domingo, 28 de abril de 2019

Cuando a un cabro de San Felipe, el día viernes, le pedí algún ejemplo de acto de habla asertivo, este, en su lugar, dio una opinión sobre la PSU. Servía, en todo caso, de pretexto para diferenciar la delgada línea entre hecho y opinión. Ante la mirada expectante del resto de sus compañeros, entonces, el cabro se dignó a dar su opinión personal sobre la prueba, y dijo, fuerte y claro: "Creo que la PSU no debería existir". Los pocos compañeros que, a esas alturas de la tarde, se encontraban en la sala, lo miraron con una mirada cómplice. Pasivamente, estaban de acuerdo. Aunque quizá demasiado chatos para apañar con entusiasmo, (ni siquiera esperaban que su profesor se escandalizara). Una chica al lado del cabro, de hecho, asentía sus dichos, con un gesto corto en su rostro. "No ven, jóvenes, su compañero acaba de realizar un acto de habla expresivo", dije, señalando levemente a la pizarra, directo a las siglas de la susodicha prueba. "La PSU no debería existir. Y debería existir otro método de ingreso", agregaba la chica de hace un momento, esta vez con un gesto, a todas luces, decidido. La existencia de la PSU había condicionado nuestra situación en la sala de clases, pero, bajo la fuerza de la expresión de los cabros, esta no tendría otra razón de ser que su exclusividad. Estábamos ahí a propósito de esta, y su cuestionamiento orgánico solo podía ser posible en el contexto de una clase de preuniversitario. Paradójico pero estimulante.

viernes, 26 de abril de 2019

Qué cuático cuando aún en la calle gente del ambiente te reconoce por "poeta" (en circunstancias de que no he escrito nada medianamente decente en mucho tiempo. Como mucho, garabatos, borradores). Y qué loco cuando ex alumnos de la nada te recuerdan, pillándote en tal o cual contexto, y gritan: ¡wena profe!. Pero qué tierno, además, cuando los mismos amigos de siempre, los wnes de siempre, al reencontrarse contigo te saludan y siguen diciéndote: ¡wena qlo! Soy a un tiempo el "poeta", (¿lo soy? para ellos), el "profe" (¿lo sigo siendo? para ellos también) y, en última instancia, el amigo, el wn, el...

jueves, 25 de abril de 2019

Me había dado por decir las claves de las guías aludiendo a cosas en lugar de solamente mencionar la letra de la alternativa. Un recurso, dirán ustedes, infantil, pero increíblemente conductista. Así, por ejemplo, salió a colación una que otra A, y le llamaba a veces avión; otras, anarquía. Cuando figuraba la C, se me ocurrió caballo. Al escuchar eso, un cabro al fondo gritaba "¡caallo!" en tono flaite. Otro, después de él, dijo "chela", "cigarrillo". "Se nota que es sano, profe", comentaba un compañero suyo, riéndose solo. Respecto a la E, dije elefante. Otro cabro de más al medio, saltó y dijo en su lugar: "¡esteroides!". Al salir la D, la cosa se había puesto fome. Con suerte, dedo, ¿qué más? diablo, demonio. Hasta que en una alternativa de los ejercicios salió como respuesta la B. Entonces, una cabra cerca de la puerta, en el grupito de la esquina vestido de uniforme rojo, no se hizo esperar, se levantó y dio su respuesta: "Es la B, profe, ¡B de Baca!". El bullying recayó sobre ella, en cuanto asociaron la palabra al animal. "Se escribe con v, weona, con v", insistió una compañera suya. Me había percatado del hecho y me toqué el rostro con la palma de la mano, creyendo que ella se refería efectivamente al animal. Pero resultó que también existía la palabra baca con b, solo que, en el momento de la respuesta de la chica, como todo fue tan inmediato, no alcancé a procesarlo. Ante las burlas constantes que le hacían, la chica en cuestión sacó su celu y buscó la palabrita en la Red, confiada en su existencia tan incomprendida como vapuleada. Por mi parte estaba seguro de que sí existía, solo que no recordaba su significado en ese momento. Y gracias a wikipedia, ¡santo remedio!, la cabra pudo confirmar su inquietud, con lo cual recuperó su honra in situ. La palabra baca se podía referir tanto a un portaequipaje como a un sitio donde podían ir pasajeros. "¿No ve, profe? le dije. Era la b de baca, y no me creyó". Tuve que retirar la palma del rostro y escribir en la pizarra la palabra junto a la alternativa, salvaguardando así la asertividad de la chica frente al resto. Sus compañeros también tuvieron que tragarse sus palabras, aunque insistían que la referencia era muy rebuscada. "Pero la wea existía", mencionaba ella, toda confiada, resuelta, muy segura de sí misma. Era tanta la seguridad que transmitía, que hasta se me ocurrió asociar su comentario a los dichos atribuidos a Galileo frente a la inquisición: "Y sin embargo se mueve". Durante ese momento caóticamente dinámico, la inquisición fue el resto del curso, rodeándola, apuntando a su supuesta ignorancia, y la chica hacía el papel de la iluminada que dio un giro copernicano al significado de la palabra. Ya al acabar la clase, la cabra de la baca se me acercó y me preguntó respecto a las palabras homófonas. Eran, de hecho, las palabras que sonaban igual pero se escribían distinto. "Eso pasó hoy. Un malentendido de homófonos", dijo. Y se dio medio vuelta, no sin antes ofrecerme una galleta, a modo de compensación. Esa pequeña galleta, cubierta de chocolate y vainilla, crujiente, era el obsequio que sellaría el impasse.

miércoles, 24 de abril de 2019

En Tvn declaran que, "tal como en un capítulo de Cincuenta sombras de Grey" Johanna Hernández habría firmado un Contrato de sumisión con Francisco Silva, en el que se le indicaba qué hacer, adónde ir, qué decir, qué leer, incluso qué comer. Francisco negó tajantemente la existencia de tal contrato de sumisión. Todo esto, en el marco del juicio por el asesinato del profesor Nibaldo. Las declaraciones que hacen ambos son, a todas luces, contradictorias. El matinal insiste en el carácter de puzzle de la investigación, como si no bastara con el simbolismo de las piezas dispersas (lo mismo decían, por ejemplo, sobre el caso Hans Pozo). La pregunta que aún permanece en primera plana es ¿quién dice la verdad? La pregunta que me hago yo, en cambio, es ¿importa la verdad realmente? ¿importa la verdad para los presentes, o prevalecerá siempre el poder de la interpretación de los hechos, auspiciada por los abogados del diablo? ¿La verdad será siempre, acaso, ese campo de batalla en que prevalece una versión de la cruda realidad, o aquella zona cero, ese sector limítrofe en donde los involucrados se niegan mutuamente, sin fin, enarbolando proyecciones ilusorias a su conveniencia? La justicia, en este caso ¿acabará siendo únicamente aquel "principio tranquilizador" sobre el cual descansará el supuesto equilibrio, ya no digamos de la verdad, sino que de las interpretaciones parciales sobre el hecho de sangre? ¿quién dice la verdad? ¿importa quién dice la verdad?
En el día del libro, después de clase, un alumno se acercó y me mostró La interpretación de los sueños de Freud. "Supongo que lo conoce. No, no crea que lo leo para el colegio ni nada. Lo leo para mí". Sostuvo por un rato la portada del libro frente a mis ojos. Luego, preguntó: "¿Sabe de algún otro autor que pueda explicarme este libro? Es medio complicado entenderlo". Le expliqué que Freud de por sí era difícil, porque alternaba la teorización psicológica con la crónica de las propias experiencias psicoanalíticas. El cabro se refería al lenguaje demasiado técnico, "elitista" que ocupaba el autor en ese libro en particular, no pudiendo ser comprendido a cabalidad. Le seguí explicando que, en efecto, su pluma iba orientada a construir las bases de una nueva disciplina, por eso se dejaba leer, a ratos, demasiado herméticamente. El cabro luego se refirió a otro autor que estaba siguiendo. Se trataba de Lacan. Se refería a este como un sucesor, pero se dio cuenta que le servía todavía menos para explicar a Freud. "Este otro es aún más complicado", sostenía el cabro con cierto dejo de resignación. En eso, volvió sobre su mochila y sacó otro libro. Era la Introducción clínica al psicoanálisis lacaniano: teoría y técnica de Bruce Fink. Según él, en ese libro que estaba recién hojeando paralelamente al de Freud, el autor hacía un resumen más o menos bien detallado de los lineamientos generales del pensamiento de Lacan. "Profe, busco algo como esto, pero en Freud", señaló, en el momento que dejaba nuevamente la portada de este libro frente a mis ojos. Para cerciorarse de que su inquietud iba en serio, se dedicó a buscar entre las páginas del libro el índice, con tal de que cachara la estructura que él estaba buscando, estructura que ansiaba poder descubrir gracias a la recomendación de alguien más leído. Lamentablemente, y muy a mi pesar, no pude recomendarle nada similar a lo de Fink respecto a Lacan, puesto que en materia de bibliografía psicoanalítica apenas tengo una edición Ercilla de La interpretación de los sueños del año 88, toda roñosa y perteneciente a una colección llamada Las más grandes obras del conocimiento. De hecho, la edición que me había mostrado el cabro era mucho más bonita y completa que la mía. No recuerdo, eso sí, la editorial, demasiado imbuido con la inquietud inicial del cabro respecto a un posible hermeneuta de la obra de Freud. Frente a la imposibilidad de darle alguna recomendación bibliográfica digna, a mi mente vino un solo autor como una invocación: Carl Jung. “¿Conoce usted a Jung?”, le pregunté al cabro. Este dijo que había leído sobre él pero no mucho. Sabía que era discípulo de Freud, sin embargo, desconocía su obra. “¿Tiene él acaso algún libro que explique a Freud así como Fink explicó a Lacan?”, preguntó, esta vez, ansioso. Mi respuesta fue del todo franca, no queriendo darle falsas expectativas respecto a mi escaso conocimiento. Le dije que Jung no hacía eso, pero le podría servir para entender el psicoanálisis “desde otra vereda”. El cabro volvía a cuestionarse a qué vereda me refería. Le hice saber que era un psicólogo que se desligó de la escuela freudiana para diseñar su propio método a partir de una cosmovisión más amplia. “Básicamente, en lugar de entender los sueños como simples emanaciones del inconsciente, se refiere a ellos como símbolos. Toma elementos de otras culturas para construir esa interpretación”. Al escuchar el comentario, el cabro quedó igual de metido que antes, pero parecía entusiasmarle la idea de buscar a otro autor afín al problemático Freud, motivado por la búsqueda de alguien que lo explique con la navaja de Occam. No pudo dar con aquella referencia exigida desde su lectura del inconsciente, pero, en cambio, sumó a Jung a la lista de posibles estados del arte. “Buscaré a ese Jung. Si habla de los sueños, me sirve”, decía el cabro, despidiéndose, al mismo tiempo que guardaba el libro de Freud y el de Fink. Aproveché de recomendarle el Recuerdos, sueños y pensamientos, libro que, a diferencia de Freud, tengo entre mi catálogo en una edición decente, Seix Barral, forrada entera con tapa dura. Apenas escuchó el nombre del libro, se devolvió para que se lo anotara. Sacó una pequeña hoja en blanco de entre su cuaderno y pidió que se la escribiera sobre el libro de Freud como apoyo. Así, el cabro se llevó la hoja anotada con el nombre de Jung y su solícito libro. Guardó repentinamente la Interpretación e, inmediatamente, hizo un gesto con los dedos que sostenían la hoja en la que figuraba inscrito el Recuerdos, un gesto no se sabía si de apropiación o de aprobación. Apuntando esto último, me veo en la pieza escarbando entre el estante para dar con el libro de Jung. (Quizá, si me baja el espíritu solidario, hasta puede que se lo preste). Al encontrarlo, lo abro casi instintivamente y, al cambiar una página al azar, doy con la siguiente cita: “El destino quiere ahora que en mi vida, lo externo sea accidental, y solo lo interno rija como sustancial y determinante”.

martes, 23 de abril de 2019

Tal como los vendedores de pescá de Caleta Portales un Viernes Santo, o como los vendedores de huevitos de chocolate en Pascua de Resurrección, así se deben sentir los escritores hoy en el día del libro, vendiendo su mercancía al mejor postor. Lleve de lo bueno. Lleve de lo libro.
Remedio infalible contra egocéntricos, narcisistas, megalomaniacos y solipsistas. Lea el siguiente fragmento de "Sobre verdad y mentira en sentido extramoral". Internalícelo. Acto seguido, observe el centro de la imagen todo el tiempo que crea necesario, y dimensione su propio espacio en él: 

"En algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras un par de respiraciones de la naturaleza, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer. Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente, cuán lamentable y sombrío, cuán estéril y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se acabe todo para él, no habrá sucedido nada. Porque no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero si pudiéramos entendernos con un mosquito, llegaríamos a saber, que también él navega por el aire con ese mismo pathos y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza tan despreciable e insignificante que, con un mínimo soplo de aquel poder del conocimiento, no se hinche inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de cuadra quiere tener sus admiradores, el más orgulloso de los hombres, el filósofo, quiere que desde todas partes, los ojos del universo tengan telescópicamente puesta su mirada sobre sus acciones y pensamientos".



lunes, 22 de abril de 2019

Arrestan a Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres. Se quema la catedral de Notre Dame bajo extrañas circunstancias. Se incendia, casi al mismo tiempo, la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. Atacan una serie de iglesias en Sri Lanka durante pascua de resurrección. Todo ocurrió en un lapso inferior a dos semanas. No sé ustedes, pero hace rato que Occidente y Oriente andan entero detonaos.

domingo, 21 de abril de 2019

Camino a casa un tipo perdido me interceptó a la altura de la Biblioteca Severín. Se le veía urgido. Se notaba que no era de por aquí. Decía venir de una pega de reponedor. Explicaba que no le pagarían el adelanto hasta el lunes, por lo que quedó sin efectivo para volver a San Felipe. Casualmente, la misma ciudad en la que casi quedo varado al salir de la pega el viernes pasado. ¿Qué le hizo pensar que yo, egoísta entre los egoístas, podía ayudarlo? ¿Un mero asunto de contigüidad? ¿De coincidencia espaciotemporal? Este solo hecho hubiera bastado para ponerse en los zapatos del tipo que, plantado en la vereda y con actitud genuflexa, insistía en pedir el monto necesario para el pasaje de la Sol del Pacífico. A pesar de verme reflejado en él, revisé el bolsillo y vi que no tenía mucho para ofrecerle, con suerte una luca guacha. Se la di sin compromiso, como una muestra solapada de empatía o, debería decir, conmiseración. El tipo agradecía de corazón, aunque aún le faltaban dos lucas para completar el monto total. Siguió así su camino, sonriendo fugazmente y alzando el dedo gordo, apenas despidiéndose, raudo hacia Pedro Montt, quizá con qué suerte. Sigo cavilando sobre la anécdota y, en particular, sobre el destino del tipo. ¿Habrá conseguido la plata restante? ¿Habrá regresado a dónde decía regresar? ¿O, en cambio, se habrá “tomado” la plata, tentado por el endémico abandono de esta ciudad? ¿Qué será de aquellos sujetos que vimos una pura vez, por abc motivo, en la calle, de manera tardía, y que, debido a cierta premura o circunstancia adversa, no volvemos a reconocer nunca jamás? ¿Qué paradero de vida o de muerte le deparará, más allá del margen de nuestro propio reconocimiento? Quiero creer que el tipo decía la verdad; quiero creer que consiguió lo que decía querer conseguir; quiero creer que llegó adonde decía tener que llegar, porque, de lo contrario, seguirá deambulando en la conciencia cual pensamiento sin órbita; porque si yo hubiese estado en su lugar, no sería más que un satélite extraviado en su memoria sin arraigo.
Jesús volvió de la muerte un día domingo, en circunstancias de que otros aún no vuelven del carrete de anoche o aún no resucitan de la caña. Entonces, si él lo hizo ¿ya somos salvos? ¿ya estamos perdonados? ¿podemos seguir siendo los imbéciles de siempre, sin culpa?
El infierno es no poder conciliar el sueño. El infierno es este antro insomne. El infierno es este exceso de realidad.

sábado, 20 de abril de 2019

"Dejo mi cadáver como muestra de desprecio hacia mis adversarios" se dejaba leer en la carta de suicidio de Alan García, leída por su hija en público. No es menor el proceso de apoteosis sufrido por el ex presidente peruano. De ser acusado por corrupción a ser convertido casi en un mártir, bajo un masivo rito funerario. Lo despedían un viernes santo, fecha especialmente sensible para los creyentes. El sacrificio del nazareno en pos de la humanidad, de alguna manera tuvo su eco simbólico en el político, solo que la muerte de aquel fue más una decisión drástica ante la ignominia social que un premeditado plan de orden divino. Leí por ahí que si todos los políticos, debatiéndose en una encerrona mediática, expuestos por el karma de sus propias acciones y desaciertos, hicieran lo que hizo Alan García frente a sus acusaciones, no quedaría mono con cabeza. Y ciertamente, sería un espectáculo de otra categoría presenciar de pronto un escenario en el que todos los políticos, en un arranque de dignidad, y bajo un extraño manto de conciencia, se matasen voluntariamente, redimiendo a medio mundo de su nefasta influencia. El atentado de Alan García contra su vida, en este sentido, dentro de un sistema de cosas ideal, debería poder sentar un precedente. Pero, como decía por ahí un humorista: el corrupto en Japón se hace un harakiri; en cambio, en Chile se hace el weón. Lamentablemente, no hay plan divino para crucificar a los pecadores al poder, ni arma lo suficientemente cargada para convencerles de recuperar el honor, a punta de plomo.

viernes, 19 de abril de 2019

¿La Biblia o Games of thrones? ¿cuál tiene más fanservice?
Es archisabido que Robert Powell, quien otrora fuera ateo, se metió tanto en el personaje de Jesús de Nazareth de Franco Zefirelli que adquirió un síndrome mesiánico durante el rodaje de la película. Posterior a eso, tuvo un tratamiento psiquiátrico. De alguna u otra manera, el personaje de Jesús lo perseguía más allá de la ficción y se volvió su doppelganger. Incluso por fuera lo reconocían como la viva imagen del Cristo occidental, llegando a opacar su propio yo. Un símil a lo que pudo haber pasado con Christopher Reeve y su interpretación de Superman. La figura simbólica, en este caso, Cristo, que después de todo es un avatar ("el ungido"), acabó por poseer a Powell, por medio de la experiencia de la actuación. Algo así como una transmutación cinematográfica. Se dice que tras eso, no pudo seguir interpretando ningún otro papel con demasiado éxito, como mucho el de Victor Frankestein y el de Richard Hannay en "Los 39 pasos", ante lo cual tuvo que cortarse el pelo y la barba con tal de despojarse de la imagen del mesías. Sin embargo, para el mundo del cine, él siempre no fue otra cosa que Jesucristo. Este hecho habría enterrado su carrera como un estigma, como un ardid del destino. 40 años después, Cristo, digo, Powell, fue invitado a ver por primera vez la película de Zefirelli, completamente solo, en una sala de cine. El reflejo de su otro yo frente a la pantalla fílmica, le llegó en forma de revelación, una revelación del todo sarcástica. "Ahí estoy yo" decía. 
"¿Profe, el Viernes hay clases?", preguntó el otro día una alumna de La Ligua. "No pues, si es feriado", le respondí. Sus compañeras no dejaron de huevearla, cagadas de la risa. "Ahora si quiere vengo encantado a hacerle clases" agregué, irónico, e inmediatamente dijeron que no, profe, era talla. Al rato se le escuchaba decir a una de las chicas: "Te van a crucificar, weona", mientras no paraban de murmurar a escondidas.

Digresiones del Dr File en Semana Santa

1.- "¿Descansaban restos de la cruz de Cristo en la Catedral de Notre Dame?" se preguntó Dr File en Mentiras verdaderas. "Astillas de la cruz también habrían llegado a Chile" dijo, para rematar. 

2.- La quema de Notre Dame sería la respuesta al arresto de Julian Assange.

martes, 16 de abril de 2019




Se quemó la Catedral de Notre Dame. La causa, como siempre, tiene origen desconocido. Fuerte imagen, sin duda. Están los que reclaman la pérdida de un patrimonio invaluable, la joya de la arquitectura gótica, criticando a quienes, bajo un impulso anárquico, celebran el siniestro, arguyendo que "la única iglesia que ilumina es la que arde", frase descontextualizada de Kropotkin; y están, por supuesto, los que interpretan este hecho desde un halo de esoterismo, constatando la caída de un monumento simbólico católico, o bien la liberación de cierto "sello" de fuerzas ocultas. La caída de la Catedral te interpela, es tal su influencia histórica sobre nuestro imaginario que te obliga a tomar una posición. Hace poco, en la mañana, de hecho, caché a unos funcionarios encaramados en una escalera a la entrada de la Catedral de Valparaíso, sacando la pintura que habían echado algunos "rebeldes" en x contexto. La asociación con lo ocurrido con Notre Dame fue casi sincrónica. Se me vino a la mente, en este mismo momento, la imagen del incendio de la Iglesia del Corazón de María del año 93. El fuego, sin duda, ha quedado almacenado en mi memoria de infancia. Tal fue su significado que, de alguna u otra forma, ya no puedo acercarme a algún motivo religioso sin antes invocar inconscientemente ese fuego psicológico. También hace unos años se había quemado, por un motivo de lo más estúpido, la Iglesia de San Francisco de Barón. Podría decirse que la historia de valpo, su historia arquitectónica, ha estado prácticamente cruzada por el fuego. Mi memoria interna también. Algo de lo que pasó con la Catedral de Notre Dame también tiene su reflejo por estos lados. Una determinada incandescencia. Cierta conciencia sobre la ruina. Si uno se declarara desde una suerte de apostasía radical, en contra de todo simbolismo católico, por consecuencia debería suscribir e incluso promover esta clase de atentados como una vendetta moral (A lo Inner Circle, dirán algunos que intentan justificar las quemas en Noruega). Afortunadamente, no me declaro alguien de convicciones ni de condiciones tan extremas. Cuando se quema una construcción patrimonial ligada a la raigambre, se activa en parte ese fuego interior que no acaba de consumirse del todo. El poder destructivo de su brasa es tal que es capaz de sustraer a la construcción de sus agentes abstractos. No es Dios lo que se asfixia ahí en esa batahola, no es ni siquiera la iglesia entendida como constructo ideológico; es una cosmovisión entera la que se ve agonizando, ahí donde algunos pregonan sobre los escombros una extraña escatología, el rumor sobre algo nuevo que debe necesariamente reemplazar y aniquilar a lo viejo, y otros acusan una pérdida irreparable, un daño al pater colectivo, sin lugar a dudas, una metáfora de nuestra propio e impensado destino. La Historia misma es un monumento ardiente.

domingo, 14 de abril de 2019

Esperé el Pullman de regreso en San Felipe durante casi una hora. Lo había esperado en San Martín, en el paradero de la Cámara de Comercio por indicación de la secretaria quien, antes de irse, me había dejado sus llaves para dejar cerrado el instituto, previa indicación de qué luces apagar y qué cerraduras y puertas cerrar. Esperé ahí para evitar el pique al terminal, confiado en ganar tiempo hasta que apareciese el último bus de salida. De manera irrevocable, no pasó a la hora imaginada. Se suponía que el último bus Pullman saldría a las nueve. Pero la confusión me tomó por sorpresa y, ante la inclemencia de la noche y la incertidumbre por la locomoción prometida, me vi clavado en el paradero junto a unos cuantos locatarios que tomaban micro hasta Putaendo o hasta Los Andes, acaso intuyendo que el que ahí se debatía venía de mucho más lejos, dada su perplejidad. De repente apareció una señora a un costado. Decía ir a Llay Llay. Ante mi preocupación, expresó que el bus debía pasar sí o sí por San Martín, afirmando que era la única vía de salida hacia la carretera. Lo expresó frente a mi duda sobre la posibilidad de que el bus se hubiese desviado por otro camino alterno por abc motivo, desencadenando en casos como esos la ley de Murphy. 

Ya un poco más tranquilo por la contención de la señora, seguía dándome vueltas en círculos por la avenida, para procurar que el resto de la locomoción no quedase varada en el paradero, provocando que el posible bus pasase en segunda fila y tapase la visual. La señora tomó su micro a Llay Llay con una serenidad digna del interior. En eso apareció un compadre de la calle, profiriendo alaridos incoherentes. Un loco en bicicleta y con chaleco reflector lo saludó de lejos, llamándole “¡buena, pesadilla!”. El compadre alcanzó a intercambiar un par de palabras a la siga de la calle antes de quedarse plantado en el paradero. Justo detrás de él, llegó un sujeto con mochila. Se colocaba casi al mismo nivel mío, en un movimiento similar, divisando al fondo de la avenida con ansias de que viniese el primer bus “¿Pasa por aquí el bus, cierto?”, me preguntó, reflejando un estado similar al que estaba yo con la señora de Llay Llay. Le respondí que eso se suponía, aún no del todo seguro, a causa de la premura del tiempo que corría y dejaba su halo de pérdida fortuita. Entonces el compadre, igualmente nervioso, señaló que se dirigía a Santiago, que tenía que tomar cualquier bus que se dirigiese a la capital. Hablaba por celular con alguien mientras no dejaba de mirar hacia el horizonte de la avenida como quien aguarda la llegada de una tropa. El compadre de la calle se fijó en nosotros, como buen locatario, y preguntó si iba a La Rinconada. Le respondí que iba al puerto. Al conocer mi destino, soltó una larga y tendida onomatopeya, dejando entrever la distancia y la cualidad foránea. “Lo siento, amigo, tendrá que quedarse aquí”, replicó, jugando con la situación. Luego dijo que era una broma, y que el bus generalmente pasaba entre nueve o nueve y media. En cuanto se despegó del fierro del paradero, avanzó y agregó: “Yo que usted me voy caminando. Llega en forma a la casa”. El sujeto de Santiago dio vuelta la cara levemente, cachando la talla, cuando seguía clavado mirando al fondo de la avenida. Comprendí que el compadre trataba de congeniar o de acortar el tiempo de espera, aunque luego remató diciendo: “Yo que usted voy a la Rinconada”, y se largó sin más, caminando avenida arriba. El concepto del nombre me quedó dando vueltas. Rincón y nada, eran exactamente los términos que denotaban nuestra situación existencial en ese momento. San Felipe se volvía minuto a minuto la zona más próxima al Rincón y a la Nada. 

Escuchando las palabras del compadre de la calle, el sujeto casi como en un acto reflejo, siguió su camino también avenida arriba, sin replicar nada, quizá también yéndose a la cresta, y buscando atajar el bus más adelante. Ya eran las nueve y cuarto. La indeterminación del bus que debía pasar pero aún no pasaba, me mantenía clavado al paradero, volviendo a la condición de transeúnte solitario. Si hacía lo del loco de Santiago, corría el riesgo de perder el paradero y, eventualmente, perder el bus en el camino. Pero si seguía ahí, tampoco había garantía de retorno. Ya no me quedaba plata en el celular para avisar al terminal. Ni tampoco un pasaje de acercamiento que me dejara en otro sitio más cerca del destino. Sin embargo, esperé y esperé, con cierta fe terca, ante la falta de recursos. Llamó, en eso, el coordinador del instituto, preguntando si ya había tomado el bus. Le dije que aún no, que esperaría ahí el Pullman, debido al factor hora. El coordinador, algo preocupado, señaló que debía haber tomado el JM que salía más temprano. Le respondí de vuelta que para la próxima tomaría, con seguridad, esa línea (La señora de Llay Llay había mencionado algo al respecto, antes de irse. Que los buses JM tenían, de hecho, el monopolio del interior). De modo que seguí ahí, intuyendo en cada foco de luz de cada vehículo la sombra de aquel potencial bus a casa. 

Recorría la oscura y desolada calle de un lado para el otro, tanto así que algunos locatarios que pasaban por ahí, extrañados por tan nivel de ansiedad, me tomaban por un loco o, lo que es lo mismo, un extranjero primerizo. No faltaron más que cinco minutos para que, después de ese episodio patético, pasara el tan ansiado bus, con unas luminarias que denotaban una prisa un tanto paradójica. Al subir, sonaba una música de fiesta. El asistente del chofer cortó rápidamente el boleto, sujeto a disponibilidad. Antes de eso, miraba hacia la plazoleta de la Avenida y ya me imaginaba en el peor de los casos: durmiendo sobre el césped como un perdido irremediable o bien, en la comisaría, como un exiliado involuntario. Repasé esa imagen por la ventanilla, suspirando con placer. Hacia afuera, muy cerca de la plaza central, se dejaba ver la última imagen nocturna de la ciudad: la del músico negro (posiblemente haitiano) que tocaba guitarra durante la tarde, en la vuelta a la plaza antes de entrar al instituto. El músico continuaba ahí, solo, al parecer afinando las últimas notas antes de virarse a algún otro rincón. Sin acaso pensarlo demasiado, me proyecté, por breves instantes, en ese músico. Su soledad misma era musical, bajo el fulgor del foco de la plaza, pero la diferencia era que yo venía de paso; en cambio, este tocaba y dejaba de tocar, para quedarse, o tal vez para imaginar la nada que le esperaba, en el largo camino de regreso, la misma nada que en cierto modo conseguía vislumbrar en el momento de la espera en el paradero.

sábado, 13 de abril de 2019

Me encomendaron el favor de editar poemas y realizar el prólogo de una antología. El favor lo pidió un amigo poeta, "el poeta peluquero". Cabe señalar que el amigo me tiene una fe ciega, fe alimentada por el hecho de que yo mismo prologué alguna vez su libro y participé junto a él en otra antología pasada. Copiando y pegando los textos de los autores en word para luego ir calibrando la ortografía y la redacción, recordé de pronto que dejé hace rato esas lides. Yo, quien acostumbrado a las lecturas de café universitario y barucho y a las menciones honrosas en antologías, se había hecho la idea de publicar algo en calidad de "poeta", algo medianamente decente, hoy por hoy prefería ir por la suya y abocarse al ejercicio obsesivo de la prosa, visualizando aquella época con una mezcla de nostalgia y suspicacia, y perseverando cabeza gacha en la labor improvisada de la edición y la reescritura. En el momento que trabajaba sobre los versos, la métrica y los motivos de los poemas de ciertos autores, me veía haciéndolo lentamente, a paso cansino, con cierta despreocupación, como quien corrige rúbricas pal colegio, con un ánimo impersonal, digno de un agente fantasmático. Le pregunté al amigo que faltaban los poemas de un par de autores a la sazón de la antología. Prometió avisarles para que así engancharan los textos restantes con tal de agregar el prólogo y dejar el libro cocinado. Según su etimología, antología tendría el sentido griego de "selección de flores", entendiendo por flor, lo "mejor", lo "más excelso". Volviendo sobre los textos, no puedo evitar mirar con recelo aquellas esporádicas apariciones en antologías poéticas, (aquellas flores maltrechas demasiado verdes o demasiado frescas), y ahora echar mano de una que está a punto de salir, pero ya no en calidad de seleccionado, sino que desde el punto de vista del cosechador, del exprimidor, procurando sacarle todo el jugo posible a aquel amasijo de flores heterogéneas, proyectando su propio y perdido concepto aromático en ellas, como quien elige la mata perfecta para colocar a la tumba de su viejo imaginario.
"Debajo de mi oficina hay prostitución", señaló Felipe Alessandri, el alcalde de Santiago. Luego de notar su existencia, estuvo de acuerdo con instaurar un barrio rojo en la comuna, con tal de controlar el que, a su juicio, sería comercio sexual clandestino. "Nunca la vamos a eliminar, es la profesión más antigua", sentenció, con cierto dejo de resignación, después de haber intentado erradicarla tomándoles fotos a los autos de los clientes para enviarlas a sus casas. Según Alessandri, el barrio rojo es como el vertedero o el relleno sanitario: nadie lo quiere, pero resulta necesario. La medida adoptada por el alcalde podrá parecer la flor del progresismo, tratando de emular la experiencia del Red Light, el barrio rojo de Ámsterdam, pero no revela otra cosa que la misma perspectiva liberal. Un comercio sexual perfectamente regulado, bajo el amparo de las leyes laborales, tributando al Estado, ya no con la faz de la descomposición moral, sino que con el rostro cínico de la integración económica.

miércoles, 10 de abril de 2019

La primera foto de un agujero negro, captada por el Event Horizon Telescope: "Un absoluto monstruo", dicen. Tres millones de veces más grande que la Tierra. No sé, pero me recuerda a aquella imagen del video de Soundgarden: Black Hole Sun.

"Won't you come
And wash away the rain".


El otro día, un cabro sentado de los primeros leía durante toda la hora un libro. Se le veía tan absorto que casi no atendía a sus compañeros, ni mucho menos la clase. Me acerqué a él, una vez terminaba la hora. Seguía con su lectura ferviente y solipsista. "¿Qué lee?", le pregunté. No dijo nada. En cambio, levantó la cara y mostró la portada del libro. La portada tenía un tenue color azul. No presentaba ni título ni dibujo. Por el material y la consistencia, se parecía a aquella edición íntegra de Los desnudos y los muertos que guardo entre los libros de editorial Plaza y Janes. Alcancé a observar apenas la tipografía de algunas páginas que leía. El texto en cuestión tenía una disposición entre novelística o ensayística. "¿Por el colegio o por usted?" volví a preguntarle al cabro, queriendo conocer la razón de tan empecinada lectura. Volvió a no decir nada, hasta que sacó un pequeño papel de su bolsillo. Me lo mostró. En él estaba escrito un vale de biblioteca pública. Con eso quería decir que lo estaba leyendo motu proprio. No contento con su respuesta, permanecí a su lado, pensando en sacarle más información. El chico, hermético, queriendo proseguir con su lectura, notó que no me iría de su lado hasta saber el motivo real de su predilección por ese libro. Entonces, dejó a un lado la página en la que se encontraba, le colocó el correspondiente marcador, guardó el libro en la mochila, y señaló que debía irse pronto, no sin antes pedirme otra copia de la guía de la clase que había olvidado realizar. Todo indicaba que el cabro seguiría leyendo ese libro en clase. El motivo era eminentemente personal. Y todo indicaba que no me lo diría, o al menos no en dichas circunstancias. Ayer, cuando ya comenzaba la primera clase de la tarde, el chico del libro subía a la sala para la otra asignatura. Al verme bajar apenas saludó, esbozando, en su lugar, una breve sonrisa al vuelo. ¿Seguirá leyendo aquel libro en la clase de Matemáticas? ¿En la clase de Historia? ¿De Física? ¿Lo seguirá dejando para la clase de Lenguaje? Hay lectores que no aceptan otra condición que la ausencia de excusas. Hay lecturas que no merecen otro trasfondo que la indeterminación.

sábado, 6 de abril de 2019

Envié el martes el programa del curso al compadre de la fotocopiadora, en el Instituto, con el fin de que cada alumna tuviese su copia física. Al día siguiente, me llegó un correo de respuesta de parte del compadre de la fotocopiadora, señalando que no podría imprimir los programas, ya que por disposición del Instituto no es posible imprimir el tipo de documento que le mandé. Cuando llegué a clases, el día jueves, la directora pidió hablar conmigo un momento, afirmando que el programa del curso no podía ser impreso por "motivos intelectuales". "El programa del curso es un documento protegido por derechos de autor", aseveró. "¿Cómo era eso posible?" dije entre mí, "¿Un programa del curso con derechos de autor? ¿Al mismo nivel que una novela o que un poema?". (Eso, suponiendo que el programa del curso para una cátedra de un instituto técnico tuviese el mismo calibre creativo que una novela o que un poema). La directora sostuvo que el acto de mandar a imprimir una copia de aquel programa era equivalente a realizar una copia pirata de un libro, porque este era diseñado por parte de un grupo de profesionales en nombre de la Institución. "Si hubiese realizado usted el programa, por ejemplo, ese documento sería suyo, y sería intransferible", dijo, creyendo que así, aludiendo al carácter falsario de la propiedad, me convencería sobre la imposibilidad de realizar copias materiales. "El programa del curso es suyo", se repitió en mi cabeza esa frase. Con suma incredulidad, le dije que no estaba de acuerdo, que el programa debería quedar a disposición del propio grupo en cuestión, pero que si ese era el conducto regular lo iba a seguir de todas formas. La directora notó el compromiso a regañadientes y, con una copia de otros documentos comerciales en mano (estos sí eran susceptibles de reproducción), volvió a la oficina.

jueves, 4 de abril de 2019

Recibí de parte de un loco en el terminal La Ligua un papel fotocopiado con un poema. El loco iba repartiendo otros ejemplares alrededor de la manzana. Lo raro fue que solo lo entregó a la rápida sin esperar nada a cambio. El poema era cursi, y versaba sobre un unicornio perdido en el amor. No sé por qué me acordé de Deckard en Blade Runner. Seguí leyendo hasta que abajo salía el nombre del poeta: Ariel Basteri. Bajo ese nombre salía otro, un tal Cristian Mason, encargado de difusión, y decía que el texto era entregado en un aporte a la cultura provincial de Petorca, Quillota, La Ligua, Santiago, Viña, Valparaíso, deseando más abajo un mejor Otoño para todos, y agradeciendo por la cooperación. No sé por qué me acordé, en este punto, de Arturo Rojas. Doblé el papel, extrañado por la insólita referencia, y pensé en buscar al tal Mason y al tal Basteri. No encontré otra cosa que búsquedas apócrifas, hojas secas perdidas en el ciberespacio, palabras echadas al otoño de la significación.
Se me ocurrió explicar los conceptos de hiperonimia e hiponimia en el contexto del manejo de conectores, con un ejemplo práctico. Dibujé en la pizarra tres círculos. Dos de ellos tenían inscrito un concepto. Uno de ellos, varias palabras en su interior. Las palabras de este último se referían a marcas de autos japonesas, entonces los cabros debían ir llenando el círculo con más marcas (Toyota, Kia, Mazda, etc) e indicando el heterónimo que las englobaba. Para los otros dos círculos, se me ocurrió en el primero indicar “bandas musicales”, de modo que dentro de este fueran citando algunas de las que cachaban. Queen, para mi sorpresa (al tiro saltó un payaso del fondo a gritar EO y el resto le seguía la viralizada corriente); también los Guns N Roses; los Beatles; Michael Jackson (el "Ayuwoki" gritaba una chica del medio); Nirvana; AC DC; Metallica; y a la misma lista agregué King Crimson. Volví a preguntar, sorprendido, por otros hipónimos musicales, a ver si alguno salía con trap o reggaetón. Nada. Qué chucha, dije yo entre mí, el alumnado de La Ligua es rockero. Seguí con el último círculo. Para este me había quedado en blanco. Hasta que pensé en una idea de oro: bebidas alcohólicas. Sería el hiperónimo perfecto para completar el ejercicio. Les pedí que nombraran los correspondientes hipónimos. La cuestión fue todo un éxito. Les dije de hecho que me ayudaran ellos mismos a completar, ya que yo desconocía ese campo léxico, y ellos seguramente eran unos peritos en el tema. Cacharon el cinismo y respondieron con un yiaaaaa estruendoso. Entonces fueron llenando el circulito con el mainstream de los alcoholes: chela, vino, ron, pisco, etc. hasta que un cabro de al frente se levantó y me pidió el plumón para llenar el resto de los hipónimos que faltaban. Hipónimos alcohólicos solo para "entendidos": Brandy, Ginebra, Coñac, Amaretto… Uno de sus compañeros, más atrás, se dirigía al cabro y alzaba la voz diciendo: ya se me calentó el hocico, no sigas. El cabro de los hipónimos alcohólicos devolvía el plumón, mirándome a la cara y riéndose a tientas, un tanto rojo de vergüenza, por delatarse a sí mismo, y por ver delatado solapadamente al profesor, ante la mayoría de sus compañeros que, ya sedientos con el ejercicio, compartían la moción. (Por supuesto que el juego de los hiperónimos e hipónimos se repitió para el siguiente grupo de alumnos, y con idéntica acogida. El alcohol como método didáctico para adolescentes. El alcohol como parte soterrada del curriculum).

lunes, 1 de abril de 2019

Recién hablaban en La Red sobre Diego Portales, Grez y otros académicos de historia. Me quedó dando vuelta una expresión que Portales escribió en una carta a Joaquín Tocornal: "el peso de la noche". Era, según Portales, el peso que debía prevalecer sobre el orden social, el peso de la institucionalidad. No sé quién habló sobre una expresión idéntica, Peter Handke parece, pero en tono más bien existencialista: el peso del mundo. Me pregunto a esta hora, cuando ya son las 1 de la mañana del Lunes y toca trabajar al otro día, ¿qué pesará más sobre uno? ¿el peso de la noche? ¿el peso del mundo? ¿o el peso de la conciencia, sin la cual no habría ni orden ni sentido, esta última, la palabra pesada por excelencia? Lo único que sigue pesando a esta hora, sin embargo, es el cuerpo, cortado durante todo el domingo, y la noche que conspira para dejarte atado al peso del sueño.