domingo, 14 de octubre de 2012

"La hora veinticinco", Virgil Gheorghiu, extracto Fantana


Después de la cena, el sacerdote preguntó a Traian cuáles eran sus nuevos proyectos literarios. El escritor vaciló antes de responder:
            —Mi próxima novela será un libro real, tan sólo literario en su técnica. Mis personajes existirán en la vida real. Todos podremos verlos y saludarles en la calle. Pienso hasta dar su dirección y sus números de teléfono.
            —¿Y quiénes serán esos personajes a los que quieres hacer semejante publicidad? —preguntó el juez, sonriendo.
            —Mis personajes serán hombres existentes en toda la superficie del globo —dijo Traian—. Pero como ni siquiera Homero hubiera podido escribir una historia con dos millones de personajes, yo seleccionaré un pequeño número, probablemente diez. No necesitaré más. Esos diez vivirán los mismos acontecimientos que los otros.
            —¿Elegirás a tus personajes según los criterios científicos para representar a la Humanidad en su propia esencia? —preguntó el juez.
            —No —respondió Traian—. El azar seleccionará únicamente a los personajes de mi novela. No es necesario emplear criterios científicos. Lo que ocurrirá, podría ocurrirle a cualquiera. Serán acontecimientos a los cuales ningún ser humano sabría escapar. No necesito personajes históricos. Los escogeré al azar. Elegiré entre los dos millones de seres, aquéllos a quienes conozco mejor. Toda una familia. Mi propia familia. Y mi padre, mi madre, yo mismo, tú, los criados de mi padre, algunos amigos, y vecinos...
            El padre Koruga sonrió y volvió a llenar los vasos.
            —Voy a recopilar todo lo que les ocurra a esos personajes durante los años próximos —continuó Traian—. Yo creo que les sucederán cosas extraordinarias. El futuro inmediato reserva a cada uno de nosotros acontecimientos sorprendentes. Tan sorprendentes como no se han dado jamás en la Historia.
            —Espero que este porvenir tan dramático sólo lo sea en tu novela—dijo el juez.
            —Los acontecimientos dramáticos ocurrirán primeramente en la vida y después en mi novela —replicó Traian.
            —¿Viviré yo también momentos dramáticos? —insistió el juez—. Sabes que llevo una existencia burguesa que no interesa al público. Soy todo lo contrario a un aventurero.
            —Querido Jorge: la mayoría de los hombres de este mundo no son aventureros. Y sin embargo, todos se verán obligados a vivir aventuras como no las podría imaginar ningún escritor de novelas sensacionales.
            —¿Y qué cosas tan sensacionales ocurrirán? —preguntó el magistrado.
            —Presiento, querido Jorge —dijo Traian—, que acaba de producirse a nuestro alrededor un grave acontecimiento. No sé dónde ha ocurrido, ni cuándo ha comenzado, ni cuánto va a durar. Pero presiento que existe. Estamos en medio de la tormenta, y la tormenta nos rasgará las carnes, nos machacará los huesos uno tras otro. Huelo ese acontecimiento, como huelen las ratas el peligro cuando abandonan precipitadamente un barco que va a hundirse. Con la sola diferencia que yo no tengo dónde huir. No habrá para nosotros refugio ni albergue en ninguna parte del mundo.
            —¿A qué acontecimiento aludes?
            —Puedes llamarlo revolución, si quieres —dijo Traian—. Una revolución de proporción inimaginable. Todos los seres humanos resultarán sus víctimas.
            —¿Y cuándo va a estallar? —preguntó el magistrado, que acostumbraba a no tomar nunca en serio lo que decía Traian.
            —La revolución se ha desbordado ya, querido amigo. Ha estallado a despecho de tu escepticismo y tu ironía. Mi padre, mi madre, tú, yo y todos los demás, nos iremos dando cuenta, poco a poco del peligro y trataremos de salvarnos, de escondernos. Quizás algunos hayan comenzado a esconderse ya, como los animales salvajes cuando sienten que se les echa encima la tempestad. Por ejemplo: yo quiero retirarme al campo. Los miembros del partido comunista, sin embargo, pretenden que los fascistas son responsables y que el peligro sólo puede evitarse liquidándolos. Los nazis quieren salvar su piel matando a los judíos. Todo esto no son más que los síntomas del miedo que invade a todo ser humano ante el peligro. Ese peligro, que es el mismo por doquier, diferenciándose tan sólo las reacciones de los hombres ante él.
            —¿Y cuál es ese gran peligro que nos amenaza a todos? —preguntó el magistrado.
            —¡El esclavo técnico! —prosiguió Traian Koruga—. También le conoces, Jorge. El esclavo técnico es el criado que nos hace cada día mil servicios, de los cuales no sabríamos prescindir. Empuja nuestro auto, nos da luz, nos echa agua para lavarnos, nos da masajes, nos cuenta historias para divertirnos en cuanto damos la vuelta al botón de la radio, traza carreteras y desplaza las montañas.
            —¡Ya suponía yo que todo eso no era más que una metáfora poética! —interrumpió el juez.
            —No es una metáfora, querido Jorge —respondió Traian—. El esclavo técnico es una realidad. Su existencia no puede negarse.
            —¡Yo no niego su existencia! —replicó el magistrado—. Pero, ¿por qué llamarlo «esclavo técnico»? Se trata simplemente de un fuerza mecánica.
            —Los esclavos humanos, antepasados de los esclavos técnicos de la sociedad contemporánea, eran también considerados por los griegos y los romanos como una fuerza ciega, como algo inanimado. Podían venderse, comprarse, regalarse y matarse. Se les valoraba solamente según la fuerza de sus músculos y su capacidad para el trabajo. Exactamente el mismo criterio que hoy empleamos para el esclavo técnico.
            —Sin embargo, las diferencias son muy grandes —replicó Jorge—. No podemos reemplazar al esclavo humano por el esclavo técnico.
            —Claro que podemos hacerlo. El esclavo técnico se ha revelado más ordenado y menos caro que el esclavo humano. Y, por tanto, capaz de reemplazar rápidamente a su predecesor. Nuestros barcos ocupan el sitio de las
galeras y no avanzan empujados por los esfuerzos de los esclavos, sino por la fuerza de los esclavos técnicos. Y cuando cae la noche, el hombre rico, que podría permitirse el lujo de tener esclavos, no da palmadas para verlos llegar con antorchas en la mano, como hacía su antecesor en Roma o Atenas, sino que oprime un botón y los esclavos técnicos iluminan su cuarto. El esclavo técnico enciende el fuego que calienta el piso o el agua del baño, abre las ventanas y produce corrientes de aire. Tiene la inmensa ventaja sobre su camarada humano de estar mejor adiestrado, de no oír ni ver nada. El esclavo técnico no aparece hasta que le llaman. Entrega la carta de amor en un instante, haciendo que oigamos a distancia la propia voz de la mujer amada. Los esclavos técnicos son unos servidores perfectos. Aran la tierra, llevan sobre sí el peso de las guerras, de la policía y de la administración. Han aprendido todas las actividades humanas y las ejecutan a las mil maravillas. Calculan en los despachos, peinan, cantan, bailan, vuelan por los aires, descienden debajo del agua. El esclavo técnico se ha convertido incluso en verdugo y ejecuta a los condenados a muerte. Cura a los enfermos en los hospitales, ayudando a los médicos, y hasta asiste al sacerdote cuando celebra la misa.
            Traian Koruga se interrumpió unos instantes para llevar el vaso a sus labios. Fuera, la lluvia seguía cayendo regularmente.
            —Acabaré en seguida esta digresión —dijo—. En lo que a mí se refiere, he de confesar que me siento siempre acompañado, aunque aparentemente esté solo. Veo moverse a mi alrededor todos los esclavos técnicos, dispuestos a servirme y ayudarme en cualquier momento. Encienden mis cigarrillos, me dicen lo que pasa en el universo e iluminan mi camino por la noche. Mi vida sigue su cadencia. Me hacen más compañía que los otros seres vivos, e incluso llego a sentirme capaz de enormes sacrificios por ellos. Tal es la causa de que no
pueda vivir mucho tiempo en Fantana, como acaba de decir mi madre. Mi esclavos técnicos me esperan en Bucarest. En realidad, somos mucho más ricos que nuestros colegas de hace dos mil años, que no poseían más que algunas docenas de esclavos. Nosotros tenemos centenares, millares. Y ahora voy a hacer una pregunta: ¿Cuántos esclavos técnicos en plena actividad creéis que hay hoy en la superficie del mundo? Sin duda alguna, algunos miles de millones. ¿Y cuántos hombres?
            —Dos mil millones —respondió el juez.
            —Exactamente. La superioridad numérica de los esclavos técnicos que pueblan hoy día la tierra es aplastante. Teniendo en cuenta el hecho de que los esclavos técnicos tienen en sus manos los puntos cardinales de la organización social contemporánea, el peligro es evidente. En términos militares, los esclavos
técnicos tienen en sus manos los nudos estratégicos de nuestra sociedad: el ejército, las vías de comunicación, el aprovisionamiento y la industria, por no citar más que los importantes. Los esclavos técnicos forman un proletariado, si entendemos por esa palabra un grupo que no esté integrado en esa sociedad. Su destino se halla entre las manos de los hombres. No escribiré una novela fantástica y, por lo tanto, no la describiré manera cómo esos esclavos técnicos se rebelarán un buen día aprisionando la especie humana en campos de concentración haciéndola desaparecer en el cadalso o en la silla eléctrica. Semejantes revoluciones fueron realizadas por los esclavos humanos. No describiré más que hechos reales. En la realidad, ese proletariado técnico hará su revolución, sin servirse de barricadas, como sus camaradas los esclavos humanos. Los esclavos técnicos representan una mayoría numérica aplastante en la sociedad contemporánea. En el cuadro de esa sociedad obran con leyes propias, diferentes a las de los humanos. De esas leyes específicas de los esclavos técnicos no citaré más que el automatismo, la uniformidad y el anonimato.
            »Una sociedad en la cual coexisten algunas decenas de miles de millones de esclavos técnicos y apenas dos mil millones de hombres (aunque éstos la gobiernen) tiene todos los caracteres de una mayoría proletaria. En el tiempo de los romanos, los esclavos humanos hablaban, oraban y vivían según las costumbres importadas de Grecia, de Tracia o de otros países ocupados. También los esclavos técnicos de nuestra sociedad guardan su carácter específico y viven según las leyes de su nación. Esta naturaleza, o si lo preferís,
esa realidad existe en el círculo de nuestra sociedad. Su influencia se hace sentir cada vez más. Con el fin de poder tenerlos a su servicio, los hombres se esfuerzan en conocer e imitar sus hábitos y sus leyes. Cada empresario está obligado a saber un poco la lengua y las costumbres de los empleados que tiene a su servicio. Y los pueblos ocupantes adoptan casi siempre, por comodidad o interés práctico, la lengua y las costumbres del pueblo ocupado. Lo hacen a pesar de ser dominadores todopoderosos, a pesar de tratar a sus ocupados con mano de hierro.
            »El mismo proceso se desarrolla en el círculo de nuestra sociedad, a pesar de que no queramos reconocerlo. Aprendemos las leyes y la manera de hablar de nuestros esclavos para dirigirlos mejor. Y así, poco a poco, sin darnos siquiera cuenta, renunciamos a nuestras cualidades humanas, a nuestras leyes propias. Nos deshumanizamos, adoptamos el estilo de vida de nuestros esclavos técnicos y terminamos por imitarles. El primer síntoma de esa deshumanización es el desprecio al ser humano. El hombre moderno sabe que sus semejantes, y hasta él mismo, son elementos que pueden reemplazarse. La sociedad contemporánea, que cuenta con un hombre por cada dos o tres docenas de esclavos técnicos, se ha organizado y funciona según leyes técnicas. Es una sociedad creada según las necesidades mecánicas y no humanas. Y ahí es donde comienza el drama.
            »Los seres humanos están obligados a vivir y comportarse según leyes técnicas, extrañas a las leyes humanas. Y quienes no respetan las leyes de una máquina, elevadas a rango de leyes sociales, son verdaderamente castigados. El ser humano vive en una minoría, que con el tiempo se convierte en minoría proletaria. Se ve excluido de las sociedades a las que pertenece, pero en las cuales no puede integrarse jamás sin renunciar a su condición humana. El deseo de imitar a la máquina termina siendo un sentimiento de inferioridad que le obliga a abandonar sus caracteres específicamente humanos y mantenerse alejado de los centros de actividad social.
            »Esta lenta desintegración transforma al ser humano, haciéndole renunciar a sus sentimientos y a sus relaciones sociales hasta reducirlas a algo teórico, preciso y automático: a igual relación que la que une a unas piezas de una máquina entre sí. El ritmo y el lenguaje del esclavo técnico se imita en las actividades sociales, en la danza. Los seres humanos se convierten en loros de los esclavos técnicos. Pero no es más que el principio del drama. Es el momento en que comienza mi novela, es decir, la vida de mi padre, de mi madre, la tuya, la mía y la de tantas otras personas.»
            —¿Quiere eso decir que nos transformamos en «hombres-máquinas»? —preguntó el juez, con el mismo tono irónico de antes.
            —Ahí justamente estalla el drama. Nosotros no podemos transformarnos en máquinas. El choque entre las dos realidades —técnica y humana— no tarda en producirse. Pero los esclavos técnicos acabarán por ganar la guerra. Se emanciparán y se convertirán en los ciudadanos técnicos de nuestra sociedad. Y nosotros, los seres humanos, nos convertiremos en los proletarios de una ciudad organizada según la necesidad y la cultura de la mayoría de los ciudadanos, es decir, de los «ciudadanos técnicos».
            —¿Y cómo se producirá ese choque? —preguntó el magistrado.
            —Yo mismo siento curiosidad por verlo. Pero al mismo tiempo tengo miedo. Más me valdría morir que asistir a mi crucifixión y a la de mis semejantes.
            —¿Crees que ocurrirán hechos concretos?
            —Todos los acontecimientos que se desarrollan en estos instantes sobre la superficie de la tierra, y todos los que tengan lugar en años venideros, no son más que los síntomas y las fases de una misma revolución, la de los «esclavos técnicos». Al final, los hombres no podrán vivir en sociedad guardando sus caracteres humanos. Serán considerados con un criterio de igualdad, de uniformidad, y tratados según las mismas leyes aplicables también a los esclavos técnicos, sin concesión posible a su naturaleza humana. Habrá arrestos automáticos, condenas automáticas, distracciones automáticas y ejecuciones automáticas. El individuo no tendrá ya derecho a la existencia; será tratado como un émbolo o una pieza de máquina, y si desea llevar una existencia individual se convertirá en la irrisión de todo el mundo. ¿Habéis visto alguna vez a un émbolo llevar una existencia individual? Esta revolución se efectuará en toda la superficie del globo. No podremos escondernos ni en los bosques, ni en las islas. En ningún lado. Ninguna nación podrá defendernos. Todos los ejércitos del mundo estarán compuestos de mercenarios que lucharán para consolidar la sociedad técnica, de donde el individuo se hallará excluido. Hasta ahora los ejércitos combatían para conquistar nuevos territorios y nuevas riquezas, por orgullo nacional, por los intereses privados de reyes o emperadores y teniendo como finalidad el pillaje o la grandeza. Esos eran los fines profundamente humanos. Ahora, en cambio, los ejércitos combaten por los intereses de una sociedad a cuyo margen apenas tienen el derecho de vivir como proletarios. Es acaso la época más sombría de toda la historia de la Humanidad. Jamás ha estado tan bajo el nivel del hombre. En las sociedades bárbaras, por ejemplo, un hombre era menos apreciado que un caballo. Eso puede ocurrir aún hoy en día en ciertos pueblos o ciertos individuos. Tú me contabas hace poco la historia de un campesino que acaba de matar a su mujer y no se arrepentía de ello, pero que ha tratado de suicidarse pensando que nadie alimentaría y abrevaría sus caballo durante el tiempo que él permaneciera en la cárcel. De igual manera infravaloraban al individuo en las sociedades primitivas. El sacrificio humano era cosa corriente. Pero en la sociedad contemporánea, el mismo sacrificio humano no es digno de ser mencionado. Es
trivial. La vida humana no tiene más valor que el que se desprenden de su calidad como fuente de energía. Los criterios son puramente su calidad científicos. Es la ley de nuestra sombría barbarie técnica. Así llegaremos a la victoria total de los esclavos técnicos.
            —¿Y cuándo se producirá la revolución que profetizas? —preguntó Jorge.
            —¡Ya ha comenzado! —respondió Traian—. Participaremos en su desarrollo, y la mayor parte de nosotros no lograremos sobrevivir. Tengo mucho miedo de no poder terminar jamás ese libro.
            —Tu pensamiento es muy profundo —dijo el magistrado.
            —Soy poeta, Jorge —dijo Traian—. Poseo un sentido que los demás no tienen y que me permite entrever el porvenir. El poeta es un profeta. Lamento ser el primero en predecir cosas tan tristes. Pero me obliga mi misión de poeta. Es necesario que lo grite a todos los vientos, aunque no sea nada agradable.
            —¿Crees seriamente en lo que estás diciendo?
            —Por desgracia, estoy convencido.
            —Creí que hacías solamente literatura.
            —No es literatura —dijo Traian—. Cada noche espero que me ocurra algo.
            —¿Qué podría ocurrirte? —preguntó el magistrado.
            —Cualquier cosa. Desde el momento que el hombre ha sido reducido a la sola dimensión de valor técnico social, puede sucederle cualquier cosa. Pueden
detenerle y enviarle a hacer trabajos para un plan quinquenal, para la mejora de la raza u otros fines necesarios a la sociedad técnica, sin ningún miramiento para su persona. La sociedad técnica trabaja exclusivamente según leyes técnicas, manejando solamente abstracciones de planos y teniendo una sola moral: la producción.
            —¿Es posible que nos detengan alguna vez?
            El juez había abandonado su tono irónico. Parecía un poco temeroso y se dirigía a Traian como a una echadora de cartas a la que se pide que prediga el porvenir sin haber creído al principio en sus manejos.
            —Ni un solo hombre sobre la superficie del globo podrá conservar su libertad.
            —¿Pereceremos en las cárceles sin ser siquiera culpables? —preguntó el magistrado.
            —Quizá no —respondió Traian—. El hombre estará encadenado por la sociedad técnica durante largos años. Pero no perecerá bajo las cadenas. La sociedad técnica puede crear la comodidad. Pero no puede crear el espíritu. Y sin espíritu no hay genio. Una sociedad desprovista de hombres de genio está condenada a la desaparición. La sociedad técnica, que ocupará el lugar de la sociedad occidental y que conquistará toda la superficie de la tierra, perecerá también. El ilustre Alberto Einstein afirma «que bastará una solución de continuidad de dos generaciones tan sólo en la línea de las mentes de primer orden dotadas para la ciencia física para que se hundan todas las construcciones
cimentadas sobre esa ciencia»* . Ese derrumbamiento de la sociedad técnica irá seguido del renacimiento de los valores humanos y espirituales. La gran luz se
proyectará sin duda desde el Oriente. Desde Asia. Pero no desde Rusia. Los rusos se han postrado ante la luz eléctrica de Occidente, y no sobrevivirán. El hombre oriental conquistará la sociedad técnica y utilizará la luz eléctrica para iluminar las calles y las casas. Pero no se convertirá jamás en esclavo suyo ni le elevará altares, como hoy hace, en su barbarie, la sociedad técnica occidental. No iluminará con luz de neón las vías del espíritu y el corazón. El hombre de Oriente se hará dueño de las máquinas de la sociedad técnica por medio del espíritu, como un director de orquesta, gracias al genio, de la armonía musical. Pero a nosotros no se nos concedió conocer tal época. Por desgracia, vivimos un
tiempo en que el hombre se postra como un bárbaro ante el sol eléctrico.
            —¿Pereceremos encadenados? —repitió el magistrado.
            —Así es... Todos nosotros moriremos en las celdas de los esclavos técnicos. Mi novela será el libro de ese epílogo.
            —¿Cuál será su título?
            —La Hora veinticinco —dijo Traian—. El momento en que toda tentativa de salvación se hace inútil. Ni siquiera la venida de un Mesías resolvería nada. No es la última hora, sino una hora después. El tiempo preciso de la Sociedad Occidental. Es la hora actual. La hora exacta.

16.-
            El sacerdote guarda silencio, con la cabeza apoyada en las manos.
            —Padre —dijo el magistrado—: si las profecías de Traian se realizan y si el hombre está condenado a ser esclavo, ¿no puede hacer nada la Iglesia, no puede obrar en favor de la sociedad contemporánea? Si la Iglesia no puede salvar al ser humano en estas horas graves, ¿cuál puede ser aún su misión?
            El padre Alexandru Koruga reflexionó unos instantes y luego dijo:
            —La Iglesia no puede salvar las sociedades, pero sí puede asegurar la salvación de los individuos que las componen.
            —¿Cree usted que las profecías de Traian pueden realizarse?
            —Tengo la costumbre de creer a los poetas —respondió el sacerdote—. Y, en mi opinión, Traian es un gran poeta.
            —Te agradezco el juicio, padre —dijo Traian, enrojeciendo de satisfacción como un niño.
            Siguieron unos instantes de silencio.
            —Me parece que alguien acaba de pasar por la terraza —dijo Traian.
            Los tres hombres escucharon unos segundos. Pero sólo el rumor de la lluvia turbaba el silencio de la noche.
            —Si hubiera alguien en el patio, los perros habrían labrado —dijo el sacerdote—. Sólo Iohann Moritz, mi hombre de confianza, puede entrar en el jardín sin que los perros ladren. Y a esta hora debe de hallarse durmiendo tranquilamente en el barco que le conduce a América.
            —Sin embargo, estoy seguro de haber oído a alguien subir por la escalera —dijo Traian—. Tengo los sentidos agudizados y oigo con facilidad los ruidos.
            —Acaso sea un esclavo técnico que acaba de evadirse de tu auto —dijo el juez, sonriendo—. Quizá haya estallado su revolución y venga a hacernos prisioneros esta misma noche. ¿Cuántos esclavos técnicos empujan tu auto, Traian?
            —No tienes más que sacar la cuenta: 55 HP. Cada HP, igual a siete hombres.
            —El efectivo de algunas compañías, en total —dijo el juez—. Ya nosotros no somos más que tres. Si nos atacan, tendremos que capitular sin condiciones.
            —Sin la complicidad de un hombre, los esclavos técnicos no pueden atacar a los seres humanos. Teniendo como cómplice a un ciudadano, que no es un ser humano, los esclavos técnicos se convierten automáticamente en monstruos del Apocalipsis.
            —¿Qué entiendes por ciudadano? —preguntó el magistrado—. Todos somos ciudadanos.
            —Ciudadano es el ser humano que no vive la dimensión social de la vida. Como el émbolo de una máquina, no efectúa más que un solo movimiento y lo repite hasta el infinito. Pero, contrariamente al émbolo, el ciudadano tiene la pretensión de erigir su actividad en símbolo, de dársela como ejemplo al universo entero, de hacerse imitar por todo el mundo. El ciudadano es el animal más peligroso que ha aparecido en la superficie del globo desde el cruce del hombre con el esclavo técnico. Posee la crueldad del hombre y del animal y la fría indiferencia de la máquina. Los rusos han logrado crear el tipo más perfecto de toda la especie: el comisario.
            En el cristal sonaron en aquel instante unos golpes suaves.
            —Ya os había dicho que alguien andaba ahí fuera —dijo Traian—. Los sentidos de un poeta no traicionan nunca.

17.-
            El sacerdote salió al balcón dejando la puerta abierta. Regresó acompañado de un muchacho. El recién llegado no iba vestido más que con una camisa y unos pantalones. Sus ropas estaban completamente empapadas.
            —Es Iohann Moritz —dijo el sacerdote.
            Le tendió un vaso de vino y le invitó a sentarse.
            El muchacho rehusó y permaneció en pie, apoyado contra la puerta. No quería mojar la alfombra ni la silla. El agua chorreaba de su pelo como de un alero. Era evidente que había andado durante largo rato bajo la lluvia.
            —¿Quieres hablarme a solas? —preguntó el sacerdote.
            —Puedo hacerlo aquí —respondió Moritz.
            —Me inquietó ver que no pasabas a recoger tu paquete esta mañana —dijo el sacerdote.
            —Ya no me voy a América —exclamó Moritz. Contempló unos instantes a los dos jóvenes; luego se volvió hacia el sacerdote y añadió— : Ayer me dio usted permiso para dormir en el cuarto que hay junto a la cocina.
            El sacerdote comprendió la causa de que Moritz hubiera llamado a su puerta a medianoche.
            —El cuarto te pertenece —dijo—. Puedes ocuparlo cuando te parezca.
            —¿Puede ocuparlo otra persona durante esta noche? —inquirió el muchacho.
            —Claro que sí —dijo el sacerdote—. Si alguien se halla necesitado y tú tienes interés en ayudarle, haces con ello una buena acción.
            —Se trata de Suzanna, la hija de Iorgu Iordan. Ha huido de su casa porque su padre quería matarla.
            Al pensar que todos los campesinos a quienes había dicho el nombre de la muchacha le habían rehusado la hospitalidad, Moritz miró al sacerdote fijamente.
            —Si hace frío en el cuarto, puedes encender el fuego —dijo el anciano—. Ya sabes dónde hay leña.
            Siguieron unos instantes de silencio. Iohann Moritz seguía inmóvil, apoyado contra la puerta. No quería marcharse antes de haber explicado al sacerdote, como en confesión, todo lo ocurrido. Cuando llegó al final de su historia y dijo que la muchacha se hallaba en pleno campo, a medio camino entre Fantana y la ciudad, Traian Koruga se levantó, se puso el abrigo y se ofreció a acompañarle en el auto. Media hora más tarde se hallaban ya de regreso.
            El vehículo se detuvo ante la terraza. Moritz sacó a Suzanna en brazos. El juez contempló la escena desde la ventana. La mujer del pope iba a la izquierda de Moritz. El sacerdote, a su derecha. La muchacha yacía inerte en brazos de Moritz, como una niña dormida. El vestido azul, completamente empapado, se adhería a sus caderas. Traian penetró en el salón y el juez le siguió.
            —¡Estás calado! —dijo.
            Traian enrojeció, echando una mirada a sus zapatos embarrados. Luego, sobre sus ropas, que goteaban en el entarimado. Se había mojado inútilmente. Moritz había cogido por sí mismo a la muchacha entrándola en el auto. No había tenido necesidad de ayuda alguna, y, sin embargo, Traian había permanecido todo el tiempo a su lado bajo la lluvia torrencial. Analizando su gesto, el escritor se dijo que de repetirse la situación volvería a obrar igual. «Ha sido la necesidad de compartir el dolor del hombre que se hallaba a mi lado. Aunque mi ayuda no haya tenido ningún valor práctico, aunque haya sido completamente gratuita», pensó.
            El sacerdote entró en la habitación. También estaba empapado y el agua chorreaba de su frente, de sus mejillas y de su barba. Habían acompañado a Iohann Moritz bajo la lluvia. Como su hijo sin ser necesario...
            «También Dios hizo gestos inútiles cuando creó un universo —pensó Traian—. Dios creó cosas sin utilidad práctica. Pero esas son precisamente las más bellas. La vida del hombre es una creación inútil. Tan inútil y absurda como mi gesto o el de mi padre. Pero ese fervor es magnífico. Es inigualable, pese a su inutilidad.»
            —No vayas ahora a coger frío, Traian —le advirtió el sacerdote.
            —No cogeré frío —replicó éste—. ¿Cómo está la enferma?
            —Tiene fiebre —dijo su padre—. Tu madre le está preparando té. Dios te recompensará por haberla traído en auto, Traian. Esos pobres tenían necesidad de ayuda.
            El reloj de cucú dio la medianoche.

18.-
            Iohann Moritz llamó a la puerta. No podía aguardar hasta el día siguiente para dar las gracias al sacerdote y a Traian. Entre todas las desgracias que se habían abatido sobre él en las últimas veinticuatro horas, se destacaba el gesto bondadoso del padre Koruga. Por eso le estaba agradecido. Se sentía satisfecho de que Suzanna hubiese hallado albergue. Las cosas habrían podido ocurrir de peor manera. Traian Koruga clavó en Moritz sus grandes ojos y le interrumpió:
            —Padre: cuando vuelva a Fantana me alojaré en esta casa. Dale a Moritz el dinero que antes te confié y que construya él la suya. La necesita más que yo.
            El sacerdote cogió el sobre y se lo tendió a Iohann Moritz. Su ademán fue sencillo, como todos los grandes gestos. Sin darle ningún consejo, le tendió simplemente el sobre. Iohann Moritz abrió. No estaba muy seguro de haber comprendido bien. Per cuando vio el fajo de billetes, abrió los ojos desmesuradamente como el hombre que es testigo de un milagro. Hubiera deseado decir algo. Pero sus labios no acertaron a articular palabra. Apretó el sobre en su mano y guardó silencio.
            —Dale las gracias a Traian —dijo el sacerdote, tras unos instantes de silencio—. Y después acuéstate. Que Suzanna guarde el dinero. Las mujeres saben guardarlo mucho mejor.
            —Quizá Moritz quiera beber un vaso de vino ahora que es un propietario de Fantana —dijo el juez.
            La mujer del sacerdote entró en la estancia. Moritz dejó el vaso en la mesa y la miró con expresión anhelante. La anciana dijo que Suzanna estaba mejor. Luego se llevó a su marido a un rincón y murmuró algo a su oído. El viejo frunció el entrecejo, luego sonrió. Moritz seguía con la mirada todos sus movimientos.
            —Tranquilízate, no es una mala noticia. Mi mujer acaba de anunciarme que vas a ser padre. Tenéis que casaros antes.
            Iohann Moritz estrechó la mano de Traian Koruga y la del juez. Luego salió... Fuera, seguía lloviendo. Antes de descender los escalones se metió el dinero bajo la camisa para no mojarlo. El sobre estaba tibio y tenía una suavidad agradable al tacto. Al sentir su contacto, Moritz vio levantarse ante sus ojos la casa, la tapia, el pozo el jardín. Tal como los había soñado siempre. Cuando penetró en el cuarto, Suzanna seguía durmiendo. Puso el dinero sobre la almohada y fue a acostarse en el pajar.
            Al pasar silbando bajo las ventanas de la biblioteca, oyó que el sacerdote decía a Traian:
            —Hubiera sido mejor no hablarle del matrimonio. La madre de Suzanna ha muerto. Está en el depósito del hospital y su padre en la cárcel. No era el momento más propicio.
            —Pero ellos no saben nada —dijo Traian—. Hacen planes para el porvenir. Gozan del amor y del dinero que habían soñado. Son felices.
            —Son felices, pero en realidad deberían llorar.
            —¡Es verdad! —replicó el magistrado—. A nosotros, que sabemos toda la verdad, nos parece una profanación su alegría.
            —Si vamos a analizarlo, toda alegría humana es un acto de profanación.
            El reloj de cucú dio la una. Los tres hombres que se hallaban en la biblioteca del padre Koruga aquella noche, escucharon la hora y el rumor de la lluvia que caía afuera.

jueves, 16 de agosto de 2012

Prólogo a "Remolques del Paraíso" (2012) de Josefina Rodríguez

Pensar en la escritura, a propósito de una especie de obsesión, coqueteo con lo materialmente fantasmal, se remite a ratos a una imagen, no por fugaz menos intensiva. Y, sin embargo, digo que esas imágenes terminan por convertirse en demonios interiores, quienes mediante su exorcismo puedan dejar alguna pizca o migaja de sentido, sacar algo en limpio de esta impía comunicación, esa fatídica transparencia. La imagen que aparece tras las palabras escritas, constatan que ella solo es existente tras un velo. El viejo Nietzsche decía: La verdad es mujer. Por lo mismo, ella, los invita a un acto circular, vicioso, que fagocita textualmente. Ustedes se transforman, acto seguido, en sus caníbales. Desmenuzar es lo mismo que develar, que leer. Y sobre cada una de las palabras introductorias, en un ejercicio lúdico, esa verdad, esa tierna sombra tras los versos que leerán, los conduce a una práctica de desazón, de sabotaje, de perturbación, un mal tan necesario, sacudiendo sus esquemas, pisando y rompiendo sobre lo cotidiano, los ojos y mente de un lector para el cual la poesía se le aparece como una esfinge de Edipo, y quien escribió los versos como una incógnita, repleta de flores y luces, que los invita a recorrer el jardín siempre previo al abismo, a encontrarse cara a cara con la experiencia de Cesar Pavese: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Y es que la poesía y la escritura, como nuestra hablante lírica confiesa, en una cita sarcástica con ese lector víctima y criatura del juego, fue hecha para ser escuchada y compartida, sólo que aquello que se escucha tiende al susurro de unas palabras que zozobran en su condición efímera, y aquello que se comparte “solidariamente” como un pacto de verosimilitud, no sea sino una teatralidad, un estético juego de máscaras con maquillaje de verdad, esa misma que invita a ser leída, y que su atractivo reside precisamente en su distancia.

Remolques del paraíso. Un título que inevitablemente nos remite a la polaridad  inherente de todas las cosas. Remolque evoca a un algo material, un vehículo de carga. Paraíso vendría siendo su complemento y al mismo tiempo su perfecta oposición. De este modo, nos imprime una metáfora de inquietante y paradójica vinculación. Tres conceptos gravitan sobre el territorio trazado por este tentativo mapa textual: el espacio, el tiempo y la memoria. El espacio urbano, en lo específico, el tiempo, remitido a su indeterminación, y la memoria, manifestada como una bienvenida al olvido que ya somos y que seremos en un mundo tan milagroso como consuetudinario. El espacio urbano se sabe un universo de incertidumbre, como queda indicado: “en una ciudad desconocida, no se saben los modales, susceptible al engaño, se manifiesta la imagen incomprendida, en una ciudad desconocida, las calles parecen superpuestas y las gentes hechas de disfraces, a veces me pregunto si es que acaso realmente alguna vez salí”. En definitiva, una transeúnte obstinada, ante el artificio de una urbanidad tan distante como próxima, y cercana en cuanto amenaza e indefinición.

Definitivamente, no nos olvidemos de la memoria. En esa misma tónica nos lleva a sumirnos en el anonimato, a vernos arrojados, a los rincones de una historia subterránea, como queda plasmado en la concepción sobre la memoria de los olvidados, en los siguientes versos: “simplemente, la historia no quiere recordarnos. Tal vez logremos ser un número, o un voto que nunca fue electo o un loto que nunca salió. Simplemente seremos los que armen y desarmen las pirámides, los que trabajen y corran de la ola sin posibilidad, sí, seremos olvidados”. El tópico del hombre masa, aquel que “mueve las industrias”, es el mismo del escritor que arroja sus palabras y su ritmo secreto contra los pavimentos de una ciudad impenetrable y cacofónica, que nos lleva a simular la realidad de tamaño artificio, la virtualidad de un mundo civilizado, la Historia contada por los grandes. Ella parece sentirse voz que pudiese solidarizar con su palabra. Detrás de ella, quizá vuelvan a reír a carcajadas los cínicos que callan ante cualquier tentativa de conquista, de reivindicación.

También el tiempo se presenta como algo solo “existente tras un velo”, un abstracto que permanece ahí tras algunos vívidos recuerdos y experiencias, digeridas como un algo material, palpable, real, solo mediante la reflexión. Se constata que el tiempo pierde su cuerpo, y el cuerpo va perdiendo tiempo. Así lo expresa la autora: “como un cuerpo involuntario, habla, ríe, desnuda (…) piensa, piensa (como si los laberintos de la mente llegasen a algún lado) olvida, olvida, como creyendo que el tiempo así no va a pasar”. Igualmente, en “a la par en el tiempo” nos causa cierta agitación su capacidad para darle cuerpo en la memoria, a un amigo y a un bosque, que bien pudiesen interpretarse como los nichos de una nostalgia creada, como alguna clase de reducto ideal frente a un mundo -como se sigue de la referencia al espacio urbano- que ella asume como impaciente, automático, calculador. Una sutil excitación. Un entusiasmo que nos hace pensar por un breve instante en la “niña” que lleva dentro, pugnando por manifestarse y recorrer esos bosques, su anhelo de ser más que flor en esos jardines, antes de caer nuevamente, precipitadamente, a la fosa que, de acuerdo a Claudio Giaconi, constituye lo real: “casi sin abrir los ojos ante el precipicio del principio cuando nos mentíamos de nuestras creencias (…) comiendo frutos verdes con la cara del diablo inscrita, aunque tú y yo sabíamos que en verdad nos sentábamos sobre él”.

Es así como experimentamos, de una vez por todas, una sensación de arrojo, y es el peso de la levedad el que sigue a su cuerpo, su cabeza y sus creaciones. Después, en “reflexión arbórea” su propia verdad nos desvela, el hecho, de que no somos más que gentiles e impetuosos animales, en una furtiva búsqueda de nuestras colas. Son esos los acertijos que se proyectan a la manera de la esfinge. Y somos nosotros, lectores, quienes vamos por ahí intentando sortear los abismos y deseos, en los cuales ella nos incita a excavar, más y más, profundo, cerca, así tan lejos, tan cerca. Y la poesía, quizá, sea la tierna sangre, la tierna sombra que choca contra el pavimento de esa realidad, la realidad que, bajo la exquisita precariedad del lenguaje, sólo finge ser reconocida, sólo finge ser descubierta, nada más y nada menos que en sí misma, terrible, fatídica, inefable, fugitiva. Solo una sonrisa, una mirada, un aroma, un sorbo, tras esas palabras sanguinarias y esas siluetas de barro. Tú, lector, no rechazarás introducir tus pupilas, tus venas y tus manos, una vez más, tras sus velos, tras su órbita.

domingo, 22 de abril de 2012

Prólogo a Entidad perdida (2012) de Rodrigo Gutiérrez.



Escribir no es cosa de débiles, cada vez me convenzo más de esta intuitiva razón. Y no tanto por un alarde ansioso ni mucho menos por experiencia vital, sino que por el simple hecho de permanecer vivo, arrojado, día a día, constantemente, en este mortal e inefable mundo. Resulta que el hombre consuetudinario se debate entre sus solapadas acciones inmediatas y sus ansías de inmensidad e infinito. He ahí la llaga abierta de prácticamente todo el inventario de creación que los cerebros humanos puedan y hayan concebido a lo largo del devenir histórico. Y ese es el umbral en el que la poesía emerge como sangre descarnada y fértil. 

Lejos de lo que se pueda creer actualmente, el acto de escribir no da tregua ni garantías. La figura del escritor, más allá de todo el artificio que pueda construirse interesadamente en torno a ella, es ante todo anónima y subterránea. El escritor actúa como un ser asediado de voces y fantasmas (internos y externos), un sujeto que él mismo es a ratos nada más y nada menos que un fantasma y una multitud de voces. De ese modo, él practica un rito solitario, en el cual mediante una especie de exorcismo, encarna las palabras en un soporte gráfico y “conjura” al mundo. Y el texto engendrado será el resultado de un encuentro entre los otros del mundo y las imágenes que el escritor recrea de los seres, los hechos y las cosas. Una suerte de crisol, al tiempo que un pacto. Pero ¿dónde esta la poesía? Pregunta retórica, que sin embargo seguirá siendo preguntada mediante su indeterminada respuesta. Si dijéramos que la poesía está aquí, está más allá, siempre estuvo o siempre estará, sería decir prácticamente lo que no admite decir alguno. Sin embargo, algo queda, y en ese algo las palabras excavan, y abren los orificios de la caverna que somos, para que algo de aire y de mundo pueda seguir entrando. 

Las palabras que parecen caminar sobre el mundo y encarnarlo paso a paso son transeúntes solitarios, tal como nosotros. Caminan olvidando la gravedad de sus pies. Wittgenstein decía: “el lenguaje es el más peligroso de los bienes”. Y es que, una vez enunciadas, las palabras tienen el poder tanto de mover la maquinaria del pensamiento y recrear el sordo espectáculo del mundo, como de sumir al hombre en el abismo de la ilusión y el artificio: el abismo de lo indecible. El HORROR. Y es quizá esta última la tentativa trágica de la palabra. La verdad que devela el horror primigenio, como Edipo. Como transeúntes de este mundo, quizá las palabras sean las veredas que colindan con calles de sombras y entelequias. Es en este sentido que escribir es ante todo un acto de valentía. Pero para mirar al otro lado de la esquina es preciso también develar nuestro rostro más humilde, la sabia humildad de quien conoce el otro lado de esa esquina y viene de vuelta, como se dice. 

Rodrigo, poeta porteño, da claro testimonio de sus avatares cotidianos, peripecias extravagantes y pensamientos seculares. Su oficio, como el hablante señala, apunta a una renuncia de la ambición. Es este ejercicio de honestidad para con el lector una suerte de pacto que le permite de inmediato abrir las puertas a todo aquel que sea tan digno y osado de entrar palabra a palabra en sus poemas. El acto de sinceramiento lleva al hablante a situarse tanto dentro del espacio y el tiempo de la obra, como fuera de él, hacia las difusas fronteras de la lectura, límite donde las coordenadas ficticias y verosímiles coinciden y chocan, al mismo tiempo. 

El libro nos ofrece cinco capítulos, cada uno de los cuales constituye un cosmos y una trama definida que, sin embargo, engloban al texto en cuanto unidad. La hora 0, una sección donde el sujeto manifiesta un lazo con experiencias sociales del mundo cotidiano al tiempo que histórico, transmutándose en una voz que denuncia y a la vez encarna el conflicto representado en tales experiencias. En el poema “La ciudad de los encantos” se hace presente el tópico del laberinto ya recreado por Borges. Resulta interesante destacar la figura de los espejos, como invitados para recrear el teatro último de los acontecimientos y las cosas, como ficciones en las cuales los yos representados se saben otros, otras entidades, perdidas en la indeterminación y el deseo ensimismado. Espejos en la ciudad del encanto. En amor platónico, el autor remite al tópico clásico del amor ideal, mediante el cual construye un imaginario sentimental tan vívido como ilusorio. Última mirada es un cúmulo de expresiones poéticas que afloran producto de una relación amorosa particular. Viaje a la luna constituye una buena forma de estimular mediante la palabra y el ejercicio poético el amor de padre a hijo. Y estación 93, remite en cierta medida a los lineamientos ya trazados por hora 0. 

Cabe aludir al título: Entidad perdida. En este caso cabría preguntar ¿De cuál entidad estamos hablando? Quizá sería conveniente hablar de la carga nostálgica y filosófica que conlleva este concepto. El yo poético claramente apunta (como en el poema homónimo) a un aprendizaje colectivo, a una suma de conocimientos que se creen aprendidos por un conjunto de voces de las cuales nuestro hablante forma parte. Por ello sería preciso también hablar de una “id-entidad perdida”, a decir de la inquietud y búsqueda protagonizada. Se trataría grosso modo de esa ansía de integración con la comunidad, con el sentir social, el “corazón de las personas”, por así decirlo. Al mismo tiempo que una interrogante, una puerta abierta a la incertidumbre, y con un dejo de optimismo, lo desconocido que lleva a nuevos viajes y caminos, a decir del bohemio Baudelaire. 

Salve el escritor que se sabe un punto en la inmensidad. Salve el poeta que reconoce la pobreza de su mundo y la extraña riqueza de las palabras. Salve la escritura que se sabe caminante, transeúnte, consuetudinaria. Del polvo de esos textos será posible llenar el vacío de muchas otras hojas (escritas y leídas al albor de salutaciones y despedidas), y allanar el camino para que otras sombras encuentren otras entidades o, quizá, otros abismos.

martes, 13 de marzo de 2012

Extracto de las Aventuras de Bill: Cuarta parte: Lejos de casa... arribando la Montaña Caseosa

Mientras tanto, en Ciudad Caseosa acontecían sucesos de los cuales Bill no tenía noticia. En la capital, los caseosos dirigentes y los civiles se hallaban en una escabrosa situación de pugna económica. Y no fue este conflicto precisamente una de las consecuencias inmediatas de la llegada de Johnson al universo de los caseosos. Tal no fue más que el detonante de una problemática enraizada en lo más profundo de la tradición de los kasios. Grolry ya estaba enterado de ello. Asistió a la morada de la imagen material del ídolo Casio en los límites de la capital caseosa.

Tal día volvía a ser pesado. La gente del pueblo expresaba su descontento tanto hacia los héroes caseosos como hacia el propio ídolo Casio que, en ese momento, se relegó completamente a la vigilancia de dicha ciudad, confiando siempre en la tradición. A un lado del pueblo, se hallaban los llamados “progresistas”, científicos caseosos que demandaban hacer uso público de sus implementos y creaciones tecnológicas en el desarrollo e infraestructura de la capital. Más cercanos al ídolo Casio, se hallaban quienes simpatizaban firmemente con la tradición, el legado de los héroes caseosos que hacían valer su nombre para luchar contra los paradigmas reinantes que ciclo tras ciclo azotan toda Tierra Caseosa. Es por estos motivos que se congregaron los caseosos en una especie de foro público, en los cuales se hallaban los dos grandes bloques en pugna. Grolry se movilizaba por entre toda la masa de gente y la lluvia que se suscitaba torrencial, con el fin de llegar hacia el espacio que da frente al ídolo Casio y encararlo.

En tanto, cientos de voces provenientes de los dos bloques se entremezclaban luchando por hacerse notar y valer. Grolry arribó firme hacia donde estaba la morada exclusiva del ídolo. Él alzó la voz para llamar la atención de todos los presentes:

-¡Cállense todos y atentos! Como ex héroe paladín de los caseosos, a mucha honra de nuestro ídolo Casio aquí presente, me tomo el derecho de pedir prestada Su palabra para manifestarme. Primero, con respecto a la situación que está viviendo nuestro pueblo nuevamente. Bien es sabido que, año tras año, estamos siendo presos de una suerte de maldición sin fin que azota nuestras tierras, y esto no lo cuento solo por experiencia propia. Ustedes han de saber, ante la presencia de Casio, que esta maldición ha afectado a Tierra Caseosa mucho antes de haber sido nombrada ciudad a nombre de nuestras generaciones pasadas. Es este mal sin fin que han tratado de liquidar nuestros antepasados. No se sabe aún si los llevamos con nosotros, o si es esta gran isla, la Isla Caseosa, la que permanece impregnada de dicha maldición, mucho antes de nuestra llegada. Hoy en día, Johnson casi no nos asusta, y eso he de replicarlo con fuerza, puesto que, a nuestros ojos, se nos aparece solo como una de las tantas nefastas consecuencias de nuestra llegada a estos parajes inmersos en el gran Océano Weters, del cual no conocemos casi nada y aún se nos presenta enigmático. Como ex héroe caseoso que soy, llamo a hacernos cargo y seguir el legado de una tradición fundada por nuestro ídolo Casio, porque no sabemos hasta cuando pueda durar todo este mal. Es por eso que quisiera cederle la voz a nuestro ídolo, con tal de escuchar sus sabias palabras-.

Dicho este discurso, Grolry miró con cierto aire de escéptico a Casio. Grolry, que ya se asumía como ex héroe de los caseosos, imploraba indirectamente una respuesta del ídolo, una respuesta que explicara el por qué de su predilección hacia Bill y el por qué del origen de la tradición. En sus interiores, Grolry creía ciegamente en que era Casio quien ocultaba el pasado y la verdad acerca de su linaje y su génesis mismo. Es por eso que aprovechaba esta ocasión para hacérselo saber. Aún con estos deseos, Grolry siempre sintió que Bill no estaba capacitado para seguir el circular destino suyo y el de los caseosos, no por falta de habilidades, sino por sus determinaciones propias. Había algo en el interior del pequeño Bill que quería salir a flote, a pesar de sostener en sus hombros la carga pesada de héroe impuesta fatídicamente.

En señal de respuesta, el mismo ídolo Casio accedió a la petición del viejo Grolry y le contestó en tono alto:

-¡Grolry! Has hecho bien en venir a estos terrenos para expresar tus dudas. Sabes muy bien lo que acontece y eso no has de ocultárselo a nadie. El mal al cual tú te refieres, bien has de saber que posee su origen en el caos. Pero nada de lo que hagamos asegurará que podamos conocer a exactitud su causa y su posible final. Es así que, como ídolo y héroe primigenio de esta generación, me toca ser el guía y el referente para todos ustedes. Grolry, como has servido a la tradición hace algún tiempo atrás, no puedo más que decirte que tu decisión ha sido efectiva. Bill, tu nieto, es quien hoy lleva a voluntad propia el cargo honorable de héroe de los caseosos. A pesar de su corta edad e inmadurez, ha demostrado gran avance y habilidades extraordinarias, tal cual su abuelo en su lugar y tiempo. Yo mismo me he encargado de asesorarlo hasta su llegada a la Montaña Caseosa. Es por ello que estoy seguro que Bill será quien hallará la clave para todas sus dichas y desdichas-.

Terminado este nuevo discurso, aquellos caseosos dentro del bloque que apoyaba la tradición, exclamaron:

-¡Casio, ese niño es aún muy novato! ¡No creemos que pueda hacer nada sino solo seguir con lo que ya se había hecho antes! ¡Sí, pedimos una explicación al gran mal que siempre nos ha azotado, el cual sentimos en nuestras pieles y corazones! ¡Queremos una respuesta! ¡Respuesta! ¡Respuesta!-.

Ante el clamor del bloque que simpatiza con la tradición, respondió el líder de los llamados “progresistas”:

-Dirigentes y ciudadanos del pueblo de los caseosos. Ante sus demandas quería yo hacer notar nuestro discurso. Es verdad que la ciudad y todas las generaciones pasadas que han habitado en ella pasaron por lo mismo y se han hecho las mismas preguntas que todos ustedes. Yo, quería ahora hacer presente la postura de mi predilección hacia nuevas formas de vida y obra que puedan aportar y potenciar la imagen misma de los caseosos. Con sólidos pensamientos he podido llegar a la conclusión que es la tradición misma con su karma negativo la que ha provocado perjuicios en la economía e infraestructura de toda Tierra Caseosa. Es ya la hora de hacer uso de la creatividad, y la tecnología otorgará las posibilidades a cada uno de los ciudadanos presentes para desenvolverse a lo largo y ancho de todo este mundo, y además y por sobre todo en el mundo propio!-.

Casio, ante tal manifiesto vehemente, replicó:

-¡Oh caseosos! Como parte de ustedes sé de sobremanera cuan ávidos de felicidad se sienten, pero me embarga la posibilidad de que no entiendan las prerrogativas que les hago llegar. He dicho que la tradición épica, la cual todavía sigue vigente ante los ojos de nuestros corazones, no ha muerto, y no pretendo tampoco censurar sus sueños y ambiciones, pero no puedo renegar el linaje de los héroes bravos de Tierra Caseosa. Es todo el destino que conocen mis augurios y todo lo que puedo despejar de entre las grises nubes de nuestros cielos. Veo que el tiempo se les vuelve feroz en cuanto no pueden llegar a sentir recompensadas sus búsquedas y oficios. ¡Oh! ¿Cómo es posible que todavía no comprendan que ustedes mismos son la tradición? ¡Las ventanas hacia el mundo nuestro no pueden verse más transparentes!-.

Grolry le replicó, con firmeza: -¿Transparentes? Casio, con todo respeto, has dicho hace un tiempo atrás que nuestro origen es aún incierto ¿Y cómo es así que hablas de prerrogativas y de certezas? No estoy diciendo que no poseas la facultad de visionar los devenires de Tierra Caseosa, pero ¿Es que no le está permitido a un caseoso, aun obedeciendo a su propia naturaleza, disponer de muchas cartas a su haber? ¿No lo habías dicho ya, ante mi reivindicación como héroe que tu voluntad requirió?-.

Casio, ante la profunda pregunta del veterano Grolry, guardó silencio, a fin de explorar entre sus cavilaciones. Luego, soltó la voz el líder de los “progresistas”, una vez más:

-Señor Grolry, estoy en total acuerdo con usted. Ante dicha convocatoria, puedo hacer uso de mi memoria ¿Recuerda cuando poco después de vencido el monstruo Flawk, usted mismo renunció honorablemente a su antiguo cargo justo un tiempo antes de ceder hacia otro potencial paladín de los caseosos? A usted nadie lo vio, y debo decir con honestidad, pocos de nosotros tuvimos el valor de admirar todo lo fructífero que fue su gran oficio de guardián de la ciudad. Creo que es ese un buen nombre para llamarlo a usted si me lo permite, “Guardián”. Con todo lo que pudiera significar, “Héroe” se me antoja una palabra muy ambiciosa, a pesar de lo que se comparta en la tradición. Y es en fin, caballero Grolry, usted quien decidió por sí mismo y resultó ser héroe de sí mismo. Es todo esto, independiente de la llamada tradición épica de los caseosos, la cual no niego que haya sido una cadena de grandes experiencias. Mas, ya es tiempo que demos un segundo y hasta un tercer giro de tuercas a nuestros imperativos, y podamos ceder el paso a nuestra incipiente carrera imaginativa ¡Así, cuán vasto se nos aparece Weters mismo, sobre el cual sus olas puedan servir de pista y fuente de riquezas para probar nuestras sub acuáticas máquinas e hiper hidro equipos de exploración abismal! ¡Es con nuestras manos que un nuevo mundo se nos abre!-.

Ante el airado discurso del líder caseoso “progresista”, quedó otra vez todo en silencio. Hasta que, de vuelta hacia el bloque de los tradicionales, surgió de forma unánime otra voz que esta vez demandaba:

-¡Respuesta! ¡Respuesta! Queremos respuesta!-.

Las dos manifestaciones de ambos bloques integrantes del pensamiento caseoso presente hacían notar su espíritu de querer cambiar las cosas. Sin embargo, el gesto político de Casio permanecía latente. Grolry esta vez accedió a la presencia del ídolo diciéndole:

-Casio! ¿Qué es lo que dices? ¿Qué es lo que predices para ti y para nosotros? ¿Eres tú esa respuesta a tu propia y valiosa tradición?-.

Casio, de un golpe, como en una intuición violenta, arrojó su voz hacia los alrededores de la capital:

-¡Caseosos! Es la mirada de Johnson la que veo escudriñar hoy en los cielos de esta tierra. No hay respuestas sino las que ustedes tienen-.

Y dicho así, inició una fuerte lluvia tan torrencial que parecía que el cielo estuviera sudando a cántaros ante el esfuerzo de mantenerse arriba. Sin explicación, Casio hizo desaparecer su espíritu de esos alrededores, luego de tan agitado foro público. Casi todo el bloque de los tradicionales junto con el grupo de ciudadanos caseosos que observaban desde la periferia, despejaron el lugar. Mientras que un grupo de los “progresistas” se quedó, por órdenes de su líder, con el fin de entablar una corta plática con Grolry, el antiguo caballero reivindicado de su linaje, de su prerrogativa, de su destino.

El líder de los progresistas habló de esta manera a Grolry:

-Señor Grolry, cuánto me place hablar con usted, un caseoso de tomo y lomo, ahora en momentos de convulsiones y revueltas. Sé que nosotros, caseosos con espíritu de ciencias, podemos entablar un convenio con el fin de llevar a cabo nuestras resoluciones, tan postergadas a menudo por estas tierras, dada las circunstancias. No malentienda nuestro propósito. Yo sé que usted tiene un lazo muy cercano con nuestro mentor Buris. Me han contado que en estos momentos se halla muy lejos de Ciudad Caseosa, en las inmediaciones de Virimhan. Nuestro mentor siempre desconfío de las empresas llevadas a cabo por Casio, a pesar de los problemas mismos de los que somos parte ya. En cambio, como usted siempre tuvo una disposición por las nuevas tecnologías descubiertas y realizadas por nosotros, la vanguardia de Tierra Caseosa, pretendo ahora, gran Grolry, si me permite entrar en confianza, planear un reencuentro con nuestro mentor con tal de estar al tanto de sus actividades y potenciales proyectos. Es cierto que, hasta el momento, nuestros avances han sido bastante productivos, pero créanos, necesitamos de su ayuda en esta ocasión, tal cual ocurrió luego del “Gran Quiebre”. Espero contar con su auxilio-.

Grolry le respondió, en medio de la fuerte precipitación:

-Ya veo, compañero caseoso, aún recuerdas mi historial de guerrero. Pues déjame decirte cuán molesto me siento de volver a iluminar mis recuerdos. Independiente de esto, déjame decirte que, de acuerdo a tus favores, puedes contar conmigo. Últimamente, Casio se ha vuelto cada vez más enigmático, y no estoy diciendo que nos perjudique, sólo es una suerte de premonición que guardo en mi pulso de héroe caseoso la que me comunica esto. Yo estoy completamente seguro que es él quien ha de revelar nuestro origen y el suceso de nuestras desgracias todas. Bill, en estos instantes está arriesgando su vida por rescatar a su padre y su hermana. Es posible que se encuentre bien, pero yo siempre he desconfiado que este cargo heroico le sea otorgado solo a él mismo. Mi nieto siempre ha ocultado ciertos aires de libertad que ni yo he podido imaginar. Creo además que en estos momentos mi hijo Toli se las debe estar ingeniando con Miti para escapar de las garras de Johnson. Entonces nosotros podremos también hacer algo, una vez más, por neutralizar esta influencia que hoy es una de las tantas de la cual deriva nuestro eterno paradigma ¿Qué dices, compañero caseoso? Veo que tus esperanzas individuales no te han traicionado. Veo que bajo la inspiración de vuestro maestro aún se encuentra ese pathos único que te insta al riesgo y la elección ¿No es cierto?-.

-Muy oportuno lo que hablan sus voces, Sr Grolry magnánimo. Me temo que así es. Nosotros los que estamos llamados a potenciar nuestras capacidades y nuestras queridas creaciones queríamos agradecerte. Por mi parte, me haré cargo de acompañarte en este viaje con tal de contactarnos personalmente con el maestro Buris, y llevar a cabo nuestro propósito. Mientras tanto, mis colegas trabajan en la asesoría de iniciativas en un lugar apartado de la capital caseosa, en donde ni Johnson, ni siquiera nuestro ídolo Casio, podrán estar al tanto-.

–Veo que así es, pues acepto, pero antes déjenme a solas en éstos parajes. Necesito resolver ciertos cuestionamientos que pasan ahora por mi mente-.

–Tus palabras sean tu obrar, Grolry. Nos estaremos viendo, cuando la colérica lluvia deje de precipitarse sobre estas tierras-.

Eran estas palabras las que proferían ambos caseosos. De este modo, el líder de los “progresistas” se marchaba junto con sus compañeros. El viejo Grolry permanecía solo en medio del vasto panorama mientras que la lluvia aún duchaba todo su caseoso cuerpo. De súbito apareció entonces, en una ráfaga de luz, uno de los ex héroes legendarios caseosos. Se trataba del héroe con quien Bill tuvo la oportunidad de practicar sus dotes de espadachín. Era evidente que arribó hasta ese lugar para entablar diálogo con el viejo Grolry, dadas las circunstancias que no solo acaecían en el Océano Caseoso, sino que también en el seno de los conflictos entre estos personajes:

-¡Blyze! ¿Qué es lo que te trae por estos lares? ¿Acaso ya has estado al tanto de todo lo sucedido?-.

–Grolry, viejo compañero Grolry. Veo que hemos sido casi como hermanos y aún no logras compenetrarte del todo en estos asuntos. He sido el vigía activo durante todo este tiempo, y durante el foro público. Ahora, viejo compañero de armas, cuéntame ¿Qué es lo que planeas hacer respecto a aquella misión propuesta por los llamados “progresistas”? ¿Serás acaso el guardián, el vigilante de sus manifiestas resoluciones, de sus manifiestos caprichos?-.

–Sí, claro que sí, Blyze. Aunque, como ya me conoces, no he tenido el suficiente coraje a mi edad para ser convencido en tales situaciones presurosas. Pero, ya que estamos hablando de nosotros y nuestro pasado, en vista de todas las influencias que enmantelan nuestro querido pueblo, no me ha quedado otra opción que hacer a Bill partícipe de este juego. Si bien creí que, a pesar de mi sangre, él seguiría un camino diferente al resto de los caseosos, hoy ya veo que está de vuelta en la tradición que parece estar auxiliada por el tiempo soberano-.

–Grolry, te comprendo, pero ya no es tiempo de malinterpretaciones. Hemos llegado a un punto decisivo de nuestras peripecias. Será quizá con Bill que termine este ciclo de linajes, no lo sabemos, pero creo que ya es hora de reorientar nuestras visiones. Para nosotros, los caseosos, que hemos vivido el limbo en carne propia. Para nosotros, los caseosos, que hemos experimentado el miedo a lo que se conoce. Para nosotros, los caseosos, que no conocemos otro comienzo que el fin, este tiempo se nos hace decisivo. Y Grolry, créeme, no es por ser partidario de la tradición, pero si volvemos a nuestros mismos límites y los consumimos en nuestro interior ¿Qué monotonía parecería así amenazante? Grolry, es con nuestras determinaciones, nuestras grandes intuiciones, que brincamos airosos sobre todos nuestros obstáculos ¿No te parece ya esta una fábula conocida? Pues, ¿cómo crees que estemos aún sobre estas tierras hablando en estos espacios y sobre estas cosas? Si nos hemos reivindicado de la tradición es porque alguna vez fuimos esa tradición. Nosotros, los caseosos, no tendremos que pretender la huida, porque, de ser así, llevaríamos el sufrimiento en nosotros mismos, hacia los lugares y zonas que fueran, pero si alimentamos nuestros sueños y deseos, no habrá ya un vacío que resulte demasiado profundo-.

–Airoso como siempre, Blyze. Tus palabras rebosan de entusiasmo. Habrías de escuchar todo lo que Casio, yo y los progresistas discutimos en medio de la masa y los cántaros de lluvia. Ahora es mi turno de volver al campo de la batalla, quizá por última vez, y reanudar nuestro juego ¿no? Así como me lo propusieron aquellos caseosos señores de las tecnologías, he de ir a buscar a Buris para actuar con ellos y llevar a cabo un proyecto importante. Sea lo que sea, que pasen otros cien años para esperar por aquel acontecimiento, pero como así lo vocifera mi conciencia, el esperar nunca prospera. Y, de acuerdo a tus palabras, Blyze, no nos queda otra que barajar nuevas cartas, y apretar ese nuevo botón, hasta que ya no quede alternativa, y hasta el punto de que ya no seamos los caseosos-.

–Y bien, Grolry, ya hecho nuestro escenario, ¿Cuál será el siguiente paso?-.

–Bueno, será el ingeniarnos un recorrido lo menos problemático posible hasta las inmediaciones de Virimham, ciudad técnica y manufacturera, refugio ideal de Buris y los progresistas. A la cabeza se me vienen no más que dos opciones: Precipitarnos hasta lo profundo de las forestas del queso, lo que supone un viaje más corto, pero, a la vez, más agitado y laberíntico, o dirigirnos al litoral a puertas de la capital caseosa y emprender un viaje naval, largo pero un poco menos ajetreado. Aunque ambas empresas resultan arriesgadas, Blyze, es un pequeño riesgo que es oportuno correr, si quieres esta vez apretar el destino con una nueva mano ¿no?-.

–Sí, Grolry, bastante bien pensado. Al tanto de tu paradero y de tus andanzas, ya puedo marcharme una vez más. Será mejor, Grolry, que no pienses mucho en tu familia si quieres arriesgarte ahora. Procura hacerlo como yo lo hice alguna vez: sin memorias, sin mundos, sin nadie, solitario, solitario, atravesando memorias, mundos y corazones…-.

Eran estas últimas palabras las que desvanecieron en el eco de los cielos, mientras que, sobre la inmensa capital, las nubes se rasgaban para denotar un celeste despertar. Entonces, el veterano Grolry, con una sonrisa corta como la de su nieto, se dirigía de vuelta a la escena en la plaza central de Ciudad Caseosa, para asegurarse de que todas estas fantasías, todos estos blancos y negros, no se transformen solo en el preámbulo de un telón que amenaza con cerrarse, sino que también tengan cuerpo en cada uno de los corazones, y en cada uno de sus claroscuros días.