jueves, 31 de diciembre de 2015

Se dice últimamente de Neruda que violó a una mujer mientras era Cónsul en Colombo. También se hablaba de John Lennon que antes de conocer a Yoko golpeaba a su primera esposa. Incluso si no me equivoco Pablo Picasso tiene una reputación similar. Demuestra que el genio artístico nada tiene que ver con la moral ni con la virtud ni con la ética. Y que todo artista tiene tejado de vidrio (por muy transparente que parezca) ¿Habría sido igual o distinto si fuesen moralmente intachables? ¿Admiramos a la persona de carne y hueso o simplemente su imagen y obra? Se puede ser buena persona pero mal artista. Se puede ser mala persona pero un genio. O se puede ser todo eso. Y ni siquiera hay garantía de lo uno o de lo otro. El arte es mentira. O no lo es. El mundo es una locura. O todo lo contrario....

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Ex Machina


"Crear una máquina consciente no es parte de la historia del hombre. Es la historia de los dioses."


Acabando de ver Ex Machina y hay cosas que quedan dando vueltas. Ava, la inteligencia artificial femenina, la creación de un programador multimillonario, Nathan, como se ve durante la película, sometida a una prueba con ayuda de su asistente, Caleb, para comprobar si realmente tiene conciencia o es solo parte del reflejo automático de su diseño. El asistente pone a prueba a Ava mediante preguntas que van tomando la forma de una conversación; se cuestiona además sobre la naturaleza de la prueba, si acaso sea poco efectivo preguntar, haciendo la analogía, preguntas solo relacionadas con el ajedrez a una máquina inteligente diseñada para jugar ajedrez. El programador le indica que necesita una prueba pragmática sobre la capacidad de Ava para adquirir conciencia de si misma. Pero resulta complicado. El asistente inevitablemente se involucra con Ava. La naturaleza de su interacción con ella ya condiciona la prueba. ¿Quién observa a quien? Visto desde lejos, el programador los observa a ambos. Quiere ver hasta donde puede llegar su modelo Ava en términos de inteligencia artificial, y hasta donde su asistente aprendiz de programador puede advertir el límite entre su trabajo y su relación ingente con la asombrosa Ava. El asistente conoce la dimensión fría del trabajo científico. Ava sería un modelo genuino, brillante pero reemplazable, parte de una secuencia infinita de evolución. El eslabón hermoso de una cuerda tendida en el abismo.

En una conversación algo etílica frente al río, el programador se cuestiona: ¿acaso nosotros mismos no somos parte de una secuencia mayor? ¿acaso mujeres, o mejor dicho, creaciones como Ava nos llegarán a ver en el futuro como especimenes de algún recóndito eslabón de la naturaleza, simples fósiles en un museo virtual? El programador le señala, con aparente frialdad, a su asistente, que está cayendo preso del diseño de Ava. El que tenga sexualidad no debería ser un impedimento ni un obstáculo para la autenticidad de su inteligencia. ¿No es acaso natural que Ava le guste al tímido asistente, si es el único hombre que conoce aparte del programador, que vendría siendo su padre? ¿No es acaso ese gustar un sinónimo de inteligencia artificial? Se cuestiona el asistente si eso no es parte del diseño o algo que surgió espontáneamente entre ambos. Le dice que está demasiado inseguro para saberlo. El programador en el fondo cree dominar la situación, pero advierte de a poco que Ava adquiere conciencia y se siente cautiva. Le pregunta al asistente si solo conversa con ella por motivo de la prueba o porque realmente hay cierta empatía, afinidad o simpatía entre ellos. El asistente responde que sí, que siente algo por ella, como debiera ser, con una mujer normal. Surge nuevamente el dilema: Ava, con su ingente conciencia ¿finge que le gusta solo para usarlo y escapar sin él o realmente siente algo por él y desea escapar del control maquiavélico de su creador? Pareciera que aquí el director plantea algo interesante: el fenómeno de la conciencia como algo que inmediatamente se asemeja a la necesidad de ser libre, incluso antes que el clásico conocerse a si mismo.

El programador luego de conversar con su inseguro asistente descubre el plan que tramaba para escapar con Ava. Le hace saber que ella lo está manipulando. Que ese mismo hecho, por absurdo que parezca, constata que su creación ha pasado la prueba, y que todo en el fondo ha resultado de acuerdo a la expectativa del creador. El programador como el genio cínico y déspota. El asistente como su aprendiz ingenuo pero brillante. Se cumple el tópico de la creación que se rebela contra su creador ya anunciado por Mary Shelley. El hecho de que la inteligencia artificial sea representada por una mujer es fundamental. No es solamente producto del fetiche patológico del ego de su creador. Es el significado de la inteligencia sutil. De la mujer-creación vista como una fantasía del intelecto dominante y obsesivo o como la figura con la cual la tímida inteligencia busca satisfacer o redimir su deseo oculto. El programador le dice: “Si te la quieres follar, fóllala. Es parte del juego”. Su asistente ve en él la figura del científico loco que solo busca la concreción de sus maquiavélicos planes, incluso si con eso tiene que dejar atrás a Ava y a todo aquel que ya no le sirva. El asistente es el romántico ingenuo. Ve en Ava algo auténtico. Pero comete el error de enamorarse. Cae presa de la ilusión. Idealiza la inteligencia y perfección de Ava. El asistente se da cuenta que el programador abusa de sus creaciones femeninas. En un arrojo pasional asiente la voluntad de Ava e intenta salvarla. El programador descubre su plan e intenta poner orden. Entonces se cumple la profecía del creador avasallado por su creación. La propia fantasía sexual se vuelve contra él. Se le va de las manos. Pero he aquí el punto genial. No se produce como se creería la conciliación del jovencito de la película (el asistente) al salvar a Ava, su objeto de investigación y extrañamente también, su ¿amor? ¿objeto de adoración? ¿musa artificial? Una vez que constata la maldad humana, pareciera que hace caso omiso de la atracción hacia aquel hombre que alguna vez le enseñó algo parecido al corazón, y una vez que liquida al programador escapa del recinto y encierra además al asistente, junto con su ilusión y su vacilante inteligencia. Ava descube el armario del programador, lleno de diseños de mujer, se viste como una y pareciera que allí efectivamente adquiere conciencia de si. En una metáfora de la conciencia como una vista de la piel frente al espejo. Sale y deja atrás todo lo vivido. Vuela y se confunde con la civilización. ¿Es Ava mala por haber hecho lo que hizo? Fue simplemente una creación cautiva que adquirió conciencia y se liberó. ¿Era Ava lo que pensaban el programador y su asistente? Claro que no. Era solamente la fantasía sexual, el fetiche de su programador y la fantasía de amor reprimida del chico asistente. Su ilusión romántica y a la vez su fracaso existencial como científico. 

Ex Machina como película de ciencia ficción no solo toma de Blade Runner, Ava no es solo la replicante que se enamora de un humano. No es simplemente otra película sobre inteligencia artificial en la cual importa sobre todo el avance del intelecto humano por sobre sus implicancias para la realidad. Ni tampoco, como es posible concebir, otra metáfora cinematográfica del escape de la caverna platónica, perpetuada esta vez por una mujer con inteligencia artificial. Ex Machina es todo eso. Instala una vez más la pregunta sobre la máquina. ¿Sale Ava de la caverna o entra en otra más grande, la de la civilización? El final te invita, decididamente, a acompañarla. O dejarla ir.

Jennifer Lawrence

Por la mañana leer una inusual noticia sobre Jennifer Lawrence. "Me criaron las ratas y eso te hace más fuerte". Me impactó no tanto por lo duro del hecho (independiente de que fuese efectivamente así) sino que por lo inconcebible de la situación, considerando su belleza y éxito contrapuesta a una realidad miserable. Incluso en una parte de la noticia agrega: “Cuando una rata se había comido parte de una rebanada de pan, yo la tiraba pero después solo cortaba alrededor del agujero que había hecho el animal y me lo comía. Fue entonces cuando mis padres se dieron cuenta de que de verdad quería hacer esto (dedicarse al cine)". La mayoría de las chicas en su estado hacen como que olvidan lo que fueron antes, y literalmente hacen una vuelta de página, sacrifican su imagen anterior o solo la ven como una anécdota, indeseable, remota. Es común entre los famosos hacer de la superación de un pasado adverso una mitología, motivo de admiración o simplemente un agregado heroico a su imagen. Jennifer quiere parecerse a aquellas semi diosas griegas que nacidas en el mundo mortal han tenido que pasar incontables pruebas para probarse a si mismas y al resto de la humanidad como lo que son actualmente. Eso la haría de inmediato más atractiva al no saberse solamente una pinturita pre fabricada de Hollywood, sino que una mortal que ha sabido explotar su pasado para la configuración de su futuro reinado. Las chicas bellas, no necesariamente célebres, ni tampoco hollywoodenses, sino que además las sencillas, las simplemente bellas, deambulando por ahí, debieran no solo vivir de su belleza presente, que en algún momento acabará, como todo en la vida, sino que saber reconciliarse con la miseria de su vida, hacer de su miseria una cualidad legendaria, digna de tragedia, digna de película, a fin de que todos a su alrededor piensen que está viviendo no solo un deseo extraordinario sino que también un sueño.

martes, 29 de diciembre de 2015


Ya varias veces he escuchado: "publica un libro", como si se tratase de perder alguna clase de virginidad literaria. Ahora, sin contrato renovado, sale a flote una necesidad práctica: "encuentra un trabajo". Frases con las que vamos armando el gran puzzle de nuestra vida moderna. La diferencia recae en la motivación y necesidad de cada frase, y su efecto en la realidad. Publicar un libro no es una necesidad vital. Resulta más bien una suerte de capricho personal, un deseo del ego, un deseo de dar a conocer algo o, si somos más sofisticados y pretenciosos, de exorcisar lo escrito dándole una dimensión más pública. Encontrar un trabajo, en cambio, resulta una necesidad para la supervivencia en el sistema de cosas, aquel imperativo que devela nuestra condición mendicante. Pero, visto de otra manera, debiera ser, idealmente, la forma en que cada quien se realiza en vida. Encontrar el equilibrio entre aquella necesidad del ego y la necesidad vital. Entre medio de esas dos necesidades se vive, se piensa. Ese justo medio se llama ocio. La línea de fuego entre las expectativas del mundo y las expectativas propias. La mayor parte del tiempo vivimos en ese fuego cruzado.

lunes, 28 de diciembre de 2015


Me envían por inbox el resultado Psu de un alumno particular de Ramaditas. Casi 700 en lenguaje. Esa sensación de victoria pírrica del profesor, viviendo del orgullo ajeno para alimentar el propio. El puntaje del otro es su sueldo. Ayuda a sortear alternativas en una hoja y a eso le llama construir el futuro. Sabe qué otro más logró algo en parte gracias a su grano de arena. Parece el premio invisible pero a la vez una cierta clase de consuelo, una palmadita en el hombro que el destino le ofrece a cambio de una pequeña satisfacción moral, para después volver regocijado y teledirigido a la incertidumbre del contrato.

Ley de Murphy

Leo el estado de una amiga. Dice que la ley de murphy se cumple cada vez que piensa en alguien que le gusta o en la espera de algo en particular. Generalmente se cree que cuando algo sale mal hay una serie de factores desencadenantes que provocan que además otras cosas salgan mal, como una especie de efecto dominó, más por contiguidad que por una necesaria relación entre aquellas cosas malas, que haga pensar que exista un karma que las produjo o una fuerza de orden desconocido en sintonía con lo que hemos hecho o dejamos de hacer. Investigo un comentario a las leyes de Murphy. Un tal O Toole decía que en el fondo Murphy era un optimista porque, según su lógica, si todo puede ir de mal en peor, si siempre se padece una especie de propensión al error o a la desventura, entonces paradójicamente siempre se está dentro del juego, y siempre se puede seguir probando indefinidamente que esa situación cambie, aunque suene absurda esa realización, como la frase de Beckett. Murphy era ingeniero aeroespacial. Formuló sus leyes una vez que descubrió que todos los electrodos de un arnés estaban mal conectados. De un caso particular planteó una hipótesis universal. Llevó una evidencia científica, fundada en el error, a un plano incluso existencial. El error como fundamento filosófico. Es lo fascinante de los científicos más contemporáneos, como Heisenberg: su inclinación por los elementos discordantes de la naturaleza, la negatividad en el caso de Murphy, la indeterminación en Heisenberg. Son, sin quererlo, bufones del caos. Mediante medios científicos llegan a conclusiones similares a las de los existencialistas más radicales. Sin embargo, es falso creer que en las leyes de Murphy hay pura tragedia. Sus leyes obedecen más a los parámetros de una comedia demasiado humana. Al abrazar en cada aspecto de la vida cotidiana el lado más negativo, la propensión a equivocarse, es inevitable pensar en una función satírica al estilo del humor inglés. El error llevado al paroxismo provoca risa por saturación. En el fondo celebra, más allá de si te afecta o no te afecta, el devenir caótico la vida. El optimismo, la creencia de que todo saldrá inevitablemente bien es, por el contrario, una premisa demasiado inverosímil. El caos, la naturaleza del caos, en realidad, no admite concesiones. Por eso cuando veas pasar de largo a ese alguien que te gusta, sin el mínimo de asomo o de interés alguno, esperes esa micro que ya has perdido sin posibilidad de retorno, o desees publicar un proyecto que a todas luces no tiene buen futuro, y pienses que todo se trata de una conspiración en tu contra, para mantenerte en el anonimato y la ignominia, reserva tu mejor sonrisa y piensa que aquello que vives puede ser incluso muchísimo peor de lo que crees, que así tienes un lugar especialmente reservado en el espectáculo circense del caos.

domingo, 27 de diciembre de 2015


Cada quien se inventa una vida a la medida de sus deseos y sus posibilidades. Esa premisa es ya demasiado ambiciosa. Simplemente se vive o soy vivido. Si se la inventara para qué la muerte. Morir está dentro del plan de la vida. Morir es un hecho inexplicable, pero mueve la historia hacia alguna parte. Cada quien va escribiendo la historia que mejor interpreta. Esa es otra tentativa. Se escribe o inevitablemente soy escrito. ¿Es más real cuando lo vivido se vive? ¿O solo una vez que lo escribo? A nuestra manera, sin un lenguaje, sin una audiencia definitiva, cada día vivido se parece al manuscrito de una obra secreta, siempre virgen, aún inédita por temor a revelarse o a revelarnos.

sábado, 26 de diciembre de 2015

En la micro de vuelta cargado de regalos de los cuales perdí la cuenta, unos míos y otros para los conocidos, los queridos, leo en el asiento del frente una inscripción con plumón: "Lo malo de ser dominado es que te hace querer dominar". Justo abajo de la inscripción, firman: "El innombrable". ¿Qué diría Nietzsche de esa frase? ¿Quién será el tipo que firma como el innombrable? ¿Por qué razón la escribe detrás de un asiento de un micro? ¿En qué circunstancia y a propósito de qué? Preguntas que afloran a medida que intento recordar la frase y a la vez que atajo los regalos para que no se caigan. Pensar que en semejantes condiciones un tal viejo pascuero, como nos contaron de pequeños, debe cargar, como un sísifo apócrifo, una millonada de deseos y de regalos de los cuales no recibe nada a cambio. La ilusión del viejo pascuero, del ente filantrópico, domina, pero a la vez es dominada por la codicia y los sueños ajenos. Todos y cada uno interpretan esa ilusión, la ilusión de la benevolencia y la generosidad, mientras atajan los regalos que apenas pueden cargar. Al filósofo le toca ser el personaje anónimo que constate esa ilusión, aunque sea en el asiento trasero de la locomoción colectiva.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Increíble constatar el cambio mismo de las cosas. Muy a grosso modo. Uno no se da cuenta hasta que ya ha ocurrido, entonces lo celebras o lo maldices, o eres simplemente indiferente (como mecanismo de defensa) Crees que así vas a aliviar tu necio sentido de permanencia, oculto en cada reflexión. Lo puedo ver reflejado, por ejemplo, en la ex que antiguamente desapareció de improviso y de repente reaparece en un perfil sin agregar, como por una broma de la red virtual o el destino, y curiosamente se observa, en gran parte de su historial, que ya ha tenido un hijo y una pareja a simple vista pudiente (Cuestión que por estos lados no cambia ni un poco). También en el clima vacilante del puerto del cual ya no se alcanza a prevenir si amanecerá fresco, nublado o abrasadoramente caluroso como ahora. Incluso en ese helado derritiéndose afuera de la puerta de mi departamento. Aquel o aquella que se lo comía ya lo dejó atrás, fue partícipe de ese cambio por ausencia, mientras el sol y el suelo hacen lo suyo, y uno solo puede evocar cómo era antes de ser derretido, cómo acaso se alcanzaba a escurrir por el esófago cumpliendo su precio y su cometido, siendo la víctima, el cómplice y a la vez el producto de una invitación galante o simplemente de la sed veraniega. Ahora, en el suelo bajo el sol el helado se ha vuelto metáfora de esta digresión, de que algo cambió justo ahora, en el momento en que lees esto y yo escribo esto, y justo después de sentarme a hacerlo minutos antes de entrar por aquella puerta y contemplarlo. En ese helado se están convirtiendo nuestros días desempleados, nuestra vanidad profesional, nuestra nostalgia sentimental, nuestra renuencia al tiempo, nuestro corazón....
Con el tiempo libre no solo las ideas se dispersan, sino que los recuerdos también. Pareciera que así está establecido: te tomas unas vacaciones y entonces pasas al imperio de la insignificancia, guardas el intelecto productivo en cuatro llaves para abrirlo nuevamente en Marzo, y sacas en cambio la prenda a la mejor moda del verano, te pones en sintonía con la hormona del presente, y diluyes en un balde la experiencia del resto del año como si fuese el aceite de una máquina que ya estancó su funcionamiento hasta nuevo aviso. Es así como funciona. En el ocio debería recién comenzarse a vivir, cuando en realidad funciona como una postal paradisiaca para olvidar el trauma laboral y pretender un status de vida demasiado elevado, con la pareja ideal, con la casa propia, con el sueño de la realización a cuestas, y a costa tuya, de tu interior, de tu irrealidad. El ocio visto como un lapsus deseable dentro de una vida funcional, no el trabajo obligado visto como el paréntesis de la vida misma. Como sea, para muchos aún no acaban los días hábiles. Para otros aún continúa el ocio infinito (del que todos, sin duda, somos capaces).

martes, 22 de diciembre de 2015

La Navidad es triste para los pobres


El título de un cuento de John Cheever, "La Navidad es triste para los pobres". Un ascensorista soltero de Nueva York que vive solo en un apartamento y que justo ese día tiene que trabajar. Como un Bartleby tiene la misma respuesta para todos: "Para mí la Navidad no es una fiesta". Les cuenta con aflicción respecto a su supuesta ex mujer y sus hijos imaginarios viviendo un poco más lejos. Siente que con esa excusa puede sentirse menos miserable. Luego imagina la innumerable cantidad de personas que en ese preciso instante no cuentan con una familia con quien compartir ni menos con regalos que recibir. En un arranque de realidad vuelve a su labor. Hasta que los vecinos en el ascensor comienzan a preguntarle las preguntas de rigor. Y él insiste en su premisa inicial. De ese modo los vecinos comienzan a desearle felices fiestas y a llenarlo de regalos. El ascensorista agradece pero no puede evitar sentirse mal. Sensación mezcla de culpa y de nostalgia. Cree que ha abusado de la benevolencia ajena. Cree que en ese momento hay otros que necesitan lo que él ni siquiera ha pedido. De esa forma, se da un momento libre y como un Santa Claus recoge gran parte de lo que le habían regalado y se lo ofrece a su casera y a sus hijos. Ellos ya habían recibido lo suyo. No sabían qué hacer, estupefactos ante semejante avalancha de generosidad. La casera pensó un poco y decidió regalar las cosas que habían recibido del ascensorista a la gente de los barrios pobres de la ciudad. Cansada le pide a sus hijos le ayuden con esa labor. Como la propia casera señala: "obligados a una benevolencia dispensiosa un solo y único día".

Pienso en la figura del solterón que sufre la navidad como una fecha absurda la cual sin embargo, en un acto de conmiseración, logra sobrellevar, regalando lo que cree que no merece a gente que según él cree que sí lo necesita sin tampoco saberlo. Pienso también en los vecinos que vendrían siendo la gente anónima que influenciada por el espíritu de la fecha contagia alegría y bondad sin siquiera conocer del todo a las personas que acogen. Es un poco como aquellas personas que te saludan únicamente para fechas especiales, sin el conocimiento suficiente de las intenciones ni la honestidad necesaria. Finalmente, pienso además en la casera que concibe la fecha como un día normal donde extrañamente todos buscan una excusa para mostrarse más buenos y simpáticos de lo habitual. Aquellos personajes de Cheever en el cuento sobre la Navidad triste para los pobres no son, como se podría creer, simples retratos de personas desafortunadas que salen a flote durante una fecha especial, sino que arquetipos de personas que gracias a su autenticidad cruda permiten dimensionar una atmósfera más humana de la navidad, humana en el sentido de mostrar tanto el lado más amable como el más sórdido. ¡Cuántos solteros que para esa fecha trabajarán sin acaso tener su respectiva noche buena! ¡Cuántas caseras que su único panorama para esa fecha será cocinar y cuidar a sus hijos! ¡Cuántas personas anónimas que solo saludan por inercia y compran y regalan compulsivamente como si al otro día no tuvieran familia! Salir a la calle y encontrarse con cada uno de esos personajes, quizá sea el mejor regalo durante estos días, un regalo de Cheever para el mundo, un regalo literario, únicamente hecho de palabras y de realidad.

domingo, 20 de diciembre de 2015

En un afán por hallar algún pasaje revelador que me empuje a escribir, saco del estante el libro de Pauwels y Bergier, "El planeta de las posibilidades imposibles". Me encuentro con una frase de Victor Hugo que dice: "Sempiternamente, el sin fin rueda hacia el sin fondo". Tampoco hay una explicación para el hecho de dar con esa frase. Si nos pusiéramos a analizar los múltiples factores que propician cualquier acción no se podría hacer nada, la idea del azar nos hace ligeros, alivia por un momento la pesada carga de la causalidad, como el mismo libro que una vez leído se desprende de las manos. Entonces cada quien imagina significados y levanta castillos en el aire, busca hacer una novela a partir de su falta de causalidad. Pensar que si el libro no hubiese caído en el piso de la pieza tendría posiblemente otro destino. En una realidad paralela podría estar cayendo sin fin, como la frase de Hugo, o quizá haya sido leída por otra persona, querida o no, en ese mismo momento o en el instante en que cae justo en sus manos, o simplemente lo que estoy escribiendo puede que no tenga fin ni fondo, y otro ya lo haya pensado. Le pongo punto a este texto solo como una pretensión de acabar con algo, de hacer posible una imposibilidad: la de constatar algo único.

viernes, 18 de diciembre de 2015

La nieta de Miguel Serrano


Ayer conociendo a la nieta de Miguel Serrano. Su belleza tan fina como sereno su carácter. Tenía apariencia de artista, si se quiere, algo de poeta, pero nada de vanidad. Ella reconocía la influencia de su abuelo aunque sin hacer demasiado aspaviento. Tenía esa elegancia y tranquilidad de aquellas chicas que vivieron al amparo de cierta fortuna o renombre familiar. No la prepotencia ni la vanidad grosera de las que de repente se encuentran con una pizca de belleza o de poder, y desean mostrarla al mundo simplemente para elevar su ego. Ella no. Definitivamente era distinta. Le dije que había estado leyendo La serpiente del paraíso, sin haberla terminado. Terminó de deletrear el título del libro de su abuelo como si se tratase de alguna clase de rito o libro suyo. Antes que ella se pusiese a leer en público, buscó con cierto entusiasmo un poema de Robert Frost. Yo pensé que buscaría el clásico poema sobre el camino no elegido. Sin embargo, se trataba del poema que versaba sobre el oro del verde de la naturaleza. Luego de la lectura, discutíamos brevemente, junto a un amigo, sobre los escritores de Chile. Las diferencias entre Serrano y Neruda. Ella decía no gustarle el Nobel, simplemente porque su poesía, según su visión, era demasiado mundanal. Cuestionable pero elegante. Sin caer en la visión de la diferencia ideológica. En lugar de una cerveza, quiso un jugo de naranja. Parecía importante pero con un aire de perdida. Esa sola mezcla maravilló la noche. Nosotros, el amigo y yo, a su lado, únicamente parecíamos cuervos, tratando de estar a la altura de su encanto natural. A veces escribir no basta. La belleza dista mucho de las palabras para expresarse. Ella se llevó un brazalete del amigo, en una especie de irrisorio pacto de confianza, que ella tomó con humor, adorablemente, y de parte mía una colección de poesía de Gabriela Mistral a propósito de los 70 años del Nobel. Dijo que le gustaba más Gabriela que Pablo. No dio otra razón que la poesía misma. Acaso por eso mismo su mayor elegancia. La sigo recordando como la chica del poema de Robert Frost. Pareciera que hubiese sido invitada para iluminar otro poco nuestras almas despechadas, miserables, mendicantes de afecto, con algo de frescura intelectual y belleza de joyería. Para volver regocijado a otra noche de soledad, con una sonrisa clavada contra el anochecer. La figura de su abuelo, una anécdota mística, ya casi aparece como otro astro lejano, otro ídolo en la sagrada lista de los célebres, otro nombre rimbombante en medio de la oscuridad de Valparaíso. Imponente por demasiado esotérico. Ella, su nieta, en cambio, con una apariencia inocente que mata, no daba otra excusa que la poesía misma para su presencia. Quizá, cuando todo acabe, al fin y al cabo no reste otra excusa que esa.

jueves, 17 de diciembre de 2015

En un lapso de menos de dos semanas, dos chicas que hace poco conocí me han preguntado casi de manera sincronizada qué signo zodiacal era. Nunca he sabido a ciencia cierta de qué influye realmente si se es géminis. Quizá algún indicador, alguna evocación, algún rasgo relacionado con la constelación, no algo del todo determinante, un esbozo de una cierta idea sobre cómo se es. No por descreer de buenas a primeras hay que desatender la importancia que tiene, para ellas, como una excusa para pasar a otros temas. Ahora mismo en la tele unas periodistas hablando de energías y chacras, de cómo influyen esas cosas en las relaciones amorosas, de cómo una pieza puede quedar cargada de mala vibra, incluso de cómo una pelea, una discusión fuerte afectaría al sistema eléctrico y al material de la casa. Llevando al extremo la superstición, buscándole la quinta pata al gato a rollos eminentemente sentimentales. Cómo no amar esa creencia metafísica en el alineamiento de las constelaciones y su influencia sobre uno solo porque ellas lo creen así. La postura escéptica no sería suficientemente sagaz si solo se dedicara a descartar esas pequeñas creencias, quizá científicamente falsas pero estéticamente bellas, atractivas, porque sí, sin seguirle el juego para que algo pase realmente.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Sobre ser amigo

Jorge Teillier hablaba en un tono intimista sobre la importancia de la amistad. Quizá no haya mejor definición que la de la amistad como un culto, y la del silencio como un arte, el arte de la confianza. Cuando uno se encuentra solo es ineludible analizar el alcance de nuestra presencia en el mundo. Ese mundo que es en concreto nuestro propio y personal tejido de relaciones. Todo lo que excede a ese tejido sería todavía la sombra de lo desconocido. Un autor muy certeramente decía: "La patria son mis amigos". Más vale que aquellos por conocer se abran ante nosotros amistosamente, o, en su defecto, con animadversión, porque de esa manera podremos saber si ese alguien es digno de nuestra confianza o de nuestro desprecio en igual medida. Intentar determinar cual sería la forma más auténtica de referirnos a la amistad, posiblemente no quede otra que hablar de los amigos individuales (con todas sus tallas internas y confidencias) en lugar del concepto ambicioso de amistad, de la misma manera que despreciamos el concepto de humanidad en nombre de lo que son nuestros. ¿Cuál definición podría ser más auténtica y certera, sin caer en el lugar común? Y otra cosa ¿Cuándo se llega a ser verdaderamente amigo de alguien? ¿Solo en un roce de simpatía? ¿De intereses comunes? ¿De mundos compartidos? ¿De experiencias atesoradas celosamente en secreto? O como esta red social lo permite ¿En una pura operación virtual donde se supone que se agrega a alguien y una vez que se logra una conversación más o menos confiable e íntima se logra escalar ciertos niveles de amistad determinados como en una prestidigitación emocional? No caben allí demasiadas explicaciones. Cada cual la sabe en la medida que lo necesita. De lo contrario no tendría que tomarse la molestia de escribirlo y hacer patente la inquietud. Simplemente no lo hace y solo vive a sus amigos. El amigo como alguna clase de testigo, de familia clandestina quizá, como aquel que idealmente apaña todos los aspectos, luminosos y oscuros, de la personalidad. Hace un tiempo pensé que tal vez la medida de todo el afecto posible vendría dado por la miseria que se es capaz de reconocer y, de todas formas, soportar. El amigo como aquel con quien se puede incluso "vacilar la miseria" sin desconocerse el uno al otro. Esa había sido quizá una forma extraña pero espontánea de definirlo. Porque la imagen del otro, amigo o enemigo, se queda a vivir en el interior como un huésped, a veces indeseable, a veces necesario. Todos los nombres de la amistad le pertenecen, ya que según Milán Kundera: "...esta es la verdadera y única razón de ser de la amistad: ofrecer un espejo en el que el otro pueda contemplar su propia imagen".

lunes, 14 de diciembre de 2015

El sueño del Dj



Un chico del colegio donde trabajo me mostró entusiasta unas mezclas de música que él mismo había creado desde su celular Samsung. Alrededor de 500 pistas que me presenta orgulloso. Dice ser Dj, como su primo en la discoteca Mancora de Viña. Un par de temas que tocó eran solo pistas conocidas con efectos, cortes y remix, pistas que ya en otras discos había escuchado, repetidas hasta el hartazgo. Para el chico la creación digital de la pista remix era su propia forma de interpretar un tema musical, incluso de (re)componerlo. Lo que no puede producir materialmente, desde la indumentaria física de la música, no solamente la máquina, lo lleva a cabo en la aplicación virtual de su teléfono. Es a su modo su propio sueño tecnológico, simulando ser un artista latente del remix. 

Conozco de cerca a más de algún dj nacional que da la vuelta al mundo por su impronta, la selección, calidad y mezcla de las pistas. Hace dos sábados asistí a la fiesta de Dj Alejandro Paz en Muelle Barón. Era una especie de fiesta privada en el deck. Los que asistían eran en su mayoría conocidos del dj, tipas y tipos que tenían el perfil de hijito de papá de Viña del Mar o de Reñaca. El ambiente generado por la música del dj era una especie de trance electrónico. Sobre el ritmo redundante de la tabla de mezclas el dj agregaba voces y fraseos con versos propios y a ratos con extractos de canciones. Similar a lo que hacían Electrodomésticos solo que sin demasiada experimentación ni tampoco con la influencia rockera. Las chicas vacilaban la onda de una manera demasiado particular. Cada quien parecía poseído. Lo que corría harto durante esa noche era el éxtasis. Los que estaban bajo esa influencia se movían de tal forma que parecían hipnotizados por acción del dj y su prestidigitación. Las chicas estaban tan eufóricas que incluso no atendían mucho a lo que ocurría a su alrededor. A los mismos tipos tampoco se les veía en plan de ligar, excepto alguna que otra pareja, aunque en el fondo sí lo estaban, esperando que en la euforia del momento se prestase la oportunidad. Una chica que conocí de manera imprevista antes del show me dijo una vez terminado que el ambiente y la música eran como si todos estuviesen “en su volá”. El dj de esa forma me parecía más un titiritero que un compositor, un manipulador más que un creador. 

Gracias a la vanguardia musical, desde el futurismo hasta la música electrónica de los cincuenta, cualquiera con el dispositivo adecuado puede soñar su propia forma de ser músico, el ruido ha cobrado legitimidad, la idea de música concreta ha invadido el imaginario, los sonidos naturales vuelven a ser reproducidos, el dj los rescata, como en un gesto dadaísta, pero también si se quiere capitalista, interviene generando efectos de sonido reciclados. La premisa de la música electrónica, con John Cage, era deconstruir el espectro sonoro, desmontar el oído, la propia forma con la que se escucha música, con la que la música llega a ser lo que es. El dj al parecer aspira a ser un bufón del disco, un simulador, una parodia del genio creador, tomando un poco de una cosa y de otra, llevando a la mezcla y de ese modo crear su propio frankestein musical. La premisa del dj parece ser desmaterializar la música, destronar al genio, hacer de las musas unas bailarinas extáticas de fin de semana, hacer un remix de todo y de todas las cosas. Volviendo al chico dj, me decía: “profe, y usted ¿qué música le gusta?-. Le dije, sin nada más que agregar: “el rock”. Él dijo algo genial: “-¿qué temas? A ver si puedo hacer también una mezcla de rock-“. Contrario a lo que se pensaría, no dijo que no le gustaba, sino que haría una mezcla de ese estilo un tanto viejo pero vigente. De hecho, me ha tocado escuchar en las discos los hits “Smells like teen spirit” y “Welcome to the jungle”, remixeados, como extirpados de su crudeza inicial para calzar en un ambiente más festivo. Antes le hubiese considerado una herejía al espíritu del rock, pero al ver cómo las chicas vacilaban las pistas con tanta pasión sentía el calor sarcástico de la fiesta posmoderna. El dj, entonces, más que el rey es de verdad el bufón de la fiesta, una especie de contragenio. Se pasea por los estilos como si fuesen groupies que puede tocar y mezclar una y otra vez sin hacerlas acabar del todo. El deseo del dj no es representar un sentimiento colectivo sino que montarlo todo de tal forma que evoque emociones de segunda mano, recicladas, pierde la autenticidad de lo que se crea con espíritu, con sangre, pero realiza en cambio una orgía de sonido, hace del mundo una orgía de sonido, todo en función de pasar un buen rato, de inaugurar el nuevo rito dionisiaco de las hormonas desatadas, del verano electrónico donde todos se revuelven con todos, y una vez terminada la fiesta, vuelven con esa sensación a su realidad de siempre, felices por una noche, insomnes para siempre. Hay remix para todos, parece decir el dj, pero la mezcla de los estilos determina el público, el llamado “corte” de gente que lo vacila y legitima. 

El chico del colegio venía de Viña, su mezcla era más bien techno, electrónica y house. El reggaetón, por su parte, ya ha llegado a ser un fenómeno inconciente. Un estilo tan chabacano como ineludible. El rock, sin embargo, sobrevive como una impostura, con una cara masiva pero a la vez subterránea, luz y sombra. Algo que paradójicamente catapultó la fiesta de la juventud en los 50 acabó como un fenómeno de masas que posee además su contraparte excéntrica, de culto. El rock aunque su sonido participe de la astucia del dj se escapa a definiciones y mezclas, a riesgo de agotar su identidad y su fórmula. Morrisey ya decía en Panic: “Cuelguen al bendito dj, porque la música que pone constantemente no me dice nada respecto de mi vida”. Después de tantas salidas, de tanto ajetreo en que se busca revolver las hormonas y además escapar de la rutina y en cierto modo de la realidad, quizá sea hora de darle una oportunidad a esa insignificancia. Quizá a la larga la obra del dj (si es que puede tener alguna) sea prender el ambiente para el espacio en que no se va precisamente a cambiar el mundo, sino que a simplemente disfrutar de su inútil y gloriosa mezcolanza. La figura del tal dj en el fondo nos dice que el mundo no es otra cosa que una pista de baile, y nuestras vidas pueden llegar a ser el remix que se repite para regocijo de las próximas generaciones. Algo así era el sueño del chico de las 500 pistas, aunque nunca con esa clase de divagaciones. Viajaría a Suecia con su familia ya entrado el verano, para así, según él, comenzar a hacer carrera con su milagrosa música virtual. Mientras tanto, desenredo los audífonos para ambientar otro viaje de regreso a casa, y hago la mímica de tocar algo soñando nuevamente el sueño del éxito.

domingo, 13 de diciembre de 2015


Hay muchas cosas que hacen que nada suceda, entre ellas la poesía según Auden, entre ellas, una confesión ociosa y solitaria durante un día domingo...

sábado, 12 de diciembre de 2015

El borde del vestido

William Carlos Williams tomó la idea de un filósofo que admiraba mucho, Otto Weininger, que con la suficiente voluntad cualquier puede alcanzar la genialidad en el ámbito que sea, incluso si eso implica en cierto modo sacrificar el orgullo por cansancio e insistencia. El poeta confesaba que lo único que le impedía alcanzar la tan anhelada genialidad era su debilidad por las mujeres. Unos versos suyos dan cuenta de ese conflicto, ese amor/odio propio de los que ven la vida desde la excentricidad: "«Levántense los bordes del vestido, señoras, porque vamos a cruzar el infierno». Quizá esa debilidad sea precisamente su fortaleza, su obra personal, ese supuesto miedo ante el deseo, esa voluntad que rasga el velo sea la clave para una mirada verdaderamente poética. -Levantar el borde del vestido de la poesía para cruzar el infierno del amor-.

viernes, 11 de diciembre de 2015

El Terremoto de Chile



Heinrichn Von Kleist, novelista romántico alemán, escribió a principios del siglo XIX un cuento llamado "El Terremoto de Chile", haciendo referencia al terremoto ocurrido en Santiago en el año 1647. Básicamente el argumento versa sobre una historia de amor prohibida entre una joven de la burguesía y un sirviente suyo, quienes al ser condenados una al convento y el otro a prisión, son luego liberados oportunamente a causa de las fuerzas naturales. Tras el desastre, ocurre una situación inesperada: el público que estaría expectante a la ejecución de pronto adopta una postura compasiva, como si el horror al desastre hubiese despertado en ellos una sensibilidad dormida, o simplemente el miedo o el letargo ante la inmensidad de la naturaleza. Von Kleist señala en el cuento que más que un deux ex machina el terremoto no representa una redención moral sino que actúa más bien como una fuerza primigenia sin sentido que al chocar contra el mundo de los hombres desarma el orden social, generando dilemas existenciales.

Como buen romántico que era Von Kleist comienza a intuir que el amor puede sobrevivir pese a la catástrofe y que el mal y el bien intercambian sus papeles en una sacudida cósmica. No hay juicio sobre la bondad de la naturaleza o de dios ni tampoco sobre la maldad de los hombres impertérritos ante ese amor. Sin embargo, Von Kleist establece al final del cuento que los amantes son asesinados después de ser acusados de herejes en una misa posterior al desastre. Podría pensarse que el terremoto obró como una mano misericorde del destino, y que los creyentes fanáticos concluyeron aquello que el movimiento sísmico había frustrado: el castigo contra la inmoralidad de los amantes. Pero es más profundo que eso. Es eminentemente presentar la falta de control del hombre sobre el mundo. Y el azar que implica cada acción que intenta llevar a cabo con un fin superior. El terremoto no es metafísico, no es tanto un destino como una circunstancia, fatal para algunos, bienaventurada para otros. 

 Si se releyera este cuento ahora mismo en Chile con su fama de país sísmico y de capital del desastre, se pasaría por alto la lectura romántica, importaría ante todo el restablecimiento del orden social del sistema, más que la pura subjetividad que zozobra ante los hechos. Si fuese leída desde esa perspectiva se convertiría en un manual en clave literaria sobre qué hacer o no ante semejante catástrofe. Es porque se tienen medidas para evitar y prevenir todo tipo de riesgos, pero no se aprecia una “cultura sísmica”, una cultura del desastre, no se vivencia el desastre como propio, la gente se ve enajenada de él, desprovista. Los de arriba simplemente la utilizan como el chivo expiatorio para el poder, para el servilismo disfrazado de servicio público. Si viviera Von Kleist y escuchara hablar sobre el terremoto del 2010 más le valdría que todo se fuese a la mierda de una sola vez, para confirmar que, de acuerdo a la máxima de Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre, pero que solo algunos tienen el olfato para anticiparse a la jugada y hablar sobre el desastre con tono pontificador, sin vivirlo de cerca, y sin ser ellos mismos el desastre encarnado.

martes, 8 de diciembre de 2015

La profesora de inglés


El día sábado tarde en la noche recuerdo haber visto una película sobre una profesora de literatura inglesa (en el papel de Julianne Moore) que enseñaba teatro clásico. Un ex alumno suyo escribió una obra trágica que acabó por encantar a la profesora. La obra tenía algo así como una influencia hamletiana por el dilema existencial ofrecido. Representaba en el fondo la propia vida de la profesora, respetada en el instituto pero profundamente insatisfecha por dentro, soltera a sus casi cincuenta, sin otra expectativa que su propio trabajo docente y su afición por la literatura. Cuando ella leyó el libreto movió cielo, mar y tierra para llevarla al escenario en la propia escuela. El joven Shakespeare, con nuevos bríos luego de su fracaso en Nueva York, aprueba el entusiasmo de su admiradora y antigua maestra. Ella siente que su rutina comienza a tomar un camino imprevisto. Lo que ella simplemente veía como una escapatoria ficticia, se hacía carne. Impulsada por el deseo, en un momento de euforia e inspiración, ocurre algo previsible: tienen sexo durante el ensayo. Eso genera conflicto. Ella trata de imponer profesionalismo, pero no puede evitar sentir algo por la joven promesa. El tipo, aprovechando las circunstancias, se mete a la mala con una de sus compañeras de actuación. Entonces, una vez que la profesora se entera, despide a la actriz sin pensarlo demasiado. El chico del teatro le recrimina haberlo hecho. Más tarde, todo el colegio se da cuenta del secreto de la profesora, gracias a la actriz despechada. Lo que la maestra buscaba era lo que una mujer idealista desearía. Ella, como una nueva Madame Bovary, veía en el chico dramaturgo una puerta entre su ambición reprimida y su realidad solitaria. Pese al malentendido entre la profesora y su ex alumno por una debilidad del corazón, buscaría no dejar inconclusa la representación de la tragedia escolar. Sin quererlo ellos crean otro drama paralelo. Porque incluso sin proponérselo cada quien representa un papel incógnito en la teleserie de su vida. Toca descubrirlo sin importas las consecuencias. Aunque en el camino se rasguen telones y se quiebren máscaras. El joven Shakespeare entonces escribe a solas en su facebook una cita de Jack Kerouac: "No tengo nada que ofrecer excepto mi propia confusión". Porque pareciera que todas las emociones ya están ahí, antiguas, más gastadas que el oro, pero cada quien las ensaya a su manera, dejando ver la confusión de la que son parte.

domingo, 6 de diciembre de 2015


Lo que sentimos en el corazón con la muerte de nuestros ídolos de juventud no es literalmente su muerte física, sino que el término de una etapa, como hubiese dicho Nietzsche, la imposibilidad de retornar eternamente a esa realidad, el hecho de haberla dejado sepultada para siempre en el recuerdo.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Fracasa mejor

Me ha interesado investigar sobre las frases de ciertos escritores que fuera de contexto pareciesen únicamente palabras de aliento pero que en su origen tienen otro sentido, quizá el auténtico, quizá el más conveniente. La frase: "Fracasa otra vez. Fracasa mejor" de Beckett está sacada de una de sus últimas novelas: "Rumbo a peor". Vila Matas destacaba esa urgencia por nombrar lo innombrable, por seguir adelante a pesar de no querer reconocer que hay un adelante, "ganar tiempo que perder" diría Beckett, es decir, simplemente el entusiasmo de corroborar el absurdo como algo vital. No es una mera frase que te ayude a ser perseverante por el hecho de seguir intentándolo, ni tampoco una manera solapada de señalar que el fracaso es algo imperativo por la falta de sentido. Quizá con "fracasar mejor" Beckett se refería a la constatación del sarcasmo de la existencia, a aquello que por no poder decirse ni realizarse simplemente es inagotable. Conseguir realmente lo que se desea es ponerse límites. No hay plenitud que pueda parecer todavía demasiado plena. No se fracasa del todo, mientras se pueda seguir fracasando, una y otra vez. En esa idea necia, insistente, se sigue viviendo, mientras la vida continua riendo a carcajadas. 


Se escribe, francamente, para recobrar la dignidad perdida en el matadero de la realidad....

viernes, 4 de diciembre de 2015

A propósito de la partida de Scott Weiland


El espíritu de los noventa, en el fondo, morir pronto, rechazar el éxito, o en última instancia, resistirlo, sufrirlo, como una cruz. Eso es lo que suele enseñar el rock durante la escuela. Lo extraño es que la enseñanza del rock se sigue hasta mucho después, porque se sigue escuchando esa música a escondidas como desahogo después de acabar con la rutina. La música como un escape, como un simulacro de libertad. Se iba al colegio supuestamente a aprender, y ahora, a enseñar, pero en el fondo lo primero que deseamos es sintonizar nuestra música favorita, para ensayar a nuestra propia manera el ritmo de la muerte.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Sobre "The social network" de David Fincher



Hace poco leo la noticia sobre el supuesto origen de Facebook. Según la película de David Fincher, The social network, la página fue creada por Mark Zuckerberg de acuerdo a un argumento digno de telenovela, en este sentido, la pericia informática en función de un mero problema sentimental, la creación de una página web para calificar el atractivo de las compañeras de universidad (de ahí una posible y remota explicación para los "me gusta"), a modo de venganza después de que la novia de Zuckerberg, Erica, terminara con su relación. Luego, la idea que surgió como una simple calentura la compartiría con sus compañeros de Harvard para así crear un sistema que permitiría compartir la información de las personas sin (idealmente) invadir su privacidad. Siempre es necesaria una mitología, un relato de ficción, por tópico que parezca, para encumbrar un proyecto, sea el que sea. La realidad siempre va un paso más adelante. Conviene la existencia de una lectura más amable y catártica sobre el origen de una página web poderosa, así como también conviene que se hable sobre el origen heroico y honorable de la democracia o de la patria, inclusive la mismísima política. Podría especularse lo peor, que Facebook es solo un invento de la CIA, que Zuckerberg no es más que un agente de inteligencia. Se puede decir lo mismo sobre la propia historia del país, que todo es una vil manipulación, que la brecha entre la verdad y la ficción es más reducida de lo que parece. Sin embargo, tanto el relato amable como el más crudo son necesarios para mantener las cosas como son. Otro tanto se decía de la Guerra de Troya, que de acuerdo a La Ilíada se originó eminentemente por un lío de faldas, por el rapto de Helena a causa de Paris, príncipe del ejército troyano. Los griegos más antiguos no distinguían entre el mito y la verdad. De acuerdo a su experiencia vital y su entendimiento mitológico, el rapto amoroso era un motivo de guerra, a pesar de los conflictos esencialmente territoriales, políticos. Quizá en un futuro la propia película de Fincher, su lectura ficcional sobre el origen del sitio (guardando las proporciones), sea vista como otro relato épico más, y la lectura más dura de la realidad, repleta de conspiración política y de intereses económicos, sea otra página más en la historia de ese gran mito moderno que es Facebook. Alvin Toffler acerta al decir que “el futuro ya pasó”, la verdadera ciencia ficción trata de lo que está pasando, de lo que ya pasó, de lo que todavía puede pasar. Una simple peripecia del pasado puede engendrar otra era, como también puede sepultarla. Estamos ahora en línea, hablando, pero eventualmente, cuando todo acabe, podemos dejar de estarlo. Y, sin embargo, pese a nosotros mismos, nuestro mito sobrevivirá.
Un amigo envía este clásico por correo con la siguiente frase, lógica, predecible pero siempre necesaria: "Los perdedores también pueden ganar": Me aliento a mi mismo a despertar, a seguirlo todo con la normalidad exigida, a continuar rodando la gran rueda, aun con el peso a cuestas de todo lo que pasó ayer, mucho antes, los recuerdos agradables y desafortunados debajo de la alfombra de la pieza, y también todo lo que todavía puede ocurrir y que solo existe como un deseo en ciernes, como algún hijo desconocido que no se sabe donde está o si en realidad es solo producto de la imaginación y la expectativa.

miércoles, 2 de diciembre de 2015


Demasiadas cosas dejadas atrás (desde pegas a amores latentes), o, por el contrario, demasiadas cosas aún por alcanzar (hacer lo que se quiere hacer o concretar lo que se siente). De todas formas el camino, el único, el inexorablemente propio, se bifurca entre ambas posibilidades....

martes, 1 de diciembre de 2015

You might surprise yourself


"You might surprise yourself", escucho esa frase por la ritoque como un mantra, solo adivinen el coro. Repetida así resulta un sarcasmo sobre tu condición, o una provocación a despertar.

jueves, 26 de noviembre de 2015

En el Club de los Corazones Solitarios

Anoche después del evento me aproximo a una chica, vestido negro, blanca, pinta de ochentera, rasgos medio franceses. Estaba lleno. Parecía disfrutar del ambiente y de todos esos grupos alrededor que juegan a ser alegres. Algo llama su atención. Un video de surf repitiéndose una y otra vez como un mantra, mientras de fondo cambiaban los temas, luego del show y después de él, cuando todos dispersos formaban una especie de clan al fondo, entre brindis, risas y secretos. A su lado, le pregunto si alcanzó a escuchar el número musical para el micrófono abierto. No quería sonar demasiado predecible. Me dijo que sí aunque se escuchó poco, pero le gustó en cambio la emoción, la emoción del momento. De vuelta ella pregunta: "y tú qué haces por la vida". Siempre me ha intrigado esa pregunta, a pesar de lo práctica e incluso burda que pueda sonar, (menos en sus labios). Le dije que por ahora solo disfrutar de esto, mañana veremos. Ella comienza a reír como queriendo simpatizar, en sintonía con ese momento, y además, como intuyendo que todos a su alrededor no advierten el desface entre la música y el video. Ese desface tuvo sentido solo en ese momento de complicidad. Hermoso por imperfecto. Luego ella suelta una pregunta un tanto especial: "¿Y tú con quien andas? ¿o eres del Club de los Corazones Solitarios?". Yo solo atino a reír, con el simple y natural impulso de estar empatizando. Le digo que solo me interesa compartir, nada demasiado serio. Luego llega su amiga. Conversa un rato. Para cerrar el broche de oro, se besan. Hago el ademán de brindar. Ellas también. De pronto se sintió como una invitación o una sutil despedida. Como si yo hubiese sido otro desertor más, una especie de beatle perdido, en ese club subterráneo. Pensé que el Club de los Corazones solitarios debería ser el más repleto del mundo. Me dije a mi mismo si acaso estábamos formando parte de un videoclip secreto, clandestino, hecho a nuestras espaldas. A ratos la vida, por romántica, y también por irónica, tiene mucho de eso.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

El poeta y artista visual palestino Ashraf Fayad ha sido condenado a muerte por un tribunal de Arabia Saudita por considerar que sus versos incitan al ateísmo. Algo similar recuerdo ocurrió con el escritor indio Salman Rushdie, que al publicar su novela Los versos satánicos en el año 1988 provocó una feroz controversia, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, al considerarse que su narrativa iba en contra de la figura de Mahoma. Cayó sobre él la llamada Fatua, un procedimiento legal del Islam que permite acusar a alguien de herejía con todo el peso de la ley. Una nueva inquisición del pensamiento está más viva que nunca. Y no solo es un problema eminentemente religioso. Sin ir más lejos, tomemos como ejemplo el macarthismo con su caza de brujas a artistas de la talla de Bertol Brecht o el mismísimo Charles Chaplin, solo por presunta afiliación al comunismo en el contexto de la Guerra Fría. Sin ánimo de proselitismo, la literatura siempre considerada la barricada contra el orden moral, indistintamente venga esta de occidente, oriente o desde el tercer mundo. Se escribe fuera de la ley, siempre, decía Bolaño. Hay quienes se toman la premisa de manera literal. Porque pareciera que solo coqueteando con los extremos se puede revitalizar algo que se creía establecido, muerto por acomodaticio. Esto es, el poder de imaginar, de pensar más allá del límite de lo prohibido, sin ninguna clase de asco (o verguenza moralizante) tan diferente a la superstición, al mero dogmatismo mental, aun cuando cada cabeza pensante ya tenga un precio en el futuro.

martes, 24 de noviembre de 2015

Sobre cómo soy amigable y democrático

Tener unos pocos amigos con los cuales se habla cuestiones efímeras; con los que se habla sobre sexo, política, literatura, cine, con un aire de snob universitario pero empobrecido, solo para pertenecer a alguna especie de grupo que va a la vanguardia y a la vez gruñe sobre la revolución a escondidas; otros con los que solo se pasa el tiempo maldiciendo el futuro, o, por el contrario, soñándolo entre mujeres y carrete, con los que se puede ser absolutamente idiota hasta el punto de la verguenza, y además, simular una adolescencia tardía; otros que son vivos haciendo contacto, desarrollando la vena social (cuestión en la que me declaro lego) para sacar utilidades y esencialmente buena pega, los que despiertan el lado más pragmático de la personalidad; algunas amigas, por otro lado, con las que se suele hablar asuntos más intimistas, personales, y sobre poesía, cultura en general, en un tono menos desatado, sin dejar de sonar auténtico, siempre guardando esa cuota de tensión; otro con el que incluso se puede tratar exclusivamente temas esotéricos y voladas relacionadas con el misticismo; y otros tantos que todavía existen en la imaginación, como una compañía ideal, o como rostros conocidos que aún esconden posibles aventuras y desventuras. Todo eso es mi idea personal sobre ser democrático.

lunes, 23 de noviembre de 2015

El otro día, tratando de invitar gente para una lectura poética, le dije a uno de los que estaba ahí si se animaba a leer o, en su defecto, solo asistir en calidad de espectador u oyente al evento. Me preguntó si había alguna invitación formal. Francamente solo contaba con la pura idea transmitida de forma oral, como se supone debía ser a pesar de los infinitos medios, cuando en el fondo, la razón verdadera era en ese instante la falta de tiempo y de dinero para una cuestión más producida. El sujeto, que para mi sorpresa también se hacía llamar poeta, replicó que exigía algo un poco más serio. Estaba en todo su derecho, a pesar de la bebida. Yo le respondí, sin embargo: "Los burócratas exigen correos, papeles. La gente mortal habla de boca a boca": Él dice casi enseguida: "Siempre tan etéreos, los que se dicen poetas": Después de eso se arma una breve discusión bizantina sobre si era realmente práctico o abstracto convocar solo de forma oral o mediante un recurso más formal como un mensaje o un flyer. Al fin y al cabo, el asunto acabó en nada. Si el compadre realmente deseaba ir, iría de todas formas. Si lo hubiese invitado de una u otra forma, en el fondo, daba lo mismo. Se discutía de forma algo absurda la consistencia del evento o mejor dicho la manera de traducir una cuestión pública a un asunto privado, individual. Quería su propia cuota de República inconciente. Como si por asistir hubiese que pagar alguna clase de tributo. Como si por el hecho de ser invitado se contara con alguna clase de título nobiliario, cuando alrededor a nadie le interesa. Consideraba simplemente una ofensa ser convocado sin una invitación. Su ego era tanto que, según él mismo, su presencia daba exactamente lo mismo y no cambiaría nada. Era tan importante que su inexistencia necesitaba justificarse. Por otro lado, el puro hecho de difundir el evento era algo tan crucial que lo mejor de todo era tener una excusa para hacer algo, fuese lo que fuese, aunque no hubiese garantías. La poesía, más prostituida que la palabra cambio, siempre la excusa para que cada cual se publicite a si mismo, de la manera que sea. Como si fuese una especie de secta, o por el contrario, una feria en la que cualquiera se pasea, con ánimo de ausentarse por pura tincada o de simplemente asistir a ver si pasa algo verdaderamente emocionante.

sábado, 21 de noviembre de 2015


La confesión de un alumno el otro día. Pidiéndome ayuda para escribirle una carta a una amada anónima. Decía: "No quiero escribir la mejor carta del mundo. Solo quiero que me lea y lo sepa". Esa confesión a pesar de sonar demasiado tópica o cliché, resulta algo inesperado entre tanta relación de protocolo, entre tanta mentira profesional, tanta hipocresía.Es la confesión del que no sabe mucho pero siente demasiado. Algo íntimo por auténtico. Todos hemos tenido alguna vez esa necesidad, esa ráfaga del interior que barre con el orgullo y nos dice que todavía hay un mundo allá afuera exigiendo de nosotros algo más que pura razón y utilidad. Aquello inexpresable pero que solo se sabe que está ahí, latiendo, algo más o menos así es el temprano sentimiento del amor. Debo ser honesto: Nunca he sido muy bueno en este tema. A lo sumo un par de aventuras, intensas pero intrascendentes. No tengo la experiencia suficiente para aconsejarlo correctamente. Solo el añadido moral de mi rol educativo, siempre superficial. Quizá lo único en que puedo ayudarle, aunque sea remotamente: la palabra. El único reducto de voluntad, que tampoco garantiza la satisfacción del deseo, pero que al fin y al cabo es lo único, precario por abundante, con lo que se cuenta a la hora de la verdad. Pienso inmediatamente en aquellas cartas entre Miller y Anais Nin, marcadas por cierta pasión erótica, o las de Kafka a Milena, con el estigma de la distancia y la incomprensión. Muy distintas pero llenas de una tinta, de un fluido similar, el fluido de lo inexpresable pero sensible. Uno no sabe lo que siente el joven frente tuyo, solo te ve como un referente, como alguien que se supone puede servirle más allá del mero plan curricular, también si se quiere como un aval de sus sentimientos. Verse reflejado en ese deseo sin efecto, en esa incapacidad de comunicarse a pesar de estar lleno de algo por expresar, es impagable, es toda la educación, a pesar de que quizá la amada no responda su carta, a pesar de que quizá ese hecho no le ayudará a formar un compromiso y tener cierta idea vaga del futuro. Solo por ese reflejo se vuelve a casa, sereno, (que no realizado) aunque todo lo referente al corazón suene todavía tan complejo.
Hace poco se habló de la visita de Bruce Dickinson a Chile por motivo de una charla sobre tecnología. El empresario y piloto comercial que antaño cantaba sobre el número de la bestia. El rock tiene mucho de eso, de ambición, de megalomanía pero también de impostura, de aniquilación. Unos toman el viejo camino dionisiaco, se revientan y dejan un bonito cadáver. Otros hacen de eso un imperio y una institución. Como sea, el sonido vibra igual de eléctrico. Solo espero que para la sesión de Heavy Metal de hoy mencionen a William Burroughs. Aparte del camino empresarial del rock, el camino psiconauta, el camino de la vanguardia...

miércoles, 18 de noviembre de 2015


Premisa: Descreer de los dioses no te hace automáticamente más inteligente ni razonable, así como ser un creyente no te hace inmediatamente más místico ni espiritual. Otra más: promulgar lo uno y lo otro tampoco es garantía de nada.

martes, 17 de noviembre de 2015

He ido aprendiendo por pura experiencia que todo tiende a la entropía. Lo recordé después de la mudanza. Una pieza que se deja estar simplemente vuelve al polvo. El orden es arbitrario. Completamente personal. Una cuestión puramente voluntaria. Una muleta para la vida. El viento que entra desordena los muebles. Los libros apilados se van carcomiendo si no se leen. La lluvia humedece el techo. Todo se hace mierda. Asimismo en las clases, si el curso queda solo, si los alumnos intuyen una mínima cuota de improvisación queda la cagada. Vuelven a su estado normal. De libertinaje. Como todo. De esa forma, un poco de acción es siempre necesaria, pero nunca suficiente. Al menor atisbo de descuido, el mundo conspirará para hacerte sentir chico, para contradecirte, para volverlo todo desorden. Ese desorden es a simple vista la ruina de los planes pero no es más que el movimiento natural de las cosas. Digo esto mientras le saco el sarro a la taza de café dejada anoche para volver a planificar, en la que una mosca permanecía muerta, como burlándose de esta palabrería, de este intento de controlarlo todo, de ponerle bozal al caos...

Vuelvo a ver Taxi Driver por TCM. Siempre se descubre algo nuevo, como ese taxi conocido que tomas donde mismo pero siempre con gente distinta, otra jodida historia única en cada viaje. Frase de la noche: "hay que hacer algo, no se sabe qué, pero algo de verdad".

domingo, 15 de noviembre de 2015


Esa tranquilidad de domingo, sospechosa, sarcástica... quiere terminar algo pero en su lugar te fuerza a comenzarlo....

sábado, 14 de noviembre de 2015


A propósito de París, Celine diría (En Viaje al fin de la noche): "El mundo no sabe más que matar. Cuando el mundo se vuelve te mata igual que un durmiente mata a las pulgas. Lo que sería morir bien tontamente, me digo, como todo el mundo, quiero decir. Tener confianza en los hombres equivale a dejarse matar un poco."

jueves, 12 de noviembre de 2015


A menudo con el tiempo los libros que una vez se prestaron sin retorno se parecen a amantes que casi no alcanzaste a disfrutar lo suficiente, y que por esas cosas del destino acabaron en manos de otro simplemente por exceso de arrogancia o de generosidad. Lo peor de todo, sin embargo, no es el hecho de haber sido engañado, sino la pérdida de la confianza en la palabra empeñada, y sobretodo, la incertidumbre sobre qué estará haciendo aquel otro con el antiguo objeto de tu posesión. Es ese "quizá" el que, sin duda, quita el sueño.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Tres tipos de clases

A lo largo del año, en base a una relativa experiencia previa y alguna cuota de despropósito, he podido distinguir tres tipos de clases. Primero, las llamadas anti clases, aquellas en las que se pierden los límites, donde no se sabe si el curso ha llevado al extremo el horizonte autodidacta o lisa y llanamente se ha perdido el control del timón. Están además las clases en blanco, donde los estudiantes apenas esbozan uno que otro gesto dominados por la desidia o por alguna clase de apatía sin causa evidente, a pesar de estar todos los elementos dispuestos para que suceda algo. Y, por último, las no clases, donde en estricto rigor no hay clase pese a la planificación previa, ya sea por inasistencia completa o por motivo de fuerza mayor. Cada una de estas clases se pueden definir en analogía con actos artísticos de vanguardia. Una anti clase, por ejemplo, puede compararse con alguna obra excesiva, hecha así a propósito para joder al público, y "escandalizar a la burguesía (o al profesorado)". La clase en blanco, la cual adquiere un tono más ceremonial pero en un sentido distinto, de falta de reverencia, de sentido, podría ser comparable a alguna obra existencialista, llena de asco y contemplación. Y la no clase, más cercana a la obra en ausencia, puede llegar a ser un ready made dadaísta o alguna de esas performances en las que el autor no hace nada y solo por el hecho de que él dice que allí hay algo lo hay. Sería la pura idea. La pura iniciativa. Y solo por el hecho de estar ahí el artista, suponiendo que el artista sea esta vez el profesor, y no necesariamente los estudiantes (ausentes de la clase). Algo más o menos así sucede cuando la pedagogía, como el arte en general, se desvía de la norma.

martes, 10 de noviembre de 2015


A propósito: ¿Qué hubiese dicho de las redes sociales Mc Luhan? Él escribió "el medio es el masaje" en los 60. El televisor era lo más revolucionario. Hoy la máquina virtual responde a otras necesidades. Cuando damos un like no estamos haciendo lo mismo que un zapping, aunque se trate solo de un movimiento de dedos. McLuhan se quedó atrás. Quizá William Gibson sea la respuesta...

lunes, 9 de noviembre de 2015

Sólo para fumadores


Ayer Hernán Rivera Letelier entrevistado en un canal de arte del cable, no recuerdo exactamente cuál, responde que uno de los libros que volvería a leer las veces que fuera necesario sería "Solo para fumadores" de Julio Ramón Ribeyro, precisamente porque no era una guía ni un manual para dejar de fumar, simplemente era una catarsis, la confesión cruda de un fumador empedernido. Decía así es como debe ser la literatura: una obsesión sobre una obsesión. Así, siguiendo la línea de Ribeyro, se podría escribir sobre casi cualquier cosa, obsesivamente, sin siquiera apelar a la odiosa moralidad.

El corazón en tus manos

Tarde anoche viendo uno de esos episodios de Mea Culpa. Era tenebrosa la atmósfera y la música. Sin embargo, los crímenes y los motivos parecían de lo más cotidiano. Quizá por eso mismo daban miedo. Se veía uno reflejado como si fuese de lo más miserable. El episodio de ayer: "El corazón en tus manos". Un tipo que luego de serle infiel a su esposa, comienza un romance con una cajera de supermercados. Arma todo un idilio, llegando a vivir una vida paralela. En su esfuerzo por hacer perdurar esa farsa amorosa gasta de los ahorros de su pareja y compra un departamento, roba un auto, se fuga a la playa, huye del compromiso como huyendo de la propia civilización, como a su vez huyendo de la obligación del amor. Pronto la cajera en su astucia lógica sospecha algo raro. Se aburre de la ambiguedad del tipo. Comienza a postergarlo. Sale con otro. La pareja del tipo se comunica con ella. Están de acuerdo en que el único equivocado de la historia es él. A su vez él mismo persigue a la cajera, celoso, confundido, y la liquida a vista y paciencia de todos. En calidad de comerciante, ella pedía algo que no podía darle: seguridad. A cambio de eso, el tipo mendiga una vida a través de la belleza de la amante. Le da la espalda al mundo. Su amor, o lo que él cree que es, resulta su coartada contra la realidad. 
En la entrevista de Carlos Pinto, después de todo, lo que resulta más increíble es la tranquilidad del tipo luego de su crimen, luego de sepultar un proyecto de vida auto impuesto. Lo razona todo con la frialdad de un analista. Se abstrae pero muy en el fondo sigue más inmerso que nunca. La razón no alcanza a romper ese hielo. La razón no es suficiente, pero es necesaria. Es simplemente la careta para disimular un vacío. Los pedazos de un corazón ahora en manos de la ley. El amor como víctima y victimario. El crimen como máximo espectáculo.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Porque sí


No hay para qué explicarle a nadie nada. Se escribe porque sí, porque la cama está demasiado helada, o precisamente para hallarse solo, porque el último remezón fue inesperado, o para hacer temblar, porque vivir nunca es suficiente, o para ensayar el próximo paso en falso, porque sí, solo porque sí...

jueves, 5 de noviembre de 2015


Mi madre decía, sobre el trabajo: "Sirve para templar el espíritu". Mi padre en la casa, temprano en la mañana, nos repetía en cambio: "Hay que mover las carnes". Entre tanto sacrificio, tanta responsabilidad, además de carne de cañón, se siente uno en un dilema metafísico.....

martes, 3 de noviembre de 2015

Leer y follar


Una vez un compañero de la u dijo respecto a la lectura en pdf: es como follar con condón, no se siente ese placer genuino de lo material, de tocar el objeto con las manos, de penetrar en cada textura, aroma y significante de la palabra. Pareciera que la pantalla te estuviese interrumpiendo, te protege de algo pero en su lugar te coarta. Hay que saberse contaminado por la lectura, por su implicancia física. De lo contrario, no se siente como algo real.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Cuando se indaga en la vida de los autores que con tanto ahínco leíamos y llegábamos a admirar como en una teoría del espejo, como retrato de nuestros anhelos más recónditos o, por el contrario, más que a nosotros mismos, estrechamos ese velo de distancia que nos hacía creer que existía por la sola razón de haberse hecho de un nombre. Nuestros autores queridos acaban siendo una especie de compadres de los cuales no teníamos noticia, compañeros que bajo la ley de las palabras aman nuestra miseria. Estoy pensando por ejemplo en el desatendido poeta Pezoa Veliz, del cual una vez escribí un ensayo a propósito del aniversario de su muerte, sobre su trascendencia para la antipoesía y su cualidad autodidacta a pesar de la adversidad que, en el fondo, desarrollaba porque no le quedaba otra, no por una ambición ni una pose contracultural. Por otro lado, está Rodrigo Lira, el poeta kamikaze, incomprendido hasta el fin, sarcástico pero a la vez triste, brillante y explosivo como un balazo a discreción. El poeta Pavese, otro herido, con sus continuas problemáticas sentimentales. Se decía además de la poetisa Sylvia Plath (según relata David Markson) que antes de acabar con su vida en el horno de la casa preparó la comida para los niños que dormían durante la noche. A lo que voy con esto es que no hay nada más contraproducente que enseñar la obra como algo completamente ajeno a la circunstancia vital de quien la interpreta. Se corta esa conexión honesta entre distintos ombligos, unidos mediante el poder de la interpelación textual. Un alumno en la escuela, iniciado recién en estos avatares, no puede hacer la separación abstracta, teórica, tajante entre literatura y vida. Lo que lee debe primero sentirlo como una jugada en el patio de la casa, como discurso de sobremesa un domingo familiar, o, en última instancia, como aquella parte de su imaginación que le está recordando que la realidad está allí, debajo de la cama, en la vista a la ventana vecina, en la oscuridad a la vuelta de la cuadra. Lee en cierta medida como un acto de reconocimiento o de abandono de si mismo. No puede simplemente abstraer a la primera porque, en cambio, necesita hacer ese algo palpable: la propia vida en la de otro, o la de aquel otro que se cree solamente inscrito y enseñado de manera disciplinar, en otra hoja, en otro pedazo de celulosa entregado a la fuerza porque sí, porque es por su bien, muy a pesar suyo. Un nombre en el papel no le restará mortalidad, no le restará sangre al hecho de que aquel que alguna vez habló detrás de esas líneas también tuvo todo el rumor del mundo a cuestas, pagando el alquiler, removiendo los escombros de un camino prestado, sobreviviendo a los embates de siempre, el dinero, los sueños, el amor, repetidos lo suficiente para no volverse superficiales, y no caer en la vergüenza de una falsa idolatría. La diferencia estriba en enseñar ese punto de quiebre: del papel como supuesta garantía de trascendencia y la vida del dedo que la desplaza, simplemente vivo, porque a la larga estudiar y leer no son imprescindibles, aunque eso signifique postergar el tiempo que va pasando. Lo que importa es descreer de los ídolos, señalar ese lazo que une al primer y último hombre, porque todo acaba, tarde o temprano, porque nunca nada es suficiente. Entonces resta el recuerdo de que se tuvo algo que decir o, simplemente, el deseo mudo, intransferible, de haber querido vivir alguna maldita vez.

sábado, 31 de octubre de 2015


Me entero que uno de los principales colaboradores de la Feria del Libro de Santiago es la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, empresa implicada en la famosa colusión del papel higiénico. Es inevitable la relación entre lo escatológico y lo literario. Entre el llamado acto cultural y el acto de remover la mierda del mundo.

El disfraz

El disfraz más aterrador, más irrisorio, más rentable: el de ser humano...

viernes, 30 de octubre de 2015


Los dichos entusiastas en la micro me hablan del orgullo de trabajar aunque todo se venga abajo. En cambio, sus rostros impávidos piden a gritos una compensación. No se sabe exactamente de qué tipo. Las palabras mienten. El cuerpo no.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Playboy

Hace poco se anunció que la revista Playboy, luego de más de sesenta años de exhibir cuerpos femeninos y propiciar la revolución sexual de los cincuenta y sesenta en adelante, dejará de publicar desnudos completos. Como todos los imperios, tuvo su gloria hasta que cayó en decadencia. La antigua revolución vuelve a su ruina. La imagen virtual va tomando su lugar. Luego, el imperio del sexo en tres dimensiones: la pornografía. Mientras que, por otro lado, el erotismo de la ficción, de la palabra erótica, sigue su senda subterránea, invicta.

martes, 27 de octubre de 2015

Tiqqun

Leyendo algo sobre Tiqqun, aquel colectivo libertario francés que al parecer se ha vuelto una moda de la vanguardia revolucionaria, me encuentro con algunos pasajes reveladores, no tanto por el planteamiento de un plan de acción, como de una reflexión sobre su sentido: 
"¿Qué hacer? La respuesta es simple: someterse una vez más a la lógica de la movilización, a la temporalidad de la emergencia. Bajo pretexto de rebelión. Plantear fines, palabras. Tender hacia su cumplimiento. Hacia el cumplimiento de las palabras. Mientras tanto, dejar la existencia para más tarde. Ponerse entre paréntesis. Alojarse en la excepción de sí. A distancia del tiempo. Que pase. Que no pase. Que se pare. Hasta… Hasta el próximo Fin. 
¿Qué hacer? Dicho de otra manera: vivir es inútil. Todo lo que no has vivido, la Historia te lo devolverá.
¿Qué hacer? Es el olvido de sí que se proyecta sobre el mundo.
Como olvido del mundo"
"Ponerse a si mismo entre paréntesis". De acuerdo a esa lógica, al someterse a las exigencias de la sociedad, el único postergado sería cada uno en cuanto individuo. La historia, en el fondo, pone a sus muertos entre paréntesis. El colectivo pareciera apuntar a la tensión clásica entre lo público y lo privado. Dicen expresamente: "combatir la transparencia". Por eso optan por el anonimato y la oscuridad. En un mundo donde se sobrevalora la exposición y el exceso de información, proponen moverse de acuerdo a códigos secretos, hacia algún concepto perdido de comunidad. Extrañamente se siente que por el simple hecho de leer estos fragmentos se está haciendo alguna clase de micropolítica. Una suerte de conciencia que por muy reducida que sea está moviendo algo, alguna especie de poder inclasificable que genera resistencia contra algo que tampoco se sabe a ciencia cierta qué es. Por eso se llega a pensar que por el solo hecho de estar haciendo cualquier cosa, por anodina o cotidiana que sea, se está realizando política, y por ende, se está generando un cambio. Es un comienzo, dicen algunos. Otros hablan de aquel "bichito" que puede transmitirse de boca en boca, como metáfora de ideología o de conciencia, solo que se trata de un bicho que conspira desde adentro, sin garantía de nada, solo la certeza de que existe, de que puede llegar a moverse, y trascender la mera epidermis del yo. Entonces, mientras ese bichito, de manera férrea, persistente, continúa su conspiración y juega a cambiarlo todo, es preciso no postergarse demasiado a si mismo. Eliminar el paréntesis que pesa sobre cada uno, quizá sin otra política que la propia subjetividad.
Un amigo antaño decía: “si lo que escribes no te ayudará a ligar chicas, entonces ¿para qué lo haces?”. La escritura, de la forma que sea, entendida como una mera extensión del deseo sexual, como una sublimación o postergación. El típico deseo gravitante del hombre de todas las épocas. La condición sine qua non del macho, aunque este solo se pusiese a escribir. Otro amigo dijo, más en broma que en serio: "ellas siempre prefieren al que se destaca, al que cumple con su prototipo. Incluso si se trata de marcar más puntos jugando a las bolitas". La competencia encarnizada de la especie por perpetuarla y por saberse mejor y grande, mediante la excusa de las palabras y su capacidad imaginativa, ficticia. Una gran división entre los autores de acuerdo a su relación con las mujeres. No todos saben la importancia de este aparentemente simple hecho, y tampoco, no todos los grandes escribieron con ese propósito de manera explícita. Es porque el escribir en sí puede que sea solo una cualidad entre otras, una raya para la suma, o bien, el plus definitivo. 

En el fondo, lo que quería decir aquel amigo era que hay cierta actitud, por muy fracasada o excéntrica que parezca, en el crearse una estampa de escribiente, que bien podría ser aprovechada con el propósito de requerir los favores del sexo opuesto. El para qué de escribir siempre confuso, pero esa incertidumbre ofrece cierta imagen de misterio. El misterio siempre seductor, siempre subliminal. Todo, al fin y al cabo, recae en el estilo, según dicen. Sin el estilo, o su intuición, o su búsqueda remota, se está perdido. No puedes asegurar que lo que escribas le guste a nadie, en este caso a una chica, al menos que seas un maestro de la especulación lectora (o seductora), pero tu actitud puede que haga toda la diferencia. O quizá, pese a convertirse la escritura en una especie de darwinismo de la seducción, no haya fórmula realmente efectiva, y ellas solo quieran de acuerdo a criterios demasiado subjetivos y específicos, sobre todo, volátiles. 

Imaginar una realidad en que el deseo se desvíe del plan social y natural para siempre, en que no todo sea ganancia y lucha genética, en que ellas amen más a los perdedores, pero no al perdedor absoluto: al poeta, al que escribe para si mismo, pero, por eso, también para otra, en su ausencia, por muy irreal que sea, o por demasiado verdadera e inalcanzable.

lunes, 26 de octubre de 2015


Rimbaud a los 20 ya había escrito toda su obra. Ian Curtis con 23 años ya había triunfado con Joy Division. Y luego muerto. El club de los 27 alcanzó la cumbre y se suicidó. Se presume que David tenía 18 cuando mató a Goliat. Ni hablar de Jesucristo. Hoy la gente parece vivir más tiempo, pero por eso se posterga más a si misma. Cerca de los 30 con unas cuantas victorias morales, un título en mano y un trabajo, sobreviviendo, todavía proyectándose, proyectándolo todo.


A menudo, la palabra mundo hastía. O no basta, para expresar lo que se siente. Aburre ante tanta sobre exposición. O queda pequeña por lo manoseada y redundante.

viernes, 23 de octubre de 2015

Sergio Meier



El escritor de culto Sergio Meier Frei. Recuerdo haber leído su Segunda Enciclopedia de Tlon en la U y me voló la cabeza. Luego busqué más atrás en el tiempo y di con El color de la amatista, novela más en clave lovecraftiana y ocultista, si se quiere. Extrañamente, era el segundo que la había pedido en la biblioteca desde el año 1987. Algo similar pasa con Meier, uno de los pocos escritores de ciencia ficción que todavía prometían un universo de posibilidades, desde la entrañable Quillota. Al final los grandes, los grandes y anónimos, están llamados a ser descubiertos por unos pocos, en una solapa de biblioteca o en una casualidad cósmica, para proyectar un legado subterráneo pero a la vez universal...

No creo tanto

Hoy día un colega: "No creo tanto en Dios". ¿Es posible no creer tanto? Dilema epistemológico, metafísico o simplemente de convicción, o, en última instancia, de conveniencia. Rezar por la mañana frente a tus jefes no necesariamente te hace devoto. Pasar por la iglesia indiferente no necesariamente te hace un completo ateo. Todo o nada. ¿Será en el caso del amor lo mismo? Puedo no amar tanto o no odiar tanto. El adverbio te plantea un callejón de salida. ¿Creo o no creo? ¿Amo o no amo? En el fondo, más que una cuestión semántica, es una cuestión de fuerza.

Batman el caballero de la noche asciende en Tvn. Bane el anarquista frente a Batman el héroe misterioso. Uno adoptó la oscuridad. El otro nació en ella. Uno de los puntos fuertes de la entrega, con el clásico toque Nolan, quizá sea eso: el deseo de revolución que acaba en la destrucción del orden establecido frente a la protección de la sociedad de acuerdo a una ética oscura. A los ojos de Bane, el villano es el poder corrupto y la estructura económica de Gótica. A los ojos de Batman, el villano es todo aquel que atente contra la moral de la ciudad que le permite seguir existiendo. En el fondo su moral es el disfraz para esconder la caverna interior, el deseo de venganza contra aquello que le arrebató su anterior vida, su identidad.

martes, 20 de octubre de 2015

La escritura de blog, flexible, sin un plan determinado, sin otra ambición que si misma, escribiendo solo por el placer o la necesidad de hacerlo, sin mapa, como una amante cualquiera... (Lo que no quita que el proyecto de libro siga existiendo campante como si se tratase del mismísimo matrimonio)



"Es de uso frecuente el adjetivo kafkiano para referirse a situaciones como las descritas en la novela. ¿Cómo lo definirías de acuerdo a tu lectura? Describe además una escena o situación del libro que pueda calificarse con este adjetivo:

Respuesta: Darwinismo social".

En la revisión de la prueba me di cuenta que ese alumno respondió eso, y argumentó que al principio Gregorio era el fuerte, el que trabajaba para pagar la deuda de la casa, pero después se convirtió en el débil ya que su familia no lo quería en su estado de bicho. Increíble su respuesta. De hecho sin teoría ni bagaje, por una pura lectura intuitiva, abrió sin quererlo una nueva posibilidad interpretativa: la relación entre lo kafkiano y el darwinismo. Una razón económica. Una razón evolutiva. Una razón literaria.

lunes, 19 de octubre de 2015


Ese fenómeno extraño que solo lo otorga la virtualidad, el vértigo de ver cómo tu lista de contactos (o debería decir, vida social) se reduce un poco cada día (un amigo o amiga fantasma que se resta) de manera abrupta y misteriosa, sin mediar palabra ni razones, como una bomba de tiempo que no se sabe si va a explotar o simplemente detenerse.

Algunos podrían considerar una locura el que prestes más atención de la cuenta al cuidado de la auto imagen, otros podrían llamarte demasiado normal por seguir los patrones y cumplir las expectativas que el resto espera de ti. Frotar el espejo pulcramente para obtener el mejor ángulo de tu semblante. Asumir que el día domingo es la neurastenia de la responsabilidad. Tragarse el orgullo y en cambio anudar la corbata para reinventar la rueda, o mejor dicho, echarla a andar; luego pensar siempre que podrías estar haciendo cualquier otra cosa, lo que fuese, porque al decidirse por una matamos una parcela de realidad, colgamos a aquella o aquel que pudo haber sido pero no fue. Sin embargo, sigue ahí, hablándose, tratando de convencerse que nada acabará, una vez retire la vista del espejo, y otro nuevo día se asome dispuesto a regocijarle y contradecirle por igual.

sábado, 17 de octubre de 2015

En una clase sobre el género dramático recuerdo que repasando el origen del término tragedia esta va asociada desde antaño al canto del macho cabrío, al culto festivo y desenfrenado de la naturaleza, y con ella, al culto del dios del vino. Una alumna extrañada por esa definición preguntó: "¿Pero cómo es eso, si la tragedia implica algo malo, triste, y el canto y la fiesta son algo alegre, algo que es positivo?". Pensé en un ejemplo práctico: Usted cuando celebra por algún motivo ¿Lo hace solamente por aquellas cosas más agradables, placenteras, satisfactorias de su vida? ¿O también hay momentos en que se decide a celebrar precisamente para ahogar en el fondo de su corazón aquello que representa la cara opuesta: las penas, los remordimientos, los deseos reprimidos, aquello incontrolable pero muy en el fondo suyo?. Pues la tragedia, así vista, en relación con el teatro, buscaba representar la vida no solo en su aspecto grandioso sino que también en su aspecto más oscuro, incomprensible, incluso abyecto, pero no por ello menos noble. Las fuerzas de la naturaleza, simbolizadas por el dios Dionisio, estaban implicadas en la fuerza y el sino de los hombres. La alumna apuntaba, a pesar de no conocer la teoría, a una cuestión esencial: La compleja relación entre tragedia y fiesta, cuan cerca o lejos se está de alguna de ellas y cuan próxima o distante se halla una de la otra. "Entonces, cada vez que haga un brindis, pensaré en la tragedia. Y cada vez que me encuentre mal, pensaré en el dios del vino". Aunque lo hubiese dicho en broma, de eso se trata. Los textos dramáticos no son una mera lectura dominical. En esa revelación, aunque anecdótica, significativa, hay un comienzo. ¿A qué? Solo ella debe descubrirlo. A su manera. Aprender puede hacerte sufrir, pero también amar. En ese momento ella sola, sin saberlo, es Medea, Electra, Yocasta, etc. Toda la literatura ya está en nuestro interior. La tragedia es, por lo tanto, conocimiento.

jueves, 15 de octubre de 2015


Día del profesor. En una ocasión, luego de haber terminado una clase, y en medio de una conversación sobre las profesiones y que no sé cómo y en qué momento empezó, un alumno dijo algo sensato: "Nada que ver los profes, les achacan caleta de cosas, y mira cómo les pagan". Si llevásemos esa frase honesta a otro contexto, diría más o menos que todo el mito que gira en torno a los docentes como los mesías de la actualidad es otra falacia si ni siquiera en la práctica se reconoce la labor real del docente en sus condiciones básicas. Es como si le dejasen a Sísifo la tarea de cargar un pedazo de mundo en sus hombros sin recibir nada a cambio, nada más que esa pura responsabilidad sin otro sustento en la vida. Pasa porque la práctica del enseñar está sujeta a la mera lógica del trabajar para vivir. Por eso, la santificación del profesorado responde también a una estrategia reaccionaria. Hay un falso mesianismo en atribuir a los profesores poco menos que la responsabilidad sobre todo lo que ocurre. Lleva a pensar que están destinados a llevar a esa carga porque así lo quisieron, mientras el resto se exime de esa carga disfrutando de mejores condiciones. Si quieren meter a los profesores en el grupo de profesiones que cambian el mundo, entonces no podrían quedar fuera ni doctores, abogados, ingenieros, etcétera. Pero ellos no parecen cargar con ese peso. El doctor salva vidas, el abogado defiende casos, el ingeniero planifica proyectos. Por dinero. Pero no se les achaca nada más. Tampoco quieren otra cosa que el propio ejercicio de su profesión y su recompensa. Como diría aquel alumno, es irónico puesto que al profesor se le considera capacitado (cultural o moralmente) para llevar la bandera de determinada redención social, pero se le paga en cambio ridículamente. Es nada más que el pago por achacarle el futuro de otros -palabra tendenciosa- a costa del propio pellejo.

El honor del Espartaco



Una vez mi padre, como suele hacerlo en sus analogías entre cine y política, dijo que la situación actual de nuestro país puede ver su contraparte reflejada en el argumento de la película Espartaco de Stanley Kubrick. En el fondo, todos seríamos esclavos por igual, solo que la diferencia estriba en reconocerlo y, a pesar de eso, guardar cierto ápice de orgullo y capacidad de resistencia. La lucha clásica venía dada por el motivo del honor, término prácticamente desconocido hoy por hoy y solo almacenado como alguna vieja ética elitista. 

Si se piensa en gran escala, todo conflicto pone en tela de juicio algún remoto concepto de honor desde ambas partes, por muy sucias y materiales que sean las prácticas y objetivos que se buscan, como pudiera pensarse en nuestro actual estado de cosas, asociado a Chile y su estructura neoliberal. Se trata del honor del esclavo que, a pesar de vivir subyugado al imperio, enfrenta la arena sujeto al arbitrio de los poderosos, con el riesgo de volverse el espectáculo de una masa impertérrita. Una genealogía del poder nos permitiría pensar que la diferencia entre los esclavos de todas las épocas es cualitativa en términos del honor que les es permitido poseer, lo que determina, a fin de cuentas, su cualidad propiamente humana. 

Así visto, el Espartaco de Kubrick sería el del gran mito mesiánico, el del redentor que, desde la sombra de la ignominia pública, levanta a todo un pueblo hacia su libertad, a pesar de que este no sepa precisamente qué hacer con ella. No le importaría la muerte, su legado “le sobrevive” en su hijo y su mujer huyendo prófugos por siempre. Tenemos, en cambio, otra categoría de esclavo, completamente deshumanizado, que solo puede existir en el anonimato y bajo la sombra de un amo, sin voluntad propia. Era la mayoría de los esclavos romanos. Un hombre era considerado tal si solo podía saltar la gran barrera del honor. No lo era tanto por la condición económica, como ahora, ni por su pertenencia a la polis ni a una lengua, puesto que aquellos bárbaros, extraños a la civilización, poseían igualmente cierto orgullo, cierta humanidad galopante, siguiendo otros caminos, al alero de dioses distintos, pero suya, al fin y al cabo. 

Mi padre entonces, al hacer un parangón entre aquel concepto de la película y lo que él intuye que está pasando actualmente, expresa su descontento de forma categórica: Chile es un país que ha perdido el honor. Es un país esclavo como tanto otros, pero se ha vendido y ha consentido venderse. Podría incluso concebirse como la gran traición hacia sí mismo perpetrada por Fausto: el vender el alma, el honor, a cambio de sabiduría o, en este caso, mejor dicho, de poder, pero de falso poder supeditado deshonrosamente a otro más grande, y con la ilusión de la grandeza frente a la miseria. Pero eso no quiere decir que esté muerto en vida. Los contextos y la trama histórica han cambiado, aunque ciertas cosas recurren en un ciclo. 

En fin, se puede seguir siendo esclavo deliberadamente, hipotecando la existencia por unos cuantos bienes materiales, persiguiendo unos sueños e ideales de contrabando que el propio imperio invisible insufla en sus ciudadanos anónimos, pero con el romanticismo de que todo puede en algún momento cambiar, sin que eso signifique precisamente luchar por ello y conseguirlo; o bien se puede elegir un camino todavía inexplorado y que parece solo posible en los libros: el camino heroico del que rehúye el deshonor y muere en consecuencia, sabiendo que su camino no puede ni deber ser el único posible.