La verdad es que no hay una fecha definida en los Evangelios para el nacimiento de Jesús. Debería ser en primavera, según algunos entendidos. Pero este dato no debiera por qué desanimar a los cristianos. En realidad, el 25 de diciembre fue establecido como fecha oficial del Nacimiento, por la mismísima Iglesia Católica, durante el papado de Julio I, en el siglo IV. Luego, con el auge del emperador Constantino, se extendió el culto cristiano de manera libre y abierta. ¿Y por qué el 25 de diciembre? Porque coincidió con los cultos paganos de los Saturnales, celebrado todavía por los romanos arraigados en sus tradiciones. La celebración a Saturno, dios de la agricultura y del tiempo, se realizaba entre el 17 y 23 de diciembre. La fecha coincidía además con el día del Sol invicto, asociado a Apolo, en la fecha del solsticio de invierno. Con este intercambio cronológico, con este sincretismo mítico, Jesús se volvió así el nuevo Sol para iluminar el mundo, el redentor, el milagro del cielo. Una conjugación de eventos cargados de un sentido trascendente, y que, juntos, construyeron el relato navideño para la posteridad, el relato de congregación, de regeneración.
martes, 24 de diciembre de 2024
Regreso a la crónica, inspirado en Navidad. Intento afinar el estilo de antaño, ya conocido por todos, aunque con los conceptos e ideas actuales:
Se aproxima la Nochebuena. Tras el ajetreo de la gente, imbuida por el espíritu navideño, afloran varios tipos humanos: las familias en los supermercados que compran la mercadería de Navidad a última hora; los ambulantes y su venta compulsiva que atesta el plan de la ciudad con sus puestos furtivos, llenos de toda clase de objetos y chucherías; los autos y los colectivos en panne producto del atochamiento vehicular, rumbo a sus casas para reunirse en torno al arbolito y el pesebre, o rumbo a los centros comerciales para las compras de último minuto.
Cada uno de estos tipos humanos se ha tomado la vida pública a vísperas de Navidad, dejando en evidencia, con su pasar frenético, una devoción sacrosanta al consumo o, si somos amables, a la cosa rutinaria y mundanal que precede, necesariamente, al acto ritual del nacimiento crístico.
Otros tipos humanos menos escandalosos se esconden detrás de la masa: el niño corajudo y vital que camina en plena calle, contra el tráfico, para venderle a los conductores algunas tarjetitas de navidad, tarjetitas que más de alguno colocará en los regalos destinados a sus propios hijos. Ese niño puede que no reciba un regalo con tarjetita, pero sabrá estar en paz con el solo hecho de haberla vendido a alguna familia constituida. El pequeño mensajero de los presentes tendrá su propia caravana veraniega, su propia misión estoica y generosa, aunque ya no cuente con el viejo pascuero en el reino de su imaginación.
El último tipo humano quizá sea el cristiano que, pese a su soledad, se siente en compañía consigo mismo y hace suyas las figuras de los Reyes Magos, de María, José y el niño Jesús, y los cobija en su lecho, porque entiende, de una manera muy rústica, pero auténtica, que el Nacimiento es una alegoría de su propio ser interno, que el Cristo vive en él, durante la noche mágica, aunque solo cuente con un techo en el hogar de Cristo; porque suya es la luz del Señor, aunque solo cuente con la luz de la luna como bálsamo para el alma.
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