jueves, 20 de junio de 2024

Fundamental entender esto, y llevarlo al contexto chileno:

"¿Son tiempos difíciles para el debate?

El debate es imposible en la guerra cultural. Ha sido boicoteado por la identidad, y confundimos nuestra posición política sobre algo con lo más íntimo, con el yo. Llevo 12 años en Cataluña y he visto cómo la politización de todas las cosas rompía amistades, rompía familias. Y tengo la sensación de que eso está pasando ahora a nivel nacional e incluso internacional."

Crónica sobre el paseo del colegio y la primera experiencia con tiro al arco. No tiene desperdicio jeje. Lea y juzgue, carísimo lector:

Ayer en Montañas de Olmué, durante el paseo del colegio, había un lugar donde se jugaba al tiro al arco, en medio del bosque. Al principio, me negué a participar, más por falta de confianza que por otra cosa. Además que nunca había cargado un arma en mi vida, aunque fuera por deporte y esparcimiento. Sin embargo, tras deambular durante media hora en los alrededores del bosque, sin mucho que hacer, me armé de valor.

Fui donde estaban algunos colegas junto a un entrenador. Se sorprendieron de verme y me animaron a "achuntarle" al blanco de una. (Hablaban hasta de achuntarle a lo que fuera, en un amplio sentido). El entrenador me indicó que la forma correcta de cargar el arco era tensarlo hacia atrás con la flecha apuntando al suelo, para luego levantarlo lentamente, mantener el brazo y el hombro bien tenso hasta ajustar el arco en la posición que se quiere disparar. Así lo hice. Levanté el arco de tal manera que podía visualizar la flecha. Cerré mi ojo izquierdo para usar de mira el derecho. Me moví un poco, buscando una postura más cómoda y, sin pensarlo tanto, solté la flecha. Increíblemente, esta voló a buena velocidad, aunque desvió su objetivo, pegándole un tanto más arriba del blanco.

Los colegas, mientras tanto, también intentaban pegarle. Incluso hicieron apuestas. Se hueveaban entre ellos, con alusiones a Legolas de El señor de los anillos. Que los orcos. Que Gimli. Que los hobbits. Eran tan inexpertos como yo, así que me sentía con la libertad de huevearlos de vuelta. Ese primer flechazo me llenó de una energía nueva, de una consciencia sobre mí mismo que no había sentido hace mucho. Pese a su fallo, aquella flecha errante implicó una catarsis interior. Había roto una barrera, y esa barrera era el miedo.

Esa primera flecha condensaba el coraje del primer movimiento y la posibilidad de la fuerza más allá de la inercia. No sé por qué recordé a Ulises en su regreso a Ítaca. No guardaba ni por asomo su heroismo, pero el solo hecho de cargar con el arco me llenó, por un momento, de un impulso por ajustar cuentas de manera épica. (Ajusticiar a unos cuantos cabrones, por ejemplo).

Recordé también a Link en La legenda de Zelda: Ocarina del tiempo, con su arco de luz, pero llevado al plano de lo real. El enemigo a combatir no era tangible. La batalla ya se estaba gestando por dentro. A quien apuntaba, en esa instancia lúdica, era a mis propios demonios. En cierta manera, la flecha ya estaba tensada desde mucho. Solo hacía falta el instante preciso, el momento iniciático, para su arrojo vacilante.

Digresiones dialécticas en torno al barroco y al posmodernismo (conversaciones con Pablo Rumel Espinoza)

Yo: Tú no puedes comparar el afán deliberado de oscuridad de la escritura posmoderna con el barroco, que tú ves, por ejemplo, en Derridá, en Deleuze. En el fondo, es pura forma. De hecho, el propio Derridá decía que para él la escritura por sí misma es lo fundamental, entendiéndola como algo que incluso rompe con las categorías clásicas, el tema del logos, el tema de la razón, finalmente, el tema de Dios. Para él prima la escritura en cuanto opacidad del sentido. Ahora esto es totalmente contrario al barroco, porque el barroco se entiende como algo recargado, excesivo en sus formas, pero tienes que entenderlo en su contexto. De hecho, el barroco surgió como una propuesta artística de la Contrarreforma, o sea, tiene un trasfondo espiritual, religioso y cultural, en la época del siglo XVII, en un período de crisis de la Iglesia, así que el barroco tiene un sentido, que viene a expresar esta crisis, esta convulsión del ser humano y su espíritu. Tú lo ves, por ejemplo, en el Siglo de Oro español con Góngora. Es una manifestación refinada de la poesía, repleta de giros, metáforas, imágenes poéticas y símbolos. Aun ahí hay una estética, tiene su sentido, su razón de ser. Más adelante, tú tienes el caso de Lezama Lima, con este barroco cubano, hispanoamericano. También tiene todo un trasfondo, una estética detrás, una propuesta. Por eso, comparar el barroco con el esnobismo de un posmodernista no tiene nada que ver. Ellos escriben oscuro a propósito, con un propósito ideológico. He ahí la diferencia crucial. Lo que hay que dejar en claro. Lamentablemente, ciertas humanidades se han volcado hacia esa escritura posmoderna pedante, sin rigor, sin sustancia. No así, el barroco. Por eso, yo reivindico el barroco. Es más propio de nosotros el barroco que la escritura posmoderna.

Rumel: Exacto. El primer movimiento tiene un trasfondo que es trascendental. En cambio, el otro es inmanentista, inmediatista, busca la performance, el happening, el situacionismo. El barroco busca llevar la experiencia al desengaño. El posmodernismo es totalmente lo contrario: busca engañarte, celebra el artificio por sobre lo natural. A diferencia del barroco, que se vale del artificio como un medio para mostrarte lo real.

Yo: En una referencia a Lezama Lima, tal cual señala en su poema Noche insular:

“Dance la luz reconciliando

al hombre con sus dioses desdeñosos.

Ambos sonrientes, diciendo

los vencimientos de la muerte universal

y la calidad tranquila de la luz.”

José Lezama Lima, Noche insular. Jardines invisibles

Que dance la luz y reconcilie al hombre con sus dioses desdeñosos. Ambos sonrientes. Versos que serían impensables para el imaginario de un posmoderno, descreído de Dios, descreído de la luz, descreído de sí mismo y de su propia palabra.