jueves, 11 de julio de 2013

Una cita con el Stalker


Ayer fui a por una película sobre la vida de Tarkovski, en la Ratonera, actual sede Cousiño del Duoc Uc. De inmediato, entre una especie de estupor y de desvelo solo puedo concebir como real aquella parte en que hablan sobre los cuatro elementos en la imaginación del ruso. La implicación posterior es obvia: en mi cabeza rememoran con fuerza dos escenas grandiosas, y es ahí cuando intuyo los verdaderos dolores de parto que uno psíquicamente se induce como una forma de auto erotismo falsamente heroico, como si con semejante sacrificio invisible fuese a sacar algo en limpio, como si la chica que acompañé al fondo del pasillo no fuese solo un clon femenino como venido de Solaris, producto de un delirio de grandeza escondido. Entonces ella se sienta en la butaca del lado y la implicación cobra carne en los sentidos. La escena de El espejo con la casa en llamas y la lluvia comienza a tener más que un correlato místico, uno de increíble concordancia., como si Tarkovski postrado desde su cama me gritara a través de su celuloide: ella observa el fuego de tu casa y la lluvia cae sobre tu mente sobremojada, todo un maldito correlato de los elementos en esa pura ansia del instante, ahí mismo viendo la película y con la mujer al lado, uno experimenta la escultura del tiempo, el instante se vuelve decisivo y a la vez tenso, la mano incendia, la mirada llueve, la butaca se hace tierra y desear se integra al aire de la sala… entonces uno piensa que en ese puro instante se condensa un extraño cosmos cinematográfico, y paradójicamente la película se va diluyendo hasta la fragmentación, lo mismo que mi fijación mental. Tarkovski postrado es la figura precisa del escultor de tiempos muertos, de instantes decisivos a decir de Barthes, ese “punctum” en que se condensa todo el maldito querer interno ficcional y lo real que bulle desde aquellos elementos, entre nosotros como en un secreto que no necesita confesión ni siquiera conocimiento de las partes implicadas a merced de la posibilidad. 

El hecho es que una de las dos mejores escenas del cine ronda en mi cabeza y son la matriz de esa posibilidad: la casa incendiada como ya mencioné, como si en ese momento nuestras miradas la hubieran encendido, y la escena del monologo del Stalker, quien resentido por la falta de fe del escritor y el profesor, les dice que adolecen del órgano de la creencia. Esa fue la revelación del momento, ese fue el karma que en ese momento me interrogó, y todo el lejano oriente hizo eco en esas circunstancias con sus aforismos. La comunicación con la chica como una especie de justo medio: previo a la película, guiar a la iniciada a la sala de cine, durante, la realización del misticismo, y después, ser guiado fuera de la sala y del celuloide, de nuevo hacia el pavimento de la realidad pero con la experiencia de la “zona” de flirteo y de las miradas que queman el confort interno. Aunque, sin dejar de considerar que uno mismo puede volverse un Stalker cada vez que invita a una chica al cine, casi con el silencio como mediador (como si el contacto fuese mediante aforismos), por el simple hecho de que en esa Zona, los visitantes a la sala donde se cumplen los deseos generalmente no dejan de tentar lo previsible y anecdótico, y casi siempre se vuelve al punto de partida, y tanto uno como la visitante se preguntan qué diablos pasó allí adentro, donde está la magia perdida, existe siquiera magia en esa Zona más allá del acto voyerista y de la escultura del tiempo erótico y sensible. La visitante se despide calurosamente, la Zona continúa líquida, expectante, y vuelvo a ser guardián, en un arrebato como el del actor que hace de Stalker, me digo a mi mismo si en alguno de esos instantes mágicos no habré extraviado o atrofiado el órgano de la creencia en el encanto y la pasión.