jueves, 3 de septiembre de 2015

Unicef No Logo


Campaña de la Unicef por los niños sirios en Valparaíso. Diviso en la calle a un par de promotoras hermosas. La pregunta sobre la solidaridad comienza a vacilar. ¿Es el hecho completamente filantrópico de cierta voluntad organizada por parte de una entidad de la que no se tiene conocimiento claro ni de su origen ni de sus razones? ¿O es más bien el impulso automático por acercarse a partir del gancho de la propaganda, la belleza de la causa y la de sus asistentes en la calle? Qué es primero: ¿La empatía por una causa mayor o la atracción por su superficie? Un alumno una vez me preguntó, repasando contenido sobre los medios de comunicación, si acaso será lo mismo tratar de persuadir o convencer para una marca de Coca Cola que para una causa humanitaria, cuál sería la diferencia elemental ¿Solamente el componente moral agregado de uno en comparación al otro? ¿Solamente el hecho de que uno no vende un producto en particular, y el otro sí? 

Naomi Klein en su ensayo No logo ilustra que la operación comercial de hoy en día consiste precisamente en la explotación de la imagen (de la marca), en lugar de la simple comercialización del producto como bien común. Las marcas actuarían más que como simples entidades comerciales, sino que como generadoras de cierta ideología y conciencia moral acomodaticia a los intereses de moda. En ese sentido, la pretendida diferencia entre publicidad y propaganda, demasiado básica, servil al curriculum, establece que una trata de persuadir o convencer sobre la compra de tal o cual producto apelando a toda una ingeniería social y psicológica, y la otra únicamente persuade o convence a las personas sobre la afiliación a tal o cual causa aparentemente sin otro fin que servir desinteresadamente a esa causa aun cuando ello implique pagar determinado precio. El alumno sin saberlo dio en el clavo: Propaganda y publicidad son en el fondo lo mismo puesto que lo único que cambia es el enfoque de la operación compra venta: el contrabando de las ideas y el contrabando de bienes materiales, en un escenario como el nuestro, vendrían a ser lo mismo. El platonismo de ciertas causas establecidas como virtudes universales: hacer el bien, ayudar al prójimo, practicar la compasión, propiciar el bien común, en directa relación con la materialidad de la que se vale el sistema: productos, bienes, dinero, etc. Las marcas serían de esa forma entes autónomos, demasiado reales para solo ser ideas, conciencias que se replican valiéndose de nombres, pensamientos, necesidades, acaso cuerpos y mentes que caminan sobre el imaginario de la gente esperando realizar el próximo movimiento en el espíritu de nuestra frenética época. 

Dicho aquello vuelvo a aquella chica en la calle intentando convencerme y persuadirme de manera un tanto entusiasta sobre mi afiliación a la causa de Unicef por los niños sirios ¿Qué era más real en ese momento: la causa o el sentimiento que la chica imprimía? Qué sería lo más contingente en esos instantes de comunicación impersonal pero paradójicamente tan íntima y pública ¿La hermosa promotora o la entidad colectiva UNICEF? Voy aún más lejos ¿Era auténticamente verdadera la causa por los niños vulnerados si acaso nos llega solamente como un eco que determinada entidad utiliza para impulsar su grandilocuente interpelación moralista sobre el mundo? La promotora en ese momento me mostraba imágenes de niños desposeídos, acaso lo único verdadero en ese instante era la psicología, su compasión, aunque distante, espontánea hacia los niños, tan única y diferente en ella a lo que uno puede siquiera manifestar, como mucho en un gesto o mediante unas palabras demasiado elaboradas. Cuando al final me mostró en un manual el costo de afiliarse a Unicef mi rostro cambió completamente. Ella seguía insistiendo en que 100 pesos podrían ayudar a que los niños comieran, bebieran y tuvieran lo necesario para sobrevivir. Que en el fondo el vuelto que uno recibe con cierta apatía podría salvar más de alguna pobre alma. Todo aquello parecía otra simple estrategia una vez que el factor dinero asomaba como único intermediario entre las ideas y los corazones. Los niños existían solamente en nuestro imaginario en forma del dolor y de la desesperación que cada uno disimula en forma de filantropía para comparecer una vez más frente al rostro impertérrito de la sociedad. Los niños eran nuestro espejo. Deseaba tomarle la mano impulsivamente solo para que sintiera algún maldito contacto real, para que olvidara por un momento, aunque fuera con cierta osadía, tanta maniobra política e ideología galopante. “Yo veo a la niña en ti ¿Podrás ver tú al niño en mí?”. Todo sigue igual. Todavía no podemos saberlo.