viernes, 27 de septiembre de 2024

Javier Argüello, escritor argentino: “La realidad no es algo dado, objetivo e inmutable como solemos creer”

"Es algo que en la narrativa resulta innegable. Un relato no cobra sentido por su correlación con ninguna realidad exterior, sino a partir de la cohesión y la coherencia del punto de vista escogido para narrarlo. Lo interesante es que, al parecer, en la teoría cuántica, la realidad no termina de construirse, no termina de fijarse, hasta el momento en el que interviene la mirada del observador. Para la mecánica cuántica, eso que llamamos realidad no es más que un campo de probabilidades que sólo colapsa en una posibilidad concreta frente a la mirada concreta que un observador pone en juego.


Creo que cualquier aproximación a la realidad es una ficción, entendiendo por ficción el ordenamiento caprichoso que un determinado relato hace de una realidad a la que no nos es posible acceder de manera directa. En ese sentido el de la ciencia también es un relato. La diferencia es que la ficción científica se define como no ficticia, inaugurando así la noción de lo real. Y es justamente esa noción la que la teoría cuántica está poniendo en jaque hoy en día. Hace un tiempo atrás un físico muy reputado me decía que, a nivel subatómico, la idea de una realidad objetiva sencillamente no es defendible. Y en ese sentido creo que sí, que las miradas de la ciencia y de la literatura se complementan y se enriquecen de numerosas maneras. En última instancia, con diferentes metodologías y criterios de validación, ambas se proponen entender y explicar el mundo que nos rodea.


Me encantaría que pasaran las tres cosas. Me encantaría que, a través del disfrute de una buena historia, los lectores tengan la posibilidad de cuestionarse la naturaleza de la realidad para comprender que no es algo dado, objetivo e inmutable como solemos creer, sino que está en permanente construcción, y que en ese sentido todos tenemos una cuota de responsabilidad en el modo en que se manifiesta. A fin de cuentas, y como te decía, somos las historias que nos contamos."

Escrito hace once años:

En una revisita de las leyendas griegas uno no puede evitar sentirse inclinado a realizar lecturas tardías asociadas a cuestiones tan contemporáneas (y trasnochadas) como la de la soledad de quien ama, o el amor del solitario. Una metáfora, tan sincrónica como clásica a la vez, la del laberinto, resulta oportuna y, por lo demás, increíblemente contingente, a estas alturas temporales.

Desde Ovidio hasta Kafka, se puede deducir que el sentimiento amoroso sigue pareciendo tan dramático como burocrático. Por lo cual, a través del laberinto del amor, ya sea en el recorrido o a la deriva, solo caben únicamente dos caminos: el de Teseo, el héroe codiciado, siempre extranjero, que irrumpe como por asalto pero acaba enredado en el hilo pasional, y por eso mismo, acaba pasando a la historia, acaba venciendo; y el del minotauro, el monstruo indeseado, a quien todos evitan por su proximidad insolente, quien vigila y habita silenciosamente el laberinto, pero que acaba contemplando estoicamente y recordando cómo van cayendo uno a uno los héroes en la madeja de ese hilo, condenado a mirar pero no a tocar, regocijado en su cómoda distancia, celoso de tamaño espectáculo de paroxismo y de salvación, solo deseando la oscuridad de alguna Ariadna que retorne ya fatigada de hilo y de polvo o, en última instancia, la estocada mortal y redentora de algún conquistador extraviado que lo confunda con el villano capaz de robarse la fama ficcional de la mujer y de su laberinto.

Uno no puede evitar entonces, tarde o temprano, sentirse más Minotauro que Teseo, a pesar de que el galán del mito necesite del hilo y del laberinto para acometer su conquista, y que el guardián silencioso pueda hacer fácilmente que el héroe extravíe el camino de regreso, pero negándose por miedo a quedarse con la mujer y soportar servilmente la carga del mito por los siglos de los siglos