viernes, 9 de junio de 2017

La alumna que llegó de las últimas a la clase del plan anticipa del preuniversitario, luego de acabar y habiendo salido todos, se acerca a preguntarme si había leído Rebelión en la Granja. Lo preguntaba para que la ayudara con una duda que tenía sobre la novela. La duda tenía relación con el sueño del cerdo mayor. Según ella, en una parte de ese capítulo no se distingue si lo que soñó era solo parte de la utopía que quería comunicarle al resto de los animales de la granja, o realmente era producto de su estado de ensoñación al imaginar al fin un mundo sin seres humanos. En ese momento no recordé muy bien el episodio exacto, pero trataba de enseñarle que era más bien una sátira que un sueño. Era la sátira política de la revolución rusa, una sátira con caracteres de fábula. El sueño del cerdo vendría siendo el sueño de la ideología. La chica seguía con dudas respecto a la naturaleza de ese sueño en la narración, pero parecía comprender mejor a partir de esa alusión alegórica. Me sorprendía gratamente que me preguntase eso, después de la revisión del primer ensayo psu, sobre todo porque la clase a altas horas de la tarde ya iba adquiriendo cierto carácter salvaje, cierto ánimo desatado, no llegando, claro está, a constituir una subversión. El interés de la chica por el libro de Orwell no era del todo casual. Estaba ahí para demostrar cómo una simple pregunta podría cambiar el curso de las cosas, el curso de la clase y su orden subyacente. La planificación que se cree seguir al pie de la letra no era sino un orden impuesto, una realidad apócrifa. Dentro de ella alguien sueña con otra posibilidad y tiene el coraje de llevarla a la práctica. La chica quizá podía intuirlo. Ese coraje venía de cerca, de parte de algunos compañeros atacados por inquietudes personales y anécdotas fuera de la máquina. Ella no podía ser menos. Solo uno de ellos parecía más bien la viva imagen del burro. Un chico que durante toda la clase no participó, casi ausente, aunque solo alzando la voz para dar respuestas contrarias al pensamiento de algunos de sus compañeros. La metáfora del escéptico. El único que en la novela, paradójicamente, es capaz de cuestionar el nuevo orden.