martes, 12 de abril de 2016

Increíble cómo con algunos amigos uno se ríe de todas las miserias de la vida. Llega a una especie de catársis, de psicología inversa. "Puta que andamos botados, puta que no nos pescan, puta que nos pagan poco, etc". Todo adquiere el matiz de la risa, pese a ser patético, o precisamente por eso. En la amistad las miserias adquieren una dimensión noble. Se le quita esa carga depresiva, tan poco espontánea. O será solamente porque la miseria ama la compañía, como dice el dicho popular. A propósito, Enrique Vila-Matas, en su novela Exploradores del abismo, señalaba que: "No es cierto que la esperanza sea, como alguien dijo, la resistencia del ser ante las previsiones de su mente. No. Es el humor la verdadera resistencia de fondo (...) El humor es el inquilino eterno del vacío".

El profesor fracasado

Una reciente novela del escritor Cristian Geisse versa sobre un Licenciado en Letras que sobrevive haciendo clases en un liceo de Viña del Mar llamado Richard Nixon School. Para colmo, se trata de un personaje que no tenía contemplado hacer clases, sino que dedicarse netamente a la edición y a la escritura. Pero la realidad lo empujó a buscar trabajo de profesor. Dice a modo de reseña que el trabajo es miserable, puesto que son en su mayoría alumnos desinteresados con la asignatura, y con el propio estudio en general. El profesor para ellos vendría siendo el equivalente al paco en la protesta, un tipo que representa la autoridad y al cual hay que fastidiar a como de lugar. Por otro lado, el escaso o prácticamente inexistente vínculo con los otros profesores. Y el trato plebeyo del director y el UTP. Conforman así un argumento dantesco. Para nada estrambótico ni caricaturesco. Muy cercano a lo que en realidad ocurre. 

Los nombres de las nuevas instituciones, a menudo con nombres de grandes personalidades, por citar algunos: Isaac Newton, Charles Dickens, William James, René Descartes, Charles Darwin. Lo curioso es que, según veo, ninguno refleja realmente al personaje citado. Pareciera que el nombre ahí fuera solo un referente remoto, un aval invisible y encicloplédico para un proyecto educativo que choca de frente con la realidad curricular del país, a ratos paradójica, a ratos tragicómica. Es ingenuo pensar de afuera que allí encontrarán grandes teorías físicas, futuros novelistas históricos, filósofos académicos, inclusive científicos evolucionistas. A lo sumo, eficientes empleados. O universitarios que se creyeron el sueño americano. El por qué del nombre solo constata un hecho más crudo: la educación escolar chilena es un nicho de castas. Lo cierto es que a algunos les toca, para sobrevivir, la carne de cañón. Un nido de ratas, corrijo.

El interés de Geisse por los fracasados. Como lo manifestaba también Peter Handke en su novela "El año que pasé en la bahía de nadie", citada a modo de ironía: "Por otro lado, desde siempre he sentido atracción por los fracasados y los que no salen adelante como si ellos fueran como hay que ser. Los veo, desde lejos, literalmente ennoblecidos, o como si, entre nosotros, los de hoy, fueran las únicas figuras que tienen un destino." El interés por aquellos que siendo necios persisten en su necedad hasta alcanzar cierta sabiduría, parafraseando a William Blake, libremente. 

El profesor fracasa, por supuesto. Sin embargo, me sigue pareciendo burgués en su fracaso, a pesar de codearse con los quiltros del sistema. A pesar de parecer el cínico por excelencia. Cínico entendido en su concepto original. No el mentiroso, sino el desprendido. Personalmente creo que el fracaso, si se le pretende abordar por escrito, debiera ir un poquito más allá. El fracaso incluso en el amor. Algo ya rayano en lo patético. El fracaso en conjunto con la soledad. La soledad de un profesor soltero, pateado precisamente por su inestabilidad laboral, trabajando en un oficio part time los fines de semana, arrendando en una pieza o departamento, endeudado por un sueño obtuso, cargando a cuestas con las expectativas de su familia, no teniendo otra opción que la deuda o el exilio y, sarcásticamente, sin contar con el apoyo que se espera de un profesional derivado en la hidalguía. Pese a esto, y muy a su pesar, sigue siendo un burócrata asalariado. Y eso es lo interesante. Se somete a un trabajo que lo sustrae de si mismo, más allá de las clases que resultan un hervidero social, quizá el único lugar dentro de las instituciones que tiene vida, que se muestra simplemente como lo que es.

El fracaso no como renuncia, sino como aquello constituyente del trabajador en general: se sabe derrotado, sin embargo continúa, mete la cabeza al fango para si mismo (y los suyos). Un tío tenía un concepto oportuno en relación a esto: trabajar para salvarse el trasero. Buscar ese punto en que el profesor se vea tan arrinconado que para lo único que planifique y evalúe con sus conocimientos universitarios de contrabando y su cultura aspiracional sea para salvaguardar su trasero. "No lo hago en el fondo por ustedes, sino para sobrevivirlos". Ese quizá sea el punto de no retorno de la educación chilena. Y a su vez, su salto desde la tragedia a la comedia. Aquel punto decisivo en que el profesor pasa de ser un burgués doliente, venido a menos, a ser parte del espectáculo general del fracaso colectivo, de la risotada que deja entrever la pérdida del orgullo, que no por eso deja de ser cómica. Entonces el profesor en ese punto vuelve al término original de la comedia, desde la poética de Aristóteles. La comedia como el estilo de los que no eran nobles, de los que alguna vez lo fueron pero cayeron en la ignominia pública. La pedagogía en Chile, hoy por hoy, como el ejemplo de esa comedia.

"Ricardo Nixon School" de Cristian Geisse.