martes, 29 de noviembre de 2022

Algún día se escribirá "la historia secreta de la poesía porteña", pero espero que aún quede poesía y puerto para cuando eso ocurra.
Lo único que puede regocijar a un escritor -durante sus días más oscuros- es el hecho de escribir cada día más y mejor que antes. Ante los hechos acontecidos, hayan sido o no su responsabilidad, él se sonríe, porque sabe que de ellos sacará la masa para edificar su próxima funesta arquitectura, su propio monumento hecho de esperanza y de tragedia, pero sabe que, como cualquier monumento, este corre el riesgo de ser vandalizado, profanado, demolido frente a la primera inclemencia del tiempo o, lo que es peor, elogiado con sumo cinismo y sin ápice de comprensión.

El encuentro fortuito de El tripulante de Raúl Peralta Moris

Hoy en sala de profes, la encargada del CRA comenzó a leer unas extrañas páginas. "Lo sustancial carece ya de sustancia producto del exceso de manipulación del concepto", decía, con monotonía y con cara de no entender nada. Luego de leer esas líneas, la encargada preguntó a quién le gustaría leer el libro entero. Ningún profe se dio por aludido, hasta que levanté la mano. "¿Eres escritor?", me preguntó ella. La pregunta me dejó perplejo. ¿Por qué querría saberlo? Sin embargo, con confianza, le respondí que sí. Acto seguido, la encargada puso una firma y se acercó. "Te regalo el libro", dijo. "Por fin me libré de él", agregó. Se suponía que la encargada quería deshacerse de este libro enigmático por encontrarlo raro y alguien debía recibirlo en su lugar. Yo fui aquel. Y, sin duda, se trató de un regalo inaudito, sobre todo porque el escritor del libro es porteño y tiene por nombre Raúl Peralta Moris. El libro en cuestión se llama El tripulante y data del año 97, publicado por la Sociedad de Escritores de Valparaíso. Consiste en un compendio de un viajero, pero escrito en un estilo vanguardista, lleno de metáforas, imágenes y con experimentos en la tipografía y el diseño de las páginas. Me sorprendió, a vuelo de pájaro, el estilo del escritor, aunque mucho más su misteriosa figura y el cómo llegó a mis manos este ejemplar. Dice la leyenda que el poeta Tristán Tzara escogió la palabra dadá al azar de un diccionario, y que, para el Conde de Lautreamont, lo bello era el encuentro fortuito entre una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección. En cierta manera, este libro del escritor Peralta Moris fue evocado con ese mismo ímpetu surreal, solo que, en lugar de la mesa de disección, se trataba de la mesa sobre la cual los profes revisaban pruebas en silencio. En fin, la anécdota parece conjurar el contenido mismo del libro, su espíritu, de quien se dice, en la solapa, que prepara un mensaje místico, esotérico.