lunes, 23 de marzo de 2020

Se propagó con rapidez una declaración de Chomsky respecto al coronavirus como una supuesta conspiración para hacer estallar una guerra bacteriológica y combatir la expansión de la economía china. En esta se sostenía que el plan estaba pensado tan maquiavélicamente que pretendía un impacto geopolítico a nivel mundial, con sabrosos detalles que incluían a la CIA, el grupo Bildeberg y el sionismo de Israel. Todo estaría maquinado de tal forma que los focos de infección serían propagados de manera estratégica en Italia, (con Salvini como su ministro, traidor a los ojos de Trump por solidarizar con Putin). Luego los focos se extenderían hasta el Medio Oriente, pasando por España y el resto de los países vecinos, aprovechando el brexit británico para debilitar la Unión Europea y, de ese modo, propiciar el escenario ideal para la aparición de una “vacuna milagrosa" controlada desde el mercado estadonidense, y con ella, la instauración de un nuevo orden, un capitalismo fortalecido con Estados Unidos como potencia hegemónica. Contrario a esto, hace poco se descubrió que toda la supuesta declaración no correspondería a algo que haya dicho Chomsky. Sería otro fake news en medio de la pandemia. Frente a esto, han salido medios científicos como The Lancet a desmentir cualquier atisbo de teoría conspirativa, argumentando que es inviable la tesis de la creación artificial del virus y que todo apunta a un origen en la vida silvestre. La evidencia genómica indica que el SARS-CoV-2 habría surgido a partir de mutaciones y selección natural. Lo mismo habría sucedido en el 2009 con el Ah1N1. Fenómenos que de repente impactan en la población mundial y que, merced al desconocimiento, son estudiados desde el reducto de la ciencia pero también desde el aparataje de la ideología de turno. Ha salido, en cambio, la verdadera postura de Chomsky respecto al coronavirus y su impacto. Se resume básicamente en que los países asiáticos han logrado contener mucho mejor la pandemia que la Unión Europea, y que Estados Unidos ha minimizado sistemáticamente la gravedad de la crisis (“las camas de los hospitales se han suprimido en nombre de la eficiencia”), develando en el fondo la grieta del sistema que pudiera llevar eventualmente a una recesión económica y una catástrofe ambiental de proporciones, si es que no se toma la conciencia necesaria. La inclemencia del virus surca los límites entre lo posible y lo imposible, y la verdad histórica parece también verse infectada en ese proceso, ahogada por la urgencia y la contingencia. La anécdota de Chomsky y la fake news deja entrever que la información es el principal poder hoy por hoy pero también su principal virus, a riesgo de volverse precisamente viral y no poder medir su influencia en las mentes, tal como el de los patógenos en los sistemas inmunes. Chomsky llama, entonces, de manera solapada, a filtrar esa información desde nuestra capacidad crítica actuando como anticuerpos, (solo recordar las 10 estrategias de manipulación mediática), leer concienzudamente cada enlace y texto referente al tema, no caer preso del pánico colectivo y adoptar una estrategia racional frente a los hechos, puesto que el problema no sería solo el virus en sí mismo, sino la repercusión que tendría este en el tejido social, un organismo que, de no estar preparado para lo que viene, podría caer en una saturación del sistema, una “infoxicación” de datos falsos, políticas erráticas y enfermos en alza. La mentira se propaga también cual virus en estos tiempos. Informarse implica también verse contagiado. La mejor vacuna contra esa infoxicación de los medios sería, ante todo, saber leer, leer entre líneas.