martes, 5 de enero de 2016

Ricardo Piglia: Literatura + Enfermedad


La reciente noticia sobre la enfermedad del escritor Ricardo Piglia, esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad que va paralizando los músculos, me hace recordar inmediatamente la estrecha relación entre escritura y enfermedad, que muchas veces se olvida o simplemente se obvia. El medicamento que necesita el escritor está en etapa experimental y solo se encuentra en Estados Unidos, y por supuesto, cuesta un ojo de la cara. Esa especie de dimensión pública que rodea a la enfermedad. Para los griegos más antiguos la enfermedad o la locura tenían un origen sobrenatural. Bien podía ser un castigo divino por la hybris o sencillamente falta de equilibrio, de armonía. Pareciera que el escritor adquiere de inmediato un carácter de mártir que creía imposible por el solo hecho de padecer una enfermedad. Cuántos otros que han hecho de ese padecimiento otra forma de escribir la experiencia. El cuerpo enfermo como otra forma de escritura. Un texto que se padece, ya no por un hecho de la voluntad, sino que por un fenómeno que excede el intelecto. Por ejemplo, tenemos el caso de Gonzalo Millán quien en su Veneno de Escorpión Azul va retratando no tanto el proceso de su enfermedad sino que su experiencia vital a raíz del cáncer. Ve en la enfermedad un gran sarcasmo y a la vez la constatación de la herida, la herida abierta de los últimos días. Eso lo supo Millán, igual que Lihn en su Diario de Muerte, al saberse ya en el otro país, no el de los sanos, sino que en el país de los enfermos, al saberse ya irremediablemente del "otro lado", aun cuando su escritura atestigue o, mejor dicho, se transforme en ese paso agónico de un territorio a otro. En el caso de Piglia sabemos que todavía goza de doble nacionalidad. Lo que más llama la atención es esa especie de culto público en torno a la enfermedad, en torno a la intuición, a la inminencia de la muerte. Resulta todavía más sarcástica tratándose de Piglia. La enfermedad, la muerte son de temer. Son cosa seria. Pero en el escritor incluso eso que parece serio, desagradable, en suma, inenarrable, tiene cabida en sus diarios, a riesgo de contagiar al mundo de palabras enfermas pero no por eso menos vivas (o ¿menos muertas?). 

Conclusiones que salen a flote a raíz de la enfermedad de Piglia: El diario aquí es concebido como el género de la muerte, el género predilecto de los que padecen o intuyen una enfermedad mortal, al parecer este un conteo regresivo de los días. La enfermedad o la intuición de la muerte hace de todos una especie de santos o por el contrario de criaturas necesitadas de exorcismo. Por último, el escritor enfermo, ya imposibilitado poco a poco de escribir, tenso de músculos, delegando su materia pensante, sus palabras dolientes a su esposa, va encarnando, en última instancia, un oxímoron. Según el propio Piglia, el diario de vida que va escribiendo es su laboratorio. Él mismo, en estricto rigor, es un laboratorio viviente. Sabe que la cura está ahí, pero en el fondo no la necesita para escribir. Su público lector reclama la cura, lo quieren vivo, pero la escritura va por otro lado. Escribir no lo curará, a lo sumo será una especie de exorcismo. En sus últimos momentos, sabe que todos se quitan las máscaras, que todos muestran su verdadero rostro, aunque este sea ilegible y póstumo. "Escribe sabiendo que morirá", que es lo mismo que decir. "Escribe sabiendo que todavía, muy a su pesar, vive".