sábado, 11 de agosto de 2018

Con el cambio de hora a las doce, Chile corona con el (horario de) verano más largo y, a su vez, por contraposición, con el (horario de) invierno más corto. Records imbatibles de chilito, en donde nada cambia a nivel estructural, excepto la duración de las estaciones....

Tsundoku

Tsundoku, término japonés para explicar la manía de acumular libros solo por el placer material de coleccionarlos y verlos apilados. Fetichismo procrastinador le llamarían por estos lados, de manera menos elegante. A esta manía o hábito desmesurado se le suma un auténtico TOC u obsesión patológica por distribuir el material en categorías. Cualesquiera sea el motivo o etiquetado de dichas categorías. El ejercicio siempre es personalísimo, y puede decir tanto del sujeto como su mera disposición para leer aquello que apila con tanto afán. En mi caso, suelo comprar títulos que saltan a la vista o que resultan atractivos por imprescindibles, sin garantía de lectura inmediata. No sé si podría llamársele Tsundoku en estricto rigor, pero sí la variante de alguna fijación por poseer joyitas solo por el placer de poseerlas, aguardando su contenido, su fondo, de cuando en cuando hojeando o leyendo de forma intermitente sus páginas, sin acabar del todo, solo con un ánimo de bordear y abarcar a tientas esa colección tan celosa. El orden es más o menos fijo en el estante derecho. Casualmente este es el único que da hacia la ventana de la pieza. Los libros en primera fila, bajo las resmas y fotocopias, suelen recibir primero los haces de luz que se cuelan por las mañanas. Son acaso los más iluminados en un sentido literal, no necesariamente figurado. En esa fila figuran Pastoral Americana, Crónicas marcianas en un mismo lado. El shock del futuro seguido de El sonido y la furia. Bajo ellos, y en posición horizontal, El momento de la creación, La isla, El héroe de las mil caras, Los altísimos, Ciudades, entre otros. Detrás de esos títulos puestos en primera plana se esconden algunos de los más clásicos, así a la rápida mientras escribo esto puedo recordar Pedro Páramo, El juguete rabioso, La dama del perrito, La familia de Pascual Duarte, Destrucción, un libro de Kierkegaard, etc. Y resulta extrañísimo que precisamente los libros más memorables que antaño releía estén tan herméticamente apilados, fuera del contacto de las visitas, y a expensas de las arañas y termitas que planean conspirar a oscuras entre medio de esas lecturas digeridas. En el estante izquierdo, siniestro y más a la sombra, debajo del promontorio de discos y dvds, figuran las adquisiciones más recientes. Lo mejor de la ciencia ficción rusa, Breviario del caos, La exhibición de atrocidades, Eureka, La parte inventada y La india de Mircea Eliade, esta última, préstamo de un amigo, hasta donde yo recuerdo el único (salvo por el imborrable Abbadón El exterminador que también resultó ser un préstamo sin garantía alguna de devolución, sumido en el olvido indefinido por su dueño original). Estas adquisiciones dispuestas más a la sombra, menos apegadas al exterior de la ventana, pero más cercanas a la puerta, son las únicas que pertenecen a aquella categoría de libros que pretendo leer a corto y mediano plazo. No hay ahí un criterio taxonómico ni axiológico, solo uno mediado por la premura de leer lo que esté a la mano sin que esto suponga ni implique una continuidad de ningún tipo. El Tsundoku, término subjetivo, no tiene por qué ser en este caso algo sistemático. La lectura misma, como dispositivo del ocio, en este punto adolece de esa odiosa objetividad del experto. El Tsundoku aquí no es otra cuestión que la excusa del lector diletante, su auto placer, su masturbación por la forma y el contenido aún expectante de lo que aguarda, a diestra y siniestra, entre los recovecos de su minúscula trinchera.