domingo, 28 de marzo de 2021

Querer la vuelta a la “normalidad” implica asumir que la vida es uniforme, que se puede recuperar un orden relativo a cierta percepción lineal de nuestra realidad. Subyace a esta idea un miedo inminente al cambio abrupto, una desadaptación orgánica. La verdad es que nada podrá ser como antes, ni nada nunca podrá volver a ser lo mismo. La pandemia es únicamente el escenario paradigmático en el baile incesante de los fenómenos; el virus, un agente extraño pero relevante en el transcurso de una determinada contingencia histórica. Se aprecia una ingente “retrotopia” en esa añoranza de una normalidad que solo existe en cuanto deseo frustrado por un anterior estado de cosas. Aquella añoranza no es más que la resaca luego del impacto contra el muro, y como toda resaca, nos desmoraliza, nos resiente por lo ocurrido, por lo que se cree perdido. Y entonces rebuscamos respuestas, respuestas a las interrogantes invisibles, cual bacterias en el aire, y no nos queda otro tiempo que el presente ni otro espacio que la convalecencia, aunque sin garantía de una estabilidad perpetua, porque no existe, o solo existe en cuanto vivimos, padecemos, cambiamos y volvemos a padecer.