lunes, 28 de octubre de 2024

Penumbra de provincia: Veritas Omnia Vincit

"¿Quién te trajo? ¿Qué impulso misterioso
Te arrojó a mi camino? ¿Qué potencia
Infernal te mostró mi obscura vida
Y te dijo: Ahí está, tómala y hiérela?"

Implacable, Amado Nervo.


El sonido de las teclas resonaba en la pequeña habitación. Ángel se sumergía en el fondo de su nueva novela. Sin embargo, aquella noche, las sombras del pasado le arrojaron un oscuro velo.

Mientras Ángel escribía, una llamada lo interrumpió. La voz al otro lado del teléfono, áspera y urgente, era la del inspector Galindo, un viejo conocido de los días en que Ángel realizaba periodismo de investigación.

—Ángel, necesito que vengas a la comisaría. Hay algo que necesitas ver —dijo el inspector, con tono grave.

Intrigado, Ángel se apresuró a vestirse y salió al centro. Al llegar a la comisaría, el inspector lo condujo a una sala donde había un tablero repleto de fotografías y documentos. Entre las imágenes, Ángel reconoció a una mujer que lo dejó sin aliento: Miranda

—¿Qué está pasando, Inspector? ¿Por qué tiene fotos de ella aquí? —preguntó Ángel, su voz apenas un susurro.

El inspector le explicó que Miranda, la mujer de la foto, estaba siendo por un crimen ocurrido en misteriosas circunstancias. Las sombras de la tragedia se cernían sobre la ciudad y Ángel se encontró atrapado en una red de intrigas que amenazaban con desentrañar su propio mundo.

Decidido a descubrir la verdad detrás del crimen, Ángel se sumergió en la investigación, desentrañando los hilos de un oscuro pasado que ella había guardado celosamente. Cada rincón se convirtió en una pista, y cada rostro conocido se volvía sospechoso.

Entre calles adoquinadas y callejones sombríos, descubrió conexiones entre la vida de Miranda y oscuros secretos que se remontaban al período previo al 18 de octubre de 2019.

El misterio del crimen se entrelazaba con la trama de su propia novela, y mientras las sombras del pasado se disipaban lentamente, Ángel comprendió que la verdad podía ser más oscura y retorcida de lo que jamás hubiera imaginado.


Esa misma noche, el inspector Galindo, tras seguir una pista relacionada con el pasado de Miranda, descubrió el cuerpo de un hombre desconocido. El rostro estaba machacado, y un papel arrugado con un mensaje críptico yacía cerca de la escena del crimen.

El mensaje decía: "Veritas Omnia Vincit".

Ángel y Miranda, ajenos al descubrimiento del inspector, continuaron su búsqueda personal.

Días después, mientras Ángel seguía explorando pistas entre versos y anotaciones de sus libros, el inspector Galindo llamó a su puerta. La expresión seria del inspector y su tono grave indicaban que la verdad que ambos amantes temían enfrentar había llegado.

—Ángel, necesito que vengas a la comisaría. Hay algo que debemos discutir —dijo el inspector, consternado.

En la comisaría, rodeados de fotografías y documentos, Ángel y el inspector se enfrentaron a una revelación impactante: el hombre asesinado era un antiguo editor de Miranda

...

Miranda soltó una risa amarga, como si la ironía de la situación se desplegara ante sus ojos.

—Ángel, siempre fuiste un espectador, un observador inocente que creía en la magia de las palabras. Pero Valparaíso no es lo que crees-.

El detective intervino, tratando de desentrañar la verdad ante la acusación.

—Miranda ¿estás sugiriendo que Ángel ha sido arrastrado por circunstancias fuera de su control?

Ella se levantó. La expresión en su rostro revelaba una mezcla de dolor y determinación.

—Ángel ha sido testigo de lo que Valparaíso quería que viera. Pero, al igual que yo, ha sido manipulado por fuerzas que se ocultan detrás de una careta-, afirmó Miranda.

Ángel también se levantó, desconcertado. -No, no puede ser, es imposible. Muéstrame que no es verdad. Que todo lo que has dicho en todo este tiempo no es más que una invención de tu alma enferma. ¡Dilo!-, exclamó.

...

La tensión se apoderó de la sala de interrogatorios. Ángel y Miranda se encontraban frente a frente, pero el abismo entre ellos era más profundo que nunca. La sala estaba iluminada por la fría luz de un único foco.


Ángel miró a Miranda fijamente. Cuando se sumergió en su inmensa mirada y en su sonrisa irónica, supo que había llegado al punto de no retorno, a ese punto que siempre temió en sus evocaciones poéticas.


El detective los observaba desde la esquina de la sala, con una expresión impasible. El silencio pesaba como un lastre, interrumpido solo por el sonido metálico de unas cadenas afuera, en el pasillo.


—Miranda, Miranda, no puedes seguir negándolo. Habla ya—dijo Ángel. Su voz resonó con una mezcla de dolor y determinación.


Miranda desvió la mirada. Sus ojos evitaron encontrarse con los de Ángel. ¿Cómo volverlo a mirar a la cara, después de todo lo ocurrido? De un momento a otro, ante la presencia inquisidora del detective, Miranda lo enfrentó.


—Tú deberías saber perfectamente todo—dijo Miranda, desafiante.


El detective interrumpió la conversación, llevando consigo la frialdad de la ley.


—Ángel, tenemos pruebas que sugieren que tú y Miranda han estado involucrados en un asesinato y todo indica que ustedes se encuentran en el epicentro de todo-.


Ángel apretó los puños, luchando contra las emociones que rugían en su interior. No quería delatarlo, pero no podía evitarlo. Era demasiado el odio, la rabia contenida. Miranda adivinó el gesto de Ángel, y su expresión se volvió hermética.


Un par de noches atrás, en un rincón de la ciudad, próximo al bar donde solían juntarse para asistir a las viejas lecturas de poesía, un carabinero de civil descubrió el cuerpo de un hombre desconocido. Se apersonó el inspector Galindo a la escena del crimen y dio con un papel arrugado con un mensaje críptico, en el bolsillo derecho del pantalón del occiso.


El mensaje era una frase de Louis Ferdinand Celine. Decía: "Mi corazón, ese conejo tras su pequeña reja de costillas, agitado, encogido, estúpido". Pertenecía a Viaje al fin de la noche.


Galindo no había leído nunca a Celine, pero esa frase lo dejó intrigado. Ya tenía a dos sospechosos. Esa pista literaria podía decirles algo. Podía, incluso, conmover sus corazones y, de paso, sus consciencias.


Ángel y Miranda, luego del interrogatorio, continuaron en su búsqueda personal, ajenos al descubrimiento del inspector.


Días después, Ángel seguía debatiéndose en su habitación, en un ejercicio autocomplaciente, tratando de analizar los pasos que lo llevaron a enredarse en este fatal evento. Mientras eso sucedía, Miranda buscaba la forma más sutil y serena de salir bien librada.


Una noche, el inspector Galindo volvió a llamar a la puerta de Ángel. La expresión seria del inspector y su tono grave sugerían que había avanzado en su investigación, lo suficiente como para decidirse a llamarlo de regreso.


—Ángel, necesito que vengas a la comisaría. Hay algo que debemos discutir —dijo el inspector. Ángel lo acompañó, angustiado, con premura.


En la comisaría, se encontraba Miranda. También había sido llamada. Estaba sentada a una mesa rodeada de fotografías y papeles.


- ¿Reconoce a este hombre? -, preguntó el inspector. Se refería al hombre asesinado. Miranda miró directamente a Galindo, y con un tono tranquilo se dirigió a él.


-Sí, claro. Era Salvador, mi amante-, dijo.


Ángel quedó impactado. Recordó aquella visión en que quedó medio muerto de un golpe en la cabeza y veía cómo Valparaíso se derrumbaba a pedazos. Visiones de aquella pareja misteriosa del pasado, aquella pareja enfrentada hasta la muerte.


—Miranda, ¿Es cierto? ¿Por qué lo ocultaste? ¿Qué es lo que tramas? — le preguntó Ángel, desesperado.


- ¿Recuerdas aquellos versos que me leíste? ¿Aquel libro? ¿Tiene que ver con nosotros? -, volvió a preguntar.


Miranda finalmente alzó la mirada, y en sus ojos se reflejaba la noche de un secreto.


—Ángel, hay cosas que nunca sabrás entender. Por eso dejé que lo descubrieras. No quería contártelo-.


Miró al inspector, cigarrillo en mano, y luego volvió la mirada hacia Ángel.


-Entiende que hubo algo real entre nosotros. Pero el amor es impredecible. A veces, el precio del amor es enfrentar la verdad, incluso si esa verdad significa hundirnos para siempre.


La sala de interrogatorios quedó sumida en un silencio denso. La sombra de una ruptura se volvió una conspiración. La visión onírica de aquellos poetas deseándose la muerte luego de haberse amado con locura se volvía el reflejo fatal de la traición.


¿Quiénes eran? ¿Por qué afectaban sus vidas? La narrativa invencible de aquel crimen se volvió una elegía nocturna para los interrogados, superando el velo detrás de sus pretenciosas palabras. Nada podían hacer ante la ominosa barbarie del corazón, volviendo un mito su propia historia.