sábado, 1 de junio de 2024

Encuentro con Lucy Oporto en el puerto "donde debemos armarnos de fortaleza"

Pregunté por el libro “He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza” de Lucy Oporto en el Siclón del libro. Revisaron en el sistema y dijeron que estaba agotado, que solo figuraba “Los perros andan sueltos. Imágenes del postfascismo”. Salí y de ahí y fui a la librería Mar de libros. Pregunté nuevamente por el libro de Lucy, y el dueño dijo conocer a la autora, así que la llamó y le preguntó si es que le quedaba algún ejemplar. Tras la llamada, el dueño señaló que el libro ya no se vende en ninguna parte, que Lucy iba a tratar de buscar en su casa si quedaba uno por ahí “dando vueltas”. Una vez que se hizo mediática, -había señalado el librero-, su edición se volvió limitada. Paradójico y digno del tópico del mundo al revés.

Hace meses, recuerdo haberme topado con Lucy Oporto en las afueras del Teatro Municipal de Valparaíso. La saludé y, de paso, la felicité por su “coraje” (tal cual), su forma de pensar la política y su forma de escribir. Le mencioné que tenía su libro “He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza”. Me dijo expresamente que lo leyera. Dijo sentirse conforme con el buen recibimiento de sus lectores, sus pocos lectores fieles, pese al ataque de sus opositores, tanto en la academia como fuera de ella, un conglomerado radical que adhiere de manera acrítica a los relatos refundacionales y destructivos de los feligreses de la “revuelta”.

Aquella vez Lucy iba al teatro en el marco del Festival de Cine Recobrado. Ese solo gesto de estrecharle la mano y sostener un par de palabras con ella lo consideré un hito disidente. En otras circunstancias, hablar abiertamente en contra de ciertos ídolos de barro y ciertas narrativas obsecuentes habría significado la excomunión definitiva de determinados círculos. Ya no hay nada que temer al respecto, ya no restan círculos alrededor, ya no resta filiación alguna, porque, como dijo la autora, «sólo veo oscuridad. Luchas intestinas por el poder y la descomposición»
“¡Nada va a cambiar!” decía un caballero en plena calle Morris, entre medio de la gente que bajaba hacia el plan, debido al corte de tránsito por la cuenta pública. “No, el sistema sí puede cambiar, pero es la gente la que no cambia. Esos huevones de ahí nunca harán nada. Dense cuenta ¡Dense cuenta!”, volvía a decir el caballero, a viva voz, mientras daba vueltas, sin dirección aparente. Ninguno de los allí presentes le hacía caso, demasiados ocupados en tratar de buscar un desvío a las calles cortadas.

Lo cierto es que, durante la ceremonia del presidente y los honorables, muchos porteños se debatieron contra las esquinas enrejadas para llegar a sus destinos. De pronto, las inmediaciones del Congreso se volvieron un auténtico laberinto, “el laberinto del sistema”. Los más desorientados eran los viejos que por allí pasaban, algunos rabiando por no poder circular libremente; otros, por no ser escuchados en sus imprecaciones, a vista y paciencia del resto de transeúntes, anónimos en su itinerancia.