jueves, 23 de noviembre de 2017

El misterio de la casa de las muñecas

Secreto revelado. Cuático pensar que el mito de misterio y terror que envolvía a la casa de las muñecas en Valparaíso y que la hacía popular, escondía en realidad una verdad de lo más dura y sobrecogedora. A ratos el mito, por terrorífico que sea, funciona más bien como una catársis.




Ese intrigante momento en que unos rayos de Sol comienzan a atravesarse por entre las nubes, amenazando con iluminar y calcinar la bella opacidad de la mañana.

La Orbe

Hablaban en el instituto sobre un colegio extinto, justo en Traslaviña. Una suerte de colegio alternativo. Se llamaba La Orbe. Todavía se puede apreciar en las afueras el cartel gigante con un busto de Orfeo. Motivo grandilocuente, justo sobre el letrero de Se arrienda. Se dejaba ver en él que no había apoderados, no había tareas para la casa, no había anotaciones. No había evaluación punitiva ni reglamentaria. Apostaban a una suerte de educación integral, planteando mil y un maravillas. Lo asocié directamente con la pedagogía Waldorf de Rudolf Steiner, de la cual existen una cantidad decente de colegios en Chile, funcionando bajo sus propios términos antroposóficos pero rigiéndose igualmente bajo el estatuto de la reforma. Se reía un colega al recordar que en el letrero de La Orbe prácticamente no tenían nada, que de puro cagaos no tenían clases ni profesores y que todo ocurría en una suerte de anarquía autoregulada. El director le replicaba que no era una mala idea, que incluso era un horizonte deseable, solo que sin base, puesto que todo depende finalmente de la convocatoria y la matrícula. Sin ella estarían construyendo castillos, colegios, en el aire. Figuradamente, sobre la base de la nada curricular. Se puede postular una vanguardia de proyecto educativo, se puede aspirar al modelo de país desarrollado, siempre mirando aspiracionalmente hacia afuera, pero mientras no tenga base económica, en nuestro sistema de cosas, no pasará de ser una volada quijotesca. Pensaba eso, cuando revisaba la página de La Orbe. Nuevamente la gran imagen de Orfeo, el mitológico padre de la música, repletando la totalidad de la pantalla. De fondo sonando una incógnita y anestesiante melodía de cuerdas. Justo abajo de la imagen del Orfeo aparece el concepto de La Orbe: una pareja perfectamente occidental con sus dos hijos. La música de cuerdas seguía inundando el visionado de la página del extinto colegio, como una suerte de velo. Seguía inmerso en la navegación virtual de la página, y sin embargo me era imposible olvidar aquel letrero de Se arrienda sobre la puerta del colegio. La bien cuidada ilusión había cumplido su objetivo: mitigar por un momento la cruda brecha que separa una idea brillante de su encarnación en el mundo real, del cual, como aquel letrero señalaba, no somos más que baratos y provisorios arrendatarios.
Departamento completamente vacío. Lo único que se escucha es el sonido del agua calentándose en el hervidor eléctrico, y a lo lejos, una música que viene retumbando desde la Iglesia de los santos de los últimos días. Una música secularmente festiva. Una impía bachata que viene a desentonar con la sagrada tranquilidad de la noche.