martes, 4 de agosto de 2015



Un mundo construido en torno a la carencia, en base a qué recibo y qué ofrezco. La vida real como un trueque a gran escala. Pensándolo bien, se trata siempre de la falta o necesidad de algo, sea lo que sea, una cuestión ininteligible o demasiado personal. Busco a alguien por falta de algo, busco algo en el lugar de alguien: el amor, la realización, un trabajo, una casa propia.... Entonces viene el discurso de la superación, entonces viene la novela absurda de la vida moderna, hasta que te quedas ahí, exactamente donde solías estar, y vuelves al punto en que te cuestionas esto y, sin embargo, todo sigue su curso natural.

Si solo la pirámide fuese invertida


No falta quien te recalca que arriba tuyo siempre habrá alguien superior. Fue una vez en que nuestro jefe enfatizó que uno no puede mandarse solo ni salirse con la suya sin previo consentimiento. Si solo la pirámide fuese invertida, me dije a solas. Para una clase recuerdo que enseñando respecto a la jerarquía de la información en el texto expositivo pensaba que ésta debiese estar simbolizada por la inversión de la pirámide. Lo que está abajo, lo a simple vista menos revelante, en la punta de esa pirámide invertida, puede eventualmente en otro orden ser lo más importante. La forma del poder como otro texto, al parecer objetivo, pero que puede ser invertido por sus propios lectores. Si uno le planteara a su jefe en cuestión el siguiente dilema: “En un mundo sin Dios, ¿Qué sería lo más superior?”. Este, en el caso que fuese falso, respondería, “solo yo”. Si fuese algo más honesto, diría, “solo el infinito”. Él mismo habría dicho que no es posible determinar el límite. Uno mismo, un simple lector, un simple funcionario, podría de esa forma invertir infinitamente su rol. Reflexiono sobre eso mientras continúo con la clase, entonces los propios alumnos tendrían la palabra. “Si solo la pirámide fuese invertida” me repito. “Si solo las clases no fuesen tan cuadradas”, replica, decidido, uno de ellos.

Paseo inmoral (epílogo)

VI 

Volvemos al Konducta Zero con B y M, en otra noche. Recuerdo esa reflexión sobre el espacio del café. También en este, a los privados se sube, a diferencia de la galería, en que se baja a un averno del erotismo. Con la Scarlett del Afrodita había deseado bajar a ese infierno, en donde su belleza angelical podía precipitarse con mucha más fuerza, para hacer más intensa y dramática la invitación al trago. Ya teníamos una nueva lectura, con M. Hay que diferenciar entre los cafés en donde al privado se sube, y aquellos en donde se baja; así como también a aquellas chicas que prefieren subirse al pedestal de la admiración o, por el contrario, que exploran generosamente terrenos y superficies desconocidas, mientras nos hacen dulce compañía. 

Cuando entramos al Konducta, está repleto. Prácticamente en toda la barra hay sujetos siendo atendidos por las señoritas. Relucen a nuestra vista un par de chicas recién entradas al círculo que recorremos. Tratamos de acercarnos hacia donde están ellas. Justo se desocupa un espacio en la barra, cerca del lugar de donde están.  

-Oye wn, mira están brutales esas-, me dice B.

-Sí wn. Llámalas-, le digo de vuelta.

-Calmao, deja que nos atiendan ellas-. 

Una de ellas llama mi atención porque se parece a una de mis alumnas. Nos ve, habla algo con la amiga que tiene al lado, y se acerca a nosotros. Es una chica baja, muy joven, de pelo largo rubio y con un piercing en la nariz. Usa un traje de baño blanco, resplandeciente. Se inclina hacia a nosotros, y nos saluda de beso en la mejilla a cada uno: 

-Hola, chicos-. 

-Hola, linda-, la saluda B. 

-Me dicen Debby-. 

-Un gusto-, le digo. 

-¿Qué los trae por acá?-, pregunta ella. 

-¿Qué crees tú?-, le pregunta de vuelta B. 

-Diversión-, responde la Debby, muy segura, mirándolo a los ojos. Luego se vuelca hacia mi lado, y me pregunta: 

-¿Y tú?-. 

-¿Yo qué?-. 

-Que nos has dicho nada-. 

-Pues, que también vengo a divertirme-. 

-¿Ya?-. 

-Sí... voy a querer una cerveza-.. 

-¿Cuál?-. 

-La Cristal de a litro-. 

-Ok, ya vuelvo chicos-. 

La Debby se va hacia la barra para sacar la chela. Mientras tanto, B se pone a conversar largo y tendido con la amiga. Se dicen cosas al oído. B está en la suya. Le pide a la chica una Cristal cero individual. Seguramente invitará. 

A los minutos vuelve la Debby, en medio del bullicio de la música tropical y el resto de los presentes, invitando a las señoritas del café. Sirve cuidadosamente la chela en el vaso de vidrio. Cuando termina, bebo un poco y le pido que se acerque. La invito directamente al privado. Ella asiente sin problemas. Entonces, Debby vuelve a la barra para pedir el trago respectivo. B me dice: 

-Wena, wena, la hiciste rápida-. 

-Sí wn, ahora o nunca... ¿y vo?-. 

-Aquí, piola-. 

-¿Vai a invitar?-. 

B hace un gesto afirmativo con el rostro. La chica cafetera sigue conversando con él, animosamente. La Debby vuelve con el trago, un combinado de roncola. La miro y subo con ella a otra sesión de brutalidad. B se voltea por un momento, me mira y se sonríe, queriendo decir “wn caliente”. Era tanta nuestra inmersión en la onda del café que ya intuimos lo que estábamos pensando en ese momento, así que huevearse era mucho más final. 

Arriba la Debby me lleva hacia un pequeño cuarto con un espejo y un sillón. Dejamos los tragos en la mesita, y la chica empieza a bailar. Me agarra de los brazos para que le pueda correr mano. El juego de la vista en el espejo lo hace todo más excitante. Me veo a espaldas de ella, recorriendo su cuerpo perfectamente moldeado, siguiendo sus contorsiones y su rostro camuflado por su abundante cabellera. Esos otros en el reflejo son nuestros dobles en versión pervertida, aquellos que se ocultan a los ojos de la vida pública y desatan el monstruo del deseo, a cambio de un poco de tiempo y de dinero. La Debby se empeña en hacer su baile más sensual. Cuando la pista se pone candente, con su clásico reggaetón, se apoya contra la pared, sobre el sillón, y yo le agarro el trasero, a medida que lo mueve en un vaivén demasiado sugerente. Acto seguido, me apego a ella para sentirla todavía más. Hace unos gemidos que suben la temperatura, y continúa luego con el movimiento de caderas contra mi vientre. Terminamos sentados en el sillón, con ella encaramada encima mío, besándome y yo agarrándole el trasero, nuevamente. 

Al cansarnos, tomamos nuestros tragos y bebemos un largo sorbo para componer la sed. 

-Uf, te entusiasmaste parece-, dice la Debby. 

-Sí, te pasaste, puro fuego tú-. 

-Jajaja y eso que es solo el inicio-. 

-¿Ah sí?-. 

-Sí, porque podríamos tener otro privado...-. 

-Puede ser, ¿pero qué otras cosas haces?-. 

-Te hago un baile sin ropa, eso es más plata sí-. 

-Muy tentador. Mira, hablemos un poquito y de ahí vemos-. 

-Bueno-. 

Le sonrío con un dejo de calentura, aunque también de ternura, por sus facciones tan fogosas y, al mismo tiempo, delicadas. En eso, diviso a B con la amiga de Debby ingresando al privado. Ellos se dirigen al espacio del sillón grande. Le hago un gesto con la mano a B para que me vea. Él se ríe y abraza por detrás a la chica. Debby se da cuenta, los mira y exclama: 

-¡Háganla corta!-. 

Ambas amigas se observan a la distancia. La chica de B sonríe y se va con él al privado. Debby se voltea para verme. Toma otro poco de trago, y me pregunta:

-Oye, ¿tú eres casado? ¿tienes hijos?-.

-No, soltero sin compromisos-.

-Ah, dale, es que la mayoría de los que he atendido tienen señora... hago de amante algunas veces jaja-.

-Sí, si he cachado... bueno, me parece raro, porque si tuviera mujer no estaría en esta ¿no crees?-.

-Pues, no todos piensan así. Son re patudos. Bueno, allá ellos. Esa es su vida; yo hago lo mío... (silencio breve) Qué bueno que seas distinto, se agradece-.

-Jajaja no soy tan distinto, solo soy lógico-.

-Pero está bien pos, respetas-.

-Algo así... oye-

-Dime-. 


-¿Y te dedicas a esto a full? ¿O tienes otras pegas? He hablado con otras chicas, y tienen distintas realidades. Me gustaría saber la tuya-. 

-Ay qué lindo (me agarra la mejilla derecha). Mira, por el momento, estoy en esta, porque es una pega re buena. Se hacen sus lucas acá. Lo único malo el trasnoche, pero se pasa bien. Al otro día se duerme no más, y listo. 

-Dale-. 

-Igual quería meterme a un preu para poder dar la prueba y seguir estudiando, pero mi papá es un cero a la izquierda. No me ayuda en casi nada, y tampoco acepta que esté trabajando en esto. ¿Y cómo quiere que estudie si no hago plata? Yo soy de Antofagasta. Me vine acá al puerto buscando alguna oportunidad. Y ya la tengo ¿cachai? ¿Cómo no se acepta eso? Es super complicado-. 

La Debby se pone un tanto triste, por unos momentos. Le acaricio la espalda en señal de contención. 

-Sí, tranquila. Las oportunidades hay que tomarlas. Y debería darse con una piedra en el pecho de que tienes esta pega, y no estás en la calle, por ejemplo. Yo encuentro que esta no es una mala pega. Claro, a lo mejor no es algo para siempre, pero es lo que tienes, y tú ofreces esa sensualidad y simpatía. Son cosas que se agradecen-. 

Le digo esto mirándola a los ojos, y luego la acaricio, mientras ella sonríe espontáneamente. 

-Ay qué lindo. No todos son así. Gracias por escucharme-. 

Me abraza muy cariñosamente. Justo en ese instante, suena Fade to black de Metallica, como dándole un toque melodioso y místico a la situación, mientras permanecemos abrazados. Me pregunto a mi mismo ¿Quién habrá colocado el tema? B no podía ser. M es el único que lo hubiera puesto, pero no se encontraba con nosotros. Tal vez otro compadre rockero que anda por estos lados, siguiendo andanzas similares, teniendo su propio paseo inmoral. 

Continuamos hablando con la Debby: 

-Oye, linda, me dijiste que quieres dar la prueba. Yo te puedo enseñar-. 

-¿En serio?-. 

-Sí pues, si soy profe-. 

-Me estai hueveando? ¿Profe de qué?-. 

-De lenguaje-. 

-Ah pero mira qué genial. Ya pos, me tinca. Tení que puro enseñarme-. 

Al parecer, el título me ha ayudado a enganchar con las chicas de la noche, y a emular el juego del profesor y de la alumna. Tiene otra utilidad aparte de la estrictamente profesional. 

-¿Y qué más me podría enseñar el profesor?-, pregunta Debby, coqueta. 

-Linguística-, le respondo, en un contrapunto osado. La miro a los ojos, ella sonríe nerviosamente, y nos besamos por largos segundos. Luego, paramos y seguimos conversando. 

-Sabes, me está gustando este juego, así como del profe y la alumna jaja-. 

-Jaja sí, es bastante loco-. 

-Un poquito perverso-. 

-Eso sí-. 

-Mira, mejor juguemos a otra cosa. Yo seré tu Barbie; y tú, mi Ken-. 

-¿Ya? ¿Y cómo así?-. 

-Tú solo sígueme la onda, y sigamos atinando ¿cachai?-. 

Continuamos besándonos con la Debby, por otros segundos más, hasta con lengua y fuertes abrazos. Parece que a la Debby le gusta esa cosa media lúdica. Es lo emocionante de cada chica, que cada una esconde una sorpresa, a pesar de que sean dulces o agrias a su manera. 

Dejamos la acción con la Debby. Ya es hora de acabar el privado y bajar al mundo terreno. 

-Ya, mi Ken. Se acabó, pero ¿Me invitas otro trago? ¿O quieres que bajemos?-. 

-Bajemos, guachita-. 

-Ok, aunque si te arrepientes, me puedes volver a invitar, y hacemos más cositas-. 

-Au, qué golosa mi Barbie-. 

Bajamos con ella de la mano. B continúa atracando de lo mejor con la amiga, en el sillón. Ninguno de nosotros quiso interrumpirlo. Después de todo, B tiene derecho a sacarle el jugo a su privado, tal cual su piloto de movidas y de fracasos. 

Ya abajo, me acerco a una parte desocupada de la barra, tomo lo último que me queda de chela, y le pido al número a la Debby. 

-Mi Ken, te tengo que dejar. Llámame, por fa-. 

-Por supuesto, linda-. 

-Tienes que enseñarme, recuerda-. 

-Claro que sí, mi Barbie-. 

-Chau-. 

Se despide con un sensual beso en la boca. El juego del pololeo clandestino continúa, con alguna que otra promesa picarona, o uno que otro servicio más “personalizado”. Es en lo que la Debby brilló: su capacidad para engancharte con un toque de ternura y también de osadía. Además, supo explotar la veta pedagógica para hacerla sentir más atractiva, porque sabe que el profesor, en el fondo, tiene ese fetiche de la enseñanza ligada al deseo. Y ella es lo más parecida a una alumna, iniciada en las artes de la noche. Sin embargo, detrás de su semblante, en apariencia, inocente, esconde algo que solo un profesor puede desentrañar: una especie de deseo ingenuo pero salvaje, de hambre descontrolada por una emoción nueva. 


VII 

Para cuando volvemos a la zona donde todos los tragos corren y todas las bocas se abren, el perímetro del Konducta está cercado por los pacos, porque hace poco hubo una matanza. Mataron a balazos a unos cabros en el contexto de una protesta, y el autor de los disparos había sido el hijo de uno de los peces gordos de la cuadra, quien maneja de manera clandestina algunos de los cafés que frecuentábamos con algo de expectación pero también con la suficiente temperatura. Volvemos cuando ya las cosas están más frías, entonces nos colamos en el perímetro como clientes y, a la vez, como cierta clase de iniciados que van a alguna lección de moral nocturna, conscientes, aunque, en cierta medida, desenfadados, abiertos a las solicitudes del otro sexo. 

Al entrar con B al local, no está por ningún lado mi Barbie. Se habían ido las mejores. B mira hacia todas partes, y dice: 

-Pucha, está re muerta esta huea. Con cuea un par de minas ya atendidas. Pero no importa, tomemos algo. En volá las otras están arriba-. 

-Demás-. 

Nos sentamos en la barra a un costado izquierdo de la entrada. En unos minutos, bajan un par de chicas de la mano con sus respectivos invitados. Los compadres se van del lugar, y las chicas suben al espacio entre las barras. B reconoce a una de ellas, una rubia. 

-A esta mina la conozco-, dice. 

-¿Ah sí? ¿Cómo se llama?-. 

-Teffy-. 

-¿Pero la cachai de aquí o de afuera?-. 

-Jajaja de acá pos wn. Aunque sería raro conocer a una mina de afuera que luego terminara acá-. 

-Una amiga de toda la vida jaja la wea bizarra-. 

-Sí wn-. 

-Llámala pos-. 

-Calmao-. 

B llama a la Teffy para que venga con nosotros. Ella se acerca a paso lento, andando con esos tacos largos que usa. 

-Hola B-, lo saluda de beso. 

-¿Cómo estai?-. 

-Aquí pos, poniéndole-. 

-Esa es-. 

-Oye, ¿qué van a querer?-. 

-A mí la Cristal Cero-. 

-Yo una Cristal normal-, le digo. 

-Ya veo cuál de los dos se cura-, comenta la rubia. 

Reímos. Ella va a buscar las cervezas. Del otro lado se encuentra su amiga, una chica que reconocí de inmediato. Andaba vestida de chilenita, una vez que vinimos para el partido mundialero entre Chile y Bolivia. 

-Mira wn, ahí anda la Vale-. 

-Está brutal-. 

-Sí wn. Yo cacho que ya está invitada-. 

-Calmao, si está puro compartiendo con los viejos allá. Es cosa de que se aburra-. 

-Dale, esperemos-. 

No dejamos de mirarla. Percibimos en ella una alegría desbordante. Aparte de tener un cuerpo escultural, unas curvas de infarto, piel trigueña, pelo largo castaño, y un bikini de color morado que usa trasluciendo en la oscuridad. Continúa vacilando con los viejos durante varios minutos. De repente, vuelve la Teffy con las cervezas. 

-Aquí tienen chiquillos-. 

-Uf, cuánta sed-, le digo a B. 

-Ahora sí, salud S-, dice este. 

Hacemos un brindis. La Teffy también levanta sonriente el vaso de chela que se está sirviendo. Ella sigue hablando con B. Permanezco bebiendo solo, mirando los videos musicales proyectados en la pantalla. Cuando suena un tema de Rammstein, B se acerca a mí y dice: 

-Se puso onda M-. 

-Más o menos-, le digo, sabiendo que M es más bien de una onda más pesada y oscura. Thrash, Heavy, Black, Death, esas cosas. 

La Teffy continúa bebiendo con B, y este se ve muy entusiasmado. Tal parece que ella está sugiriendo que mi amigo la invite, dada su insistencia en permanecer a su lado. 

Me fijo nuevamente en la Vale. Al notar que anda en otra, disfrutando de lo lindo, me autoconvenzo de que ya está demasiado entretenida como para dignarse a venir por acá. Sin embargo, la Vale deja un por un instante a los viejos y se va hacia la zona restringida. 

-Ahora-, dice B, en voz baja, atento a la jugada. 

-Sí, calmao-, le digo, tratando de que la cosa no suene tan forzada. 

Intento hacer contacto visual con la Vale al pasar, pero ella sigue de largo. Luego, espero unos minutos más, y sale de la zona restringida. Ahí ella me alcanza a mirar. 

-¡Hey!-, le digo. 

Hago un gesto con la mano para que venga. Ella, muy sonriente, se acerca con soltura. 

-Hola, ¿qué tal?-. 

-Hola, Vale-. 

Nos saludamos de un beso en la mejilla. 

-¿Cómo sabes mi nombre?-. 

-¿Te acuerdas para el partido Chile Bolivia? Vinimos y tú estabas-. 

-Ah ya me acuerdo, es que entre tanto jaleo a una se le olvidan las cosas. ¿Cómo estai pos? ¿Qué vas a querer?- 

-Qué tal un trago contigo, arriba, los dos-. 

-Eh, ya pos... mira, espérame un poco sí, que tengo que terminar con los chicos de allá, y vuelvo-. 

-Ok, te espero-. 

La Vale vuelve con sus clientes, y yo me preparo psicológicamente para lo que viene. Al rato, ella me hace un gesto a lo lejos para que vaya a la caja. Voy para allá. B me pega una palmada en el trasero luego de pasar por su puesto. Me doy vuelta y él sonríe mientras continúa vacilando con la Teffy. En tanto, la Vale agarra su trago y yo mi botella de Cristal y mi vaso. Ambos subimos al privado para disfrutar de otra sesión íntima. 

Nos dirigimos al espacio del sillón grande, y dejamos ahí los tragos para poder entrar en acción. La Vale fue al choque de inmediato. Hay algo en ese efecto fosforescente del sostén y el calzón de las chicas que envuelve nuestras mentes y provoca en nosotros una sinestesia del placer. Tras unos minutos de intenso atraque, la Vale me dice al oído. 

-¿Quieres colocarte un temita? Está muy fome la música-. 

-Ya pos, algo más encendido, me tinca-, le respondo. 

Me acompaña hasta la rockola del primer nivel para depositar unas monedas y ella elige las canciones, porque sabe qué es lo que su cuerpo necesita y qué ritmo coronaría nuestra atracción. 

Volvemos rápidamente a nuestro privado. Sumergido en esos movimientos de cadera y de vientre, lo único que existe es su figura danzando al compás de estos ritmos candentes de a tres gambas en la vieja máquina. Así de festiva, impetuosa, dionisiaca, es la Valentina. 

Tras haber terminado en el sillón grande, nos vamos hacia el espacio del espejo. Ella posa su mirada frente a él, mientras simula todo tipo de posiciones sexuales, en ese baile cuerpo a cuerpo. No cabe tiempo para la consulta psicológica, porque todo simplemente fluye. A eso le llaman devenir los que frecuentan a las chicas de la noche. 

Luego, de vuelta en el sillón, un largo beso con lengua mientras bebe su trago y lo esparce desde el escote hasta el ombligo, como la catarata de algún brebaje afrodisiaco. Mi lengua recorre a contracorriente el camino de la cascada hasta sus labios. Prosigue el ritual mientras menea su trasero, ahora con mayor ahínco. Cuando la Vale mira al pasillo, justo pasa una amiga suya, saliendo de la zona restringida. Le exclama: 

-Oye wna, ¿qué onda la música? Está un poco rayada la máquina-. 

-Así parece. Voy a cachar-, le contesta la amiga. 

-Primero habíamos colocado un tema bien pegao, ahora suena algo electrónico, de la nada-, comenta Vale, extrañada por este lapsus en la música tan inoportuno. La amiga baja las escaleras. A los minutos, vuelve a sonar el playlist que la Vale había colocado. Resulta tan intenso que incluso el estilo se hace difuso. Ella es el estilo. Ambos somos, durante esos largos minutos, una suerte de melodía humana, confundida bajo ese instante mágico de privacidad. Confluye todo, hasta que ambos damos con el trago a medias que ninguno ha querido tomar, porque todavía no hace el suficiente calor para refrescarse. Entonces, el trago nos invita a la reflexión, a las palabras que no caben en ese aliento tempestuoso, demasiado festivo para pensar. 

La Vale se acomoda, un tanto agitada, pero bastante acelerada. Puede que haya jalado. B, con su aguda mirada, me lo hizo saber. Prácticamente todas las chicas de estos lados le hacen el jale, para mantenerse despiertas toda la noche y evitar emborracharse más de la cuenta. A la Vale es a la primera que se le nota. Así es su pega, en todo caso. 

Le pregunto: -Oye, Vale ¿y tú solo trabajas acá? Me tinca que no-. 

-Vengo de Viña, guachito. Allá se paga bien, pero no es tan prendido como valpito. Tú cachai que valpo la lleva. Siempre prende-. 

-Demás, todos se vienen para acá a carretear-. 

-Uf, es como no hay como el puerto-. 

-¿Y a donde carreteas?-. 

-Donde me lleven jaja no. Voy a la Cosmo, al Cubanísimo, Lo Devi, a veces, aunque la Ecuador la encuentro muy peligrosa-. 

-Sí, aunque igual hay onda-. 

-Sí pos, pero me tincan más esos locales. Allá es mucho más rico pa bailar-. 

-Así veo-. 

Lo fascinante de esta chica es que ella realmente se siente una “profesional de la noche”. Para ella, esta pega es una extensión del carrete. No parece querer otra cosa que ese baile desenfrenado y ese trato de contrabando con sus pretendientes. No me dijo nada más, pero, según veo, la Vale ni siquiera quiere hacer carrera, solo vivir la noche, como analogía de la vida. 

Acabamos nuestros tragos y bajamos de la mano. Me acompaña de vuelta hasta la barra, donde la Teffy continúa conversando con B, quien con humor me dice que fue lo más estoico posible, mientras uno fue epicúreo a su manera, dejándose llevar por ese torbellino de sensualidad. Cuando el cuerpo y la cabeza no pueden más, ella en la barra sigue con su fluir, con su vientre loco y sus curvas descontroladas reventando la pista, dejando las varas altas. Todos, incluyendo los viejos, la observamos embobados. 

Siendo ya las 3 de la madrugada, la cerveza se me sube tanto a la cabeza que la palabra soledad se amplifica. Parece rebotar en la rockola junto con esa bachata y ese ritmo tropical. La palabra soledad se amplifica tanto como la noche, mientras la Valentina sigue frenética en su baile, volviéndose una con el ambiente cafetero. Tomamos el último concho de chela con B. Entonces, Valentina deja un rato el mambo para conversar en una esquina con la Teffy, que está pronta a irse del lugar. Pagamos la cuenta, y nos despedimos de las chicas. 

-No se pierdan-, nos dice la Vale. 

Abrimos esa puerta de salida. La palabra secreta se hace sentir, y algo en la hora y en el cuerpo nos dice que toca la retirada. 


VIII 

No es la sensación de sentirse observado, como puede experimentarse en el Stop Secret, donde las chicas son algo así como una policía sexual. No es ese miedo galopante que invade cuando uno ingresa al Kadillac, en el que los pilotos del local vigilan lo que haces y las chicas te acechan como aves rapaces si sacas dinero en efectivo. No es ese legendario voyerismo tan propio del carácter bizarro que ha coronado a Valparaíso gracias al Sexy Show. Es algo relacionado con el tabú de los locales y con el carisma incomprendido de cada una de las chicas protagonistas de nuestro tour. Musas de lo prohibido. Nuestro cuerpo, al final de la jornada, suda los fluidos y los alientos de cada una de nuestras invitadas, siendo inmortalizados en el acto. Nuestra soledad se proyecta hacia la noche que acaba. El deseo lleva al límite aquellos ritmos y movimientos, aunque el regreso a casa nos encuentre con los bolsillos vacíos y la caña moral del día siguiente nos deje con sus llamadas perdidas al amanecer. 

Hay algo en esas llamadas que encierra todo el misterio de la noche. Algo en su incontestable respuesta que te deja helado de cabeza a entrepiernas. “Encuéntrame donde ya sabes”, me dijo Debby, la polola prohibida. B quedó de juntarse con una dominicana para invitarla a comer. M, el misántropo, el que siempre despunta en el momento inesperado, saldrá a bailar con una chica del Afrodita, la compañera de Scarlett. Por su parte, la Valentina, la más candente de la última noche, prometió integrarse al boom de los fines de semana, para hacer furor. 

Tras el silencio al acabar el paseo inmoral, nosotros acumulamos nuestro deseo hasta la próxima salida. Durante aquel silencio, ellas se vuelven aún más sexys. Y nosotros, terminamos siendo sus sombras. Porque hay algo de triste en la carne también. Porque siempre nos quedará el café, parecemos decirle a aquellas musas de fuego. Algo de melancolía, un toque amargo y tierno para una noche que no volverá.