lunes, 1 de enero de 2018

Los parabienes de la gente después de la fiesta ¿simple protocolo rutinario producto de una euforia colectiva? ¿o acto genuino de amabilidad espontánea? Si uno pensase "mal" o fuese realista, diría que la mayoría de los casos corresponde a la primera posibilidad. Pero no deja de ser intrigante el efecto que puede tener una simple frase de año nuevo sobre el aludido. Por ejemplo, un caballero ayer, luego de desear que "nos vaiga bien a todos", no paraba de repetir que además hubiese salud y pega durante el año. El caballero, sin embargo, olvidó mencionar la palabra amor dentro de la fórmula. Hubiera sido así la tríada típica de los deseos. Por alguna razón, esa palabra no fue mencionada, más allá del lapsus o el olvido. Debe ser una señal, o tan solo una omisión involuntaria que no tiene que ver con nada significativo, al menos que así se quiera, de corazón.
Danza de lámparas chinas, globos de los deseos, anoche en Muelle barón, para la víspera de año nuevo. No había cachado que esa costumbre se había popularizado tanto para estas fechas. Cuando veía los fuegos desde el cerro, a lo más eran los petardos, los cotillones y serpentinas en spray, tirados sin otro propósito que la festividad al uso. Se había armado una verdadera batahola en torno a los globos en el cielo. Algunos llegaban tan alto que se confundían con las bengalas. Otros caían irremediablemente al agua cual dirigibles sin dirección. Se supone que todo el misticismo en torno a la figurita del globo ascendente con una llama dentro viene del Oriente, y el significado resulta tan maleable que ya cualquiera por estos lares puede darle el sentido que se le antoje, de acuerdo a su humor o a su expectativa de temporada. No quedaba claro entonces si la gente arrojaba los globos al aire para cumplir sus deseos o para ahuyentar los problemas durante el año entrante. Si el hecho de la ascensión involucraba una suerte de manda espiritual, o si involucraba una especie de sublimación psicológica. Como fuese, la gente no paraba de arrojar a la intemperie esos modestos globos de papel de seda con llama hechiza, a veces hasta con ánimo competitivo, confundiendo el exótico ritual con una catársis del inconciente colectivo. Los globos que no remontaban el vuelo vacilaban con el viento encima de los sujetos sobre los roqueríos, amenazando con quemarlos. Estos, viéndose en un atado, intentaban impulsar los globos que iban a ras de tierra. Pocos alcanzaban la altura de los globos más elevados. Los más, se daban vueltas erráticas alrededor de la costa hasta acabar sobre el monolito de los lobos marinos o encima de la misma gente que había intentado impulsarlos. Eran esos, tal vez, los globos de los deseos traicioneros, de los deseos que se les devuelven a sus usuarios, buscando quemarlos en el proceso. Eran la mayoría. Los otros seguían arriba hasta mezclarse completamente con la oscuridad de la noche y la distancia de las estrellas. Llegado a un punto, los globos representaban el eco de su antigua función militar. Los menos alcanzaban a llevar la luz que señalizara la continuación de la guerra. Los más, arrastraban su luz de forma tenue intuyendo una derrota o un error de por vida. La víspera de año nuevo, así, se volvía el campo de batalla en el cual los deseos de la masa se ponían a prueba. Todos ellos, eso sí, tenían prácticamente un destino similar: acabar apagados, tarde o temprano, más cerca o más lejos del borde costero, una vez terminado el carnaval