miércoles, 3 de abril de 2024

Encuentro con Carlos Johnson Bordalí y su libro sobre Quetzalcóatl

En la librería Mar de libros, me encontré a un caballero bien vestido que llevaba tres libros en sus manos.

“Los estoy vendiendo, joven”, me dijo.

“¿Son suyos?”, le pregunté.

“Sí señor”, me respondió.

De inmediato, me mostró sus libros. Se trataba de una trilogía de poemas temáticos en torno a la figura de Quetzalcóatl.

“Una tetralogía, porque falta uno en la lista”, afirmó el caballero.

“Me llamo Carlos Johnson Bordalí y no es por creerme, pero ningún poeta en Chile se ha propuesto una tetralogía como esta”.

Fueron las palabras del poeta, muy seguro de sí mismo y del impacto de su obra, luego de reseñarme un poco su biografía al vuelo. Me pregunté de inmediato si ubicaba a algunos de los poetas porteños que pululan por ahí.

“Depende de a quién te refieras”, dijo.

“¿Ubica a Juan Cameron, por ejemplo?”.

“Claro que sí”.

Don Johnson se veía más o menos de la misma edad de Cameron, así que debe ser de la misma generación. Lo raro es que nunca había escuchado de Johnson pero sí de Cameron, en mis tiempos de andanzas poéticas, por lo que este encuentro resultó ser uno de aquellos encuentros fortuitos a la manera surrealista de Lautreamont.

Me fijé en la portada de uno de los libros. Figuraba en ella la bomba atómica, y llevaba por título, “Quetzalcóatl. La serpiente de pluma preciosa. Los Soles o Edades del Mundo”. Don Johnson se acercó un poco más para mostrarme la edición.

“Aquí represento la edad del Quinto Sol, de acuerdo a la leyenda azteca. Sería el Sol bajo el cual vivimos, y se trata de una época convulsa. Aquí hablo de criaturas que se van a devorar a los hombres, los monstruos del crepúsculo”, explicó Don Johnson, muy entusiasta.

“Se parece mucho al Kali Yuga, era en la cual también nos encontramos”, le aclaré, subrayando la analogía.

“Algo así”, confirmó el poeta, “aunque acá profundizo en la mitología nahual. Si lo lees podrás leer en clave poética la realidad”.

Capturó mi atención aquel libro con la bomba atómica y la alusión a estrellas y dioses antiguos, primero, porque no se estila esa clase de temáticas en la poesía porteña; y segundo, porque encuentro en la propuesta de Johnson un paralelo muy significativo con la obra de otro porteño más joven: “Escatología. Poemas para un holocausto nuclear” de Vladimir Boroa. Advierto un diálogo posible, ahí, en la lectura mítico poética de nuestros tiempos que parecen cada vez más la antesala de una nueva Guerra Mundial post atómica.

Impulsado por esta analogía, le compré el ejemplar de su libro Quetzalcóatl a Carlos Johnson. Me ofreció una tarjeta de presentación en caso de querer sus otros libros.

-Analista de sistemas y poeta-, le dije, antes de irse.

-Así es. Mis pasiones-, aclaró.

Sabía que el analista de sistemas era un profesional dedicado al mundo de la informática. Sin embargo, la asociación era demasiado fuerte. A su manera, un poeta también podía ser un analista del sistema, un analista que indaga en sus voces enterradas, en sus relatos escondidos, en sus palabras vaciadas de significado, para retrotraerlas al mito y darles una forma nueva.

Abrí el libro de Don Johnson y, en su prólogo de Sergio Infante, decía: “Lo sagrado y lo profano se tocan mutuamente”.