miércoles, 3 de julio de 2024

El impostor (cuento)

"Oh hazme una máscara y un muro que me oculte de tus espías". Dylan Thomas


Cuando llegó a la casa en alquiler, la señora se acercó a él, lentamente. -Mi niño-, le dijo. -Le andaban buscando-. Él quedó intrigado. ¿Quién podría querer buscarlo? ¿Él, que se había alejado de todo, por paz mental? No tenía idea de qué se trataba.

- ¿Quiénes eran? -, preguntó de inmediato.

-Eran unos tipos raros. Andaban en vehículo. Preguntaron por un tal Salvador. Y usted es el único con ese nombre aquí-, contestó la señora.

-No puede ser. Nadie de mis conocidos, a excepción de mi familia, sabe que estoy aquí. Y yo no invito a nadie-.

-Ah yo no sé. Yo solo le cuento. Les dije que no había nadie con ese nombre, así que se fueron rápido, medio acelerados-.

-Hizo bien en no decirles. Cualquier cosa, yo no existo-.

-Está bien, tranquilo. “Usted no existe”-.

La señora se dio vuelta y caminó hacia el pasillo a encerrarse en su habitación. A Salvador se le apretó el pecho de la pura angustia ¿Quién podría estar buscándolo? ¿Y cómo supieron su dirección?

En su mente, empezó a elucubrar distintas explicaciones. Partió primero con aquella que lo tranquilizaba ¿Y si los tipos desconocidos buscaban a otro Salvador y se equivocaron de dirección, sencillamente? Eso calmaría, por un instante, su consciencia perseguida. Sin embargo, no daba crédito a esa posibilidad.

Entonces, a pesar de sí mismo, se decantó por el peor escenario. ¿Y si se trataba de matones? ¿Quién pudo haberlos enviado? En ese momento, intuyó quién podría haber sido, alguien cuya figura fue enterrada en un rincón de su mente hacía poco, cual contenido peligrosísimo en la red profunda.

Se hizo de noche. No pudo conciliar el sueño durante horas, hasta que, arrebatado, se durmió. Tuvo pesadillas vívidas. Una, en que recordaba una playa de noche, a la orilla del mar, y una mujer a su lado, confundido su rostro con la bruma que comenzaba a brotar desde una casa cercana, una casa de un famoso poeta.

Luego, la bruma lo alcanzó y lo envolvió, hasta llevarlo al contexto de un salón lleno de gente, gente que parecía conocida, gente que lo miraba amenazante. Asustado, retrocedió y unos tipos lo sujetaron fuerte por detrás. ¿Serán los mismos que fueron a buscarlo?

Mientras lo sostenían, aparecía la misma mujer de la playa entre el gentío. La mujer lo miraba a lo lejos, con un rostro inexpresivo. Él hizo lo posible por zafarse, pero fue inútil. De pronto, su pánico fue tan fuerte que lo dejó rendido a los pies de sus captores.

Al despertar, le comenzó a doler la cabeza. Una fuerte migraña lo aquejó. Fue al baño a tomarse un paracetamol con un poco de agua para recuperarse.

En el comedor, lo esperaba la señora con unas galletas y una taza de café.

-Mijo, me parece que no durmió nada anoche. Tómese un café para reponer fuerzas-.

Salvador apenas se podía la cabeza del dolor, pero, en ese momento, pensó que un buen desayuno le repondría las energías.

-No se moleste señora. La verdad es que solo se trata del estrés.

- ¿Todavía le preocupa lo de ayer?

-La verdad es que sí. No sé quiénes serán los tipos que pretenden buscarme.

-No se preocupe. Deben haber sido unos flaites que se equivocaron de casa. Mire que hay tanto malo ahí afuera, sobre todo, tanto malo haciéndose el bueno. No hay que dejarse engañar.

-Puede ser. Ha aumentado demasiado la delincuencia, últimamente.

-Mucho, mucho.

-Desde el estallido que ya nada es lo mismo-, replicó Salvador.

La señora permaneció seria y callada durante unos segundos. Miró hacia el vacío y luego siguió tomando café.

Salvador tomó su taza de manera nerviosa. La señora notó esto y siguió conversando con él.

-Cuénteme, ¿qué le preocupa, aparte de los tipos? ¿Hay algo que le aqueja y que no quiera contar? ¿Algo grave?-

-No…..

-¿Tiene algún lío con narcos? No hay que meterse en drogas, mi niño ¿o será otra cosa?

-No, no es eso.

-¿Algún lío amoroso? Hay gente muy mala, mijo. Sé de personas que contratan sicarios para darle un escarmiento a su pareja, o de amantes despechados que hacen lo mismo. Cuídese, en verdad, le digo.

Salvador pensó por un instante.

-No, señora, no creo que se trate de eso.

-¿Entonces? Cuénteme, por favor. Yo le puedo dar un consejo. Y estoy aquí para ayudarle, cualquier cosa.

-No, gracias…. la verdad que sí, en verdad sí señora. Y ahora que estamos en confianza, se lo quiero confesar.

La señora se puso cómoda y atenta para escuchar lo que Salvador tenía que decirle.

-Señora, me temo que se trata de….-.

Justo en el momento en que Salvador estaba a punto de confesarle a la señora un secreto que tenía incrustado en su interior como una espina venenosa, tocaron a la puerta de la casa. Salvador saltó, sobresaltado. La señora se dio vuelta, asustada. Luego, se dirigió a Salvador.

-Tranquilo.

-Son ellos, nuevamente. No les abra, por favor. Espere a que se vayan.

La señora se incorporó de manera rápida y decidida.

-Quédese aquí. Usted callado. Yo me encargo. Haré que se vayan.

La señora bajó las escaleras para ir a abrir la puerta, pese a la negativa de Salvador. Intentó contenerla, pero no hubo caso. Resuelta, caminó a piso firme, mientras no paraban de tocar, envolviendo toda la casa con golpes atronadores. Salvador, en tanto, se quedó paralizado en el comedor, sin saber muy bien qué hacer. ¿Esconderse o enfrentar a sus perseguidores? Tenía que tomar una decisión.

Salvador respiró hondo para calmarse. Decidió quedarse en el comedor, confiando en que la señora engañaría a los tipos y les diría nuevamente que él no estaba. Y si subían, él estaba dispuesto a enfrentarlos. No tenía por qué temer. Ya había tenido miedo demasiado tiempo, como para seguir escondiéndose. Así que se levantó y esperó, firme.

De pronto, los golpes dejaron de sonar. ¿Se habrán ido los perseguidores? Nunca alcanzó a advertirlo. Salvador escuchó a la señora subir la escalera tranquilamente, pero se sentían también los pasos de alguien más. Volvió a angustiarse. Los tipos habrán logrado engañar a la señora o entraron a la fuerza. De todas formas, Salvador estaba dispuesto a enfrentarlos.

Cuando la señora llegó arriba, miró a Salvador con un rostro distinto.

-¿Qué pasó? ¿Dígame? ¿Quiénes son?-, le preguntó, intrigado.

-Descuida, pronto sabrás la verdad-, le dijo la señora, en un tono misterioso.

-¿Qué? ¿De qué habla?-, volvió a preguntar Salvador, esta vez, nervioso.

En eso, entró un tipo desconocido, luego de subir las escaleras. La señora lo miró sonriente. El tipo se presentó ante ellos, y era exactamente igual a Salvador, su mismo rostro, su mismo semblante, su misma figura. Salvador quedó atónito. Parecía estar viendo a un hermano gemelo maldito o parecía observarse en un espejo terrible.

-Por fin, te encuentro, impostor-, dijo este hombre misterioso, en tono amenazante.

-¿Quién cresta eres tú? ¿Y usted, señora, por qué lo dejó entrar?-, preguntó Salvador, exaltado.

La señora se colocó a un lado del hombre y sonrió.

-Pronto me reconocerás-, dijo, y comenzó a sacarse su canoso pelo, que era en realidad una peluca. Acto seguido, se quitó una máscara de látex del rostro que dejó al descubierto un joven rostro de mujer. Finalmente, se desprendió de un traje largo y de unos bultos que la hacían ver más vieja. Así la mujer dejó al descubierto su verdadera identidad.

-Tú….. tú eres…..-, mencionó balbuceante Salvador, quien apenas comprendía la dimensión de lo que estaba ocurriendo.

-Sí, sí-, dijo la mujer, lacónica.

-Sé lo que estás pensando, pero no es lo que crees. Es mucho más complejo. Es mejor que lo entiendas por tu propia cuenta-.

Salvador, en ese instante, pasó de tener miedo a tener rabia.

-¡Ustedes, farsantes, me engañaron!-, gritó.

-¿Que nosotros te engañamos? Aquí el único impostor eres tú, querido amigo-, explicó el hombre misterioso.

-Aquí el único que engañó fuiste tú, maldito-, le exclamó la mujer a Salvador.

-¿A qué se refieren? ¿Tienen pruebas de lo que están diciendo, hueón? -, preguntó exaltado.

-Claro que sí. Observa por ti mismo, y trata de recordar-, afirmó el hombre misterioso.

Sacó un tablet desde su traje. Lo prendió y mostró un video en el que Salvador aparece revolcándose con otra mujer desconocida. Salvador lo observó asombrado. El video se había viralizado por redes sociales.

-Qué increíble es la tecnología, ¿no crees? -, comentó el hombre. -Así de simple salen los trapitos al Sol. Me imagino que te acuerdas del mito de la caverna ¿o no? Lo que creemos ver son solo proyecciones de sombras en las paredes de la caverna. Para ver la luz del Sol, tenemos que ir un poquito más allá de esas sombras-.

- ¿Estás dispuesto a ir más allá, y enfrentar tu verdad? -, le preguntó la mujer a Salvador, desafiante.

-Sigo sin entender. ¿Qué tiene que ver el video con todo esto? ¿Y tú quién eres para venir a decir lo que tengo que hacer? -, se cuestionó Salvador, molesto.

-Para revertir el curso de la historia, era necesario que pasara esto. Tienes la oportunidad de redimirte, y hacer un sacrificio-,

-¿Qué sacrificio? ¿Cómo te atreves?-.

La mujer sacó otro tablet desde su abrigo. Le mostró a Salvador otro video, en el que se muestra la misma ciudad de sus orígenes, estropeada, como azotada por una violenta asonada.

-Estamos aquí para mostrarte la verdad. Ahora, te toca a ti asumir tu parte. Si desapareces, habrá una posibilidad de cambiar el rumbo de la historia. Ya harto daño has hecho, así que es lo mejor para todos-, sentenció el hombre misterioso, cual verdugo del tiempo.

-Me niego. Yo no he cometido delito alguno. ¿Quiénes son ustedes acaso? -, exclamó Salvador, cada vez más colérico.

-No hay caso contigo-, dijo la mujer, indignada. -En todos los planos de realidad, eres una mierda de hombre. Un cobarde-.

-¿Y tú no tuviste algo que ver en todo esto?-, preguntó Salvador. -La historia es lo que es. Supérenlo ya.-

-¡Claro que no! Y ahora mismo te lo vamos a demostrar-, exclamó la mujer.

-Has sido cancelado para siempre…. De este plano de realidad-, señaló el hombre misterioso.

-¿Qué? ¿A qué te refieres? -, preguntó Salvador.

-Obsérvalo por ti mismo…-. El hombre señaló hacia la ventana de la casa. -Suerte, encontrando la salida de la caverna-, remató.

Salvador, irritado, se asomó por la ventana, y vio cómo todo a su alrededor se veía tal cual como en el video que le mostró la mujer. Desesperado, salió de la casa al exterior para contemplar la ciudad. Estaba en franca decadencia. Era solo la sombra de lo que fue en sus recuerdos más recónditos.

Cuando Salvador intentó hablar con la gente que por allí pasaba, de noche, para tomar locomoción o bien para recogerse a sus hogares, las personas lo ignoraron como si él no existiera. Luego, las siluetas de las personas se tornaron borrosas, apenas una bruma sin forma humana. Pronto, él también se convirtió, para el resto de la sociedad, apenas una bruma sin forma, sin ninguna definición en el espacio y en la consciencia.

No había muerto, pero sufría algo peor.

Había sido cancelado para siempre.