viernes, 31 de agosto de 2018

Hay una carnicería en Las Heras, se llama "Carnicería equina". Cuando entré a comprar, había sobre un estante, junto a algunas cosas como aceites y vinagre, un montón de libros viejos apilados. ¿Cómo era posible que en una carnicería figuraran libros en el mostrador? dije entre mí. Los revisé con toda libertad cual biblioteca con aroma a carne muerta y filete recién cortado. Entre los libros aparecía por ahí una edición "filete" de Tom Sawyer, uno que otro libro clásico de edición escolar, Las mil y una noches, Sub terra, una compilación de Cortázar, algo sobre Poe, el libro investigativo sobre los psicópatas de Viña del Mar y abajo de unas viejas ediciones de Ercilla, un libro de Esteban Echeverría, ya no recuerdo cuál, pero se trata del mismo autor que alguna vez escribió el relato El matadero, en el que se retrata el tiempo de la escasez de carne durante la cuaresma eclesiástica bajo el gobierno del dictador Rosas en Argentina. El caballero carnicero, al notar que no estaba dispuesto a comprarle ni un bistec siquiera, y en cambio seguía hurgando entre los libros como condenado, preguntó qué era lo que se me ofrecía. Le pregunté de vuelta si acaso los libros en el estante estaban a la venta. Dijo que no, que esos libros eran de su hijo que ya egresó del colegio, y que los dejó ahí en caso de que otros cabros lo necesitasen, para los planes lectores que les exigen los profesores de lenguaje. -Pero por qué los tiene ahí casi a un costado de la carne molida?-. -Pues porque así se ven más a la vista. Más de algún cabro ha venido a hurgar ahí preguntando por algún librito, pero solo para fotocopias, no se venden ni se regalan-. El carnicero afirmaba que esos libros tenían que permanecer sobre ese estante codeándose entre los restos de la carne, más bien a modo de vitrina, de contrapunto literario. -Los tengo de recuerdo, en realidad. Pero si alguien necesita leer algo de lo que hay ahí, puede llegar y fotocopiarlo no hay drama. ¿Y? ¿Se le ofrece algo más casero? ¿su asadito?-. Reía con una sonrisa corta. El carnicero insistía con su inusitada lógica, mientras afilaba los cuchillos para prepararle una posta paleta a una casera que iba llegando a buscarla. Tenía pensando en un principio pedirle el libro de Echeverría pero no valía la pena solamente fotocopiarlo. La idea era llevárselo, cual pedazo de carne para el banquete. La sola posible imagen de su compra en una carnicería era los suficientemente poderosa para golpear el hambre.

Strange angel

Strange angel: la historia de Jack Parsons, el ingeniero aeroespacial que soñó con viajar a la Luna mediante el desarrollo de la cohetería, impulsado por la voluntad thelemita de Aleister Crowley. "Amor es la ley. Amor bajo voluntad". La escena en la foto es una de las tantas alucinaciones que tenía Parsons en sus rituales de peyote y de magia sexual, tal vez su mayor miedo imbuido por la contingencia histórica de la época.


jueves, 30 de agosto de 2018

Ayer frente al restorán San Carlos de Las Heras, un telón negro sobre la entrada y un par de camiones en toda la acera. A lo lejos se veía lo que parecía un equipo de filmación. Los curaguillas que pasaban por ahí se rascaban la cabeza no cachando qué onda. Hoy, dentro de la galería Tres palacios, a la salida por Independencia, nuevamente otro telón negro tapando el acceso. Se trataba tal vez del mismo equipo de filmación. Un loquito encaramado en toda la esquina me decía que no pasara ni me quedara ahí mucho tiempo pegado (toda la gente de la galería, por su parte, hacía lo mismo), porque el loquito entendía que estaban en proceso de montar una escena, y cualquier paso en falso, cualquier ademán fuera de foco podría suponer una interrupción flagrante ¿sobre qué cosa? No se sabe con seguridad. Tampoco se veía que estuviesen todavía montando nada extraordinario, al menos en esa parte de la jornada. Dos espacios clave: el restorán y la galería. Dos momentos clave: el mediodía y la tarde noche. Así se iba fraguando alguna clase de nuevo y misterioso filme, o documental, o videoclip, o cortometraje. ¿Alguien de los presentes -que haya pasado por ahí o que tenga relación con la cuestión- sabrá de qué se trata y en qué consiste?
Hace tiempo que no me siento bien, pero no crean que en sentido anímico, sino que de salud. O sea, no he andado crítico pero de repente recaigo en jaquecas de la nada (si no es en una sien, es en la otra), sensación de letargo sin razón aparente, dolor al forzar la vista (sí, eso es por la falta de anteojos), una a veces extraña fatiga estomacal que se pasa sola, sin contar con los clásicos ataques de alergia que me son insufribles por estas fechas (pero ya controlados por las inyecciones que recibí de chico). ¿a qué se deberá tanta molestia? ¿serán weas aisladas o síntomas de algún cuadro clínico mayor? No quería decirlo, pero me he visto en la necesidad de hasta visitar a un médico. Y eso que soy reacio. De hecho voy para allá ahora mismo, a ver qué cresta me pasa. Quizá cuál será su diagnóstico. En todo caso, si no posteo en más de dos días recién pueden preocuparse. Sea lo que sea, aquí, en este muro, tienen mi testimonio, por si las moscas. (O si somos optimistas, quizá no sea nada de vida o muerte y soy yo el que está puro weando. Quiero creer que sea eso y no otra cosa. Nunca se sabe...).

miércoles, 29 de agosto de 2018

Había un análisis del Séptimo Vicio sobre El Padrino. Recuerdo que hablaba sobre las naranjas. Según este análisis, en la trilogía de El padrino las naranjas simbolizaban una muerte inminente o bien un chorrero de violencia que estaría a punto de desatarse. El diseñador de producción Dean Tavoularis las habría utilizado en la primera película para darle un toque técnico de color a las escenas oscuras. Pero, una vez que comenzaron a usarse con más frecuencia, estas luego fueron incorporadas a propósito para darle el significado que, posteriormente, se interpreta, a raíz de su presencia o contigüidad en alguna escena clave de deceso o masacre. Ahora, si llevásemos esta lectura de las naranjas de El Padrino a la contingencia actual; es decir, si leyéramos las naranjas puestas con alambre en el patio del palacio de Gobierno con ese ojo cinéfilo, cabría preguntarse acaso si ese "montaje" instalado ante la llegada del jefe de Gobierno español, podría simbolizar que en el país ha ocurrido, ocurre y seguirá ocurriendo un baño de sangre o, si fuésemos más lejos, que esa instalación de las naranjas precisamente podría significar que la muerte rondará pronto en La Moneda, de alguna u otra forma, como en la trilogía de Coppola.

martes, 28 de agosto de 2018

"Cada día vienen menos. Pronto no quedará nadie", decía la única alumna que alcanzó a llegar a la hora a la clase del preu. Era evidente que la asistencia del año iba bajando progresivamente conforme se acercaba la fecha de la prueba. El vacío de la clase era tal que la lectura dejaba resonar el eco, el eco de las interrogantes a modo de premonición. Leíamos, en la guía de mundos literarios, un texto de Alvaro Mutis, "El sueño de fraile". En este el personaje soñaba que iba cruzando corredores, sintiendo que cada uno era más real que el otro, y así hasta el infinito. Al llegar a la parte final el personaje despertaba y se daba cuenta que esa era una forma nueva de rezar el rosario. Sumido en una suerte de trance hipnótico, sumándole soledad y claustrofobia a la introspección. La lectura del sueño del texto, de alguna manera también se convertía en una forma nueva de estudio, una vertiginosa, un tanto paradójica. Seguíamos a la ronda de alternativas, cuando la clase empezó a poblarse poco a poco, no más de tres alumnos, excusándose con la clásica de la enfermedad. La alumna del principio seguía resolviendo la pregunta sobre el texto del sueño. El eco comenzó a desaparecer paulatinamente. La sala ya no era el símil del corredor. Volvía a su color habitual. Más tarde, en sala de profes, una colega comentaba que para intensivo le habían asignado una sola alumna para cierto curso. "Bah, qué raro, para eso haces clases particulares", le comentaba otro. La colega afirmaba que mejor, porque así la clase era más personalizada. Ya había pasado la hora para entrar a clases. Aún no había rastros de la única alumna. El coordinador de la sede recomendaba que fuera a la sala a esperarla allí. La colega tomó sus cosas y partió tranquilamente. A medida que caminaba por ese corredor hacia la sala, entreveía seguramente que la clase tendría que ir haciéndose más real conforme pasaba el tiempo. Solo era cosa de esperar a que la única alumna llegase. El sueño del texto volvía a conspirar en esa situación. "Cada día vienen menos. Pronto no quedará nadie". La colega a lo lejos revisaba el celular y se servía el café dejado hace rato, haciendo suyo el tedio de la espera, espantando el sueño de la clase aún latente.
“Soñé que era del MIR y me joteaba a Cecilia Pérez para poner una bomba en su casa”, ese fue el twitt de Nicolás González, estudiante de derecho, que le valió la intervención del procedimiento policial. “Desperté con pena porque fue un sueño” habría agregado minutos después, en respuesta al comentario de una amiga. La propia Pérez había denunciado el twitt. El general del OS9 habría puesto la alarma mediante un análisis preventivo de redes sociales. Luego de testificar ante la justicia, González declaró que todo se trataba nada más que de un comentario sin intención alguna. Una auténtica joda. Un simple exabrupto sin repercusión en la realidad. Se dio además el lujo de señalar que la reacción de Pérez fue solo una jugada mediática. Una especie de pataleta que ejemplifica a la perfección la banalidad y arbitrariedad del recurso judicial. Lo interesante de la cuestión es el verdadero dilema legal re contra burocrático y psicológico que provoca: ¿Se puede acaso castigar la pura intención declarada pero no consumada contra alguien? ¿aunque carezca por completo de seriedad o verosimilitud? ¿Se puede castigar una supuesta intención velada tras el dicho de un enunciado, a todas luces, irrisorio, ridículo? En Minority Report, nuevamente, tocaban el tema de la predicción de supuestos delitos a raíz de ciertas intuiciones o indicios de posibles acciones que desencadenarían, hipotéticamente, en un hecho de sangre o un hecho de pólvora. En este caso resultaría francamente infructuoso o, a lo menos, improductivo suponer un escenario futuro en el que la amenaza del twitt pasase del dicho al hecho, y si así fuese, sería a todas luces, un acto contraproducente, por cuanto el autor se estaría dejando en evidencia a sí mismo y en frente de toda su red mediática, cayendo en una vorágine sin retorno. El escenario futuro, vale decir, la posibilidad de una realidad en que la amenaza pasara a la acción y derivara en un hecho consumado, solo se puede plantear desde la interpretación parcial de una intención velada, acaso sin otro propósito que su propio decir o su propio deseo carente de dirección alguna. Doy fe de que la configuración misma de aquella bromita twittera no hacía otra cosa que describir una amenaza textual con un tenor intangible y, todavía más, con el carácter de sueño. No hay, dicho esto, cláusula legal que pueda testificar contra una supuesta amenaza representada en formato onírico. No hay evidencia suficiente que pruebe que ese sueño declarado en menos de 140 caracteres fructifique eventualmente en una concreción material de su significado. No cabe otra cuestión que la paranoia en la reacción natural del destinatario de la amenaza. Pero, a su vez, no cabe otra cuestión que un abismo de incerteza en la intencionalidad del remitente. La siempre polémica libertad de expresión abre ambos flancos por igual, arrojándose entre sí bombas discursivas que trabajan sobre la potencia de un hecho únicamente posible en la especulación. Sobre esto mismo, ustedes pueden soñar que matan a fulano o mengano y no tienen por qué sentirse, por ello, amenazados de vuelta. El crimental no puede invalidar un simple sueño sarcástico. ¿Quién no ha soñado alguna vez con que mata a alguien? Incluso ¿quién no ha declarado alguna vez que desea ver muerto a tal o cual cabecilla o pez gordo de tal o cual forma? Se puede soñar con toda libertad, con total impunidad, se puede pensar en hacer algo, con total impunidad, pero ojo con publicarlo y, de hecho, con pensar en llevarlo a la acción, porque el efecto reatroactivo del asunto en el medio circundante se vendrá brígido y se te escapará, en algún punto, inevitablemente de las manos. Basta con acordarse de Black Mirror en Hated in the nation. El juego de las consecuencias al fomentar el odio virtual en masa era del todo catastrófico para todas las partes implicadas en el proceso. Se puede acaso ser impune (¿libre de pensar o soñar lo que sea por peligroso que resulte?) con la condición de ser completamente intangible. No puede haber, por ende, ley real que incida en el marco de lo puramente posible, sin que esta caiga de inmediato presa de su propio absurdo.

sábado, 25 de agosto de 2018

En la Blade Runner 2049, la acompañante de K es Joi, una mujer holográfica creada por Wallace Corporation. Asimismo, en la guarida de Deckard, se podía apreciar un escenario en el que un Elvis holográfico figura dando un último show privado. El nuevo enclave de la 2049 era ese: presentar las implicaciones problemáticas de la virtualidad, el doble filo de un transhumanismo que aboga por digitalizar la vida misma. 

El profesor holográfico es solo una posibilidad entre tantas. Luego veremos un poeta holográfico recitando sus poemas en cinco baruchos distintos, una banda de rock/pop virtual, proyectada de todas las formas posibles (Gorillaz!), hasta al mismísimo mandatario, vuelto holograma, dictando una proclamación en tiempo real a varios sectores del país, cumpliendo así de manera tecnológica su sueño megalómano.
Un desafío que se llame Suicide challenge. El que muere, gana. El que sobrevive, pierde.
Greenpeace llamó el "Chérnobil chileno" al área de Quintero-Puchuncaví tras nube de gases que sobrevoló la ciudad. Todas las miras apuntan a la ENAP y a Codelco pero ambos descartaron ser los causantes de los hechos. La Seremi de Salud investigó el extraño sedimento que apareció esta semana en algunas zonas de la ciudad, y descartó que tuviese algún elemento contaminante, señalando que solo se trataba de polen. Como en un velado sarcasmo, las autoridades de la Seremi declaraban que se trataba poco menos que del advenimiento de la primavera en medio de la batahola medioambiental, cuando en verdad se trataba de un verdadero polen apocalíptico. El grito de la gente asfixiada no se hizo esperar, en contra del cordón de industrias que rodean la zona de sacrificio formando un perímetro estratégico. Se alzan aires hostiles. Dignos de una novela post atómica. Y así es como chilito, con su propio Chérnobil, poco a poco va ganando reputación como uno de los países más tóxicos del Cono Sur. Algo olía mal. Ahora algo huele peor.

viernes, 24 de agosto de 2018

Kill pué

Primero, descuartizamiento de un profesor por parte de su ex pareja y su actual novio.

Luego, incineración de una casa con madre e hija dentro por parte del padre de familia.

Parricidio declarado. La ciudad de los hechos se ha ganado el apelativo de Kill pué.
Un payaso confundido entre las arboledas de la plaza, le echaba migas a las palomas. Hace un momento, una bandada había rodeado a un loco que masticaba un pan con chancho. Pero este, fastidiado, chucheta, la espantó, de modo que las aves se volvían en masa hacia un costado, hasta que el payaso de la calle las atrajo. Se le veía serio mientras sacaba las migas de su gran bolsillo cual truco de magia. A medida que las palomas terminaban su banquete, se iban sobrevolando el paisaje urbano, hacia el cableado del trole encima de la vereda. El payaso, al verse nuevamente solo, sin sus nuevas amigas, se arrimó a un pequeño puesto con un carro de supermercado y siguió arreglando unas chucherías. Se alcanzó a fumar un pucho. Seguramente, fraguando su propio circo imaginario.

jueves, 23 de agosto de 2018

Caminando a la altura de Freire, un sujeto se servía un sandwich sentado al lado de una mujer que empinaba con total desenfado una lata de cerveza dorada. Ella, al verme pasar con un vaso de café, se quedó mirando y, sin mediar aviso, levantó la lata y dijo: "Un salud por los hombres". La quedé mirando de vuelta sonriente, entendiendo que se trataba de una simpática volá de ebriedad. Pero antes de seguir de largo, la mujer fijó la cara, ante la mirada sostenida, y agregó: "aunque sean malos". Dicho eso, se dio vuelta y siguió chacoteando con el sujeto a su lado. No se sabía lo que eran, ni menos qué era lo que se decían. La palabra malo, presa de la arbitrariedad, confundida con el asfalto, ya había adquirido por sí sola el color de la noche. Continué el resto del camino con una sensación carrasposa corriendo por la garganta.

miércoles, 22 de agosto de 2018

martes, 21 de agosto de 2018

La luna fue chilena

¿Sabían ustedes la anécdota legendaria sobre el chileno que se hizo dueño titular de la Luna? Se supone que Estados Unidos llevó un hombre a la Luna el año 1969, pero más de una década antes, exactamente durante el año 1954, don Jenaro Gajardo Vera habría inscrito como de su propiedad al sátelite. ¿cómo se dio tan delirante adquisición? Pues, porque en aquellos años la ley chilena daba permiso para solicitar un título sobre una propiedad no reclamada. Ante cualquier duda, Gajardo Vera habría publicado un anuncio durante varios días respecto a los derechos de propiedad sobre la Luna. Ya que nadie la habría reclamado como suya, y como tampoco no existía aún una normativa universal que regulara las actividades espaciales, Gajardo Vera invirtió en la inscripición de la escritura y fue finalmente aprobada en términos legales. “Un montón de gente dice que estoy loco, pero nadie hasta ahora me ha dicho que soy estúpido“, sostenía Gajardo a The Evening Independent en 1969. 

Cuando ocurrió el alunizaje, la bizarra leyenda cuenta incluso que el abogado y poeta recibió un mensaje del agregado cultural de yanquilandia de parte de Nixon, pidiéndole "permiso" para aterrizar en su bien raíz. Se cuenta además que no todo fue tan maravilloso, puesto que los principales problemas vinieron del Servicio de Impuestos Internos. El SII habría enviado un par de inspectores para el cobro de las contribuciones respectivas sobre la Luna. Frente a ellos, Don Jenaro habría dicho no tener problemas en reconocer la deuda, eso sí, exigiendo, en conformidad a la ley, que el SII visitara la propiedad para efectuar su correspondiente tasación. Por supuesto, y luego de aquella visita, no habrían venido a molestarlo más en materia de de impuestos. 

Al morir Gajardo Vera a fines de los noventa, él mismo habría sostenido que en su testamento dejaba en herencia la Luna a todos los chilenos. Gajardo Vera, el poeta abogado que se apropió de la Luna para luego dejársela a todo Chile. Un acto tan poético como lunático. Su poema más grande. La verdadera lección de esta simpática historia -verídica o no- es la siguiente: Ya que Chile no fue ni será nunca propiamente de los chilenos, al menos les queda el consuelo -disfrazado de historia excéntrica- de que alguna vez tuvieron la Luna, aunque fuese mediante tan disparatado resquicio legal. La Luna como la utopía del desterrado. Símbolo preferido del paria terrestre. Metáfora del habitar deshabitado.

lunes, 20 de agosto de 2018

El nuevo museo de la democracia, según informan, sería un enclave del ministerio de la cultura. En una realidad paralela, el mandatario habría conjugado memoria y democracia en un solo museo, y las redes sociales lo hubiesen llamado "museo de la muerte".
El sábado se denunciaba una serie de sacrificios de perros en el sector de Reñaca a un costado del camino Internacional. Había en el sector una fogata y, entre los matorrales, una serie de cadáveres de perros descuartizados. Se trataría, según cuentan los locatarios, de alguna especie de "rito de brujería". 

Dos días después, confirman que el torso flotante en el Muelle Prat en valpo pertenecía al profesor desaparecido de Quilpué. Se prevé quizá algún "ajuste de cuentas". 

Un par de hechos, de un tenor de violencia más o menos similar, ocurridos casi de forma sincrónica, que configuran un clima de incertidumbre hostil y dolorosa. ¿Meros crímenes aislados, dentro de una larga cadena de otros crímenes baladí? ¿Solo anécdotas trágicas sin trascendencia en medio de la debacle estructural? No lo creo. Chile se resiente, pero da vuelta la página como quien aprieta una venda infectada. "Brígido, por decir lo menos. Me recuerda a las palabras del coronel Kurtz en Apocalipsis now: el horror", comentaba con un amigo vía inbox, a propósito de la noticia. Cuesta asimilar en un principio los motivos para actos tan brutales, pero la mente humana no conoce límites, y entre sus vericuetos pueden encontrarse hasta las razones más indolentes para un baño de sangre sin sentido. La serie Mindhunter, a este respecto, nos dejaba una lección: que mientras más se intenta profundizar en el origen de la pertubación criminal, más se corre el riesgo de no regresar mentalmente íntegro. La ética, en este punto, pende de un hilo. Sería el delgado hilo que une los principios y valores del investigador con la desintegración moral circundante. Hay cosas que sencillamente resultan banales o envueltas de una lógica absurda, bajo los ojos del agente patológico. No habría otro secreto ahí que aquella banalidad y que aquel absurdo.

sábado, 18 de agosto de 2018

Una pareja de jóvenes yanquis decidió dejar su pega de oficina y lanzarse a viajar por el mundo en bicicleta. Muy a lo Into the wild. "Hay magia allá afuera, en este mundo grandioso, enorme y bello", publicaba por twitter Jay Austin. En su instagram dejaban entrever que en cada uno de sus destinos la gente se había mostrado amable y bondadosa. No fue sino hasta el día 369 de su viaje que la cosa cambió. En medio de un grupo de turistas en Tayikistán fueron interceptados por un auto con yihadistas. Este dobló y los arrolló a todos. La chica había escrito, antes de partir: "El mal es un concepto imaginario". Resulta inútil pensar qué hubiera pasado con sus vidas si la pareja nunca hubiese iniciado ese viaje. ¿Seguiría siendo el mundo igual de grandioso, enorme y bello a través de esa oficina estrecha? La realidad se muestra implacable con los entusiastas.

Dr Mortis

El sueño ocurría en el lanzamiento de una película sobre el Dr Mortis. El lanzamiento se daba en algún lugar oculto de un Valparaíso alternativo. Había una gran terraza que miraba hacia el mar pero este apenas cobraba protagonismo en medio de la bruma de gente que se avecinaba, todos de negro, ademán un tanto impostado, alguno que otro rostro reconocible. Como siempre, mi papel en la situación era distante, voyerista, obsesivo. Se acercó Victoria H a entregar unos ejemplares de Juan Marino. Ediciones artesanales, perfectamente empastadas. Se abría paso entre el gentío con paso sutil, algo cansino pero elegante. Su rostro reflejaba una admiración un tanto paradójica, circunspecta. Un Alvaro B se disponía a introducir la película del Doctor, ante un público que se movía cual marea negra cerro arriba. Cuando los comensales santiaguinos -porque se distinguían claramente de entre los comensales porteños- comenzaban a organizarlo todo para la proyección del filme, la escena del sueño se trasladó automáticamente, sin previsión alguna, en dirección a una escalera de caracol, una oscura escalera de caracol, un Escher de pesadilla, opacando de pronto el tenor del lanzamiento. A lo lejos alcanzaban a divisar el evento imprevisto dos personas: Marcela P y José A C. Lo hacían procurando no llamar la atención del resto de los personajes allí presentes. Intuían tal vez lo que había pasado, pero preferían mantenerse sumergidos en la película que estaba a punto de proyectarse. De fondo, un radioteatro comenzaba a conspirar en las inmediaciones del Gervasoni, invadiendo todo el espectro sonoro. La pesadilla de Escher seguía creciendo, pero hacia abajo, en un descenso sin tregua. Conforme el radioteatro desplegaba la banda sonora del sueño, la escalera seguía su movimiento ondulante cual serpiente dantesca, hasta que llega a una especie de boliche. El radioteatro a esa profundidad sonaba apenas como un zumbido. No cabía allí otra referencia suficiente. Aunque, para mi sorpresa, en la entrada estaba nada menos que Claudio F: -¿Y vos dónde andabai metido? Fantasma-. Esas fueron sus palabras de bienvenida. Sacó de entre su chaqueta la edición desprolija de un libro desconocido. Por supuesto, no se trataba del mío. En la portada decía NN. -Ya, pajarón, entra, que la weaita va a comenzar-, alcanzó a decir. Me entregaba el libro. Lo hacía como si ese fuese el requisito de admisión. Adentro del boliche, apenas sobrevivían algunas nociones de lo que ocurría arriba. Aunque, de repente, sin notarlo, en el momento que revisaba las chauchas para comprar algo, una señal inconsciente me transportó hacia el fondo del salón, en una mesa donde estaban sentados H y A, bebiendo unos cortos de tequila. Había ahí una silla vieja de madera. Al sentarme, H y A se miraban como entreviendo lo que pasaría después en el escenario apenas descriptible. "¿Qué se supone que pasaría?", me dije a mí mismo. H y A, enterados y leyendo el gesto de extrañeza en mi rostro, se miraron e indicaron hacia el frente con las manos. De nuevo volvía a sonar el radioteatro de aquel lanzamiento en la superficie. El boliche se oscurecía. Una voz en off servía de intro al espectáculo que estaría a punto de comenzar. La voz era la de Juan Marino, inquietantemente viva. En el momento que su parlamento se desarrollaba y llegaba a su conclusión, ordenó a todos los comensales a que "abrieran sus libros". H y A miraban de forma cada vez más intrigante. Intuían que algo no andaba bien con mi naturaleza. Entonces en un puro golpe de silencio procuraron que el libro NN que llevaba guardado en la chaqueta fuera abierto, como así lo ordenaba Marino, abriéndose paso con su vozarrón espectral entre los presentes. Las luces volvían al boliche. Luces de fuego y de parafina. Los libros fueron abiertos de súbito. Ninguno parecía contener nada. El mío, que reposaba a un costado de la mesa, tampoco figuraba inscripción alguna. Hasta que algo similar a una música siniestra de opereta se iba fraguando. A medida que la música recorría un pasaje de intensidad, los libros abiertos dibujaban en su contenido una historieta. Los rostros impávidos de H y A comenzaban a irritarse. El del resto de los comensales se descomponía de tal manera que seguían el mismo compás destructivo de la música y el espacio del boliche cerrado, a punto de saturarse. Mi rostro se hinchaba de una emoción oscura, incomprensible. No podía articular palabra alguna. Cuando apenas conseguía vislumbrar en ese trance el contenido que iba surgiendo de las páginas de aquel libro desconocido, el secreto se hizo evidente: se trataba de una serie de viñetas en las que se iba componiendo una representación fidedigna de todo lo que había ocurrido en el sueño. Cada paso. Cada escena. El lanzamiento. El boliche. Cada personaje con su respectivo rol estaba siendo transcrito en ese libro con absoluta verosimilitud. La escena final de la ceremonia en el boliche era el clímax de alguna suerte de rito. La realidad del sueño había sido usurpada para formar parte de la diegesis de esa historieta final. O quizá la propia realidad onírica no era otra cosa que la diegesis en sí misma del cómic. El nombre del libro comenzó a hacerse patente, conforme los comensales, agotados, se preparaban para retirarse y tal vez volver al exterior por la escalera de caracol hacia la película. El nombre de ese libro era "Réquiem". Todos y cada uno de nosotros habíamos estado viviendo dentro de un ejemplar inédito de esa obra. No había un afuera de ese libro así como tampoco no hay un afuera de la realidad del sueño. La película, por su parte, seguía en marcha. Todo a su alrededor se sumergía en ese visionado.

viernes, 17 de agosto de 2018

¿Cómo se supone que tenga nombre algo que no alcanzó a nacer? ¿El mero hecho de nombrarlo le imprime existencia legal a aquello que nunca nació? ¿El no nacido sería, en este sentido, por el hecho de llevar un nombre, un no nacido que cobra existencia nominal en el puro recuerdo? ¿El nombre tendría, en definitiva, una cualidad civil y fundacional más allá, o mejor dicho, más acá de la vida, más allá de la muerte biológica? Interrogantes que "nacen" producto de tan paradójico proyecto de ley. Lo pro vida devenido pro mortinato.
Colún. Primero fue todo el asunto del confort. Ahora le sigue el de la leche. La cosa se resume más o menos así: la comisión de Agricultura planeó hace poco presentar una denuncia ante la Fiscalía Nacional Económica contra Soprole, Nestlé y Watt’s por delito de colusión. El gerente de Watt’s se defendió como gato de espaldas, acusando de una distorsión de los hechos por parte de los partidarios de Colún, una empresa que, por cierto, no paga impuestos corporativos de ningún tipo. Se abre así un campo nutrido para la polarización. Están los que se inclinan por la triada láctea corporativa a favor del libre mercado transnacional, y los que abogan por el producto chileno a favor de algo más nacional y de índole cooperativa. La cosa se pone realmente bizarra cuando un supuesto Movimiento Social Patriota, de corte fascista, abre una campaña de boicot y llama a funar a la triada láctea y a apoyar a Colún, alegando principalmente que Soprole busca comerse a esta otra empresa, priorizando lo extranjero y abaratando recursos, por ejemplo, con el uso de la leche en polvo. En el fondo, la campaña de desinformación llega a tal punto que puede, por un lado, servir para instrumentalizar la causa Colún a favor de ciertos grupos ultra nacionalistas y, por otro lado, desperfilar la crítica contra la triada corporativa por medio del recurso progresista de incluir una niña haitiana en un comercial de Soprole. Ambos grupos, en definitiva, y por todos los medios posibles, llaman al mundo –o mejor dicho, al universo consumidor- a no ser “mala leche” y preferir lo suyo en lugar de lo del otro. Son las virtudes del mercado mundial. Sus nutrientes ideológicos alimentan a la población entera. Unos lo hacen con toda la magia vernácula del sur, y otros con el rostro negro y liberal del multiculturalismo. Veremos quién se tomará el último vaso.

jueves, 16 de agosto de 2018

El mismo amigo del otro día, de visita express, decía en una de sus elucubraciones, a propósito de la búsqueda de pega: "Piensa en ese tipo que al pasarle un curriculum asegura que no hay cupos pero que sin embargo te llamará. Piensa en esa misma escena pero ahora cayéndote, y que el celular te suene justo en picada. Algo más o menos así sería la verdad. Una broma cruel". Al rato después, luego de acompañarlo a la salida, agregaba: 'pero aún hay esperanza wn. Aún estamos vivos, pero tal vez mañana...". Con esos puntos suspensivos remataba la idea. Alcanzó a fumarse un último pucho, antes de despedirse e irse a la chachu.
Volviendo del plan, una pareja joven, a la altura de Independencia con Edwards, iba casi arrastrando a su hijo que lloraba y gritaba con desesperación, emitiendo alaridos impostados y diciendo: "no quiero ir a ripley! Quiero ir a casa!". Sonidos guturales. Mucosidad entrecortada. Exclamaciones. Todo indicaba que los padres iban en dirección al centro comercial, pero el niño, poseído de hastío y aburrimiento, se negaba con todas sus fuerzas, tirándose al suelo, pataleando, conformando una escenita frente a los transeúntes que miraban al paso, sorprendidos del escándalo callejero del cabro chico. Los padres angustiados, embargados de vergüenza, se miraban con un rostro tenso, hasta que, cruzando la calle, se veía cómo comenzaban a discutir entre ellos. No se lograba distinguir qué discutían pero, por el ademán de la mujer, se veía que ella se alejaba repentinamente con el chico, todavía indomable, y el sujeto se dirigía de todos modos a ripley, que era donde tenían pensado entrar previo a la resistencia del niño endiablado, a comprar o pagar quién sabe qué cosa. -Así es como debe sentirse un típico paseo de compras con tu señora y tu hijo un día feriado a mitad de semana- dije entre mí, al regresar con premura a la habitación luego de comprar un par de cuestiones de utilería para la casa. Valor.

miércoles, 15 de agosto de 2018

David Foster Wallace, sobre los distintos ismos, en el que cada cual cree tener la sartén por el mango: "El rigor y la humildad y la sinceridad con uno mismo son de hecho tan difíciles de mantener en relación con ciertas cuestiones, que resulta tentador alinearse con algún bando establecido y dogmático y volverse inflexible y creer que los demás bandos son o bien malvados o están locos y gastar todo el tiempo y energía que uno tiene intentando gritar más fuerte que ellos".

martes, 14 de agosto de 2018

Tras el fallo por la despenalización del aborto libre en Argentina, fue convocada una apostasía colectiva de parte de una coalición laica a modo de repudio contra la iglesia. El gesto era ante todo político. Operaba de forma que los otrora bautizados bajo la fe católica pudieran renunciar a ella con suma legitimidad. Uno de los tantos apóstatas consultado por Infobae y también pro aborto, decía: "La religión es un chamuyo. Una forma de dominar y manipular. ¿Qué es la Fe? Me enoja la injerencia de la Iglesia católica en el aborto. Tienen abusos y no lo dicen. Son impunes, y están respaldados por el Estado". Las filas para un trámite tan masivo eran enormes. Tantas como las filas que se congregaron para aguardar o denostar la presencia del Papa argentino. El rebaño negro acapara entre sus filas a los conversos más radicales. Lo curioso es que aquí el acto de la apostasía funciona bajo otra variable distinta a la del mero debate gnoseológico de la creencia. Lo que se discute ahí es la Iglesia y su milenaria falta de probidad, y el signo de su decadencia comprobable en su inadaptación ética a los tiempos modernos. Pero ojo, no nos engañemos. La iglesia en cuanto institución está más arraigada que nunca en el Vaticano como centro neurálgico de su materialismo financiero. Lo que va cayendo es más bien su representatividad, su edificio ideológico, su manto de integridad metafísica en consonancia con una moralina tan galopante como anacrónica. El gesto de la apostasía no discute, dicho sea de paso, el problema de Dios, porque en términos prácticos no entra siquiera en la discusión, y es irrelevante. Es el desentendimiento orgánico de los antiguos devotos para con los supuestos representantes terrenales de su credo. Un agnóstico que se precie de tal, en este sentido, solo podría ser apóstata si ejecuta este dispositivo burocrático con el fin de solidarizar con una causa que encuentra, a su juicio, justa, pero encontraría ridículo sencillamente cuestionar un mentado orden divino en la tierra que nunca fue tal, que nunca fue otra cosa -tomando las palabras de nuestro legendario ex ministro de cultura- que un montaje secular, quizá el más grande y lucrativo montaje de la historia: el de una institución garante de un orden superior que no existe sino en la mente y corazón de sus feligreses. Sin embargo, solo renuncian los que alguna vez creyeron. Ir en contra es otra forma velada de reconocer la existencia de aquello que se ataca. No se puede renunciar a lo que nunca se estuvo adscrito. Si hablamos de bautismo, por ejemplo, este no tiene efecto si aquel que lo recibió fue forzado de chico por tradición. Fue bautizado pero nunca supo por qué. El efecto de esa agua sagrada sobre su frente ya no puede tener más efecto ni significancia que la del agua salina o el agua de una manguera conectada al grifo del barrio de la infancia bajo un imponente sol abrasador.

domingo, 12 de agosto de 2018

El montaje al que se refería Rojas era recursivo: decía en un principio aludir al museo de la memoria; y, de plano, aludía al concepto mismo de memoria, pero resultó que el auténtico montaje era su propio pasado mirista. Sí, Rojas, su memoria es el montaje. Chile lo es en su totalidad. Su recuerdo. Su triste recuerdo.

sábado, 11 de agosto de 2018

Con el cambio de hora a las doce, Chile corona con el (horario de) verano más largo y, a su vez, por contraposición, con el (horario de) invierno más corto. Records imbatibles de chilito, en donde nada cambia a nivel estructural, excepto la duración de las estaciones....

Tsundoku

Tsundoku, término japonés para explicar la manía de acumular libros solo por el placer material de coleccionarlos y verlos apilados. Fetichismo procrastinador le llamarían por estos lados, de manera menos elegante. A esta manía o hábito desmesurado se le suma un auténtico TOC u obsesión patológica por distribuir el material en categorías. Cualesquiera sea el motivo o etiquetado de dichas categorías. El ejercicio siempre es personalísimo, y puede decir tanto del sujeto como su mera disposición para leer aquello que apila con tanto afán. En mi caso, suelo comprar títulos que saltan a la vista o que resultan atractivos por imprescindibles, sin garantía de lectura inmediata. No sé si podría llamársele Tsundoku en estricto rigor, pero sí la variante de alguna fijación por poseer joyitas solo por el placer de poseerlas, aguardando su contenido, su fondo, de cuando en cuando hojeando o leyendo de forma intermitente sus páginas, sin acabar del todo, solo con un ánimo de bordear y abarcar a tientas esa colección tan celosa. El orden es más o menos fijo en el estante derecho. Casualmente este es el único que da hacia la ventana de la pieza. Los libros en primera fila, bajo las resmas y fotocopias, suelen recibir primero los haces de luz que se cuelan por las mañanas. Son acaso los más iluminados en un sentido literal, no necesariamente figurado. En esa fila figuran Pastoral Americana, Crónicas marcianas en un mismo lado. El shock del futuro seguido de El sonido y la furia. Bajo ellos, y en posición horizontal, El momento de la creación, La isla, El héroe de las mil caras, Los altísimos, Ciudades, entre otros. Detrás de esos títulos puestos en primera plana se esconden algunos de los más clásicos, así a la rápida mientras escribo esto puedo recordar Pedro Páramo, El juguete rabioso, La dama del perrito, La familia de Pascual Duarte, Destrucción, un libro de Kierkegaard, etc. Y resulta extrañísimo que precisamente los libros más memorables que antaño releía estén tan herméticamente apilados, fuera del contacto de las visitas, y a expensas de las arañas y termitas que planean conspirar a oscuras entre medio de esas lecturas digeridas. En el estante izquierdo, siniestro y más a la sombra, debajo del promontorio de discos y dvds, figuran las adquisiciones más recientes. Lo mejor de la ciencia ficción rusa, Breviario del caos, La exhibición de atrocidades, Eureka, La parte inventada y La india de Mircea Eliade, esta última, préstamo de un amigo, hasta donde yo recuerdo el único (salvo por el imborrable Abbadón El exterminador que también resultó ser un préstamo sin garantía alguna de devolución, sumido en el olvido indefinido por su dueño original). Estas adquisiciones dispuestas más a la sombra, menos apegadas al exterior de la ventana, pero más cercanas a la puerta, son las únicas que pertenecen a aquella categoría de libros que pretendo leer a corto y mediano plazo. No hay ahí un criterio taxonómico ni axiológico, solo uno mediado por la premura de leer lo que esté a la mano sin que esto suponga ni implique una continuidad de ningún tipo. El Tsundoku, término subjetivo, no tiene por qué ser en este caso algo sistemático. La lectura misma, como dispositivo del ocio, en este punto adolece de esa odiosa objetividad del experto. El Tsundoku aquí no es otra cuestión que la excusa del lector diletante, su auto placer, su masturbación por la forma y el contenido aún expectante de lo que aguarda, a diestra y siniestra, entre los recovecos de su minúscula trinchera.

viernes, 10 de agosto de 2018

Pedro Engel llamó a sus seguidores a entrar en el llamado "Engel challenge" que consiste en pasar 50 días sin quejarse por nada, de manera que así las personas se vayan liberando de la ira y el dolor y se "desintoxiquen espiritualmente" (WTF!). Apelaba en cierto modo a una suerte de dieta emocional en el que lo negativo se anula o se suprime del todo, (aunque la mierda te llegue hasta el cuello). Hago patente desde ya mi derecho a QUEJARME de lo idiota de este desafío. Es casi una wea constitucional. 

Cioran, a diferencia del cinismo de este viejo, declaraba, rotundo, descarnado: 
"Se puede despojar al hombre, se le puede quitar todo: encontrará cómo arreglárselas. Una sola cosa, sin embargo, no es posible tocar, pues si se le priva de ella estará perdido irremisiblemente: la facultad, mejor dicho, la voluptuosidad de quejarse". 

Cioran, el esteta de la desesperación vs Pedrito Engel el mercanchifle de la iluminación.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Un amigo de la u, escritor inédito aún, al que siempre he admirado, se acercó ayer a la casa. La junta era por un asunto de pega, pero terminó siendo sobre Pessoa, inteligencia artificial, literatura y meta literatura. Decía que estaba en la seca en materia de trabajo pero siempre escribiendo. Decía en cierto modo, que por ese mismo motivo no estaba trabajando: porque se dedicaba más que nada a escribir. Contaba sobre un concurso de cuentos en la Dirección de trabajo. El concurso se llamaba "Mi vida y mi trabajo". Hablaba de jugosos premios. 700 lucas, un notebook, scanner, e impresora de uso doméstico o familiar para el primer lugar; 500 lucas, un notebook por el segundo; 500 lucas por el tercero y tres menciones honrosas por 100 mil pesos cada una. “Wn, como estás ahí? Con 700 lucas de aquí a fin de año, por puro garabatear pescás. Chao jefe”. La idea era deliciosa y sobre todo plausible. No solo la idea de ganar plata escribiendo, sino que la idea de ganar plata y renunciar al trabajo. La idea de ganar plata en un concurso sobre el trabajo para luego no trabajar en lo que queda del año. “Wn, este es el futuro. Hay que puro hacerla”. El amigo se veía decidido. Había pensado en la posibilidad de ganarse el premio mayor para no preocuparse en tener que mendigar unas horas en un colegio, por lo menos en lo que resta de tiempo. Esa sola idea empujada por una imaginación a prueba de méritos era suficiente. Su elucubración ya era lo suficientemente narrativa, literaria, como para llevarla a cabo por el solo hecho de joder. Fuera de hueveo, me dejó pensando. Postularé al concurso. Le dije al amigo que tenía anécdotas y crónicas de sobra relacionadas al trabajo, al trabajo y sus desventuras, a la pedagogía y sus contratiempos. La suerte estaba echada. Su tómbola. La palabra estaba echada, para graficar la realidad del trabajo a partir del ocio y postular a su postergación indefinida mediante la diegesis como apuesta al abismo. Al marcharse de vuelta a casa, el amigo avisaba que mañana tenía una entrevista temprano en algún colegio de Gómez Carreño. Parecía decir que de eso estaba hablando. De la pega y su contraparte. De la pega y su reescritura desocupada. Escribir sobre el trabajo desde la cesantía. Postular a la bonificación económica de tan absurda ¿ocupación? “Acuérdate de mí. Ganaremos ese premio. Pero yo voy por el mayor”. Una sonrisa cómplice a la distancia gatillaba la competencia, una amistosa competencia que no tenía otra garantía que la ficción, y el deseo hambriento de mandar todo a la mierda y tirarse las pelotas tranquilo de una vez por todas para seguir arrojando ficción como condenado hasta que el sentido de realidad vuelva a corroer las sienes.

martes, 7 de agosto de 2018

Igual me quedó dando vuelta el episodio de Alejandro Goic arrancando de la vieja Maldonado para el estreno de "Casa de muñecos" en Mucho gusto. Goic repetía que "no le daba el corazón, que no le daba el alma". Maldonado le acababa de responder hace unos días que hizo lo que hizo porque "buscaba un poco de publicidad para una teleserie que nadie conoce". Por supuesto que hay ahí posturas irreconciliables. Por un lado, Goic apelaba a una cierta consecuencia, no codeándose con una pinochetista en línea frente a la pantalla, y, por otro lado, Maldonado le rebatía señalándole cierto oportunismo mediático disfrazado de gesto político. Explicar todo eso a estas alturas resulta de perogrullo. Lo que quizá no se ha vislumbrado lo suficiente sobre este punto, es el curioso intertexto de la anécdota con la serie Bala loca. En aquella serie, Mauro Murillo, el personaje interpretado por el propio Goic, suscribía a una especie de "periodismo ético", denunciando a los cómplices del régimen militar que aún gozan de buena salud en un sistema aparentemente democrático. Teoría de la conspiración chilensis y novela negra policíaca de por medio. En una entrevista junto a Ingrid Isensee, señalaba que, de hecho, el término periodismo ético debiese ser una redundancia. Se veía reflejado claramente en la disyuntiva de Murillo, entre su carrera descendente, volcada hacia la farándula, y su propósito subrepticio, es decir, su periodismo investigativo reñido con los intersticios de la ley, con tal de acorralar a los falsarios que se visten de agentes de la economía y de la cultura por partes iguales. El que salió de aquel estudio en pleno matinal no solo fue Goic, sino que fue también, en cierta medida, Mauro Murillo, adoptando el rostro desvelado de una ética incomprendida hoy por hoy, frente a la mascarada de las lumbreras televisivas que banalizan el asunto y que acogen por igual a beligerantes y aspiracionales, bajo el pretexto de la libertad de expresión, en un dispositivo que no reconoce otra lógica que la espectacularización de los valores y principios. El telespectador promedio, estupefacto, lobotomizado por la indolencia de sus ídolos, vio pasar nuevamente, detrás de ese montaje edulcorado, la sombra del viejo conflicto. Como en la película de Carpenter, las gafas del telespectador promedio fueron, durante aquella intervención, arrancadas de tajo para presenciar por, al menos un instante, el horror de la memoria, de una herida abierta instalada todavía en lo profundo de la retina ideológica.

domingo, 5 de agosto de 2018

Mauricio Viñambres propone ordenar toque de queda nocturno para niños menores de 14 en Quilpué. Casualmente, los pendejos a los que les hago clases son de allá y bordean esa edad. El alcalde se excusa diciendo que quiere seguir el ejemplo de Islandia, para reducir la delincuencia y la deserción escolar. De pronto, para Viñambres, todos los brocacochis están propensos a cometer alguna maldad o caer en las manos del delito. Todos los brocacochis, de un día para otro, luego de esa medida, quieren hacer la cimarra y cagarse en las reglas (como si nunca lo hubiesen hecho). Hay un episodio de los Simpsons circulando por las redes, a raíz de la noticia, en el que se predice con casi veinte años de anticipación esta medida. "Los Barts salvajes no pueden romperse". En el episodio los cabros son acusados de vandalizar la escuela, sin prueba alguna, por lo que se declara toque de queda para los más chicos en Springfield. Medida cautelar, dirán algunos. Pero resulta que el niño, curioso como él solo, pondrá a prueba su imaginación al límite de lo legal, y se verá doblemente tentado por la prohibición. Me consta, porque también fui niño. Y también quise salir de noche para ver qué se sentía, para luego darme cuenta que esa idea romántica de la oscuridad no era otra cosa que un subterfugio necesario del crecimiento. Pero he ahí en ese subterfugio una vitalidad secreta, camuflada de ludismo.

Día del niño en Valparaíso

Recorriendo Pedro Montt en pleno día del niño me embargó de una nostalgia feroz. En los tiempos del guatón Pinto (años noventa) recuerdo que la avenida se cerraba y se armaba un verdadero carnaval infantil. La cuestión estaba abierta hasta el atardecer. Cómo será que había hasta un rincón juvenil para los cabros picaos a grandes. Eran tiempos ingenuos, tiempos de transición, pero se pasaba bien. Hoy pasé por ahí y el tráfico vehicular era el mismo, salvo en las veredas donde surge una verdadera horda de comerciantes ambulantes vendiendo la típica chimuchina, frituras, dulces, globos, juegos de mesa, los más pudientes, juguetes, uno que otro avispado colándose para sacarle el jugo a la ilusión consumista de los más pequeños a vista y paciencia de sus padres.

Cuando vine de vuelta por la plaza, de comprar algo para la once, había una niña sentada bajo el dintel de un pequeño culto evangélico en lo que solía ser una librería escolar. Tocaba un tema con guitarra, tarareado perfectamente. "Ahora te puedes marchar", de Luis Miguel. Estaba tocando detrás de un pequeño puestito de café y té, frente a una mini tienda de disfraces que se había instalado cerca del culto. La imagen era única. Más allá, un numeroso grupo de cabros reunidos de manera dispersa, cerca de la pileta, cabeza gacha, con sus celulares en la mano. Una que otra risa y gesto de congratulación. Se veía a lo lejos que estaban en algo, pero no, se trataba solo de una competencia callejera de Pokemón Go.

Al bajar por el otro costado, una pareja se debatía entre devolverse a la casa o seguir recorriendo la mini calle de los niños, motivos aparte. Ya de regreso, un grupo de cabros solos se iba como yendo cerro arriba, con unos skates, seguramente luego de practicar saltos y piruetas en la Plaza Victoria. Un compadre vestido de Gokú arreglaba lo que parecía un puesto en una acera con Edwards. Silbaba con una paciencia inusitada. Una mujer lo esperaba guagua en brazo, haciendo el ademán de partir.

Se había acabado la diversión. La noche se avecinaba, y con ella, se acababa el día del niño. Los cabros ya no tenían su "calle" como en los tiempos de Hernán Pinto. El día había perdido su mística festiva, municipal. Pero, en cambio, había resurgido en forma de feria de las pulgas. Flor de la infancia porteña. Plena edad del juego, la inocencia y el barrio. Antes de partir, un cabro en toda la esquina de Las Heras, al ver que los más grandes se fondeaban rapidito, guardando ya sus cachivaches, alcanzó a decirle a sus padres: "Shaa, nada que ver. Son terrible fomes. Y mañana no quiero ir al colegio".

sábado, 4 de agosto de 2018

Pensar que hay gente que los viernes por la noche sale y se amanece; y gente que los viernes por la noche trabaja en vela y no vuelve hasta el otro día. También gente que por la noche no sale y se duerme con un playlist de youtube sonando de fondo, haciéndose caldo de cabeza o tratando de resetearse a sí misma.
Clase sobre alter egos. En la pizarra figuraba anotada la clásica “Yo es otro”. También hace tiempo salía anotada una breve reseña sobre el Dr Jekyll y Mr Hyde. “¿Tiene que ver con el lado oscuro?”, preguntaba la chica solitaria. “Tay pasá a Star wars”, le gritaba un cabro en toda la esquina al fondo de la sala. Al consultarle al curso sobre sus alter egos, solo un par de chicos alcanzó a mencionar que, de hecho, tenían algo así como amigos imaginarios. “¿Sirven como alter ego?”, se cuestionaba uno de ellos. La respuesta venía interrumpida justo en el instante en que uno consultó si servía creerse alguien que no se es. “Cada uno de nosotros de hecho somos diferentes en determinados momentos y circunstancias”. La pregunta aquí era si el alter ego acaso personificaba el deseo de ser siempre otra cosa, o alguna especie de ser potencial velado para el ser manifiesto. “Pero si queremos ser otra cosa que no somos, nos tratan de locos”, “¿Y si uno sueña con ser alguien diferente? Ese ser es mi alter ego? Alguien distinto a mí?”.Esas interrogantes venían solo de aquellos dos chicos con amigos imaginarios. Maquinación virtuosa. El resto del curso se debatía entre la conversación de camaradería y la jugarreta extrovertida, traviesa a rabiar. De un momento a otro, gracias a la introspección autista de algunos, y con dichas interrogantes intervenidas bajo el influjo de la transcripción egoica, la clase se había vuelto una verdadera mascarada discursiva. Un circo de contrastes. El alter ego para ellos no era únicamente disociación. El alter ego era multitud, y a la vez, individuación, sorda, indivisible. Pura aspiración de ser, siendo en ciernes. Y al mismo tiempo, pura implosión, un yo subrepticio, pugnando por salir. Demasiado para quien –como diría Huidobro- se escuda tras un diploma de limitación.

jueves, 2 de agosto de 2018

No olvidar que este año el Reino Unido hizo historia. A principios del 2018, Theresa May, primera ministra, anunció el nombramiento de Tracey Crouch como Ministra de la Soledad. Por primera vez, la soledad pasó a convertirse en un problema de Estado. The New Yorker comparó el hecho con el sketch de los Monty Python, en el que se hablaba del “ministro de Andares Tontos”. “Esto es tan británico”, habían apuntado en su programa, “identificaron el problema humano más complejo e indescriptible y salieron con la solución más fría y burocrática posible”.

miércoles, 1 de agosto de 2018

"Si sobre la armonía de las ideas puede fundamentarse una unión, las pasiones proceden de los grandes contrastes". La Venus de las Pieles, de Leopold Von Sacher Masoch. De su apellido y a partir de la descripción de su libro se formaría la palabra masoquismo.