja-. 

Nos encaminamos a la salida del café. El sujeto de la caja se despide de nosotros muy a la rápida. Las pocas chicas que quedan en la barra también lo hacen. Cata promete seguir allí, de jueves a sábado, como ya me había dicho, esperando que otros clientes satisfagan su hambre más auténtica, que otros descarados como nosotros puedan levantar todo un relato a partir de su tan empeñosa y, muchas veces, estoica faena. Quizá a eso se refería Cioran con su dicho sobre las mujeres de la noche: más que la carne, es la idea, la persona detrás de las chicas la que conecta con nosotros, aunque una cosa no quite la otra.



II

En otra ocasión, había ido con otros pilotos a unos cafés cercanos al Konducta. Habíamos entrado de manera iniciática, comenzando nuestro paseo inmoral, bautizado así gracias a M, el amigo misántropo, a raíz de un video musical de Gustavo Cerati, en el que actúa como un turista que frecuenta sitios clandestinos, con shows de caño en vivo y una orgía demoliendo el hotel entre luces de medianoche. 

El lugar que renueva ahora el paseo inmoral queda en la galería de calle Condell, en el ya legendario Angra. Allí conocimos a chicas que en estos momentos se han consagrado al estrellato como nuestras musas más queridas. En su momento fue la chica que bautizamos como la Mami. La llamamos así por su generoso servicio, y fue con la que completamos una suerte de trilogía del deseo, ya que los tres comensales implicados, B y M, incluyéndome, la invitamos al mismo privado haciendo gala de su baile desenfrenado, su alegría tan furiosa que incluso nos comía a los tres sin lugar a prejuicio y vergüenza. La diferencia estaba, quizá, como chica que la sabía por libro, en que ella disfrutaba lo que hacía, o así nos lo hacía saber en aquel privado subterráneo. Su pasión era parecida a la que sentía por los libros, aunque, digamos, algo distinto a la vieja relación entre libros y putas. No importaba si ella leía o cómo lo hacía, importaba en qué medida todos nos abríamos ante ella. 

Sin embargo, el recuerdo de la Carla melancólica sigue en cada apertura que la Mami desplegaba con sensualidad. ¿Será porque es difícil separar el romanticismo de la carne? B decía que no se enamora, que simplemente paga por algo y ya, pero que se joda, cada cafetera es una Vía Láctea. Se aprende, en ese gran riesgo, a abrirse completamente ante la próxima Mami como en un salto de fe, con ese dinero que se apuesta en lugar de comer, de comprar un libro o de jugársela por alguna conquista, con esa incertidumbre de no saber qué hará la chica en cuestión, a pesar de las reglas, porque nosotros somos cómplices de la noche, porque la noche lo envuelve todo a medida que ya va siendo hora de cerrar, como delirios de astronauta que no aspira a otras estrellas que a las de la esquina menos transitada.

Ingresamos al Angra con B. Eran alrededor de las diez. Ningún rastro de la Mami. Seguramente había faltado o simplemente se había cambiado de café. Seguimos nuestro camino a través del local. Allí nos saludan unas tres chicas apenas nos ven. B se acerca a una rubia y a una morena de acento venezolano. Las invita a sentarse a la barra de entrada, justo al lado del sujeto que hace de cajero. La chica con la cual agarro onda se llama Luci. Tiene la piel blanca, de baja estatura y esbelta figura, con unos ojos verde claro y un pelo largo, oscuro. Luego de pedir una Heineken que pagamos a medias con B, hablamos un rato y, sin pensarlo dos veces, la invito al privado que queda en un nivel inferior, bajando las escaleras. El piloto B, mientras tanto, se queda bebiendo y conversando en la barra de la entrada, con el par de chicas. 

El sitio para el privado era amplio, iluminado con una luz tenue, y había distintos pasillos con unas barras y unos asientos. Luci me guía hasta un pasillo donde hay un sillón, y ahí nos ponemos cómodos. Ella deja su trago en una mesita y yo también dejo ahí mi vaso de cerveza. 

-Te noto tenso, ¿quieres que te ayude a relajarte?-. 

-¿Tenso yo? Bueno, un poco, he tenido una mala semana. Me vendría bien su ayudita-. 

-Tranquilo, que a eso me dedico-

La Luci se monta encima mío, por unos momentos, y toma el control, poniendo su pierna entre las mías, para luego acercarse lentamente a recorrer con su lengua el camino del cuello a la boca. La Luci comienza a gemir:

-¿Te gusta así?- pregunta, al notar mi compenetración con el acto.

-Sí-, le digo, -sigue así, continúa, así, así-

De esa forma, pasaron largos minutos en que Luci me toca por debajo de la ropa y sigue posada encima mío, continuando con su faena de lengua y saliva. Unos besos locos y, acto seguido, un baile pegado al ritmo de un perreo. Nos cansamos y volvemos a sentarnos en el sillón, con tal de continuar bebiendo. Luci bebe un largo sorbo de su trago, y dice:

-Ahora te soltaste-. 

-Sí, claro que sí, andaba medio tenso lo asumo-. 

-Oye, y no me has dicho nada ¿tú a qué te dedicas?-. 

-Soy profe de lenguaje-. 

-Guau, un profe, mira qué bien. Me imagino que debe ser difícil tratar con los alumnos-. 

-Más o menos-. 

-Sobre todo con las chicas jaja-. 

-Jajaja demás, pero no importa, siempre profesional-. 

-Te creo-. 

-¿Y tú? ¿Solo te dedicas a esto?-. 

-Fíjate que no. Yo soy enfermera-. 

-Ah, así que una enfermera, pues hiciste muy bien en atenderme jaja-. 

-Como dices, siempre profesional-. 

-Jajaja, oye Luci, pero enfermera, enfermera, o estás estudiando aún-. 

-Enfermera “rial” pos-. 

-¿Y cómo lo haces, si también trabajas acá?-. 

-Es que acá tengo turno flexible, y vengo los finde. El resto de la semana lo trabajo en la CESFAM de Placeres, o haciendo atenciones particulares. Aunque de repente me llaman de urgencia los finde y tengo que ir-. 

-Dale, qué sacrificada-. 

-Sí, todo con tal de hacerse unas lucas, pero me he ido acostumbrado. Lo importante es que te guste lo que haces, y a mí me encanta-. 

-Claro, lo mismo puedo decir. ¿Pero te encantan ambas cosas?-.

-¿Cómo así?-. 

-Me refiero a esto y a la Enfermería-. 

-Pues claro, profesorcito. Me encanta ayudar a la gente. Fíjate que esto de ser cafetera es muy parecido a lo de enfermera...-. 

-¿Ah sí? ¿En qué sentido?-. 

-Que como enfermera atiendo a las personas que lo necesitan, igual que acá-. 

-¿Cómo? ¿Atiendes a los necesitados?-. 

-No jaja, me refiero a que como enfermera atiendo a los que están enfermos, y como cafetera me toca atender a hombres como tú-. 

-¿Hombres como yo?-. 

-Sí, aunque parece que te enredé jaja. En fin, me encanta mi pega porque siempre pienso en los otros-. 

-Yo también pienso en los demás, linda. Como profe también me toca ayudar a los más pequeños-. 

-Por eso nos llevamos bien altiro-.

-Oh qué tierna, mi enfermera del amor-. 

-Jajaja si tú lo dices-. 

Así el tiempo del privado se prolonga más allá de lo establecido. Está claro que con Luci no fue el clásico confesionario. Ella le puso cierto sabor prohibido a nuestra conversación íntima, porque, mal que mal, era una enfermera, una profesional en reparar los corazones y hacerlos exprimirse de placer. Solo así la auto ayuda parece algo apetecible, algo por lo que pago encantado. 




Al acabar su trago, y yo el mío, Luci vuelve a recorrerme el cuerpo pegado al suyo como evaluando alguna enfermedad imaginaria. Solo una mujer como ella da en el clavo, porque eso es lo que hacemos al venir: recrear la fantasía de un mal que solo ella puede remediar con sus dotes irresistibles. El tiempo se agota, suena un timbre de fondo. Es hora de regresar al primer nivel. 

-Vamos, ya se acabó. Arriba me pagas-, me dice Luci.

-Ya, ok guachita-. 

-Me agrada esa cara-. 

-¿Ah sí?-. 

-Estás como nuevo-. 

-Y todo gracias a ti-. 

-¿Ves? Por eso me dicen la enfermera-. 

-Ahora entiendo-. 

La Luci sonríe, y se me adelanta para subir rápidamente hasta la barra, luego de pasarse un poco del tiempo. Al regresar a la barra de entrada, le cancelo al sujeto del cajero la cuenta de Luci. Ella me ve, me sonríe y se despide a lo lejos, luego de ingresar a un cuarto habilitado a cambiarse. B está solo bebiendo lo último que le queda de la Heineken. 

-¿Y las chicas?-, le pregunto.

-Nada pos, ya las invité. Por ahí deben andar-.

-Invita abajo, se pasa mejor-. 

-Sí sé compadre, pa la próxima no más-. 

-Por supuesto, como voy a invitar yo no más-. 

-Es que vo eri comilón-. 

-Jajaja-. 

Al pagar la cuenta, salimos del Angra, y luego caminamos hacia la salida de la galería. En ese instante, otras chicas cafeteras se asoman desde otros locales a ver si logramos enganchar, pero seguimos nuestro camino, lo suficientemente satisfechos. Como ya es de noche, el acceso a la galería está custodiado por un guardia. Al vernos, abre la reja para dejarnos salir a calle Condell. B observa hacia todos lados, temiendo que alguien lo pille. 

-¿Quién te va a cachar a esta hora?-, le pregunto.

-Me pueden sapear a mi polola-, responde. 

-Andai perseguido. Mira la hora que es, nadie va a cacharte. Tranquilo-. 

Caminamos ambos pilotos, con ese sentimiento de paranoia infundada, hasta la esquina de Condell con Molina para luego separarnos. El paseo inmoral ha concluido por hoy. 


III

Transcurre una semana. Regresamos al Angra y llegamos un poco más temprano, para ver si están las mismas chicas de la otra vez, pero ellas ya se habían marchado irremediablemente. De hecho, al entrar solo está el cajero y las otras cafeteras se mantienen invitadas. Nos miramos con B, y abortamos misión, abandonando el local. De esa manera, el Angra se consagra como nuestro nicho más romántico, por la sencilla razón de que nos queda un dejo de nostalgia. Será porque las musas que de verdad importan son aquellas que ya han quedado atrás, no precisamente las que vendrán a continuación, todavía inciertas, impredecibles, aunque, por supuesto, deseables. Será porque nos hemos vuelto demasiado románticos en nuestra desvergüenza, señal de que las cosas comienzan a sonar de acuerdo a un ritmo completamente inaudito.