miércoles, 1 de junio de 2022

Del caso Depp Heard se pueden concluir varias cosas, pero, sobre todo, enseña verdades como puños: el hecho de que cualquier matrimonio, por efímero que sea, puede acabar en un tribunal; y el hecho de que cualquier relación, por tóxica que sea, puede volverse espectáculo para las masas.

El caso Depp Heard: un giro dramático en el guion feminista.

El año 2019, período álgido del Me Too, Amber Heard publicó un artículo en el Washington Post, siendo ella embajadora de los derechos de la mujer en la Unión Americana de Libertades Civiles. En aquel artículo, Heard se llamaba a sí misma como “ícono de la violencia doméstica”, sin mencionar directamente a su ex marido, Johnny Depp. A raíz de este hecho, el actor tuvo una batalla legal por difamación contra el diario The Sun, la cual se llevó a cabo el 2020. Aquella vez, Depp resultó vencido, ya que el tribunal determinó que el diario solo reprodujo los dichos de Heard con libertad de expresión, por lo que la publicación de aquel artículo no constituía ninguna injuria ni calumnia. Dispuesto a todo, entonces Depp tomó la decisión de demandar a su esposa ante la Corte de Virginia por difamación a su persona.

Al tratarse de un caso civil, el actor buscaba, antes que nada, comprobar la difamación y luego compensar su honor, su imagen y su carrera con una cuantiosa suma de dinero. El caso se mediatizó a tal nivel que, mucho antes del juicio, el gran público, en su mayoría, ya había sopesado a las figuras en disputa y se había inclinado, notoriamente, hacia un lado de la balanza: el lado del hombre violentado y acusado falsamente. Así, los roles comenzaban a invertirse. La que había iniciado la difamación, llamándose víctima de violencia doméstica, ahora, para el ojo público, pasaba a volverse, poco a poco, la villana de este drama hollywoodense.

Para cuando comenzó el juicio, Heard ya era, definitivamente, la victimaria; y Depp, pese al juicio inicial de las feministas y de las productoras progre, cobraba más y más credibilidad, convirtiéndose, ahora él, en el “ícono de la violencia doméstica”. Y no solo eso: trastocaba totalmente el relato instalado en la sociedad, el cual dicta que la única víctima posible siempre será la mujer, y al hombre solo le cabe la posibilidad de ser el victimario por antonomasia. Las expectativas de lado y lado eran altas. Se apostaba el todo o nada en ese juicio: nada menos que la prevalencia del relato feminista vs el contrarrelato de una masculinidad “domada” (citando libremente a Esther Vilar, autora del polémico y legendario libro “El varón domado”).

Hoy, uno de junio del dos mil veintidós, después de haberse extendido el caso durante cinco años, finalmente, se mediatizó el veredicto y la sentencia. La corte declaró a Heard culpable de haber difamado a su ex esposo, Johnny Depp, con “malicia”, según indican los medios. A pesar de esto, la condenada logró probar que también la había difamado el abogado de Depp, luego de señalar que las acusaciones de abuso por parte de Heard eran un “montaje”. El jurado, aunque parezca contradictorio, determinó que denominar así a las acusaciones, constituía, en sí mismo, una difamación, lo cual generó una paradoja de proporciones. Por un lado, Heard era la mentirosa, pero, a su vez, decía la verdad con respecto a la difamación hacia sus acusaciones. Fue así que el juicio sobre una de las relaciones más disfuncionales de Hollywood se volvió una verdadera locura, al instalar en el imaginario social la idea de que exista, además de una masculinidad tóxica, también una “feminidad tóxica”, que puede coexistir y hasta complementarse con su contraparte sin problemas, revelando así los males salidos de la caja de pandora y consagrando al estrellato el “amor tóxico”.

Pese a todo, el fallo judicial ya es un hecho. Para la justicia, hoy, en efecto, Johnny Depp había sido realmente el “varón domado”, bajo las mentiras de su ex esposa. De esa forma, se acaba un caso paradigmático. Sin duda, un duro golpe para la doctrina del feminismo radical, aquella que reza declarar culpable a alguien solo por el simple hecho de ser hombre, y creerle a alguien solo por el hecho de ser mujer. La capacidad de hacer el mal ya no consiste en una cuestión de género: viene de ambas partes por igual, por el simple hecho de ser humanos.