sábado, 26 de octubre de 2024

Artaud y Arenas: los renegados del surrealismo

A cien años del Primer manifiesto surrealista escrito por André Bretón (1924), con el cual se consolida el surrealismo como vanguardia, urge rescatar a un par de voces que, en un principio, formaron filas en dicho movimiento o bebieron de sus fuentes para luego desmarcarse y seguir una senda propia. Conocido es el nombre de Antonin Artaud, quien ingresó al Círculo Surrealista en 1924. Su aporte fue decisivo al indagar en un “nuevo orden pasional” que recobrara en el hombre su voluntad poética.

Para Artaud, la poesía era una forma de conocimiento y de búsqueda interior. Veía en el surrealismo una posible respuesta de la libertad literaria, que se traduce finalmente en la libertad de consciencia, en la libertad humana.

El cisma definitivo se dio tres años después de su ingreso al círculo, en 1927, cuando Artaud publicó A plena noche o el bluff surrealista, en el cual explicó las razones de su divorcio con la vanguardia. Básicamente, se trataba de su renuencia a unirse a las filas del Partido Comunista Francés y, peor aún, de trasvasar la revolución poética, aquella “metamorfosis de las condiciones internas del alma” a la revolución política desde una estricta y doctrinaria mirada comunista y marxista.

“El surrealismo ha muerto” —dijo— al abrazar la realidad y “olvidar el deseo”. Al supeditar los principios surrealistas a la causa de la Revolución, Artaud constató que sus antiguos camaradas habían traicionado el verdadero fin del surrealismo. O es que, quizá, el surrealismo nunca fue lo que pretendió ser, realmente. “La belleza será convulsiva, o no será”, decía Bretón, y todo indicaba que, más bien, era: “La belleza de la Revolución será convulsiva, o no será”.

“De hecho, ¿Hay todavía una aventura surrealista? ¿No murió el surrealismo el día en que Breton y sus adeptos creyeron que debían unirse al comunismo y buscar en el dominio de los hechos y de la materia inmediata, la culminación de una acción que normalmente solo podría desarrollarse en los entornos íntimos del cerebro?”, sentenció Artaud, contundente, asqueado del galopante materialismo dialéctico de sus antiguos compañeros que no entendían que la poesía, verdaderamente, estaba en otra parte, no en el campo dialéctico del poder.

El otro renegado del surrealismo es, orgullosamente, chileno. Se trata de Braulio Arenas, escritor reputado y vilipendiado por partes iguales, que, en su tiempo, también adhirió a la poética surrealista. En 1938, junto a Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa y Jorge Cáceres, fundó el grupo surrealista La Mandrágora. Se consideraban dignos herederos de Huidobro, por ende, del creacionismo. Se proponían “buscar lo desconocido y penetrar en el misterio”, premisa que indaga en una búsqueda interior, muy similar a la propuesta por Artaud.

Un hecho muy provocativo marcaría para siempre la reputación de Arenas. Durante un homenaje a Pablo Neruda en el salón de honor de la Universidad de Chile, el poeta se levantó e, imbuido de un carácter rebelde, enfrentó al famoso vate, le quitó de la mano su discurso y lo rompió en su cara. En ese momento todos quedaron paralizados. Se encontraban además los otros integrantes de la Mandrágora. Tras el incidente, Teófilo Cid y Gómez Correa fueron expulsados del salón, por los miembros de las Juventudes Comunistas que organizaron la ceremonia.

El poeta Arenas había hecho carne el lema surrealista: “escandalizar a la burguesía”, pero llevado a otro nivel. ¡Había enfrentado a una vaca sagrada! Neruda, quien llegaría a ser amigo de los surrealistas Paul Éluard y Louis Aragon. ¡Tremendo sacrilegio! Un poeta chileno envalentonándose con otro poeta amigo de los poetas franceses. Surrealismo a la chilena, en estado puro. La choreza será convulsiva o no será.

—No hay surrealistas en Chile —fueron las duras palabras de Elisa Bindhoff, la viuda de Breton, pronunciadas muchos años después, cuando Arenas llegó a París buscando al padre fundador del surrealismo. ¿Realmente no había surrealismo en Chile? ¿Y qué fue entonces de la Mandrágora? El peso de la realidad de los hechos y de la propia tradición literaria les detuvo el automatismo psíquico. ¿Qué fue de Braulio Arenas? Acabó siendo relegado de todos los círculos, tras su desafío al olímpico Nobel de Literatura.

Quien apoyara la causa allendista, durante el gobierno de la UP, luego se volcó en favor del Régimen Militar, dedicándole incluso un himno a la Junta, llamado “Chile es así”: "Era la angustia por doquier,/ era el hampón y era el terror,/ el tribunal al que se dio/ falsa etiqueta popular (…) / Chile es así:/ no tiene nada que ocultar,/ aquí no hay Muro de Berlín". ¿El surrealismo de Arenas acabaría por avivar el fuego amigo? Fueron estos hechos los que marcaron para mal la reputación de Arenas en el medio literario. Gonzalo Rojas, uno de sus más amigos, le escribió unos versos: "Dios pronto le dé ese Premio / Nacional a Braulio y el de Estocolmo si es posible / para que acabe de una vez / con su rencor de payaso pobre".

Lo realmente surrealista pasó años después, en 1984. Contra todo pronóstico, y pese a la “mala leche”, Braulio Arenas recibió el Premio Nacional de Literatura de parte del mismísimo Pinochet. Esa pura anécdota catapultaría para siempre su imagen a la sombra del circuito literario dominante, más afín a la izquierda política. ¿Será que al aceptar ese Premio Nacional había sucumbido a la tentación del poder, traicionando los propios principios surrealistas? ¿O, en realidad, al ser galardonado por el principal enemigo de sus antiguos camaradas, estaba propiciando el cisma dentro de su propio nicho ideológico, “escandalizando” a sus propios compañeros, desafiando el horizonte de sus consciencias, volviéndose, a propósito, un paria, un sujeto incómodo, “cancelable” (de acuerdo al prisma vigente) para inaugurar con eso su poética surrealista definitiva: la poética de la discordia?

Tal vez, con ese gesto, Arenas estaba demostrando, a su manera, un espíritu similar al de Artaud: un gesto de repulsa. A fin de cuentas, su renuencia a dejarse encasillar los hizo encarnar un auténtico surrealismo, un surrealismo sin militancias definidas, un surrealismo abocado por completo a la libertad de la consciencia, a toda prueba y a rajatabla. En definitiva, los verdaderos traidores, los verdaderos asesinos del surrealismo fueron los que lo sometieron al mundo de los hechos y al terreno de la sucia política.

Como mencionó Enrique Gómez Correa, citado por Stefan Baciú: “La misión de la poesía es difícil. Ella no se mezcla con los acontecimientos de la política, con la manera como se gobierna un pueblo, no hace alusión a los periodos históricos, a los golpes de Estado, a los regicidas, a las intrigas de cortes. Ella no habla de las luchas que el hombre emprende y, solo por excepción, con él mismo, sus pasiones”.

“Manteneos puros, libres de todo compromiso, de toda contaminación. Buscad lo desconocido. Penetrad en el misterio”.



La matriz político ideológica del mainstream literario es progresista. Urgen voces en una línea diferente.

Teleféricos en Valpo

Uno de los candidatos a alcalde de Valpo dijo en su campaña que avanzará hacia la creación de teleféricos. Ya se está avanzando en un anteproyecto por el Ministerio de Obras Públicas. El primer recorrido está establecido entre el puerto y Placilla. Sería una idea vanguardista para mejorar el desplazamiento y descongestionar el tráfico, además de contar con una increíble vista panorámica repleta de vértigo. Esperemos que el próximo alcalde, mientras tanto, se ponga las pilas con el rescate de los ascensores históricos, demanda urgente de los vecinos, y remodele por completo el plan de la ciudad tras su deterioro progresivo. Una manito de gato en los cerros, reviviendo sectores patrimoniales, tampoco vendría mal.